El exeditor de The Washington Post desentraña los duros años de la presidencia de Trump para la prensa norteamericana

Martin Baron, cuando era editor de The Washington Post, en la sede del diario en Washington, en 2017. (Justin T. Gellerson/The New York Times)
Martin Baron, cuando era editor de The Washington Post, en la sede del diario en Washington, en 2017. (Justin T. Gellerson/The New York Times) - Créditos: @JUSTIN T. GELLERSON

WASHINGTON.- En junio de 2017, a cinco meses del desembarco de Donald Trump en la Casa Blanca, el presidente se reunió en secreto con “equipo cerebro” de The Washington Post: Jeff Bezos, dueño del diario, Fred Ryan, su editor, Fred Hiatt, editor de editoriales, y Martin Baron, editor ejecutivo. Bezos fue llevado a la Casa Blanca en una camioneta negra de vidrios polarizados, para que no fuera identificado por los cronistas que suelen hacer guardia en la puerta. Y Baron ni siquiera le comentó a su equipo editorial sobre esa cena ni sobre lo que se discutió en esa mesa.

“No era una cena que yo estuviera esperando con ganas”, dice Baron en el primer reconocimiento explícito que hace sobre ese encuentro en su libro de memorias “Collision of Power: Trump, Bezos, and The Washington Post” (Choque de poder: Trump, Bezos y The Wahsington Post). “¿Qué podía salir de bueno de pasar tiempo con él esa noche?”

Las dudas de Baron resultaron justificadas. Durante esa cena, entre el suflé de queso y el lenguado, Trump no paró de despotricar, haciendo un repaso de la lista de ofensas que repetiría durante los próximos cuatro años, sobre sus supuestos vínculos comerciales con Rusia, la inmigración ilegal y Barack Obama. Pero ningún tema lo animaba más -entonces, y también ahora- como lo que percibía como desaires de la prensa nacional de Estados Unidos, en particular, de parte de The Washington Post.

Baron recuerda la parrafada de Trump: “Nos repetía que éramos de lo peor, que lo tratábamos injustamente. Y en cada uno de esos ataques me codeaba en el hombro derecho”. Y con esos exabruptos, dejó marcado el tono, no solo para Trump y su presidencia, sino para Baron, Bezos, el Post y la prensa en su conjunto.

El presidente Donald Trump habla por teléfono con el vicepresidente, Mike Pence, desde la Oficina Oval en la Casa Blanca, el 6 de enero de 2021, el día dle asalto al Capitolio. (Comité Selecto de la Cámara de Representantes via AP)
El presidente Donald Trump habla por teléfono con el vicepresidente, Mike Pence, desde la Oficina Oval en la Casa Blanca, el 6 de enero de 2021, el día dle asalto al Capitolio. (Comité Selecto de la Cámara de Representantes via AP)

Cuando se reunieron con Trump, los integrantes del equipo del Post todavía se estaba adaptando. Baron se sumó al diario a principios de 2013, después de un histórico mandato en el Boston Globe. En esos meses el Post fue adquirido por Bezos, poniendo fin al control que había tenido la familia Graham durante 80 años. Ryan, cofundador de Politico, llegó a su cargo en 2014. Cuando Trump llegó a la presidencia, el Post era un diario disminuido y financieramente débil, pero se transformó gracias a la chequera de Bezos y el firme mando de Baron, actuación que le valió al editor un lugar de reverencia periodística junto a su principal rival del New York Times, Dean Baquet, y uno de sus predecesores, Ben Bradlee, hasta entonces el ídolo de los editores de Washington. (Tanto la historia de Bradlee como la de Baron fueron llevadas a la pantalla grande por Hollywood en “Todos los hombres del presidente”, “The Post”, y “En primera plana”.)

“Collision of Power” narra la relación de Baron con los dos hombres que, según él, definirían su legado: el presidente cuyos ataques al Post, irónicamente, ayudaron a revivir el diario, y su novato propietario multimillonario, de quien el personal en un principio desconfiaba, pero que se convertiría en el mayor protector del periódico.

Baron va presentando sus historias, la mayoría de las cuales involucran a Trump, de manera cronológica. Al leer ese relato, los inclinados a enfurecernos volveremos a hacerlo, y de la misma manera, por las amenazas de Trump y la forma en que respondió el periodismo. No ayuda al libro de Baron que gran parte del terreno que cubre ya haya sido minuciosamente analizado por otros volúmenes ya escritos sobre Trump y los medios, incluidos algunos de los propios experiodistas de Baron. La lectura del libro permite revivir la decisión de Baron de publicar los documentos de inteligencia suministrados por Edward Snowden, la cobertura que se hizo de los correos electrónicos de Hillary Clinton, las continuas amenazas contra la prensa y los detalles escabrosos de los supuestos vínculos de Trump con Rusia. Con razón, Baron muestra su indignación por el asesinato de 2018 del columnista del Post, Jamal Khashoggi, a manos de agentes de Arabia Saudita, y vincula el asesinato con la postura anti-prensa de Trump.

Tim Cook, CEO de Apple; Satya Nadella, de Microsoft, y Jeff Bezos, CEO de Amazon y propietario de The Washington Post, durante una reunión con Trump en 2017
Tim Cook, CEO de Apple; Satya Nadella, de Microsoft, y Jeff Bezos, CEO de Amazon y propietario de The Washington Post, durante una reunión con Trump en 2017

“Por supuesto que Trump no fue directamente responsable del asesinato de Khashoggi”, escribe Baron. “Pero sí fue responsable de haber envalentonado a los autócratas que querían eliminar como fuera la crítica periodística. En este caso, el método elegido fue una sierra de carnicero.” Muchos de los periodistas detrás de estas historias, incluido Baron, actuaron con heroísmo bajo el ataque constante del presidente y sus colaboracionistas de la prensa, incluidos los periodistas y medios de derecha.

Las secciones que Baron dedica a Bezos son más recientes, dado que ambos se han cuidado mucho de no hablar sobre su relación o sobre el vínculo de Bezos con el diario. En ese sentido, Baron elogia de punta a punta a su exjefe y desdeña las críticas a Bezos y Amazon o a la cobertura que hace el Post de uno de los hombres más ricos del mundo.

Amistad inesperada

La imagen que surge de la relación de Bezos y Baron es la de una amistad inesperada entre un hombre fanático del fitness que “irradiaba intensidad” (Bezos), y otro de traje y barba gris, “adusto y taciturno” (Baron). Baron reconoce que al principio dudaba de Bezos, porque “un hombre tan rico merece que se dude de él”. Sin embargo, escribe, “todo lo que he visto y oído revela que Bezos cree honestamente en el papel esencial del periodismo en una democracia, por más que se haya convertido en blanco de sus críticas”. Fue Bezos, según su relato, quien dio luz verde al lema “La democracia muere en la oscuridad”, después de que el lema favorito a nivel interno del diario -”Un pueblo libre exige saber”-, fuera rechazado por MacKenzie Scott, la entonces esposa de Bezos.

Con Katharine Weymouth, un miembro de la familia Graham que se desempeñaba como editora del Post cuando Bezos compró el periódico, aparentemente no tenía la misma relación. Según Baron, durante el primer año de Bezos como propietario del diario, Weymouth no tuvo reuniones individuales con él, no tenía su número de teléfono directo, y debía remitirse a la misma dirección de correo electrónico disponible para cualquier cliente de Amazon que quisiera escribirle a Bezos. En agosto de 2014, Bezos la despidió, en una reunión que, según Baron, “no duró ni cinco minutos”.

Después de dos tercios del libro, “Collision of Power” se convierte en una especie de recopilación de agravios y resentimientos, un giro inesperado para un titán del periodismo que se enfrentó a algunas de las fuerzas más oscuras de la historia de Estados Unidos. Lo más interesante de este libro -y me cuesta creer que Baron, un hombre con tinta en las venas, no previera que así sería- son sus enfrentamientos con su propio personal, por sus dificultades para interactuar con una sala de redacción que estaba cambiando drásticamente a su alrededor.

El relato de Baron de las disputas internas -sobre la política de las redes sociales, la diversidad del personal del periódico y la marginación de un reportero de la cobertura de temas de acoso sexual- concita una atención personal y apasionada. Baron relata con cierto grado de detalle sus intercambios con Wesley Lowery, un periodista que había contratado para el Post. Tras cubrir por primera vez la labor parlamentaria del Congreso, Lowery fue enviado a Ferguson, Missouri, tras la muerte Michael Brown, un adolescente negro que estaba desarmado y fue abatido por un oficial de policía blanco. Mientras estaba en Ferguson, Lowery, que es negro, fue arrestado sin motivo en un McDonald’s mientras cargaba su teléfono, y utilizó hábilmente las redes sociales, especialmente Twitter, para hacer una crónica de las heridas sufridas y el dolor de los manifestantes. Baron consideró que el uso de las redes sociales por parte de Lowery había traspasado un límite. “Los periodistas del Post tienen que aguantarse mucho, especialmente reprimiendo sus emociones para seguir con su trabajo. No es lo que hizo Wes”, escribe Barn, y continúa: “A sus detractores más sucios les respondió con la misma moneda, provocando más ataques. No manejó la situación de acuerdo a nuestros estándares”.

Martin Baron, exeditor de The Washington Post
Martin Baron, exeditor de The Washington Post

Aunque luego Lowery y otros colegas del Post ganarían un Premio Pulitzer por la cobertura de los tiroteos de la policía, su uso de las redes sociales para denunciar la tibieza de la prensa frente al racismo de Trump, enfureció a Baron y a otros editores del Post, al punto de que Lowery sintió que no tenía otra opción que abandonar el diario.

La partida de Lowery contribuyó a generar un debate más amplio en el periodismo sobre la necesidad de reconsiderar una definición de “objetividad” que prive a los periodistas de su voz propia. “Día tras día, Twitter parecía sacar a relucir los impulsos más bajos y más irreflexivos de los periodistas”, escribe Baron. “Costaba entender cómo esas personas tan inteligentes no lograban ejercer más control sobre sí mismas.”

Unas páginas más adelante, tras las quejas de los empleados por la falta de diversidad en el plantel del Post, Baron dice: “También estaba cansado de que periodistas jóvenes, bien intencionados pero moralistas -y su siempre oportuno sindicato- me sermonearan sobre mejores prácticas de gestión, cuando nunca en su vida habían manejado nada.”

En su propio libro, sin embargo, Baron se presenta a sí mismo como poco solidario y propenso a acusar con el dedo. Su sucesora, Sally Buzbee, es mencionada por su nombre apenas de pasada. Y a lo largo del libro conté varias ocasiones, referidas a momentos importantes, en las que Baron parece querer pasar la pelota o afirma no haber estado informado. Se dice molesto, por ejemplo, por no haber participado en el debate sobre cómo manejar las acusaciones de que Trump estaba bajo la influencia de Rusia, incluidos los detalles de un expediente compilado por Christopher Steele. El acalorado debate sobre cómo informar o no informar sobre las acusaciones de Steele dividieron a la sala de redacción del Post y lo agarraron desprevenido. “Curiosamente, nadie me había dio nada”, escribe Baron, y agrega: “No decirme nada fue una pésima decisión, y cuanto más lo pienso, más me enojo”.

Pero Baron reconoce que lo enojaban muchas cosas más: los sindicatos, el experiodista de The New York Times, Ben Smith, y lo que por entonces se llamaba Twitter. Para calmarse, relata Baron, cubrió la pared de vidrio de su oficina con notas de agradecimiento mirando hacia afuera, para que todos las vieran. Baron finamente se jubiló en febrero de 2021 y me sorprende que el paso del tiempo no haya calmado la ira que aparentemente lo llevó a abandonar el Post. Es un gran editor que dirigió la redacción de un diario durante algunas de las mejores investigaciones periodísticas de nuestros tiempos. Sin duda, esas cualidades vienen acompañadas del impulso de no omitir nada, por poco halagador que sea.

Por Kyle Pope

(Traducción de Jaime Arrambide)