Los estudiantes palestinos heridos por disparos en Vermont experimentaron la colisión de dos mundos

En una imagen de la Escuela de los Amigos de Ramala aparecen Hisham Awartani, en el centro, y Kinnan Abdalhamid, a la derecha, en su infancia. (Escuela de los Amigos de Ramala vía The New York Times).
En una imagen de la Escuela de los Amigos de Ramala aparecen Hisham Awartani, en el centro, y Kinnan Abdalhamid, a la derecha, en su infancia. (Escuela de los Amigos de Ramala vía The New York Times).

En muchos sentidos, los tres jóvenes contra los que dispararon mientras caminaban por una acera el sábado pasado en Burlington, Vermont, eran como cualesquier otros viejos amigos que se reúnen un tranquilo fin de semana de Acción de Gracias.

Lo que los distingue puede haberlos convertido también en objetivos: Tahseen Ali Ahmad, Kinnan Abdalhamid y Hisham Awartani son palestinos estadounidenses que navegan entre el pacífico privilegio de la vida universitaria en Estados Unidos y la peligrosa inestabilidad de su patria, devastada por el conflicto, a unos 8000 kilómetros de distancia.

Uno de los estudiantes heridos declaró el miércoles que, en un instante, esos dos mundos se fundieron en uno, lo cual hizo tambalear su percepción de Estados Unidos como un lugar más seguro. En su primera entrevista desde el tiroteo, un día después de ser dado de alta del hospital, Abdalhamid dijo que espera que el ataque tenga un impacto duradero, no solo para él y sus amigos, sino para todos los palestinos.

“En Cisjordania no estamos seguros debido a la ocupación y, como palestino estadounidense, no estoy seguro en Estados Unidos por gente como esta que pudiera aparecer”, afirmó. “Es algo con lo que es muy difícil lidiar”.

El presunto responsable del ataque, Jason Eaton, de 48 años, de Burlington, se declaró no culpable el lunes de tres delitos de intento de homicidio en segundo grado. Los investigadores no han determinado si se trató de un crimen de odio, pero Abdalhamid dijo que cree que la agresión contra él y sus amigos, todos de 20 años, se debió a que hablaban una mezcla de árabe e inglés —que llamó “arabinglés”— y a que vestían kufiyas o bufandas tradicionales.

Abdalhamid, aspirante a médico y estudiante de tercer año en Haverford College de Pensilvania, dijo que se preguntaba si el tiroteo haría que familias como la suya se mostraran reacias a enviar a sus hijos a la escuela en Estados Unidos, un logro que había enorgullecido a sus padres.

Estudiantes y profesores se reúnen en una vigilia por Haverford junior Kinnan Abdalhamid en Haverford College en Ardmore, Pensilvania, el martes 28 de noviembre de 2023. (Hannah Yoon/The New York Times).
Estudiantes y profesores se reúnen en una vigilia por Haverford junior Kinnan Abdalhamid en Haverford College en Ardmore, Pensilvania, el martes 28 de noviembre de 2023. (Hannah Yoon/The New York Times).

“Tenemos la imagen de que este lugar es mucho más seguro que Cisjordania y Palestina. Es un poco descorazonador que ahora sienta que lo sucedido está destrozando esa imagen”, comentó.

Awartani, quien estudia el primer año en la Universidad Brown es sobresaliente en matemáticas y en fechas recientes había descubierto su pasión por la arqueología, sufrió una lesión medular que podría provocarle una parálisis permanente, según su familia. Ali Ahmad, estudiante de segundo año del Trinity College, descrito como un escritor dotado, diseñador de páginas web y conversador, recibió un disparo en el pecho. El miércoles ambos seguían hospitalizados.

Las casas del tío y la abuela de Awartani en Burlington, una ciudad de 45.000 habitantes a orillas del lago Champlain, habían sido un refugio acogedor. Los amigos habían pasado el fin de semana jugando juegos de mesa y ping-pong con los cinco primos pequeños de Awartani, haciendo tareas y dando paseos mientras se ponían al día.

“Creo que estábamos muy contentos de reencontrarnos y reconfortarnos mutuamente, después de unas semanas tan tensas”, dijo Rich Price, tío de Awartani, que acogió a los amigos durante la festividad.

“Son veinteañeros como cualesquier otros, pero también son extraordinarios”, afirmó Price. “Han mostrado una resistencia y fortaleza impresionantes, incluso humor, y me parece que ser palestino en este mundo exige tener todos esos rasgos. Así que, en cierto sentido, están entrenados para momentos difíciles, para las penurias, y lo han demostrado”.

Trajeron consigo a su nueva vida en Estados Unidos las lecciones de su educación en Cisjordania, donde se conocieron de niños. Dos de ellos, que estudiaron en una escuela cuáquera de Ramala cuya cultura está impregnada de valores como la justicia social y la no violencia, habían hablado en sus campus estadounidenses sobre el sufrimiento de los palestinos después de que el mes pasado un atentado terrorista de Hamás provocara que Israel asediara Gaza.

Desde su cama de hospital en Vermont, mientras luchaba con la posibilidad de una discapacidad permanente, Awartani envió un mensaje que se leyó en una vigilia en el campus de Brown en Providence el lunes por la noche. En él, pedía a sus compañeros que recordaran que el ataque contra él no se produjo “de la nada”, sino que formaba parte de “una historia más amplia”.

“Entiendo que el dolor es mucho más real e inmediato debido a que muchos de ustedes me conocen”, escribió Awartani, “pero cualquier ataque como este es horrendo, ya sea aquí o en Palestina. Por eso, cuando hoy envíen sus deseos y enciendan sus velas por mí, su mente no debe centrarse solo en mí como individuo, sino como en un orgulloso miembro de un pueblo oprimido”.

Al recordar el momento “surreal” que cambió su vida, Abdalhamid comentó que escuchó los disparos contra sus dos amigos y cómo cayeron al suelo después de que un hombre salió de un porche por el que pasaban, se acercó a ellos y sacó una pistola. Abdalhamid recibió un disparo en el glúteo mientras huía, saltó una barda y se escondió en el patio trasero de un desconocido.

Pensé que mis dos amigos estaban muertos”, dijo, “porque les disparó a unos tres metros de distancia”.

Comentó que después de esconderse durante más o menos un minuto, decidió seguir moviéndose, por temor a que el tirador fuera a buscarlo. Cojeó hasta otra casa que tenía las luces encendidas, golpeó la ventana y pidió a los residentes que llamaran al 911.

Recordó que dado que tenía ciertos conocimientos médicos, sabía que estaba perdiendo sangre; al marearse, les dijo a los propietarios de la casa que necesitaba una bolsa de hielo. De camino al hospital, en la ambulancia, se enteró de que sus amigos seguían vivos.

Desde la agresión, Abdalhamid afirmó que ha tenido que enfrentarse a nuevos miedos.

“Incluso al ir de una habitación de hotel a otra por el pasillo, tengo que mirar a mi alrededor por si acaso alguien fuera a atacarme”, dijo.

Ante la pregunta de si seguiría llevando su kufiya en público, Abdalhamid dijo que siente “la obligación” de hacerlo.

No llevarlo, agregó, sería “como renunciar a tu propia cultura”.

c.2023 The New York Times Company