Este hombre se fugó tantas veces de prisión que le construyeron una celda especial... y también escapó

El destino de Joseph Bolitho Johns quizás habría sido diferente si el 15 de noviembre de 1848 no hubiese allanado la casa de Richard Price. Aunque defendió su causa con fervor, el juez Sir William Erle lo condenó a 10 años de trabajos forzados, una sentencia inclemente. Y todo por robar tres barras de pan, un pedazo de bacón, un poco de queso, sal y otras menudencias.

Moondyne Joe
La única foto que se conserva de Moondyne Joe, uno de los más famosos bushrangers de la historia australiana (Wikimedia Commons)

Pero la suerte nunca había sonreído a Joseph. El tercero de los seis hijos de Mary y Thomas, el herrero, tuvo que empezar a trabajar bien temprano en las minas de cobre después de la muerte de su padre. No por maldad había penetrado en morada ajena. ¿Por hambre tal vez? ¿Empujado por la pobreza? Las fuentes no abundan en detalles sobre los motivos.

Cumplió una parte de su sentencia en dos barcos prisión y en el penitenciario de Dartmoor, antes de ser transferido a la colonia penal de Australia Occidental en 1853. El viaje a bordo del Pyrenees sería a la postre uno de ida sin regreso. Joseph vivió y tejió su leyenda en la remota isla continente.

Joe, el escapista

Al llegar al puerto de Fremantle las autoridades le concedieron un permiso especial por su buen comportamiento. La nueva vida comenzaba bien. Dos años más tarde recibió finalmente el perdón que le permitiría vivir como un hombre libre. Y así ocurrió durante ocho años: construía cercados y recuperaba ganado perdido en una zona conocida por los pueblos aborígenes como Moondyne, al noreste de la ciudad de Perth. Sin problemas.

Un caballo descarriado fue la causa de su nueva caída. Según su testimonio, había encontrado al animal sin marca de propiedad y decidió tomarlo como suyo. En el código de normas de la colonia este acto constituía un crimen gravísimo. La policía lo aprehendió. Solo por una noche. Al día siguiente había escapado: la primera de la serie de huidas que forjarían su fama.

En 1865 un vecino lo acusó de matar y comerse uno de sus bueyes. Joseph rechazó los cargos, pero el tribunal lo declaró culpable y condenó a 10 años de cárcel. En los próximos dos años se evadió y fue capturado en varias ocasiones. Los relatos de la época le atribuyen pequeños robos durante sus períodos de rebeldía. Pillaje necesario para la subsistencia del fugitivo. Ningún crimen de sangre que manchara su reputación. En esa época adoptó el apodo de “Moondyne Joe”.

Su renombre alcanzó la cúspide en 1867. Trasladado a una celda especialmente construida para él –muros de piedra y una estructura de traviesas sostenidas por un millar de clavos—encadenado a un anillo de hierro en el suelo, y con una magra dieta de pan y agua, otra evasión parecía imposible. El gobernador de la prisión de Fremantle, John Hampton, le dijo que si volvía escapar lo dejaría libre. Tan seguro estaba del encierro infalible.

El recluso no tardó en enfermar. Los médicos recomendaron que trabajase al aire libre. Y así lo hizo, triturando rocas que acumulaba en una esquina del patio. Siempre a la vista de un guardián. Pero su astucia superaba cualquier vigilancia. Disimulado detrás del montón de piedras, abrió un hoyo en el muro que luego le sirvió para librarse.

La tumba de Moondyne Joe
Las repetidas fugas de Moondyne Joe denunciaban las pésimas condiciones en las cárceles australianas de su época (aussiegenealogy – Find a grave)

La policía no volvió a verlo durante unos dos años, cuando por accidente cayó en manos de un grupo de agentes que visitaba la bodega de vinos Houghtons (que aún existe). La condena de cuatro años fue reducida a la mitad por el nuevo gobernador de la prisión de Fremantle, quien honró de esa manera la promesa de su antecesor.

En 1879 se casó con una joven viuda, Louisa Frances, y se instaló en Vasse, al sur de Perth. Allí ganó el respeto de sus vecinos como almacenero, leñador y carpintero de barcos en los muelles de Fremantle. La posteridad también le reservó el título de descubridor de una cueva que lleva su sobrenombre, “Mondyne Cave”, aún hoy abierta a los turistas.

La muerte de su esposa y la edad precipitaron el declive de uno de los bushrangers (bandoleros) más famosos de Australia. En agosto de 1900, solo y senil, murió en el asilo de Fremantle. Antes de apagarse todavía tuvo tiempo de escaparse un par de veces, fiel a su fama de hombre inasible. Sus restos reposan en el cementerio de esa localidad. En la lápida, bajo el dibujo de unas cadenas rotas y el nombre del difunto, una palabra en galés: “rhyddid”, libertad.