Estadounidenses luchan por alcanzar un nuevo equilibrio a medida que la pandemia se prolonga

El personal lleva cubrebocas mientras un cliente entra sin uno en una tienda de comestibles Circle Foods en Nueva Orleans, el 13 de julio de 2022. (Emily Kask/The New York Times)
El personal lleva cubrebocas mientras un cliente entra sin uno en una tienda de comestibles Circle Foods en Nueva Orleans, el 13 de julio de 2022. (Emily Kask/The New York Times)

Hace tiempo que Jordi Salomon dejó la pandemia en el pasado. Sus dos hijos pequeños regresaron a la escuela, donde no se exige el uso de cubrebocas desde la primavera. Asisten a fiestas de cumpleaños y parques temáticos, visitan la biblioteca y juegan con sus amigos.

Salomon, de 35 años y habitante del condado de Orange, California, se asegura de que la familia coma bien, salga al aire libre lo más posible y tiene cuidado de respetar los deseos de los amigos y familiares que se sienten cómodos reuniéndose solo si usan cubrebocas.

“Pero no puedo vivir con miedo”, aseveró. “Mis hijos serán niños solo una vez. Hay tanto que hacer y experimentar en esa época mágica”.

En muchos sentidos, para estadounidenses como Salomon, la vida ha vuelto a algo parecido a los tiempos de antes. Los restaurantes están llenos y las entradas para los espectáculos culturales están agotadas. Los niños están de regreso en las escuelas y los trabajadores vuelven a las oficinas. Ya no se exigen cubrebocas en público, ni siquiera en el metro de Nueva York.

La temporada de viajes de verano fue un éxito de ventas. Incluso los cruceros (de los que se decía al principio de la pandemia que eran un caldo de cultivo de los virus) se llenaron de pasajeros impacientes.

La mayoría de los estadounidenses quieren volver a la normalidad y no están dispuestos a dejar que el COVID-19 gobierne sus vidas por más tiempo, señaló en una entrevista Ashish Jha, coordinador de la respuesta al COVID-19 de la Casa Blanca. “Ambos objetivos son alcanzables”, comentó Jha, siempre y cuando los estadounidenses sigan vacunándose, se hagan la prueba cuando sea necesario y usen cubrebocas en espacios públicos concurridos.

“No debemos actuar como si estuviéramos en 2019”, añadió Jha, “pero tampoco debemos actuar como si estuviéramos en 2020”.

Una clínica móvil de pruebas de COVID-19 en Berkeley, California, el 13 de julio de 2022. (Jim Wilson/The New York Times)
Una clínica móvil de pruebas de COVID-19 en Berkeley, California, el 13 de julio de 2022. (Jim Wilson/The New York Times)

Pero el coronavirus no ha desaparecido. Aunque los fallecimientos se han reducido drásticamente desde principios de año, unos 315 estadounidenses siguen muriendo de COVID-19 en un día promedio. El número de víctimas de este año ya superó las 219.000.

Más de 27.000 estadounidenses con COVID-19 están hospitalizados en un día cualquiera y un número incierto se enfrenta a complicaciones persistentes, el llamado COVID-19 prolongado. Los descensos en la positividad de las pruebas y la hospitalización se están aplanando, lo que sugiere un posible retroceso.

Aproximadamente la mitad de los estadounidenses que cumplen los requisitos para aplicarse la vacuna de refuerzo no lo han hecho y solo el 10 por ciento se ha inoculado con el refuerzo bivalente más actualizado. Los expertos advierten que la disminución de la inmunidad y la llegada de nuevas subvariantes pueden provocar un nuevo aumento de casos y hospitalizaciones.

“Todavía tenemos un problema con el Covid….pero la pandemia ha terminado”, dijo el presidente Joe Biden en fechas recientes. Eso es con lo que los estadounidenses están lidiando en estos momentos y que da lugar a un extraño desequilibrio nacional. En un día cualquiera, la mitad del país se siente liberada porque lo peor parece haber terminado, mientras que la otra mitad parece ser presa del temor persistente de que en realidad quizás la nación nunca se libere del virus.

La mayoría de los estadounidenses están volviendo a comer en restaurantes, visitando a sus amigos y regresando a las oficinas, según encuestas recientes de Axios-Ipsos. Solo el 5 por ciento de los encuestados dijo que consideraba esas actividades de alto riesgo.

No obstante, menos de una cuarta parte pensaba que no había ningún riesgo. Cerca de la mitad señaló que había vuelto a la normalidad previa al COVID-19, incluso cuando dos terceras partes dijeron que creían que la pandemia no había terminado.

“Creo que todos estamos viviendo un momento extraño y confuso”, aseveró Debra Caplan, profesora adjunta de teatro en el Baruch College de Nueva York, quien añadió que estaba desconcertada por lo que denominó el “desdén colectivo” de la sociedad.

En fechas recientes, uno de sus hijos se contagió con el virus justo unas semanas antes de que comenzara un campamento lejos de casa. El campamento exigía un resultado negativo en la prueba al menos 24 horas antes de la llegada y la familia Caplan hizo todo lo posible para evitar más contagios en casa.

Todos se sintieron aliviados cuando la prueba del niño resultó negativa a tiempo. “Pero después de todo esto, fuimos al aeropuerto a dejarlos, y nadie, nadie, llevaba cubrebocas”, narró Caplan. “Aquí nos estamos matando para que mi hijo pueda ir al campamento y, sin embargo, todo el mundo piensa: ‘Esto ya se acabó, ¿no?’”.

En un día soleado de fin de semana, en su puesto de venta de jarabe y caramelos de arce en un área de descanso de la autopista al norte del estado de Nueva York, Chris Smith, de 67 años, se ponía un cubrebocas cada vez que se acercaban clientes usando uno.

Pero hace tiempo que dejó de preocuparse por su propia salud. La ciencia médica ya superó al coronavirus, dijo, y lo comparó con la influenza: “llegó para quedarse”, pero ya no es tan peligroso como lo era antes de que llegaran las vacunas y los tratamientos.

“Ahora me imagino que, si me contagio, al menos tienen una idea de cómo salvarme”, comentó Smith, quien vive en White Creek, Nueva York.

Sin embargo, muchos habitantes del distrito neoyorquino de Queens, epicentro de la pandemia en marzo de 2020, dijeron en entrevistas que aún recordaban las sirenas interminables mientras las ambulancias recorrían las calles.

Al entrar en la oficina de correos o en la tienda de bagels, o al comprarle frutos del bosque a un vendedor ambulante, muchos se daban palmaditas en los bolsillos traseros para indicar que llevaban cubrebocas, aunque no lo trajeran puesto.

“No creo que a la gente se le hayan olvidado los camiones refrigerados”, señaló Yohuru Williams, de 51 años, antiguo residente de Nueva York, refiriéndose a las morgues móviles estacionadas afuera de los hospitales mientras los cadáveres se acumulaban durante el pico de la pandemia.

Pero dijo que, en Minneapolis, donde Williams vive ahora, “las ganas de tomar precauciones están disminuyendo”.

En un vuelo reciente, narró, “solo otra persona en el avión estaba usando cubrebocas”.

Mantener en la mente dos ideas contradictorias a la vez (la pandemia ya terminó; todavía tenemos un problema con el COVID-19) es sumamente desconcertante, según los psicólogos. Es una especie de disonancia cognitiva que se experimenta cuando el comportamiento o las acciones de una persona no corresponden con la información o la comprensión que tiene.

Las personas se ven impulsadas a reducir la disonancia al conciliar pensamientos y comportamientos contradictorios, pero el proceso no es consciente, afirmó Elliot Aronson, profesor emérito de psicología social de la Universidad de California en Santa Cruz.

Por ejemplo, las personas que fuman a pesar de los riesgos conocidos podrían convencerse de que piensan dejar de fumar dentro de cinco años o de que su salud es por lo demás excelente.

Cuando la gente se cansa de tomar precauciones del COVID-19, por ejemplo, “intentan convencerse de que no pasa nada por no usar cubrebocas”, comentó Aronson. “Todos conocemos a personas que han tenido casos leves y se han recuperado con rapidez, y entonces sí que parece una tontería preocuparse por un caso leve”.

A la gente tampoco le gusta destacar, señaló. Nos sentimos incómodos cuando llevamos el cubrebocas a una reunión social o de trabajo y descubrimos que nadie más lo está usando. “Se crea la ilusión de que quizá nos perdimos de algo y pensamos: ‘No leí el Times esta mañana y quizá ya declararon el fin de la pandemia’”, explicó Aronson.

Aronson les aconseja a las personas que quieren tomar decisiones más racionales que piensen en lo que menos quieren pensar: como en las más de 300 personas que siguen muriendo a diario a causa del COVID-19 en Estados Unidos o en que muchas personas que tuvieron una enfermedad leve desarrollaron COVID-19 prolongado.

“Si quieres tomar acciones racionales, debes obligarte a ver lo que no quieres ver”, concluyó Aronson.

© 2022 The New York Times Company