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"Estoy más esperanzado de lo que me he sentido en mucho tiempo"

En las semanas previas a la investidura, Yahoo News visitó poblados y ciudades por todo el país, para hablar con los votantes que habían apoyado a Donald Trump en la elección. Mientras emergía la forma que tomará su Administración, le preguntamos a los electores si estaban contentos con su elección y si sentían optimismo por el futuro. Aquí están algunos de nuestros descubrimientos:

MINGO JUNCTION, Ohio. – Cuando Donald Trump habló de ser el candidato que representaba a los “hombres y mujeres olvidados” que el sueño americano había dejado atrás, bien podría haber estado hablando de los residentes del diminuto poblado de Mingo Junction, en las laderas de los montes Apalaches, en el corazón del Valle del Río Ohio.

Hace poco menos de 40 años, un joven Robert De Niro manejó un reluciente Cadillac blanco por Commercial Street durante la filmación de una escena crucial para la película “The Deer Hunter”, una épica sobre la Guerra de Vietnam. Hoy en día, esa misma calle luce vacía y desolada. Muchos de sus edificios están cubiertos de tapias y en ruinas, oscuros al contrastar con el halo oxidado de la planta acerera vacía que se yergue por encima del poblado cuál lápida poseída para representar las mejores épocas de la ciudad.

Miles de personas solían caminar por la colina hacia el río, a sus empleos en lo que solía ser la planta Wheeling-Pittsburgh Steel antes de que cerrara permanentemente sus puertas hace ocho años tras una serie de cambios de propietarios. Los restaurantes y tiendas que dependían de esos trabajadores también desaparecieron pronto –lo que dejó sólo un puñado de negocios, casi en su totalidad bares frecuentados por residentes que batallan por mantenerse a flote en una ciudad que algunas veces no tiene dinero suficiente para encender el alumbrado público.

Casi todos en la ciudad de 3300 habitantes están empadronados como demócratas, una afiliación partidista que se remonta a sus padres y los padres de sus padres. Pero durante los últimos 20 años, al tiempo que las industrias del acero y la minería se han colapsado, los demócratas de hueso colorado se han mostrado menos acérrimos, desilusionados por un partido que, sienten, se olvidó de la clase obrera.

En noviembre, Trump ganó Ohio con facilidad, una victoria impulsada en parte por ganarse a los trabajadores de clase obrera en la zona este del estado, quienes habían acudido a votar por Barack Obama en cifras históricas en las dos elecciones anteriores. En el Condado de Jefferson, donde se encuentra Mingo Junction, Trump derrotó a Hillary Clinton con casi 35 puntos, pero a pesar de su victoria rotunda, muchos en el lugar permanecen profundamente divididos sobre Trump y sobre si de verdad cumplirá sus promesas de revitalizar poblados del Cinturón Industrial como éste.

Semanas después de la conclusión de lo que muchos consideraron una de las campañas más divisivas en memoria reciente, Trump seguía siendo un tema delicado en Mingo Junction. En Townhouse Bar, una vieja taberna en un extremo ahora abandonado de Commercial Street que solía ser punto de reunión para obreros siderúrgicos durante sus descansos, una mujer llamada Darla detuvo la conversación cuando se le preguntó sobre la elección. “Hay una regla aquí: nunca, jamás hablar de política en un bar”, advirtió, mientras otros clientes sentados en bancos cercanos asentían con la cabeza. “Sólo provoca problemas”.

Sin embargo, unos minutos después, tras jugar una ronda de keno, Darla cedió. “Sé a dónde llevarlos para hablar de esto”, dijo, mientras guiaba a los reporteros a un bar exclusivo para miembros en esa misma cuadra, llamado Schultzen Club, donde Lynn Jackson, de 65 años, una jubilada del cercano poblado de Steubenville que había sido despedida de su empleo en una central eléctrica de carbón, estaba sentada con su amigo Gary Webster, de 63 años, maestro jubilado de Mingo Junction. Ambos habían pasado sus vidas en la región, donde criaron a sus familias, sólo para ver cómo la ciudad que los rodeaba se desvanecía al tiempo que la industria perecía. “Ni siquiera tenemos una gasolinera”, se lamentó Webster.

Hablaron con nostalgia de una época en que el aire estaba tan contaminado que apenas si había pájaros volando en el cielo. “Yo les llamaba las pilas de cocción”, recordó Webster de los altos hornos y chimeneas que ahora están inactivos en la planta que se ve al salir por la puerta trasera del bar. Cuando operaban, la contaminación flotaba en el aire. “Parecía que caía brillo”.

Aunque el aire era sucio, el poblado prosperaba. “A la gente no le faltaba nada”, recordó Jackson. “No es que todo el mundo fuera rico, pero se ganaba un ingreso decente para poder criar a una familia”. Pero esos tiempos se han ido y han sido reemplazados por una lucha que parece interminable.

Después de vivir ahí la mayor parte de sus vidas, eran principalmente los miembros de la generación de más edad los que se habían quedado en el poblado. Sus hijos, que habían crecido ahí, habían escapado en busca de una mejor vida en otras partes. Pero sus familias no los culpaban. Un lugar que alguna vez tuvo tanta promesa ahora parecía una especie de callejón sin salida.

Había cosas atractivas en el mensaje de Trump, reconocieron, lo que incluía su promesa de volver a llevar empleos e industrias a poblados atribulados como Mingo Junction. Pero con todo y sus promesas, había algo que no parecía auténtico. Jackson, quien dijo que había comenzado por darle una oportunidad a Trump aun cuando rara vez vota por republicanos, se sintió desalentada por su letanía de promesas con pocos detalles y luego por su propensión a “fanfarronear”. La incomodaba la idea de su temperamento en la presidencia y le preocupaba que simplemente dijera cualquier cosa con tal de ganar. “No confío en él”, dijo. “Sólo tiene una boca grande”.

Pero Jackson reconoció estar en la minoría. A pocos metros de distancia, en un anuncio colocado cerca de una mesa de billar, alguien había colgado imágenes de Clinton, una de un tabloide de un puesto de revistas que la representaba con un bigote de Adolfo Hitler (“Tercera Guerra Mundial”, advertía el titular) y otra donde aparece tras las rejas. Jackson tenía una idea de quién pudo haber colocado las imágenes, pero al temer una pelea, la gente prefería no hablar sobre los candidatos por los que había o no había votado. “Ah, uno no habla de religión ni de política en un bar”, dijo Jackson, al añadir, “yo digo, ‘lo haré, si me lo piden”.

Pero en esa misma cuadra, en un viejo bar llamado Parkview Inn, había un partidario de Trump dispuesto a aceptar públicamente su voto. Joe Mannarino, un obrero siderúrgico de 57 años que había brincado de una planta a otra tras perder su empleo en la acerera varios años antes, estaba empadronado como demócrata y cruzó las líneas de su partido para respaldar a Trump. No era que creyera todo lo que decía Trump, explicó, pero lo veía como un candidato del cambio que tenía más probabilidades de ayudar a gente de clase obrera como él y a poblados como el suyo.

Los residentes del lugar tienen mucha memoria, dijo Mannarino. Aún recordaban cómo es que Bill Clinton fue a Weirton, en Virginia Occidental, justo al otro lado del río, poco después de que ganó la nominación del Partido Demócrata en 1992, y visitó una planta acerera, donde prometió evitar que se importara acero extranjero a precios baratos. “Y entonces, se dio la vuelta y aprobó el TLC y todos estos tratos comerciales que acabaron con nosotros”, dijo Mannarino. “¿Cómo podría alguien confiar en un Clinton después de eso?”.

Trump, dijo, difícilmente era el candidato perfecto, pero era la única persona que parecía hablar con, y preocuparse por, gente como él. En la campaña, Trump habló vívidamente de resucitar la industria siderúrgica para poder reconstruir la infraestructura de la nación y las zonas urbanas marginadas. “Construiremos la siguiente generación de caminos, puentes, vías férreas, túneles, puertos marítimos y aeropuertos que merece nuestro país”, declaró Trump en una frase de su discurso de campaña. “El acero estadounidense hará que se eleven nuevos rascacielos. Pondremos nuevo metal estadounidense en la columna vertebral de esta nación”.

Ahora que Trump llegará pronto a la Casa Blanca, Mannarino dijo que espera que cumpla esas promesas de reconstruir al país con acero estadounidense, así como su promesa de renegociar tratos comerciales como el TLC bajo términos más favorables para Estados Unidos. ¿Puede Trump cumplir realmente todas esas promesas? Mannarino se encogió de hombros, “Estoy esperanzado”, dijo. “Estoy más esperanzado de lo que me he sentido en mucho tiempo”.