De la estrategia ‘cero COVID’ a la carencia de plan alguno: el giro de 180 grados de China para combatir la pandemia

Una mujer que quiere una prueba de COVID-19 descubre que los puestos de pruebas ya no están en funcionamiento, en Shanghái, el 14 de diciembre de 2022. (Qilai Shen/The New York Times)
Una mujer que quiere una prueba de COVID-19 descubre que los puestos de pruebas ya no están en funcionamiento, en Shanghái, el 14 de diciembre de 2022. (Qilai Shen/The New York Times)

Chongqing, una ciudad del suroeste de China era el último frente de batalla de la estrategia “cero COVID” de Xi Jinping hasta que se convirtió en un ejemplo del cambio radical, potencialmente devastador, que ha fracturado la estructura de control absoluto del Partido Comunista.

El mes pasado, esta ciudad estaba afrontando una de las olas más fuertes que estaban apareciendo en todo el país, cuando Xi, el dirigente nacional, ordenó a los funcionarios que siguieran con las pruebas, los confinamientos y las cuarentenas a nivel masivo. Chen Min’er, secretario del partido en Chongqing, cumplió con esmero, cerró vecindarios y ordenó la construcción inmediata de un hospital de cuarentena diseñado para albergar 21.000 camas.

“Tengamos la determinación de pelear y ganar esta guerra de aniquilación contra la pandemia”, les dijo Chen, un protegido de Xi, a los funcionarios el 27 de noviembre. “Que no haya ni un día de retraso”.

Pero diez días después, de pronto China abandonó la estrategia “cero COVID”, a la cual Xi había apostado su reputación. Ahora, el país se enfrenta a un aumento de contagios y Xi ha dejado a los funcionarios con problemas para manejar la confusión y la incertidumbre.

Los medios chinos gestionados por el partido presentan al cambio como una salida estresante, pero bien pensada que vuelve a abrir el camino hacia los tiempos de bonanza económica. Rápidamente han desaparecido las advertencias acerca de los riesgos que plantea el coronavirus y han sido sustituidas por las declaraciones oficiales de que la variante ómicron es leve en general. El jueves, el Diario del Pueblo señaló en un largo artículo, en el cual calificó la estrategia contra la pandemia de Xi como “totalmente acertada” y que, al no haberla reducido hasta ahora, el gobierno había salvado muchas vidas.

En realidad, un análisis de la manera en que se desarrolló el cambio en Chongqing y en otros lugares descubre a un gobierno sobrepasado por una cascada de brotes de COVID, directrices confusas, problemas económicos y manifestaciones políticas inusuales.

Un centro comercial vacío en el distrito financiero de Lujiazui, en Shanghái, el 8 de diciembre de 2022. (Qilai Shen/The New York Times)
Un centro comercial vacío en el distrito financiero de Lujiazui, en Shanghái, el 8 de diciembre de 2022. (Qilai Shen/The New York Times)

Xi había contrastado su éxito anterior contra la pandemia con el “caos de Occidente” y lo enarbolaba como una prueba de su imponente narrativa de una China en ascenso: ordenada, segura, previsora. Pero no tenía planes de retroceder de manera calculada en la estrategia “cero COVID” y dejar que una población desconcertada improvise después de tres años de estar bajo un control tan minucioso.

El gobierno está acelerando la aprobación de vacunas y la obtención de medicamentos de Occidente después de haberlos rechazado. Los funcionarios, los cuales durante mucho tiempo se concentraron en eliminar los casos, están intentando reunir recursos para atender una ola de contagios. Incluso al Partido Comunista de China, un experto en controlar la narrativa, se le está dificultando convencer a los angustiados residentes acerca de este bandazo político.

Este fin de semana, las calles de las ciudades chinas permanecieron tranquilas, excepto por las multitudes de personas que acudían a los hospitales a realizarse pruebas o recibir tratamientos para COVID, una escalofriante recreación del Wuhan de hace tres años, cuando esta ciudad fue la primera en ser tomada por el virus.

“En general, ha sido bastante caótico y, desde luego, mucho se debe a la cantidad de personas que resultan positivas, más o menos una tercera parte, por lo que sé de mis amigos”, señaló Tan Gangqiang, un consejero psicológico en Chongqing que ha ayudado a los residentes con las tensiones de los confinamientos y, ahora, con esta apertura tan repentina.

“Muchas personas han estado viviendo durante mucho tiempo según la propaganda oficial, así que no saben qué hacer después de ser liberadas”, comentó. “Incluso hay quienes esperan que el gobierno vuelva a imponer los controles”.

Tal vez la propia fórmula de Xi para combatir el COVID haya provocado de manera inadvertida esta sacudida y este giro potencialmente devastador.

Xi convirtió la intensa movilización vertical contra la pandemia en un ejemplo de la fuerza de organización del partido. Durante dos años, su guerra contra el COVID gozó de una aceptación generalizada por parte de la población, pero al final el esfuerzo agotó al personal, tensó las finanzas locales y pareció sofocar los intentos de debatir, por no hablar de diseñar una transición calculada.

Un sistema bajo tensión

Muchas personas sintieron que se aproximaba el cambio después de las manifestaciones en contra de las restricciones por la pandemia que se dieron en todas las ciudades del país a fines de noviembre, pero pocas esperaban la anulación de la estrategia “cero COVID” presentada como indispensable para proteger de una tormenta de contagios a los 1400 millones de habitantes de China.

Durante las manifestaciones del 28 de noviembre, la agencia de noticias de China, Xinhua, había llamado a la estrategia “un arma mágica para el triunfo”.

Más o menos al mismo tiempo, Sun Chunlan, la viceprimera ministra de China a cargo de la política contra el COVID, les dijo a los funcionarios: “Manténganse firmes”.

Luego, cuando el 30 de noviembre la viceprimera ministra se reunió con funcionarios y especialistas de salud que habían defendido la política de “cero COVID”, la tónica cambió.

“Nuestra lucha contra la pandemia está en una nueva etapa y viene con nuevas tareas”, señaló Sun en la reunión de la Comisión Nacional de Salud. Sorprendentemente, no usó el término “cero COVID”, una de las primeras señales de que el país estaba abandonando el enfoque que había tenido durante tanto tiempo.

Incluso antes de las manifestaciones, la estrategia había estado bajo una gran tensión. Para fines de noviembre, los brotes estaban llegando a más de 200 ciudades. El 7 de noviembre, las autoridades nacionales confirmaron 5496 casos de COVID; para el 27 de noviembre, eran casi 40.000, el nivel máximo de casos diarios en el país.

En algunas ciudades dejaron de realizar las pruebas PCR agrupadas que fueron el pilar de la estrategia “cero COVID” (examinar muestras de 20 personas o más en el mismo tubo de ensayo como una manera rápida y barata de detectar infecciones). La existencia de demasiados resultados positivos estaba entorpeciendo la fila de las pruebas de seguimiento para identificar a los portadores. En Pekín, pasaban varios días antes de tener los resultados.

“Sucedió en demasiadas ciudades; se estaba propagando con demasiada rapidez”, señaló Rodney Jones, director en Wigram Capital Advisors, una empresa que ha monitoreado muy de cerca los casos de China. “Era una cuestión de cuándo aceptarían esa realidad”.

También la economía fue afectada. Los consumidores se quedaron en casa, confinados o intentando evitar la cuarentena si pasaban accidentalmente por un área designada como muy viral. En comparación con el año anterior, las ventas al menudeo bajaron casi el seis por ciento en noviembre. Los precios de la vivienda siguieron en una larga caída.

Xi ha sostenido que, aunque complicados, los controles contra el COVID habían protegido la economía y la salud en China, lo que provocaba la envidia de todo el mundo. Pero la angustia estaba comenzando a convertirse en uno de los temores más grandes del partido: el descontento de los trabajadores.

Pese a las tensiones, los funcionarios seguían insistiendo en que China debía ganar su guerra contra la pandemia. Durante todo noviembre, los dirigentes provinciales manifestaron su compromiso con la estrategia “cero COVID” y a menudo se referían a Xi como su brújula.

“Si se relajaran los controles de la pandemia, inevitablemente habría contagios masivos”, decía una editorial de Xinhua del 19 de noviembre. “El desarrollo económico y social, así como la seguridad y la salud física de la población serían dañadas de manera muy seria”.

Aun cuando los dirigentes de las ciudades entendían los retos, la experiencia de Shanghái se planteaba como una advertencia en contra de la experimentación en la política del COVID. Al principio, los funcionarios de allí trataron de evitar un confinamiento en toda la ciudad que hiciera retroceder la economía de China y optaron por cierres más selectivos. El confinamiento inicial de un área se redujo a un solo local de té con leche.

Pero a medida que se multiplicaron los casos de ómicron, la variante de rápida propagación, las autoridades del gobierno central cambiaron el rumbo y exigieron un confinamiento de toda la ciudad, el cual duró dos meses.

“Muchos funcionarios habrían visto a Shanghái y decidido que, fuera como fuera, siguiera siendo ‘cero COVID’”, comentó Patricia Thorton, profesora de Política China en la Universidad de Oxford. “La guerra es algo binario, o estás en guerra o no lo estás”.

Surgimiento del encono político

Sun siguió siendo persistente cuando visitó Chongqing a fines de noviembre para verificar sus medidas contra la pandemia, entre ellas, el hospital en construcción. Según ella, los esfuerzos de la ciudad para identificar y aislar a las personas infectadas estaban dando resultados.

“El rápido aumento del brote se ha contenido con eficacia”, afirmó Sun, de acuerdo con un informe publicado el 27 de noviembre, el último día de su visita.

Para entonces, ya habían comenzado las protestas más generalizadas que había tenido China desde 1989. Los estudiantes, trabajadores y propietarios de inmuebles de Pekín, Shanghái y otros lugares se manifestaban contra los controles del COVID, furiosos por un incendio en la parte occidental de China que, según muchas personas, pese a los desmentidos oficiales, había matado a los residentes que estaban atrapados en sus departamentos por causa de los confinamientos.

“Yo digo que en este mundo solo hay una enfermedad, que es la pobreza y la falta de libertad, y a nosotros esto nos sobra”, aseveró un hombre de Chongqing, cuya perorata se viralizó en China.

“Libertad o muerte”, gritaba, usando la versión china del grito de lucha revolucionaria de Estados Unidos.

El 1.° de diciembre, de acuerdo con dos funcionarios con conocimiento de las conversaciones, Xi le dijo a Charles Michel, el presidente del Consejo Europeo, que las manifestaciones eran instigadas principalmente por jóvenes frustrados que se habían llevado la peor parte de los confinamientos. Xi añadió que algunas fuerzas perversas habían intentado usarlos para desestabilizar al país.

Pero la celeridad de las acciones del gobierno contradecía la sangre fría de Xi. Seis días después de la reunión con Michel, la Comisión Nacional de Salud de China publicó una nueva serie de diez reglas que en efecto desmontó la estrategia de “cero COVID”.

Durante los días siguientes, los funcionarios publicaron muchas reglas nuevas: promover las vacunas, establecer reglas para proteger los asilos de ancianos y otros sitios vulnerables, preparar las aldeas para los contagios. Su mensaje acerca del COVID, sobre todo la variante de rápida propagación, pasó de ser una señal de alarma a mostrar impaciencia por la existencia de cualquier temor.

“Es evidente que la virulencia de ómicron, la nueva cepa del coronavirus, ha disminuido y la mayor parte de las personas infectadas solo muestran síntomas leves o no tienen ningún síntoma”, dijo Wang Guiqiang, un especialista médico, en una conferencia de prensa del gobierno un día después de que cambiaron las reglas.

Por el momento, la mayor parte de la gente está quedándose en casa, ya sea porque tiene COVID o porque teme contraerlo. Pero si los fallecimientos aumentan mucho, podría resurgir el enojo de la población. Los próximos contagios podrían impedir una rápida reactivación de la economía.

En Chongqing, al menos algunos equipos médicos han dejado el hospital de cuarentena recién construido y no se sabe acerca de su uso en el futuro. Un médico de un hospital de la ciudad señaló en las redes sociales que “la atención primaria se ha saturado” con pacientes de COVID y que estaban contagiados más de la mitad de los médicos y enfermeras en la sección de enfermedades respiratorias. El 8 de diciembre, Chen, el secretario de partido en esta ciudad, fue transferido a otra ciudad como parte de una reestructuración más generalizada entre los dirigentes locales.

“Muchas personas me han dicho que me estoy rindiendo antes de tiempo”, comentó Sisi Shi, una empresaria de Chongqing que este mes decidió cerrar un restaurante que posee en Dali, otra ciudad china. “Pero según yo, ni siquiera con la apertura se dará una reactivación inmediata debido a que habrá una ola de afectaciones tras otra”.

c.2022 The New York Times Company