‘Eres libre cuando escapas a la ley de la necesidad’: lecciones de Pepe Mujica

Hace una década, el mundo sintió una fugaz fascinación por José Mujica. Era el informal presidente de Uruguay que había rehuido del palacio presidencial de su país para vivir en una pequeña casa de techo de zinc con su esposa y su perro de tres patas.

En discursos ante líderes mundiales, entrevistas con periodistas extranjeros y documentales en Netflix, Pepe Mujica, como se le conoce universalmente, compartió innumerables anécdotas de una vida digna de película. Ha asaltado bancos como guerrillero urbano de izquierda; sobrevivió 13 años como preso político, incluso haciéndose amigo de una rana mientras permanecía en un agujero en el suelo; y ayudó a liderar la transformación de su pequeña nación sudamericana en una de las democracias más sanas y socialmente liberales del mundo.

Pero el legado de Mujica será algo más que su pintoresca historia y su compromiso con la austeridad. Se convirtió en una de las figuras más influyentes e importantes de América Latina en gran parte por su filosofía franca sobre el camino hacia una sociedad mejor y una vida más feliz.

Ahora, como él mismo dice, está luchando contra la muerte. En abril anunció que se sometería a radioterapia para tratar un tumor en el esófago. A sus 89 años, y ya diagnosticado con una enfermedad autoinmune, admitió que el camino hacia la recuperación sería arduo.

La semana pasada viajé a las afueras de Montevideo, la capital de Uruguay, para visitar a Mujica en su casa de tres habitaciones, llena de libros y tarros de verduras encurtidas, en la pequeña granja donde ha cultivado crisantemos desde hace décadas. Mientras se ponía el sol en un día de invierno, Mujica se abrigaba con una chaqueta de invierno y un gorro de lana frente a una estufa de leña. El tratamiento lo había dejado débil y apenas comía.

“Ten en cuenta que estás hablando con un viejo raro”, me dijo, inclinándose para mirarme de cerca, con un brillo en los ojos. “Yo no pego en el mundo de hoy”.

Y así empezamos.

Esta entrevista ha sido editada y condensada para mayor claridad.

¿Cómo está su salud?

Me hicieron un tratamiento con radiología. Este, y según los médicos, anduvo bien, pero yo estoy deshecho.

(Sin que se le preguntase al respecto, añadió que cree que la humanidad, tal como va, está condenada)

¿Por qué lo dice?

Porque gasta mucho tiempo inútil. Se puede vivir más tranquilo. Mirá, Uruguay tiene 3 millones y medio de habitantes. Importa 27 millones de pares de zapatos. Hacemos basura. Trabajamos en pena. ¿Para qué?

Eres libre cuando escapas a la ley de la necesidad, cuando gastas tiempo de tu vida en lo que a ti se te ocurre. Si las necesidades se te van multiplicando, gastas el tiempo de tu vida en cubrir las necesidades.

Ahora, los humanos podemos crear necesidades infinitas. Resulta que el mercado nos domina y se queda con todo el tiempo de nuestra vida.

La humanidad necesita trabajar menos y tener más tiempo libre y ser más sobria. ¿Para qué tanta basura? ¿Por qué hay que cambiar el auto? ¿Cambiar de heladera?

Porque la vida es una y se va. Hay que darle sentido a la vida. Hay que luchar por la felicidad humana. No solo por la riqueza.

¿Cree que la humanidad puede cambiar?

Podría cambiar. Pero el mercado es muy fuerte. Ha generado una cultura subliminal que domina nuestro instinto. Es subjetivo. No es consciente. Ha hecho de nosotros voraces compradores. Vivimos para comprar. Y vivimos para pagar. Y el crédito es una religión. Entonces estamos como enroscados.

Pareciera que no tiene muchas esperanzas.

Yo —biológicamente— tengo porque creo en el hombre. Pero cuando pienso, soy pesimista.

Sin embargo, sus discursos suelen tener un mensaje positivo.

Sí, porque la vida es hermosa. Con toda sus peripecias, amo la vida. Y la estoy perdiendo porque estoy en el tiempo de irme. ¿Cuál es el sentido de la vida que le podamos dar nosotros? El hombre frente a los otros animales tiene la capacidad de encontrar una causa para su vida.

O no. Si no la encuentra, el mercado lo va a tener toda la vida pagando a costo.

Si la encuentra va a tener algo para qué vivir. El que investiga, el que le gusta la música, el que tiene una pasión deportiva, algo. Algo que le llene la vida.

¿Por qué decidió vivir en su propia casa durante su presidencia?

Porque quedan resabios culturales del feudalismo. Dentro de la República. La alfombra roja. Los que tocan la corneta. Y al presidente le gusta que lo adulen.

Una vez fui a Alemania. Me meten en un Mercedes-Benz. La puerta pesaba como 3000 kilos. Me ponen 40 motos atrás y otras 40. Una vergüenza tenía.

Tienen una casa para el presidente. De cuatro pisos. Para tomar un té tenes que caminar tres cuadras. Inútiles. Sería bueno para hacer un liceo.

¿Cómo le gustaría que le recordaran?

Ah, como lo que soy: un viejo loco.

¿Eso es todo? Hizo muchas cosas.

Tengo una cosa. La magia de la palabra.

El libro es el invento más grande del hombre. Lástima que la gente lee poco. No tiene tiempo.

Hoy en día la gente lee mucho en el teléfono.

Hace cuatro años lo tiré. Me tenía loco. Todo el día hablando pavada.

Porque quiero hablar conmigo. Aprender a hablar con el que llevamos dentro. Que fue el que me salvó la vida. Y como estuve muchos años solo, me quedó.

A veces ando con el tractor. Me paro, a ver un pajarito cómo hace su nido. Porque él nació con el programa. Ya es arquitecto, nadie le enseñó. ¿Conocés los horneros? Son albañiles perfectos los tipos.

Admiro la naturaleza. Casi tengo una especie de panteísmo. Hay que tener ojos para ver.

Las hormigas, son la cosa más comunista que puede haber. Son mucho más viejas y nos van a sobrevivir. Todos los seres colmenares son muy fuertes.

Volviendo a los teléfonos: ¿Está diciendo que son demasiado para nosotros?

La culpa no la tiene el teléfono. Somos nosotros los que no estamos a la altura de la tecnología. Hacemos un uso desastroso.

Porque un muchacho anda con una universidad en el bolsillo. Es maravilloso. Pero no, avanzamos más tecnológicamente que en valores.

Sin embargo, es en el mundo digital donde se vive gran parte de la vida actualmente.

Nada sustituye esto. (Nos señala a los dos hablando). Esto es intransferible. No se habla solo con palabras. Nos comunicamos con los gestos, con la piel. La comunicación directa es insustituible.

No somos tan robóticos. Los humanos son animales muy emotivos, que aprendieron a pensar, pero primero son emotivos. Y creen que deciden con la cabeza. Muchas veces la cabeza encuentra los argumentos para justificar las decisiones que tomaron las tripas. No somos tan conscientes como parecemos.

Y está bien. Porque ese mecanismo sirve para vivir. Es como la vaca que va al verde. Si hay verde, hay comida. Y va a ser difícil renunciar a lo que son.

Usted ha dicho en el pasado que no cree en Dios. ¿Cuál es su visión de Dios en este momento de su vida?

El 60 por ciento de la humanidad cree en algo y hay que respetarlo. Es que hay preguntas sin respuestas. ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿De dónde venimos, a dónde vamos?

No nos resignamos a que somos una hormiga en la infinitud del universo. Necesitamos la esperanza de Dios porque quisiéramos vivir.

¿Tiene algún tipo de Dios?

No. Yo respeto mucho a la gente que cree. Es como un consuelo ante la idea de la muerte.

Porque la contradicción de la vida es que es un programa biológico que está hecho para que luches por vivir. Pero desde el momento que arranca el programa estás condenado a morir.

Parece que la biología es una parte importante de su visión del mundo.

Interdependemos. No podríamos vivir sin los procariotas esos que tenemos en el intestino. Dependemos de una cantidad de bichos que ni vemos. La vida es una cadena y todavía está llena de misterios.

Espero que la vida humana se prolongue, pero tengo miedo. Hay muchos locos con armas atómicas. Mucho fanatismo. Tenemos que hacer molinos de viento, cambio energético. Y no, gastamos en armas.

Qué animal, ¿eh? Qué animal complicado el hombre: es inteligente y burro.

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