La extravagante moda que mató a miles de mujeres en el siglo XIX

La imagen muestra una pintura de Frans Xaver Winterhalter de la reina Victoria y su familia de 1846. El artista plasma las amplias que estaban de moda para la época. (Reuters)
La imagen muestra una pintura de Frans Xaver Winterhalter de la reina Victoria y su familia de 1846. El artista plasma las amplias que estaban de moda para la época. (Reuters)

Nunca me ha convencido el dicho que asegura que para ser bella hay que ver estrellas. Hace mucho que le dije adiós a los tacones de aguja, a los sujetadores con aro y a cualquier atuendo o accesorio que coarte mi movilidad y la circulación sanguínea. Pero cuando veo a mis hijas salir con agujeros enormes en sus pantalones en pleno invierno recuerdo todas las veces que sacrifiqué mi comodidad y mi bienestar cuando era jovencita para ajustarme a las tendencias de la moda del momento.

¿Cuáles son los motivos, más allá de la vanidad, que nos hace romper esquemas con la manera de vestir?

Esa pregunta es pertinente ahora y hace casi dos siglos, cuando mujeres de todas las clases sociales se empeñaban en usar faldas con aros de criolina, aunque eran prendas altamente inflamables y que llevaron a muchas a la muerte.

Burlas y críticas masculinas

La criolina era una enagua rígida elaborada con un marco de madera, acero o crin de caballo, que permitía que la falda adquiriera un gran volumen. Lejos de ser rechazadas por su incomodidad, los armadores de criolina fueron bienvenidos por las mujeres que estaban cansadas de usar muchas capas de tela para dar cuerpo a sus atuendos.

Rápidamente la indumentaria que llegaba a ampliar las faldas hasta los 5,5 metros de ancho, según las publicaciones de la European Fashion Heritage Association, se convirtió en un punto de divergencia entre los géneros.

Las caricaturas publicadas en los diarios de mediados del siglo XIX criticaban la criolina por cara y exuberante, y mostraban a hombres aplastados entre los aros metálicos en las salas de baile o a las mujeres conversando a metros de distancia de su interlocutor por culpa de la falda.

El reconocido editor inglés George Routledge criticó a las criadas londinenses por usar aros en el trabajo, en su manual de etiqueta publicado en 1875. El empresario desaprobaba que las sirvientas expusieran la parte inferior de sus cuerpos cuando se arrodillaban para fregar el piso y el armazón levantaba por completo la tela de la falda. A su parecer, el uso de la criolina las exponía al acoso callejero de los hombres.

Una trampa mortal

La crítica de más peso no provenía del sarcasmo ni la supuesta superioridad moral masculina. Se trataba del peligro real que corrían las mujeres al amarrar a su cuerpo un material altamente inflamable.

Se cree que entre 1859 y 1869, unas 3.000 mujeres murieron en incendios relacionados con la crinolina en Inglaterra.

Dos de las víctimas fueron las hermanas del célebre escritor Oscar Wilde. Mary y Emily Wilde asistieron a una fiesta de Halloween el 31 de octubre de 1871 en la residencia de un hombre llamado Andrew Reid, en Irlanda. Durante un baile, Mary se acercó demasiado a los candelabros y su vestido agarró fuego. Su hermana Emily se apresuró a ayudarla pero sus anchas faldas también se incendiaron. Ambas sufrieron quemaduras de tercer grado en gran parte de sus cuerpos y murieron poco después.

La peligrosa moda también cobró vidas al otro lado del Atlántico. Fanny, la esposa del laureado poeta estadounidense Henry Wadsworth Longfellow, murió en su casa de Cambridge, estado de Massachusetts, el 9 de julio de 1861 cuando su falda se incendió y ella quedó envuelta en llamas. En sus inútiles esfuerzos por apagar el fuego, Longfellow se quemó las manos y la cara.

Rae Nudson, escribió para Racked, que el desarrollo de nuevos textiles hicieron que estos vestidos fueran particularmente inflamables. “El bolillo, la muselina de algodón, la gasa y el tarlatán eran telas de tejido abierto que ayudaron a crear los vestidos celestiales, ligeros y fluidos que eran populares a mediados del siglo XIX.”

Desafío a los roles de género

La académica Rebecca Mitchell ofrece una mirada más profunda sobre el motivo por el que las mujeres de la época victoriana se empeñaban en usar una prenda tan incómoda que ponía en juego sus vidas.

La investigadora expone que las críticas y la defensa a la criolina son representativas de la posición ambivalente que la vestimenta mantuvo en Gran Bretaña durante y desde fines de la década de 1850 y principios de la de 1860: “La crinolina podría atrapar mujeres o liberarlas; convertir a los usuarios en objetos sujetos a expectativas de género restrictivas, u ofrecerles un medio para afirmar agencia o rebelión; esconder el cuerpo de una mujer, o darle a una mujer los medios para ocultar sus propios secretos”.

Para Mitchell, la crinolina amenazaba los roles de género normativos porque las mujeres podían usarla como excusa para ocultar bienes de contrabando o el embarazo, o podían reclamar el espacio físico que deseban mantener ante la presencia social masculina. “Reconocer la potencia de estas amenazas ayuda a explicar la moda persistente de mediados de siglo. Ni una locura de la vanidad incesante de las mujeres ni un mecanismo de opresión unilateral, la crinolina permitió a las mujeres labrarse un lugar, literal y figurativamente, en el panorama de la indumentaria victoriana.

La llegada del polizón

A pesar de la resistencia de las mujeres por aferrarse a la criolina, la moda de los grandes armazones fue desapareciendo por las presiones masculinas y el surgimiento de nuevos tejidos.

En Estados Unidos, las críticas contra las enormes faldas aumentaron después de la Guerra Civil, y los ministros adoptaron una línea dura contra la prenda inflamable, no porque fuera peligrosa, sino porque aumentaba el riesgo de ver la ropa interior o la piel desnuda de una mujer.

Las amplias faldas con aros fueron reemplazadas por el polizón, un término utilizado para denominar una variedad de dispositivos utilizados para dar volumen a la parte posterior de las faldas. Los polizones era una versión moderada de la criolina, que permitían a las mujeres lograr una forma voluptuosa, sin entorpecer demasiado sus movimientos.

Al mismo tiempo, los industriales dedicados a la moda se enfocaron en desarrollar telas no inflables que salieron al mercado a principios del siglo XX.

Pero el paso fugaz de la crinolina dejó una huella importante dentro de las opresivas normas culturales de la época. Mitchell sugiere que el análisis de la indumentaria del siglo XIX “demuestra que ponerse la crinolina se entendía como un acto a menudo desafiante que privilegiaba la fuerza de las mujeres y el control de sus cuerpos, incluso hasta el punto de poner en peligro su propia reputación o seguridad”.

Fuentes: Allthatsinteresting, Atlasobscura, Mollybrown, Historydaily, Racked, Branch.

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