Las “fake news” ya no son lo que eran

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La verdad nunca ha sido una prioridad en la agenda del Homo sapiens”.

Yuval Noah Harari

 

La información falsa, comúnmente conocida como noticias falsas o “fake news”, se ha utilizado con fines económicos y políticos desde los días de la República Romana (509 a. C. – 27 a. C.). A lo largo de la historia, los cambios en los formatos de comunicación, los avances tecnológicos y la mayor cobertura mediática han abierto nuevas vías para la difusión de noticias falsas.

La llegada del Internet, la proliferación del Internet móvil a través de teléfonos inteligentes, el auge de las redes sociales y la imitación de medios legítimos para difundir noticias falsas han transformado a cada individuo con Internet en un potencial consumidor y replicador de falsedades.

Antes de 2016, el término “fake news” era un concepto de nicho que se encontraba en revistas académicas y publicaciones especializadas, con solo menciones esporádicas en los principales medios. Sin embargo, durante las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016, la búsqueda digital del término “fake news” aumentó en todo el mundo, impulsada por la circulación generalizada de artículos falsos en línea. Ejemplos notables en el contexto electoral estadounidense incluyen artículos como “(Hillary) Clinton lidera una red de sexo infantil desde una pizzería de DC”, que condujo a un peligroso incidente en la vida real, y “El Papa Francisco respalda a Trump para presidente”.

Estos acontecimientos provocaron debates sobre el impacto de las noticias falsas en los resultados electorales. La investigación de Guess et al reveló que el 44 % de los adultos estadounidenses en edad de votar visitaron sitios web de noticias falsas pro-Clinton o pro-Trump en las últimas semanas de la campaña de 2016. Aunque estos sitios web dudosos representaron solo el 5.9 % de los artículos que los estadounidenses leyeron sobre noticias importantes durante ese periodo, su influencia fue innegable.

Si bien el fenómeno de las noticias falsas ha ganado notoriedad recientemente, la práctica de difundir falsedades para obtener beneficios económicos o políticos está lejos de ser nueva. En la Edad Media, la Iglesia Católica falsificó la “Donación de Constantino, un supuesto decreto imperial que establecía que, en el siglo IV, el emperador Constantino I (c. 272 – 337 d.C.) había transferido la autoridad sobre Roma y las provincias occidentales del Imperio Romano al Papa Silvestre I (285 – 335 d.C.), en retribución por curar la lepra del emperador a través del bautismo, lo que reforzaba el control de la Iglesia sobre el continente. No fue sino hasta el siglo XV que el documento fue expuesto como una falsificación.

En 1782, Benjamín Franklin publicó un número falso del “Boston Independent Chronicle”, que contenía una terrorífica carta que acusaba falsamente a los indios séneca, que eran aliados de los británicos, de arrancar el cuero cabelludo a los soldados continentales. Esta noticia falsa, probablemente escrita por Franklin, fue un intento de influir en la opinión pública británica a favor de los Estados Unidos durante las negociaciones de paz entre las excolonias y la Corona.

En 1924, pocos días antes de las elecciones generales de octubre en el Reino Unido, se publicó en el periódico “Daily Mail” la controvertida “carta de Zinóviev, que supuestamente implicaba a la Internacional Comunista en un complot para desatar una guerra civil en el Reino Unido. A pesar de que la propia Unión Soviética desmintió la carta y señaló sus claras inconsistencias, las dudas sembradas entre las élites británicas afectaron el resultado de las elecciones. El gobierno laborista de Ramsay MacDonald, que meses antes reconoció al régimen soviético y firmó dos proyectos de tratados anglosoviéticos en agosto de 1924, fue echado del poder y el voto trajo de regreso al conservador Stanley Baldwin.

A lo largo de la historia, cada salto tecnológico ha ampliado las posibilidades de difundir falsedades. La imprenta de Gutenberg amplificó la difusión de desinformación, la radio y la televisión conectaron a millones de personas con múltiples narrativas, y ahora, el Internet ha aumentado exponencialmente la velocidad, los formatos y las posibles consecuencias de la difusión de falsedades.

Sea en el Boston del siglo XVIII, en la Ucrania de 2022, o en Medio Oriente hoy en día, la realidad lucha en silencio mientras las “fake news” gritan. El problema, paradójicamente, es que si nada es verdad, entonces todo puede ser verdad.

* Alonso B. Tamez es maestro en Comunicación Política por la Universidad de Glasgow (2019) y maestro en Política y Comunicación por la London School of Economics (2021). Subsecretario de Acción Electoral del CEN del PRI.