Excursión fatal: Un choque de autobús en Texas destrozó vidas, reveló fallos regulatorios
Nota del editor: Esta reconstrucción narrativa del choque de un autobús escolar ocurrido el 22 de marzo en el Condado de Bastrop se basa en más de dos docenas de entrevistas con supervivientes, padres, socorristas y expertos del sector del transporte por carretera, así como en el examen de múltiples documentos de los tribunales penales, demandas y registros normativos del caso.
Jessica Flores despertó a su hijo pequeño sobre las 7 de la mañana del 22 de marzo. Para entonces, ya había preparado el desayuno y había llevado a su marido, Christopher Reza, al trabajo a tiempo para empezar a laborar a las 6 de la mañana como tallador de piedra. También había preparado el almuerzo de su hijo: un sándwich de jamón, galletas, agua, jugo, dados de manzana y una mandarina.
Jessica vistió a Mauro, de 5 años, mientras éste dormitaba. Eligió una camisa blanca de manga larga, una camiseta de Batman y un suéter negro. Le hizo una raya y le peinó el pelo hacia la derecha.
Era el primer día que Mauro iba más lejos que el colegio. La madre sintió un fuerte deseo de dejar a su hijo en casa. Llamó a su marido.
“Oye, ¿y si no lo llevo?” le preguntó.
“No, llévalo. Porque se va a divertir con los niños. Es una experiencia para él,” dijo su marido.
Jessica colgó el teléfono y fue hasta la cama de su hijo.
“¿Quieres ir al zoológico?,” le preguntó. Ella esperaba que él iba a decir no. Después de todo, su hijo era callado y reservado.
Mauro asintió.
Ella se resignó. Empacó sus cosas, lo montó en la Mitsubishi Outlander de la familia y lo llevó a la escuela.
Una hora más tarde, Mauro subió a un autobús escolar amarillo para un viaje muy esperado al Capital of Texas Zoo, a unos 26 kilómetros al este de su escuela primaria. También lo hicieron Caleb Jiménez Martínez, un niño juguetón y atrevido con el pelo bien cortado, y el compañero de clase de Mauro, Ulises Rodríguez Montoya, de 5 años, que sonreía bajo una enorme gorra de béisbol negra. Los tres se unieron a otros 41 niños de preescolar de 4 y 5 años y a 12 adultos, incluido el conductor, y se enfilaron hacia su destino por la Texas 21, una autopista salpicada de bluebonnets que florecen a lo largo de un paisaje rural.
Durante dos horas, los niños asistieron a espectáculos con nutrias y loros, acariciaron cabras y otros animales y escucharon a los cuidadores del zoo enumerar datos sobre los animales que descansaban a la sombra. Después, emprendieron el regreso.
Pero el autobús nº 1106 del distrito escolar consolidado de Hays nunca volvió a casa. En su lugar, estuvo en el centro del choque de autobús escolar más mortífero de Texas en casi una década. Lo ocurrido en la autopista Texas 21 reveló un ciclo de malas prácticas que permitió un historial de abuso de sustancias y un sistema regulador que fue incapaz de sacar de las carreteras a un conductor peligroso.
Al anochecer, los cadáveres de uno de los niños de la excursión y de un adulto que viajaba detrás del grupo estaban cubiertos con lonas a un lado de la carretera. Decenas de niños y acompañantes fueron trasladados por tierra y aire al hospital con huesos rotos, heridas graves y contusiones, sumidos en una pesadilla que aún perdura en sus mentes.
La maestra Ana Laura Zapien Flores llegó a la Escuela Primaria Tom Green a las 8 a.m.
El campus, con 560 alumnos, está enclavado entre subdivisiones junto a la Interestatal 35 en Buda, 24 km al sur de Austin. Casi el 77% de los alumnos son hispanos y el 35% aprenden inglés.
De los 44 alumnos de la excursión, la mitad pertenecían al programa de aprendizaje de inglés de la escuela.
Ana Laura, de 39 años y madre de tres hijos, estaba emocionada. Su hija menor, Ivana Rodríguez, alumna de preescolar, iba a participar en su primera excursión, su primera visita al zoo y su primer viaje en autobús escolar.
En el aula, ella y los demás maestros etiquetaron bolsas Ziploc con los nombres de los alumnos para los almuerzos y colocaron suéteres en los pupitres de los niños. Era una mañana templada.
Ana Laura y sus colegas también distribuyeron las camisetas de la excursión de los niños, de color verde lima o morado, con la inscripción "Tom Green" escrita en cursiva. Una hora más tarde, cuando ya habían llegado los alumnos, Ana Laura y los demás docentes formaron a los niños en fila para subir al autobús.
La maestra sonrió al ver a sus estudiantes subir emocionados los cuatro grandes escalones del autobús nº 1106 y tomar asiento. Al subir al autobús, se dio cuenta de que no tenía cinturones de seguridad.
La noche del 21 de marzo, mientras los estudiantes de Tom Green se iban a la cama, Jerry Hernández, de 42 años, fumó marihuana y se quedó dormido. Se despertó tres horas después, a las 12:30 de la mañana, y consumió cocaína, según declaró posteriormente a la policía.
Sin apenas dormir, fue a trabajar de madrugada a FJM Concrete Pumping, una pequeña empresa en el Condado de Bastrop propiedad de Francisco Martínez y especializada en el vertido de concreto en obras de construcción. Hernández llevaba poco más de cuatro meses trabajando en FJM como uno de los cuatro conductores. En el trabajo, desplegaba el brazo de la pluma y utilizaba la maquinaria para verter la mezcla por toda la obra, manejando los controles del camión mientras sus compañeros alisaban el concreto en marcos de madera.
Hernández había trabajado como operador de camiones de bombeo desde que era un adolescente. Creció en la ciudad de Weslaco, en el Valle del Río Grande, y más tarde se trasladó a Elgin con su padre, que trabajaba en la construcción. En la preparatoria, Hernández también había trabajado en la misma actividad, pero con el tiempo quiso algo diferente. Empezó a trabajar con camiones autobomba.
Por el camino, se casó. Su actual esposa y él están separados. En enero, la policía arrestó a Hernández por un cargo de violencia familiar en el Condado de Hays a raíz de un incidente ocurrido en agosto en el que supuestamente intentó estrangular a un miembro de su familia, según la declaración jurada de arresto.
Hernández ha tenido múltiples infracciones relacionadas con vehículos a lo largo de 24 años. Pagó multas por 10 infracciones de tráfico diferentes desde 2000 hasta 2012, incluyendo dos multas de $115 en 2006 por dos cargos de seis años antes que incluían llevar a un niño sin cinturón de seguridad y una violación del requerimiento del cinturón de seguridad, según los registros judiciales del Condado de Bastrop.
En los últimos tiempos, Hernández vivía en una zona rural del Condado de Bastrop, junto a una autopista, en una parcela arbolada con tres casas de fachada de vinilo. Era una residencia intergeneracional para la familia Hernández.
Durante dos décadas, Hernández trabajó para varias empresas de bombeo de concreto en el centro de Texas.
Pero a Hernández le costaba mantener el historial limpio exigido por la industria. En 2020, falló una prueba requerida de sustancias controladas por negarse a tomarla, muestran los registros federales. Buscó tratamiento. Dio positivo por marihuana en diciembre de 2022 y buscó tratamiento de nuevo. En abril de 2023, dio positivo por cocaína, pero nunca completó el tratamiento, según los registros.
El autobús nº 1106 llegó al estacionamiento del zoo alrededor de las 11 de la mañana.
Michael Hicks, cuidador del zoo, saludó al grupo y repartió mapas del recinto.
Luego dirigió al grupo a una colina, donde los niños se reunieron en torno a un pequeño escenario y vieron a Kumo, la nutria asiática amaestrada, hacer trucos. La nutria se desplomó al son de "bang" mientras los niños se reían.
Los alumnos admiraron a los leones y los osos, y dieron de comer a las ovejas de Barbados. Hicieron fila para sostener una boa constrictor sobre sus hombros. Caleb disfrutó tanto sosteniendo la serpiente que su madre, Laura Martínez, le compró un peluche verde al final del día. Él, y más tarde Ulises, sonrieron para las fotos mientras un cuidador del zoo les ponía la serpiente sobre los hombros.
Muchos de los padres de los niños iban de acompañantes y ellos también estaban encantados. La hija de Ana Laura estaba emocionada de ver un puercoespín después de leer un libro en clase sobre estos animales.
El único contratiempo fue cuando el tren del zoo dejó de funcionar después de que sólo un grupo de alumnos se había subido.
Mientras limpiaba su casa, Jessica consultó un chat de WhatsApp para ver si Mauro estaba disfrutando del zoo. Pidió a las madres del chat que le enviaran una foto.
En cuestión de minutos, una madre respondió con dos imágenes. Una mostraba a Mauro solo, ahora con la camiseta teñida de la excursión. En otra aparecía con sus compañeros.
Jessica se rió y se sintió aliviada. El nerviosismo de la mañana se disipó.
A las 1:15 p.m., los niños ya habían almorzado y era hora de irse del zoológico. Algunos querían volver a casa con sus madres, pero la escuela tenía la norma de que los alumnos volvieran del mismo modo en que habían llegado a la excursión.
En el viaje de vuelta, la mayoría de los niños tenían sueño. El sol brillaba sobre la ruta Texas 21 y unas nubes blancas y finas se cernían sobre el cielo azul.
Ana Laura se sentó con Ivana y Mauro hacia el centro del autobús, en el lado del pasajero. Ana Laura le recordó a los niños que vigilaran que sus cabezas no golpearan las ventanillas del autobús. El autobús iba rebotando y dando tumbos.
Ana Laura envió fotos de Ivana alimentando a los animales en el zoo a su marido, Gerardo Rodríguez.
A unos 48 km de ahí, Hernández se despertó de una siesta de 15 minutos en la cabina de su vehículo, poco después de terminar su jornada laboral. Puso en marcha el camión de concreto Mack del año 2000 y se dirigió hacia el este para devolverlo al aparcamiento de FJM.
El autobús nº 1106 estaba a menos de 7 km del zoo, aproximadamente a mitad de camino a la Escuela Primaria Tom Green, cuando cruzó la intersección de la autopista con Calder Road en dirección oeste justo antes de las 2 de la tarde.
Hernández no debería haber estado manejando en la carretera ese día.
Existe un sistema federal para evitar que los consumidores de sustancias controladas conduzcan vehículos comerciales de varias toneladas, como son los camiones bomba de concreto.
En 2020, la Administración Federal de Seguridad de Autotransportes creó una base de datos nacional centralizada para conductores comerciales conocida como el Centro de Intercambio de Información sobre Drogas y Alcohol. El nuevo programa sustituyó a un sistema más laxo y engorroso que exigía a los transportistas llamar a los empleadores anteriores de los conductores para obtener sus registros de pruebas.
Si los conductores fallan una prueba de drogas o alcohol, deben recibir tratamiento contra la adicción y pasar otra prueba de sustancias antes de volver a conducir. Los empleadores deben comprobar los antecedentes penales de sus empleados cuando los contratan y de nuevo una vez al año. Pero Martínez, propietario de FJM, no verificó los antecedentes de Hernández cuando lo contrató en noviembre, según muestran los documentos consultados.
De hecho, Martínez no realizó la prueba anual de drogas a ninguno de sus conductores en el 2023, aunque sí lo había hecho en algunos años anteriores, según los registros.
A finales de marzo, Martínez también pagó una multa de $316 de una citación del 2021 del Departamento de Seguridad Pública de Texas (DPS) por emplear a un conductor sin licencia.
A pesar de que Hernández condujo 11 meses con un permiso "prohibido," las fuerzas del orden nunca lo atraparon, quizá por los limitados puntos de contacto entre conductores y agentes, pero también por las lagunas en el proceso de aplicación de la ley.
En este momento, la mayoría de los agentes no tienen acceso al Centro de Intercambio de Información sobre Drogas y Alcohol desde sus coches patrulla. Si alguno hubiera buscado el nombre de Hernández en las bases de datos de licencias a las que pueden acceder, su estado de "prohibido" no habría aparecido. El DPS ha comenzado a actualizar su sistema para incluir la información del centro de intercambio de información. La ley federal exige que complete el proceso antes del 18 de noviembre.
Una ley federal publicada en 2021 pretende reforzar los controles exigiendo a las agencias estatales como el DPS que sincronicen sus sistemas con los datos del Centro de Intercambio de Información y que suspendan automáticamente las licencias comerciales de los conductores con estatus de "prohibido."
Si un oficial o inspector se hubiera dado cuenta de que la licencia de Hernández estaba "prohibida," la ley federal habría exigido que lo pusieran fuera de servicio, lo que significa retirarlo del volante.
En Texas, los inspectores de vehículos comerciales son unos de los pocos funcionarios con acceso rápido al Centro de Intercambio de Información. Se supone que deben comprobar las licencias de los conductores de camiones mediante inspecciones en estaciones de pesaje o inspecciones en carretera realizadas durante un patrullaje. Sin embargo, las únicas dos estaciones de pesaje en el centro de Texas se encuentran al norte de San Marcos, en la Interestatal 35, y al este de Seguin, en la Interestatal 10. Esto significa que es posible que muchos conductores que operan a nivel local nunca se encuentren con un inspector.
Los transportistas que emplean a conductores "prohibidos" están sujetos a multas o suspensiones si son descubiertos a través de una auditoría, aunque el DPS centra sus inspecciones en las empresas que han estado involucradas en choques, tienen bajas calificaciones de seguridad o son referidas por oficiales.
Jason Feltoon, abogado en Austin que representa a Ana Laura, dijo que el sistema regulador actual se basa en el cumplimiento individual de las empresas. La aplicación de la normativa federal se produce en gran medida después de que se produce una infracción.
La carga recae en operadores como Martínez, aunque una mayor supervisión podría mejorar la seguridad, dijo Feltoon.
"Una vez que estos camiones alcanzan su velocidad máxima, son extraordinariamente peligrosos", afirma Feltoon. "¿Debería haber más supervisión gubernamental? Por supuesto que sí".
En la ruta Texas 21, justo antes de las 2 de la tarde, el camión bomba de concreto de Hernández, que iba en dirección este, empezó a desviarse hacia el carril de tráfico contrario. La ruta tenía un carril en dirección oeste y dos en dirección este, sin divisor entre ambos.
El conductor del autobús escolar intentó esquivar a Hernández metiéndose por el estrecho arcén de la carretera.
Pero no fue suficiente para evitar el choque. Alrededor de tres cuartos del camión bomba ya estaban en el carril contrario. El camión chocó contra el lado izquierdo de la cabina del autobús escolar y empujó su parte trasera fuera de la carretera. El autobús se volcó sobre el lado derecho y patinó por la tierra y la hierba antes de voltearse de nuevo y detenerse sobre sus ruedas. La mitad trasera del vehículo quedó sobre la hierba del arcén, inclinada hacia el lado del conductor.
Detrás del autobús, el camión de bomba se precipitó hacia otro coche, que lo esquivó, y luego colisionó con un Hyundai Tucson gris. Aplastó ese vehículo contra el barandal, matando a su único pasajero, Ryan Wallace, un estudiante de posgrado de la Universidad de Texas. Tenía 33 años.
Dentro del autobús, Ana Laura no sintió nada. No vio nada, excepto a los cristales que saltaban por el aire y niños que salían despedidos. Del autobús salieron volando hojas de papel.
No fue hasta que el autobús se detuvo que pudo mirar a su alrededor.
Los niños gritaban. Ivana tenía un gran corte en la cara. Otros niños también tenían cortadas en la cara.
Ana Laura intentó decirle a los aterrorizados niños que todo estaría bien.
"Mamá vendrá pronto," dijo.
Los cristales de las ventanas estaban agrietados y doblados en algunas hojas, y habían desaparecido en otras. Los marcos de muchas ventanas estaban inclinados hacia fuera. El capó delantero del autobús se había abierto.
Una de las profesoras estaba tendida en medio del pasillo del autobús. Otra se arrodilló a su lado y gritó: "Por favor, no te vayas. Quédate con nosotros".
La maestra no respondió. Ana Laura supo más tarde que, aunque ella resultó gravemente herida, sobrevivió el choque.
En un Toyota RAV4 blanco que viajaba detrás del autobús, Jason Mertz, de 40 años y padre de cuatro hijos de entre 1 y 16 años, dio un volantazo para esquivar el camión bomba.
Se dirigía a casa después de otro día instalando equipos médicos para un cliente en Bastrop cuando el enorme camión rugió hacia él, tambaleándose de rueda a rueda.
Mertz se detuvo. Oyó un golpe detrás de él. Miró por encima del hombro y vio cómo el camión de concreto atravesaba el guardarraíl.
Momentos después, se unió a otros conductores y vecinos de la concurrida autopista para convertirse en socorrista. Mertz vio que la esquina delantera derecha del autobús nº 1106 estaba aplastada hacia dentro por encima de las escaleras. En la parte trasera, alguien estaba de pie dentro del autobús, recogiendo niños y pasándoselos a otra persona.
Mientras Mertz sostenía a los niños en sus brazos como si fueran suyos, ellos lloraban. La gente reunía a los niños en el lado sur del autobús, donde otros adultos intentaban consolarlos.
Uno de los niños que sostenía Mertz era diferente, estaba demasiado quieto. Él lo llevó al otro lado del autobús, lejos de los demás estudiantes, y lo acostó en la puerta trasera de la camioneta de alguien, donde un socorrista — el primero que Mertz había visto — empezó a atenderlo. Mertz hizo lo único que pudo para confortar al niño: Utilizó una camisa de trabajo que tenía en su coche para crear una almohada.
Mertz supo más tarde que el niño se llamaba Ulises. Fue el único pasajero del autobús que murió.
Mertz vio cómo médicos de tres condados acudían por tierra y aire en ambulancias y helicópteros.
Uno de ellos era Jason Pack, jefe de batallón del Distrito de Servicios de Emergencia nº 11 del Condado de Travis.
Él y su equipo respondieron a la llamada de auxilio en el condado vecino debido al número de víctimas.
Pack sólo llevaba unos instantes en el lugar de los hechos cuando un comandante de incidentes le informó del número de heridos graves y de heridos leves que aún necesitaban tratamiento.
Pack también se enteró de que un niño que viajaba en el autobús y otro conductor habían muerto.
A lo largo de sus 22 años de profesión, Pack, de 49 años, ha aprendido a dejar de lado esas realidades para centrarse en ayudar a los que puede.
Así que Pack, padre de un niño de 16, otro de 10 y otro de 8 años, empezó a atender a los jóvenes pacientes y a subirlos a las ambulancias.
Encontró a una niña que había perdido los zapatos y, aunque no estaba herida de gravedad, pensó que aun así necesitaba ir a un hospital. Ella le dijo que no quería andar descalza por la acera.
"Sube a bordo, allá vamos," le dijo. La levantó del suelo hacia una ambulancia que esperaba.
La madre de Caleb, Laura, había estado charlando en casa de una amiga de Bastrop desde que salió del zoo, cuando su vecina la llamó con la noticia del choque. Pensó en Caleb, su hijo menor.
Intentó tranquilizarse. El autobús era grande y no podía estar muy dañado. Subió a su coche.
Google Maps mostró un choque en Texas 21 rodeado de rojo, lo que significaba la acumulación de tráfico. Su teléfono se actualizó y el rojo se acercó a ella como el mercurio de un termómetro. Su tiempo estimado de llegada aumentó.
El tráfico se detuvo por completo. No veía ningún auto venir en la otra dirección. Se dio cuenta de que tendría que correr.
Estacionó su carro a un lado y empezó a correr. Al cabo de unas zancadas, se le salieron los Crocs que llevaba. Los cogió y siguió en calcetines. Las piedras se le clavaban en los talones y sentía que las piernas le pesaban. Le pidió a Dios que le diera alas.
En el lugar de los hechos no vio ningún autobús. Había un camión de bomberos azul y amarillo, ambulancias y algunos coches de policía. Un agente de policía la mantuvo a distancia. Una mujer que dijo ser la hija del conductor del autobús se presentó. Le dijo a Laura que un niño había muerto.
Laura empezó a gritar por su hijo. Se arrodilló.
Entre cinco y diez minutos después, las ambulancias y el camión de bomberos se pusieron en marcha, y Laura vio el autobús y el coche desfigurados. Por encima de ella, los helicópteros zumbaban.
Llamó a su marido y le dijo que había muerto un niño. Él no pudo responder, sintió que su corazón dio un vuelco.
El choque del Condado de Bastrop es el más mortífero que involucra a un autobús escolar en Texas desde 2015, cuando un coche en Houston chocó contra un autobús escolar y lo tiró de un puente elevado, matando a dos adolescentes.
Las empresas construyen autobuses escolares para que sean mucho más seguros que un coche normal y, estadísticamente, lo son.
Los datos del Departamento de Transporte de Texas muestran que en 2022 murieron 12 personas al día en las carreteras estatales. Desde 2009, solo 12 choques que involucraron a un autobús escolar mataron a alguien dentro del autobús, muestran los datos de la Agencia de Educación de Texas.
De 244,092 tejanos heridos en choques de tráfico en 2022, el 1.8%, o 4,481 personas, murieron. En comparación, sólo 13 tejanos han muerto a bordo de un autobús escolar durante un choque desde 2009, menos del 0.2% de las 6,829 personas heridas.
Los padres de los niños involucrados en el choque del 22 de marzo se sorprendieron al saber que el autobús no tenía cinturones de seguridad.
Desde la aprobación de una ley de Texas de 2017, cualquier autobús recién comprado debe tener cinturones de seguridad. Sin embargo, la ley incluye excepciones para los autobuses comprados antes de 2017 o para los autobuses recién comprados construidos antes de 2017. Los distritos también pueden alegar dificultades financieras para evitar el requisito.
Incluso antes del choque del 22 de marzo, el distrito escolar de Hays tenía previsto sustituir todos los autobuses de ruta regular que carecían de cinturones de seguridad. El día del choque, el autobús nº 1106 era uno de los 15 autobuses de uso diario del distrito que carecían de cinturones de seguridad, de 72 en total. Estaba previsto sustituir estos 15 autobuses por versiones más modernas en cuestión de semanas.
Los equipos de emergencia ya habían metido a Ana Laura e Ivana en una ambulancia cuando su marido, Gerardo, cogió el teléfono.
Ana Laura lloró al oír su voz. Habían tenido un accidente, dijo, y luego colgó el teléfono para concentrarse en su hija.
Un técnico de emergencias estaba hablando con ella. "Asegúrate de que no se duerma," le dijeron. "Mantenla despierta".
Ana Laura se recostó junto a Ivana, que se estaba quedando dormida. El personal médico cogió el teléfono de Ana Laura y volvió a llamar a Gerardo. El socorrista le dijo que había habido un accidente. Llevaban a su mujer y a su hija al Dell Children's Medical Center.
De fondo, oyó a Ana Laura gritar: "No te duermas. No te duermas. No te duermas".
Gerardo subió a su coche y condujo.
Los coches patrulla rodeaban la Escuela Primaria Tom Green cuando llegó Eduardo Jiménez, el padre de Caleb. Mientras otros padres entraban a la carrera en el colegio, Eduardo pidió a un empleado de la oficina una lista de los alumnos implicados en el choque. El nombre de Caleb estaba en la segunda página. Era el único nombre escrito en mayúsculas.
Eduardo llamó a su sobrina, que trabajaba en el hospital.
“Tío, hay dos caídos,” le dijo ella. “Y uno de esos es un niño.”
Ella no sabía el nombre.
El corazón de Eduardo dió un vuelco.
Hacia las 4:30 de la tarde, en el gimnasio del colegio, las fuerzas del orden le empezaron a decir a los padres dónde estaban sus hijos. Muchos padres estaban esperando, llamando a familiares o rezando. Los padres de Mauro, Christopher y Jessica, llevaban esperando unas dos horas. El agente que habló con esta pareja hispanohablante lo hizo en inglés. De todo, ellos entendieron tal vez tres palabras:
"Hospital médico Dell."
En el hospital, la pareja encontró a Mauro en una cama rodeado de enfermeras. Tenía una cortada en el lado derecho de la cabeza. Tenía la cara llena de finos cortes de cristal, sobre todo cerca de la mandíbula. Tenía heridas similares en la mano derecha. Su ropa, a un lado de la cama, estaba cubierta de sangre.
Ver a su hijo alivió a Christopher. Su agradecimiento, sin embargo, se convirtió rápidamente en culpabilidad. Intentó imaginar lo que sentían en ese momento los padres del niño fallecido, Ulises.
Nueve días después del choque, decenas de familias de la Escuela Primaria Tom Green y de la comunidad circundante de Buda se reunieron en la iglesia católica de San Antonio María de Claret en Kyle para recordar la vida de Ulises. Entre los asistentes se encontraban las familias Reza Flores y Rodríguez.
La familia Reza Flores aprovechó el funeral para explicarle a Mauro lo que es la muerte. Cuando terminó la misa, la familia se quedó a ver una procesión de coches alejándose con el féretro.
"Adiós, Uli," dijo Mauro, saludando con la mano.
Todas las personas afectadas por lo ocurrido el 22 de marzo siguen afligidas y enfadadas, procesando una confusa mezcla de emociones.
El 29 de marzo, las autoridades arrestaron y acusaron a Hernández de homicidio por negligencia criminal. A medida que se han ido enterando de los detalles de lo que precedió al choque — incluido el hecho de que los investigadores creen que Hernández pudo haberse quedado dormido poco antes de la colisión — muchas familias piensan que Hernández, quien permanece en la cárcel del Condado de Bastrop, nunca debería haber estado manejando en la carretera.
El abogado Mark Macias declinó hacer comentarios en nombre de la empresa de camiones. El abogado de Hernández, Thomas Fagerberg, le dijo al Statesman que tiene fe en el sistema legal.
"Realmente creo en la presunción de inocencia", dijo Fagerberg. "Es prematuro especular sobre la causa real de este accidente."
Las familias están navegando la vida después del choque.
Mauro está más irritable con muchas cosas últimamente. Siempre fue un niño reservado, pero ahora lo es aún más y todavía no ha compartido ningún recuerdo sobre el choque.
En las semanas después del choque, Ana Laura y Gerardo han pasado tiempo en la iglesia, donde su comunidad reza por ellos. Pero sobre todo, la familia quiere estar junta, reponiéndose de lo vivido.
Ivana, a quien siempre le gustó ir a clase, tiene miedo de estar lejos de su madre. Antes le encantaba la educación física, pero ahora demasiada actividad la pone nerviosa. En el colegio, habla de ver sangre en las caras de sus amigos.
La madre de Caleb, Laura, lo lleva a él y a su hermano a terapia infantil en Bee Cave.
Su hijo grita algunas noches y se lleva peluches a la cama, una actividad nueva. También se asusta con los movimientos bruscos en el coche, como cuando el carro de la familia chocó contra el bordillo de la acera fuera de la consulta del médico. Caleb temblaba en la fila trasera de asientos.
"Me estoy estremeciendo, Mami," dijo.
Laura había dejado los antidepresivos y la terapia seis meses antes del choque, pero desde entonces ha vuelto a ambos.
“Yo tengo una familia que cuidar. Yo tengo que estar bien para ellos,” dijo Laura.
Una mañana, mientras Laura llevaba a sus hijos a la Escuela Primaria Tom Green, oyó a Caleb explicar el choque a su hermano mayor.
"Caleb, ¿y tú qué sientes?" le preguntó ella.
"Tengo ganas de gritar," respondió él.
"Está bien, bebé. Pues puedes gritar," le dijo ella.
Y él lo hizo.
Diez días después del choque, llegó el momento de quitarle las grapas a Mauro. Christopher se sentó en la silla médica con Mauro en el regazo. Le dio a su hijo su teléfono para que jugara. La doctora contó ocho grapas, sacó las pinzas y empezó a sacarlas.
"Una... dos... tres... cuatro... cinco... seis... siete... ocho...."
Christopher contó. Su hijo se retorcía y retorcía, hasta que terminó y el personal médico le dio una paleta.
En casa, Christopher y Jessica bañan a su hijo con suavidad, tratando de evitar la cicatriz. Semanas más tarde, Mauro sigue insistiendo en que no se la toquen. Al secarlo, Jessica le peina una parte del pelo del lado izquierdo sobre el derecho, cubriendo el punto donde la cicatriz permanece, sensible.
This article originally appeared on Austin American-Statesman: Un choque de autobús escolar en Texas reveló fallos regulatorios