Por fin, un entierro digno para los niños perdidos de Tuam

El terreno del antiguo hogar para "madres y bebés" que operaron las Hermanas del Buen Socorro entre 1925 y 1961 en Tuam, Irlanda, el 27 de septiembre de 2022. (Paulo Nunes dos Santos/The New York Times)
El terreno del antiguo hogar para "madres y bebés" que operaron las Hermanas del Buen Socorro entre 1925 y 1961 en Tuam, Irlanda, el 27 de septiembre de 2022. (Paulo Nunes dos Santos/The New York Times)

El zapato diminuto es del color del cielo abierto. La tierra oscura que ocupa el espacio para el pie de un niño pequeño lo hace todavía más azul.

Para Catherine Corless, ese único zapato simboliza las infancias interrumpidas que se han convertido en el trabajo de su vida, pues la transformaron de casi una reclusa que se distraía con la historia local a una conciencia reacia pero resuelta de Irlanda.

Hace una década, mientras investigaba el pasado de un hogar para madres solteras que había cerrado hacía mucho tiempo en Tuam, en el condado de Galway, se topó con algunos cálculos problemáticos. Entre 1925 y 1961, al menos 798 niños murieron en el Hogar para Madres y Bebés de St. Mary, pero sólo dos fueron enterrados en el cementerio al otro lado de la calle.

¿Dónde estaban los demás?

Después de investigar más a fondo, Corless hizo la sorprendente afirmación de que cientos de niños que habían estado al cuidado de monjas católicas podrían estar enterrados en el terreno del antiguo hogar de Tuam (se pronuncia Chewm), muchos de ellos en un sistema de alcantarillado en desuso. En general, su teoría fue descartada hasta que unos arqueólogos forenses salieron de una excavación de prueba en el sitio con fotografías en las que aparecía una mezcla de huesos de menores.

Eso fue hace casi seis años. Desde entonces, Corless, de 68 años, ha recibido premios y reconocimiento. Le hizo frente a la ansiedad y la depresión, cuidó a su marido tras un diagnóstico de cáncer y celebró el nacimiento de cinco nietos; ahora tienen diez.

Mientras tanto, esos huesos perturbadores han permanecido inalterados.

Un parque infantil que ocupa el sitio de un antiguo Hogar para Madres y Bebés en Tuam, Irlanda, el 13 de octubre de 2022, donde cientos de bebés de madres solteras fueron enterrados entre 1925 y 1961, muchos en un sistema de alcantarillado en desuso. (Paulo Nunes dos Santos/The New York Times)
Un parque infantil que ocupa el sitio de un antiguo Hogar para Madres y Bebés en Tuam, Irlanda, el 13 de octubre de 2022, donde cientos de bebés de madres solteras fueron enterrados entre 1925 y 1961, muchos en un sistema de alcantarillado en desuso. (Paulo Nunes dos Santos/The New York Times)

Estos años han producido duras valoraciones sobre el trato que sufrieron las madres solteras y sus hijos en la Irlanda del pasado, así como varias propuestas sobre lo que se debe hacer con el sitio de Tuam, entre ellas la de erigir un monumento conmemorativo y no volver a tocar el tema. Sin embargo, Corless ha sido una de las personas que ha argüido con más vehemencia que dejar los huesos de los niños en circunstancias tan grotescas menoscaba a Irlanda.

“Cada vez que podía, me quejaba”, comentó Corless en su cocina, con tazas de té y documentos del hogar de Tuam siempre al alcance de la mano. “No dejaba de enfatizar en que esto era inmoral, contrario a los valores católicos. ¡Era un servicio de aguas residuales!”.

Por fin, la resolución está cerca. Este verano, Irlanda aprobó una ley que permite una excavación masiva, la cual será uno de los proyectos más desafiantes de este tipo que se haya emprendido.

No obstante, tras haber presionado al gobierno durante años de evasivas y demoras burocráticas, una cautelosa Corless señaló que su trabajo sólo iba a terminar cuando el país hiciera justicia con los cientos de niños que abandonó hace mucho tiempo. Su determinación se debe en parte a los hallazgos que encontraron los arqueólogos forenses hace tantos años: cráneos pequeños, huesos diminutos, un único zapato azul.

Durante un lindo día de octubre de 2016, en Tuam, el cucharón de una pequeña excavadora dio su primer golpe y retiró la capa superficial del suelo en un rincón de un terreno de 2,8 hectáreas sembrado de desgracia.

Aquí se alzaba un enorme edificio color gris pizarra. El edificio, construido como asilo para indigentes en la década de 1840, recibió a los pobres famélicos durante la Gran Hambruna; se convirtió en barracas y lugar de ejecución durante la guerra civil irlandesa a principios de la década de los años veinte; y durante 36 años sirvió de hogar para madres y bebés antes de ser demolido a principios de la década de 1970.

La institución financiada por el gobierno estuvo envuelta en nubes de vergüenza que conjuró la represiva sociedad irlandesa, la cual es predominantemente católica. Allí era donde las familias mortificadas y los párrocos ofendidos enviaban a dar a luz a mujeres solteras embarazadas. Los niños que eran obligadas a dejar eran entregados en adopción, acogidos o enviados a escuelas industriales.

De pronto, había arqueólogos forenses con pequeñas palas para quitar la tierra aciaga con un cuidado quirúrgico. Los había contratado una nueva entidad gubernamental, la Comisión de Investigación de los Hogares para Madres y Bebés, para determinar si había entierros en el terreno, como argüía una historiadora aficionada local, Corless.

De niña, Corless a menudo pasaba enfrente de los imponentes muros del asilo de camino a la escuela, donde los “bebés de asilo” se sentaban en la parte de atrás, harapientos y callados. Luego, de adulta, después de leer a detalle documentos históricos y registros de entierros, desarrolló una teoría abominable: las administradoras del hogar, las Hermanas del Buen Socorro, habían enterrado a niños en ese terreno, incluso en un sistema de alcantarillado en desuso.

Las anomalías subterráneas que había detectado un estudio geofísico ayudaron a los arqueólogos a determinar por dónde empezar.

A unas horas del primer día de excavación, los arqueólogos se toparon con la tapa de concreto de una cámara de aguas residuales y notaron que la tierra caía por una grieta del tamaño de una moneda hacia un vacío oscuro. El rayo de luz de una linterna reveló qué había dos metros y medio más abajo: restos humanos infantiles.

El trabajo se detuvo. Se alertó a las autoridades y se levantó una carpa blanca alrededor del lugar, a manera de respeto.

Después de excavar durante todo el mes de octubre y buena parte de febrero de 2017, los arqueólogos informaron sobre la presencia de una “cantidad significativa” de huesos y fragmentos óseos. Las pruebas de radiocarbono de una pequeña muestra indicaron que los restos pertenecían a un periodo entre las décadas de 1920 y 1950.

En los hallazgos que le presentaron a la comisión, los arqueólogos enfatizaron que debía tomarse una decisión sobre el yacimiento lo antes posible. Y agregaron: “No es apropiado dejar restos infantiles en este contexto específico”.

Por el momento, los huesos mezclados se dejaron in situ —tal y como se habían descubierto— y la zona de pruebas se volvió a cubrir con mucho cuidado.

El siguiente paso parecía evidente, al menos para Corless: retirar de inmediato los restos humanos del sistema de alcantarillado.

En cambio, los huesos de los niños permanecieron bajo tierra mientras Irlanda se embarcaba en una odisea de años hasta alcanzar una resolución.

Después de todo, el hogar de Tuam evocaba capítulos de tensión de la historia moderna de Irlanda, pues incluía temas conocidos de misoginia, abusos y el vínculo estrecho entre el gobierno y la Iglesia católica. Al parecer, también hubo una violación de la confianza sagrada: como católicos bautizados, los niños tenían derecho a ser enterrados en tierra consagrada, pero al menos algunos habían terminado en las cámaras de un antiguo sistema de alcantarillado mientras estaban al cuidado de monjas católicas.

Con base en la asesoría de un equipo de expertos técnicos, el gobierno presentó cinco opciones, que iban desde la simple erección de un memorial hasta emprender lo que habían solicitado Corless y otras personas: una excavación, una identificación si era posible y un entierro digno. Luego, el gobierno le pidió al Consejo del condado de Galway que unos asesores independientes les pidieran sus preferencias a los interesados y al público.

Hacia finales de 2018, el gobierno irlandés eligió el planteamiento que Corless y otros habían defendido, incluida la excavación y el entierro respetuoso. Según las autoridades, la legislación necesaria recibiría prioridad y se esperaba que los trabajos comenzaran en el sitio a finales de 2019.

Sin embargo, 2019 llegó y se fue.

Según funcionarios de gobierno, redactar la legislación se complicó debido a las numerosas cuestiones que planteaba la situación extraordinaria, entre ellas el acceso legal al terreno, los problemas de privacidad y protección de datos y la creación de una entidad que gestionara un proyecto tan delicado.

El año 2020 trajo más retrasos y más estrés.

La pandemia de la COVID-19 produjo confinamientos. Irlanda celebró elecciones que dieron lugar a un nuevo gobierno. Y el marido de Corless, Aidan, de 69 años, fue diagnosticado con cáncer de esófago.

El nuevo ministro de Asuntos de la Infancia y la Juventud, Roderic O’Gorman, ya había expresado su apoyo a la excavación del sitio de Tuam y accedió a seguir adelante. Para enero de 2021, le había enviado el borrador a un comité legislativo conjunto para que lo examinara.

Ese mismo mes, la comisión que investigaba el sistema de hogares para madres y bebés publicó su doloroso informe final, en el que se detallaban un profundo abuso emocional en las instituciones y un “espantoso nivel de mortalidad infantil”, el doble de la tasa promedio.

El informe repartió la culpa entre el gobierno, la Iglesia y la sociedad, lo cual produjo críticas porque minimizó la influencia que ejerció sobre el pueblo la que alguna vez fue prácticamente una teocracia en Irlanda. También generó disculpas del gobierno irlandés, del Consejo del condado de Galway, del arzobispo de Tuam y, por último, de las Hermanas del Buen Socorro, quienes confesaron que no estuvieron “a la altura de nuestro cristianismo”.

Por fin, en febrero de este año, O’Gorman anunció el Proyecto de Ley de Entierros Institucionales, el cual brindará una base legal para excavar todos los restos en el sitio de Tuam —y de otras instituciones pasadas si también tienen “entierros manifiestamente inapropiados”— junto con entierros dignos y análisis de ADN para posibles identificaciones. El proyecto costará unos 14,3 millones de dólares, y las Hermanas del Buen Socorro se han comprometido a aportar unos 2,6 millones a la iniciativa.

Corless, complacida pero cautelosa, continuó su espera.

En julio, el Proyecto de Ley de Entierros Institucionales superó su último obstáculo parlamentario y se convirtió en ley. O’Gorman comentó que esperaba que la medida trajera algo de consuelo a los afectados por “esta situación aborrecible” y agradeció a Corless por su “incansable labor y compromiso con los niños enterrados en Tuam”.

Corless expresó su alivio y gratitud, pero después de dos semanas hizo sonar otra vez su conocida alarma: no habrá descanso hasta que esos “bebés” sean sacados de la tierra manchada y reciban una sepultura adecuada.

El parque infantil ya está cerrado. Los niños no deberían jugar donde hay otros niños enterrados.

Corless camina por el perímetro una vez más, con la cabeza gacha.

Su marido, Aidan Corless, se recuperó de una cirugía para el cáncer. Para ella los propios problemas de salud también continúan: la ansiedad, los ataques de pánico, los dolores de cabeza que la dejan inmóvil en el suelo, con los ojos cerrados.

Las secuelas del escándalo de los hogares para madres y bebés no han disminuido. Hay otros antiguos hogares además del de Tuam, cada uno con su propia tragedia, y el gobierno está terminando un paquete de indemnizaciones de 830 millones de dólares para las personas que cumplan los requisitos para ser reconocidas por el “sufrimiento que experimentaron mientras residían en Instituciones para Madres y Bebés y Hogares de condados”.

Aunque Corless suele expresar su apoyo a las muchas vías de indemnización, su atención sigue centrada en los niños enterrados en Tuam. Los niños, quienes murieron ausentes del cariño maternal, se han convertido en parte de ella, pues le traen recuerdos de su propia madre, Kathleen, cuya frialdad solo comprendió después de descubrir que su mamá también había nacido fuera del matrimonio.

“Aquí siento una conexión”, comentó Corless, de pie junto a un muro de piedra con animales de peluche empapados que la gente ha dejado en homenaje a los muertos. “Una conexión… o algo así”.

No se espera que la excavación comience sino hasta principios del próximo año, es decir que los huesos de los niños que murieron al cuidado de la Iglesia católica y el gobierno irlandés habrán permanecido en un antiguo sistema de alcantarillado seis años después de su descubrimiento.

© 2022 The New York Times Company