Escocia da señales de que quizá estén cambiando las normas para las mujeres en posiciones de liderazgo

El 15 de febrero, en un emotivo discurso en el que habló sobre el gran costo personal pagado por su vida en la política, Nicola Sturgeon anunció su intención de renunciar tras ocho años de desempeñar el cargo de primera ministra de Escocia.

“Solo con una entrega absoluta es posible desempeñar este trabajo… el país no se merece nada menos que eso”, afirmó durante el anuncio de su renuncia. “Por desgracia, la realidad es que una persona solo es capaz de hacerlo por un periodo determinado. En mi caso, el peligro en este momento es que sea un periodo demasiado largo”.

Sus declaraciones de inmediato se compararon con las que escuchamos hace unas semanas de boca de la ahora ex primera ministra de Nueva Zelanda Jacinda Ardern quien explicó que había decidido renunciar porque ya no tenía “el tanque lleno y un poco en la reserva”, algo esencial para las personas en posiciones de liderazgo. “Los políticos son seres humanos”, explicó Ardern. “Damos todo lo que podemos, por el tiempo que podemos, hasta que llega el momento de partir. Para mí, ese momento ha llegado”.

Aunque las instancias de mujeres en posiciones de liderazgo todavía son un tanto escasas, las comparaciones entre estas dos renuncias no se limitaron al género de quienes renunciaron (cabe destacar que cuando Ardern anunció su retiro casi nadie mencionó a Liz Truss, primera ministra británica que había renunciado solo unos meses antes tras un breve y desastroso encargo).

Tanto Sturgeon como Ardern decidieron retirarse después de sufrir traspiés políticos, pero no escándalos, lo que las coloca en tremendo contraste con líderes como Boris Johnson, que permaneció en el poder a pesar de sufrir varios escándalos, hasta que una revuelta dentro de su propio partido lo obligó a renunciar. Además, durante su mandato, ambas mujeres proyectaron una imagen solícita y protectora, en especial durante la pandemia de COVID, aunque Sturgeon, en general, se mostró más hostil en su trato con el gobierno de Westminster.

Ambas renuncias pueden interpretarse como señales de que se está gestando un cambio en las características que se consideran deseables en un líder y comunican poder. Este cambio podría tener consecuencias trascendentales en términos de gobernanza y para la capacidad de las mujeres de amasar poder político.

‘Ser humano, no solo político’

Aunque renunciar antes de que te obliguen a renunciar puede permitirte abandonar el cargo con tu reputación política intacta, también corres el riesgo de que te etiqueten de derrotista.

Ambas políticas sufrieron traspiés políticos considerables hace poco.

El partido de Ardern iba de picada en las encuestas en un entorno de descontento entre los electores con la economía y la inflación. El partido de Sturgeon sufrió un tremendo golpe a la campaña a favor de la independencia escocesa cuando un tribunal ratificó en noviembre que sería necesaria la aprobación del Parlamento británico para realizar un nuevo referendo sobre la independencia. Además, el primer ministro Rishi Sunak decidió bloquear un proyecto de ley escocés cuya aprobación les habría facilitado a las personas cambiar oficialmente de género, lo que podría dar pie a una crisis constitucional en torno a la capacidad de Escocia de aprobar su propia legislación.

No obstante, el discurso de renuncia de Sturgeon sugiere que tomó a Ardern como modelo, no para la decisión en sí, pero sí, por lo menos, para explicársela de la mejor manera posible al público.

Ambas mujeres hicieron referencia a su deseo de pasar más tiempo con su familia (Sturgeon con sus sobrinos adolescentes; Ardern con sus hijos pequeños). Ese motivo se ha considerado por mucho tiempo cliché para los líderes que se ven obligados a renunciar en circunstancias nada ideales. Pero la percepción es distinta cuando se trata de mujeres en posiciones de liderazgo.

Sturgeon y Ardern no se limitaron a los argumentos usuales, sino que describieron los roles específicos que no habían podido vivir y esperan cumplir. Y resulta que esos roles por lo regular se consideran valiosos e importantes para las mujeres, cosa que no ocurre en el caso de los hombres (aunque quizá no todas las personas los valoran: Sturgeon mencionó en tono de broma que su sobrina y su sobrino tienen 17 años, “exactamente la edad a la que te aterrorizaría pensar que tu tía de repente va a tener más tiempo para ti”).

Esta situación sugiere que hay una opción para superar la encrucijada que enfrentan muchas mujeres cuando intentan ejercitar autoridad o cierto poder: aunque la mayoría de las personas creen que un “líder fuerte” es aquel que proyecta confianza y arrogancia, varios estudios muestran que, si las mujeres se comportan así, se les percibe como antipáticas e incluso se les considera líderes ilegítimas. En general, la respuesta a estos hallazgos se ha concentrado en estrategias para reducir el precio que deben pagar las mujeres por ir en contra de los estereotipos de género. Pero es posible adoptar otro enfoque y abordar el problema desde la perspectiva contraria para intentar cambiar la percepción de las características que distinguen a los líderes fuertes y añadir atributos asociados por lo regular con las mujeres.

El discurso de Ardern es solo un ejemplo de esta estrategia, pues a lo largo de toda su trayectoria procuró conectar su liderazgo con una figura política maternal, afable y abierta a la cooperación, como señalé en mi artículo de enero. Por ejemplo, cuando Ardern se dirigió a la nación después de haber decretado el cierre estricto de actividades a causa de la COVID en marzo de 2020, lo hizo a través de una sesión informal de Facebook Live desde su teléfono, en la que apareció con una sudadera holgada y no titubeó en informarle al público que acababa de acostar a su hija.

Sturgeon no creó una imagen política tan abiertamente maternal y solo en contadas ocasiones se presentó con un estilo informal o íntimo. Lo que sí hizo fue referirse con frecuencia a su autoridad política en términos empáticos. Por ejemplo, durante la pandemia, execró a Boris Johnson por su actitud “frívola” con respecto al saldo mortal del virus y subrayó que “ya sea que se trate de la vida de un niño, un adulto joven o un adulto mayor, la vida humana es vida humana”.

Sin embargo, la línea entre una postura que considera ciertos atributos femeninos valiosos para el liderazgo y otra que exige que las mujeres dedicadas a la política cumplan normas estereotípicas de género es muy delgada. Aunque Ardern no está casada, sí es una madre de raza blanca, con cierto nivel de escolaridad y tiene una relación estable con el padre de su hija, roles que en general se consideran respetables y valiosos para una mujer.

En contraste, los líderes que no se apegan a las conductas femeninas que inspiran respeto pueden experimentar reacciones negativas. A Sanna Marin, primera ministra finlandesa, con frecuencia se le ha comparado con Ardern. Marin se casó con su pareja de mucho tiempo, el padre de su hija pequeña, durante su mandato. Por desgracia, Marin se vio envuelta en una crisis política después de la aparición de un video en el que se le veía bailar en un club nocturno, además de una foto de dos mujeres abrazadas con el pecho descubierto tomada en una fiesta organizada por ella. En un emotivo discurso, Marin defendió su derecho a tener vida privada, pero se sometió a una prueba de drogas, que pasó, por la presión ejercida sobre ella.

Sturgeon no tiene hijos, por lo que hacer referencia a la relación con sus sobrinos como fundamento para su decisión quizá no se considere un rol tan significativo como las alusiones de Ardern a su condición de madre. Pero el simple hecho de que haya optado por ese estilo parece indicar que los arquetipos políticos están evolucionando.

c.2023 The New York Times Company