Estados Unidos está destruyendo el resto de lo que alguna vez fue su vasto arsenal de armas químicas

Los operadores de municiones Amira VanDall, a la izquierda, y Shane Hurt trabajando en el Depósito del Ejército Blue Grass en Richmond, Kentucky, el 22 de junio de 2023. (Kenny Holston/The New York Times)
Los operadores de municiones Amira VanDall, a la izquierda, y Shane Hurt trabajando en el Depósito del Ejército Blue Grass en Richmond, Kentucky, el 22 de junio de 2023. (Kenny Holston/The New York Times)

PUEBLO, Colorado— En una habitación sellada detrás de un grupo de guardias armados y tres altas hileras de alambre de púas en el Depósito Químico de Pueblo del Ejército en Colorado, un equipo de brazos robóticos estaba ocupado desarmando parte de las últimas enormes y espantosas reservas de armas químicas de Estados Unidos.

Habían proyectiles de artillería llenos de letal agente mostaza que el Ejército había almacenado durante más de 70 años. Los robots de color amarillo brillante perforaron, vaciaron y lavaron cada cáscara, y luego las cocieron a 815 grados Celsius. Del proceso salió chatarra inerte e inofensiva, la cual cayó de una cinta transportadora a un contenedor de basura marrón ordinario con un sonido metálico resonante.

“Ese es el sonido de una arma química muriendo”, afirmó Kingston Reif, quien pasó años presionando por el desarme fuera del gobierno y actualmente es el subsecretario adjunto de defensa para la reducción de amenazas y el control de armas. Reif sonrió cuando otro proyectil resonó en el contenedor de basura.

La destrucción de las reservas ha llevado décadas, y el Ejército afirma que el trabajo está casi terminado. El depósito cerca de Pueblo destruyó su última arma en junio; el puñado restante en otro depósito en Kentucky será destruido en los próximos días. Cuando desaparezcan, todas las armas químicas declaradas públicamente en el mundo habrán sido eliminadas.

Las reservas de Estados Unidos, acumuladas durante generaciones, eran de una magnitud impactante: bombas de racimo y minas terrestres llenas de agentes nerviosos. Proyectiles de artillería que podían cubrir bosques enteros con una niebla mostaza abrasadora. Tanques repletos de veneno que podían cargarse en aviones y rociarse sobre los objetivos en tierra.

Eran un tipo de armamento considerado tan inhumano que su uso fue condenado después de la Primera Guerra Mundial pero, aun así, Estados Unidos y otras potencias continuaron desarrollándolas y acumulándolas. Algunos tenían versiones más letales de los agentes de cloro y mostaza, que se volvieron infames en las trincheras del frente occidental. Otros contenían agentes nerviosos desarrollados más tarde, como VX y sarín, que son letales incluso en pequeñas cantidades.

Cohetes M55 que contenían sarín, un agente nervioso letal, listos para ser destruidos en el Depósito del Ejército Blue Grass en Richmond, Kentucky, el 22 de junio de 2023. (Kenny Holston/The New York Times)
Cohetes M55 que contenían sarín, un agente nervioso letal, listos para ser destruidos en el Depósito del Ejército Blue Grass en Richmond, Kentucky, el 22 de junio de 2023. (Kenny Holston/The New York Times)

No se tiene conocimiento de que las fuerzas armadas de Estados Unidos hayan usado armas químicas letales en batalla desde 1918, aunque durante la Guerra de Vietnam usaron herbicidas como el Agente Naranja que eran dañinos para los humanos.

Estados Unidos alguna vez también tuvo un enorme programa de armamento biológico y guerra bacteriológica; esas armas fueron destruidas en la década de 1970.

En 1989, Estados Unidos y la Unión Soviética acordaron en principio destruir sus arsenales de armas químicas, y cuando el Senado ratificó la Convención sobre Armas Químicas en 1997, Estados Unidos y otros firmantes se comprometieron a deshacerse de las armas químicas de una vez por todas.

Pero su destrucción no ha sido fácil ya que fueron construidas para ser disparadas, no desarmadas. La combinación de explosivos y veneno las hacen excepcionalmente peligrosas de manejar.

En una oportunidad, funcionarios del Departamento de Defensa calcularon que el trabajo podría realizarse en unos pocos años a un costo aproximado de 1400 millones de dólares. Hoy, ese proceso está en su etapa final tras décadas de retraso, con un costo cercano a los 42.000 millones de dólares, 2900 por ciento por encima del presupuesto.

Pero se logró.

“Ha sido un calvario, sin duda. Llegué a preguntarme si alguna vez vería el día en que terminara”, dijo Craig Williams, quien comenzó a presionar por la destrucción segura de las reservas en 1984, cuando se enteró de que el Ejército estaba almacenando toneladas de armas químicas a 8 kilómetros de su casa, en el Depósito del Ejército Blue Grass cerca de Richmond, Kentucky.

“Tuvimos que luchar y tomó mucho tiempo, pero creo que debemos estar muy orgullosos”, afirmó. “Esta es la primera vez, a nivel mundial, que se destruirá un tipo completo de armas de destrucción masiva”.

Otras potencias también han destruido sus arsenales declarados: el Reino Unido en 2007, India en 2009, Rusia en 2017. Sin embargo, los funcionarios del Pentágono advierten que las armas químicas no se han erradicado por completo. Algunas naciones nunca firmaron el tratado, y algunas que lo hicieron, en particular Rusia, parecen haber retenido existencias no declaradas.

El tratado tampoco puso fin al uso de armas químicas por parte de Estados rebeldes y grupos terroristas. Las fuerzas leales al presidente Bashar al Asad de Siria usaron armas químicas en el país en numerosas ocasiones entre 2013 y 2019. Según IHS Conflict Monitor, un servicio de recopilación y análisis de inteligencia con sede en Londres, los combatientes del grupo Estado Islámico utilizaron armas químicas al menos 52 veces en Irak y Siria de 2014 a 2016.

Las inmensas reservas estadounidenses y la labor de décadas para deshacerse de ellas son tanto un monumento a la locura humana como un testimonio del potencial humano, afirmaron las personas involucradas. El trabajo tomó tanto tiempo en parte porque los ciudadanos y los legisladores insistieron en que la labor se hiciera sin poner en peligro a las comunidades aledañas.

A finales de junio, en el depósito de Blue Grass de poco más de 6000 hectáreas, los trabajadores sacaron cuidadosamente los tubos de fibra de vidrio, que contenían cohetes llenos de sarín, de los búnkeres de almacenamiento de concreto cubiertos de tierra y los llevaron a una serie de edificios para su procesamiento.

Los trabajadores en el interior, vestidos con trajes y guantes protectores, tomaron rayos X de los tubos para ver si las ojivas del interior tenían fugas y luego los enviaron por un transportador para su destino final.

Era la última vez que los humanos manejarían esas armas. A partir de ahí, los robots hicieron el resto.

Al principio, el Ejército quería hacer abiertamente lo que había hecho en secreto durante años con las municiones químicas caducas: cargarlas en barcos obsoletos y luego hundirlos en el mar. Pero el público respondió con indignación.

El plan B era quemar las reservas en incineradores enormes, pero ese plan también tuvo una enorme oposición.

Williams era un veterano de la guerra de Vietnam y ebanista de 36 años en 1984, cuando oficiales del Ejército anunciaron que el agente nervioso se quemaría en el depósito Blue Grass.

“Mucha gente hizo preguntas sobre lo que saldría de la pila, y no recibimos ninguna respuesta”, contó.

Indignados, él y otros se organizaron para oponerse a los incineradores, presionaron a los legisladores y trajeron a expertos que alegaron que los incineradores arrojarían toxinas.

Se utilizaron incineradores en Alabama, Arkansas, Oregón y Utah, y uno en el Atolón Johnston en el Pacífico, para destruir gran parte de las reservas, pero los activistas bloquearon su uso en otros cuatro estados.

Siguiendo las órdenes del Congreso de encontrar otra manera, el Departamento de Defensa desarrolló nuevas técnicas para destruir armas químicas, sin quemarlas.

“Tuvimos que resolverlo sobre la marcha”, contó Walton Levi, ingeniero químico en el depósito de Pueblo, quien comenzó a trabajar en la industria tras salir de la universidad en 1987 y que en la actualidad planea retirarse una vez que se destruya la última ronda.

En Pueblo, un brazo robótico perfora cada proyectil para luego succionar el agente mostaza del interior. La cáscara se lava y se cuece para destruir cualquier remanente. El agente mostaza se diluye en agua caliente y luego las bacterias lo descomponen en un proceso similar al que se usa en las plantas de tratamiento de aguas residuales.

Esto produce un residuo que es en su mayoría sal de mesa común, afirmó Levi, pero está contaminada con metales pesados que requieren un manejo como desechos peligrosos.

“Las bacterias son increíbles”, afirmó Levi mientras observaba cómo se destruían los proyectiles durante el último día de operaciones en Pueblo. “Solo tienes que conseguir las correctas, y se comerán casi cualquier cosa”.

El proceso es similar en el depósito de Blue Grass. Los agentes nerviosos líquidos drenados de esas ojivas se mezclan con agua e hidróxido de sodio y luego se calientan y revuelven. El líquido resultante, llamado líquido hidrolizado, se transporta en camiones a una instalación en las afueras de Port Arthur, Texas, donde se incinera.

“Es una parte de la historia que está bien dejar atrás”, dijo Candace M. Coyle, gerente de proyectos del Ejército para el depósito Blue Grass. “Esa es la mejor parte, que no le hará daño a nadie”.

c.2023 The New York Times Company