España recurre a soluciones medievales y a la ‘sabiduría ancestral’ para afrontar la sequía que se avecina

Un grupo de voluntarios y trabajadores excavan “acequias” (canales de agua que se construyeron hace cientos de años), el 10 de junio de 2023, cerca de Pitres, al sur de España, en lo alto de Sierra Nevada. (Samuel Aranda/The New York Times)
Un grupo de voluntarios y trabajadores excavan “acequias” (canales de agua que se construyeron hace cientos de años), el 10 de junio de 2023, cerca de Pitres, al sur de España, en lo alto de Sierra Nevada. (Samuel Aranda/The New York Times)

PITRES, España — En lo alto de las montañas del sur de España, unas 40 personas armadas con horquetas y palas retiraban piedras y montones de hierba de un canal de tierra construido hace siglos y que aún mantiene verdes las laderas.

“Es una cuestión de vida”, afirmó Antonio Jesús Rodríguez García, agricultor del poblado cercano de Pitres, de 400 habitantes. “Sin esta agua, los agricultores no pueden cultivar nada, el pueblo no puede sobrevivir”.

El calor extremo que azota gran parte del sur de Europa es el recordatorio más reciente de los desafíos que el cambio climático le ha impuesto a España, donde el martes las temperaturas alcanzaron los 43 grados Celsius, lo que puso a la mitad del territorio en alerta meteorológica naranja y roja. El calor y las sequías prolongadas amenazan con convertir tres cuartas partes del país en desiertos a lo largo de este siglo.

Ante esta realidad, agricultores, voluntarios e investigadores españoles han buscado soluciones en lo más profundo de la historia, recurriendo a una extensa red de canales de riego construidos por los moros, la población musulmana que conquistó la península ibérica y se asentó en ella en la Edad Media.

Los canales (llamados “acequias”, del árabe “as-saqiya”, que significa conducto de agua) hicieron posible la vida en una de las regiones más áridas de Europa, pues reabastecieron las fuentes del majestuoso palacio de la Alhambra y convirtieron la región, Andalucía, en una potencia agrícola.

Muchas acequias cayeron en desuso hacia la década de 1960, cuando España cambió hacia un modelo agrícola que dio preferencia a los embalses y obligó a muchos españoles a abandonar las zonas rurales para irse a las ciudades. A medida que el uso de la red se desvanecía, también lo hacían los antiguos conocimientos y tradiciones que habían llevado el agua a los rincones más remotos de Andalucía.

Un grupo de personas canta música flamenca tradicional, el 12 de junio de 2023, frente al Palacio de la Alhambra en Granada, España. (Samuel Aranda/The New York Times)
Un grupo de personas canta música flamenca tradicional, el 12 de junio de 2023, frente al Palacio de la Alhambra en Granada, España. (Samuel Aranda/The New York Times)

Ahora, están recuperando este sistema intrincado, considerado una herramienta eficaz y de bajo costo para mitigar la sequía, en cada una de las acequias abandonadas.

“Las acequias han resistido al menos mil años de cambios climáticos, sociales y políticos”, aseveró José María Martín Civantos, arqueólogo e historiador que coordina un proyecto de restauración importante. “Entonces, ¿por qué prescindir de ellas ahora?”.

Civantos, un hombre fornido con barba de chivo, dijo que los árabes habían construido al menos 24.000 kilómetros de acequias en las provincias andaluzas de Granada y Almería, en lo que entonces era Al-Andalus. Civantos explicó que, antes de las acequias, era difícil cultivar alimentos en el clima inestable del Mediterráneo, que tenía sequías periódicas.

La “genialidad del sistema”, dijo, es que ralentiza el flujo de agua de las montañas a las llanuras con el fin de retenerla y distribuirla mejor.

Sin acequias, el deshielo de las cumbres de las montañas fluiría directamente a ríos y lagos que se secan durante el verano. Con ellas, el deshielo se desvía a múltiples acequias que serpentean por las colinas. El agua empapa el suelo en un “efecto esponja”, circula lentamente por los acuíferos y aparece meses después, ladera abajo, en manantiales que riegan los cultivos durante la estación seca.

En la Alpujarra meridional, en la vertiente sur de Sierra Nevada, hay vestigios de este sistema por todas partes. El agua brota de las montañas en cada curva de la carretera; ablanda el suelo de los altiplanos; brota de las fuentes de los típicos pueblos encalados de la región.

“Los moros no solo nos dejaron las acequias, sino también el paisaje que crearon con ellas”, explicó Elena Correa Jiménez, investigadora del proyecto de restauración, dirigido por la Universidad de Granada.

Con pala en mano, señala las verdes tierras que se extienden por debajo. “Nada de esto existiría sin las acequias”, dijo. “No habría agua para beber, ni fuentes, ni cultivos. Sería casi un desierto”.

El agua ha sido tan esencial en este lugar que sus habitantes hablan de ella como si fuera un cultivo. El subsuelo no absorbe el agua, esta se “siembra”. No se recolecta para regar, se “cosecha”.

Cuando España sustituyó muchas acequias con los sistemas más modernos de administración del agua, tan solo en Sierra Nevada abandonaron hasta una quinta parte de las acequias, según datos del gobierno.

La revolución agrícola ayudó a convertir Andalucía en el jardín trasero de Europa, con enormes cantidades de granadas, limones y cebada que se enviaban a todo el continente, pero también provocó una sed de agua insaciable que agotó los acuíferos de la región y agravó las sequías.

Para empeorar las cosas, el cambio climático expuso a España a olas de calor cada vez más frecuentes. Esta primavera ha sido la más calurosa jamás registrada en España, según la agencia meteorológica del país, con temperaturas en abril que superaron los 38 grados Celsius en Andalucía.

Cañar, un pequeño poblado enclavado en la Alpujarra, se ha visto duramente afectado por la combinación de la agricultura intensiva, el aumento de las temperaturas y el abandono de una acequia cercana.

Varias de las parcelas agrícolas del pueblo ahora están desoladas. En una cafetería, un cartel reza: “Busco finca de riego”; y la mayoría de los arroyos de montaña de la zona ahora rodean Cañar para alimentar a un río en un valle más abajo que abastece a los invernaderos que cultivan aguacates. Nadie del pueblo trabaja ahí.

En 2014, el pueblo se convirtió en el campo de pruebas del proyecto de restauración de acequias de Civantos. Durante un mes, él y 180 voluntarios excavaron la tierra bajo un sol abrasador para recuperar el canal.

“Algunos agricultores de unos 80 años lloraban porque pensaban que nunca volverían a ver correr el agua”, narró Civantos. Recordó a un habitante de la tercera edad que estaba de pie en la acequia cuando el agua empezó a entrar, y hacía gestos con los brazos como si quisiera guiar el agua hacia el pueblo.

Francisco Vílchez Álvarez, miembro de un grupo de vecinos que administran las redes de riego en Cañar, afirmó que la restauración de la acequia les había permitido a algunos vecinos volver a cultivar cerezas y kiwis.

Hasta la fecha, Civantos y su equipo han recuperado más de 96 kilómetros de acequias, llevando a grupos heterogéneos de investigadores, agricultores, activistas medioambientales y lugareños por la Alpujarra, equipados con herramientas de jardinería.

La iniciativa se ha extendido a regiones españolas del este y el norte, pero Civantos y varios agricultores dijeron que seguían sin tener el apoyo financiero porque los políticos y las empresas suelen considerar que las acequias son ineficaces en comparación con las redes hidráulicas modernas.

“Es difícil cambiar mentalidades”, dijo. “Pero si se entiende la eficiencia en términos de multifuncionalidad, los sistemas de riego tradicionales son mucho más eficientes. Retienen mejor el agua, recargan los acuíferos y mejoran la fertilidad de los suelos”.

c.2023 The New York Times Company