“El encanto del tiempo detenido”: cinco almacenes de campo que se pueden recorrer en los alrededores de Tandil

Cuatro Esquinas, el almacén de campo en Azucena
Cuatro Esquinas, el almacén de campo en Azucena - Créditos: @Gentileza

TANDIL.- Esta ciudad siempre está cerca. Y es uno de los destinos más elegidos por turistas que buscan experiencias que unan aventuras con una de las ofertas gastronómicas más importantes de la provincia, con sus salames y sus quesos como estandartes de una paleta de aromas y sabores que se funden en una tradición que hace un culto del encuentro. “Si a esa experiencia le sumás una visita a la campiña y a sus almacenes de campo, es otro nivel”, afirma Emilio Pardo, chef del restaurante Calabaza y uno de los creadores de Tandilia, la cerveza icónica local.

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Según el Observatorio Argentino de Turismo, en la primera semana de vacaciones de invierno el destino tuvo un 86% de ocupación, una cifra alta si se compara con el 60% de Mar de Plata. ¿Qué tiene de especial Tandil? “Una de las claves es que se puede conocer esta tierra a través de su gastronomía”, cuenta Pardo. Una generación nueva de chefs trabaja con productores locales para rescatar recetas tradicionales con toques actuales. La mirada está puesta en la campiña, en una red de pueblos que se conectan por caminos de tierra, donde viejos almacenes de campo, atendidos por jóvenes, siguen vigente ofreciendo comida casera y familiar.

El salame de Tandil ha obtenido denominación de origen, ahora es el turno de sus quesos. “Son las condiciones naturales y la tradición de los inmigrantes”, afirma Alejandro Bonadeo, productor quesero para fundamentar la diferencia que los vuelve únicos. Hace el Sbrinz Don Francisco –entre otros– con estacionamiento de doce meses. Aunque la estrella es el Banquete, que solo se produce aquí. “Las vivencias en los parajes y pueblos nos trasladan a la historia viva del gen tandilense”, agrega.

“Los almacenes tienen ese encanto del tiempo detenido”, dice Pardo. Tandil tiene satélites, sus pueblos y parajes, que iluminan con sabores genuinos, cordialidad y magia rural un destino ya consolidado. Turistas, vecinos y paisanos de a caballo se juntan en estos almacenes donde se recrea, sin ninguna contaminación de la modernidad, ceremonias camperas que están dentro de la identidad tandilense. “En ese contexto comerse un sándwich de jamón crudo o probar un queso de oveja en un mostrador centenario eleva la experiencia”, destaca Pardo.

Los pueblos

Paraje El Solcito

Aquí sucedió algo encantador, el lugar y almacén tienen el mismo nombre, el viejo boliche data de 1931 y el 8 pasado volvió a abrir luego de estar cerrado algún tiempo de la mano de Alejandra Confalonieri, de 47 años. Junto a su pareja decidieron darle otra oportunidad. “Le dimos una lavada de cara y abrimos, no tocamos nada, está todo tal cual estaba en los años treinta”, dice. Mostrador de pinotea, las estanterías de madera con botellas, vajilla y frascos de la época. “Los visitantes nos piden que no le hagamos cambios”, cuenta. El lugar conserva su identidad pura. La apuesta fue un cambio de vida y una recuperación de aquello que le dio a este paraje un lugar de encuentro. Las casas de El Solcito están dispersas en el ejido rural. Al costado del boliche pasan las vías del tren. No hubo estación “pero dicen que los maquinistas frenaban el tren para tomarse una copa en el almacén”, cuenta Confalonieri. En la soledad, El Solcito fue un faro de humanidad. Es el secreto mejor guardado de Tandil. “Queremos honrar la memoria de quienes pasaron por el almacén”, afirma. La idea es emocionante y sencilla: participar de una experiencia gastronómica al lado de la salamadra o bajo la sombra de un sauce con una panorámica intima del horizonte serrano. ¿Qué se puede comer aquí? “Un almuerzo sabroso y abundante, una extensa sobremesa: para los madrugadores, desayunos camperos y los dormilones tiene la posibilidad de meriendas y picadas”, argumenta esta mujer que se calzó al hombro un almacén que late en la intimidad de las Sierras de las Ánimas, a solo 14 km del centro de Tandil. Contacto: @almacenelsolcitotandil

El Solcito
El Solcito - Créditos: @Gentileza

Fulton

Tiene menos de 100 habitantes. Sus calles de tierra presentan casas enmarcadas en jardines florecidos, todas bien cuidadas y pulcras, muy bellas. Lo que más llama la atención es la amplitud. Existe mucho cielo para ver en el pueblo. Todo es grande, hay mucho espacio, la estación de tren lo une en una inmensa porción de tierra. Aquí las mujeres han tomado las riendas del pueblo. El Almacén Adela es el punto de encuentro, es un ramos generales y además un comedor. La mejor señal es que todo lo hacen una joven emprendedora con su madre. Más familiar, imposible. “Estamos tranquilas, cocinar con mamá es hermoso, la pasamos bien, le ponemos mucho amor”, dice Romina Romeo. “Lo que más sorprende es que mientras cocinamos, seguimos atendiendo el almacén”, señala. Muy surtido, el pueblo encuentra allí sus provisiones, desde ropa hasta manzanas, pasando por cuadernos para la escuela y arroz. El menú es prodigioso: carnes, tortillas y una joya de la familia, las pastas caseras, con salsa hecha con tomates de la huerta. “La gente se sorprende por el color de la pasta”, afirma Romeo. La causa: “Es amarillo huevos de campo”, explica. Cuando se termina el banquete, invitan con el “Chupe y pase”, una jarra de té para que los visitantes puedan beberlo, mientras pasean por el pueblo. Enfrente, en la estación, se encuentra la fábrica de alfajores Estaful, el proyecto de tres amigas que soñaron con hacer en su pueblo los alfajores más ricos del mundo, y lo lograron. El olor a chocolate aromatiza Fulton. Un vecino tiene un emprendimiento de conservas, otra tiene una casa muy bonita que ofrece como posada. “Fulton es un cable a tierra, es paz y sabores de nuestros abuelos” resume Romeo. Contacto: @almacenadela

Las pastas caseras de Almacén Adela
Las pastas caseras de Almacén Adela - Créditos: @Gentileza

Azucena

A un costado de la ruta 74, está la entrada al pueblo, se ve fácilmente porque allí tiene su lugar el Almacén Cuatro Esquinas. Son cuatro los caminos que se unen en la puerta de este boliche de campo que tiene un trofeo que muchos desean: preparan el considerado mejor sándwich de jamón crudo y queso rutero de Tandil. Camioneros, conductores de tractores, jinetes, motoqueros y ciclistas frenan para consensuar lo inevitable: caer rendidos ante ese estimulante y venerado sándwich. Aquí vemos un almacén con mucha historia y una estética muy cuidada. Es coqueto, amable y muy acogedor. Una familia lo atiende desde hace muchas décadas. “Tandil es el hogar del salame y la picada”, dice Julieta Bugna, tercera generación delante de las estanterías. Sus padres además tienen un tambo, la producción está expuesta en el mostrador. Quesos artesanales de gran calidad, los imperdibles: gouda, morbier y halloumi. El menú se cocina con sencillas artes y con la aspiración a lo ideal: carnes al horno de barro, empanadas y tabla de quesos. El salón está intervenido con herramientas y elementos rurales. Sus estanterías dejen ver productos propios y de emprendedores locales. “El ambiente rural ayuda a dejarse llevar”, sugiere Bugna. Ese dejarse llevar es soltar preocupaciones y apuros. “Azucena es chiquito”, dice Bugna. Tiene 200 habitantes. Sus calles exhiben el cordón serrano, la Sociedad de Fomento y su biblioteca son artífices de actividades que promueven el desarrollo para convertir a este pueblo en un destino turístico soñado. Contacto:@tamboovino4esquinas

almacén Cuatro Esquinas
almacén Cuatro Esquinas - Créditos: @Gentileza

Gardey

Es un caso particular el del Almacén Vulcano: estuvo abierto antes que el pueblo se fundara. Esta esquina señorial materializó la visión del inmigrante francés Juan Gardey, que había fundado el almacén de ramos generales al lado del fuerte de Tandil y leyó la realidad: las contiendas con los pueblos originarios se acabarían y las tierras fértiles atraerían a más inmigrantes. No dudó y levantó el actual Almacén Vulcano en 1890. Recién en 1913 se fundó el pueblo, pero entonces su ramos generales ya funcionaba a pleno. Fue vital para el crecimiento de Gardey. Hasta 1973 lo atendió la familia Vulcano. Los pasos perdidos aún se sienten en el amplio salón, notablemente bien conservado. El tiempo no ha podido pasar por las gruesas paredes. “El olor a pinotea asombra a todos los que entran, es como si estuviese nueva”, afirma Juan Ignacio Livero, quien está a cargo de una experiencia que destaca los sabores del territorio tandilense. “Inmediatamente después, aparece el aroma a la bondiola”, agrega. “No vas a probar una más rica”, suma Livero. Es el plato que vienen a buscar una legión de devotos. La hace al disco, el cerdo es de esta tierra. La obertura se hace con una tabla de quesos y salamines. Empanadas y flan. “Me vine a vivir al pueblo porque la calidad de vida es alta”, cuenta Livero. “Los niños juegan en la calle, van en bicicleta a la escuela, eso es impagable”, agrega. El éxito de la bondiola creció de boca en boca. “No hacemos publicidad, pero te puedo asegurar que tiene otro sabor, la comés mirando las sierras”, concluye Livero. Contacto: @historicoalmacenvulcano

Almacén Vulcano
Almacén Vulcano - Créditos: @Gentileza

Vela

Fundado en 1885, es un pueblo con un dato curioso, la estación de trenes se llamó Vela (apellido de los donantes de las tierras para las vías), pero el pueblo que creció alrededor, María Ignacia, en honor a la madre de Vicente Casares. Hubo una grieta entre los partidarios de llamarlo de ambas maneras, pero para acercar posiciones se decidió llamarlo María Ignacia –Vela, en la actualidad, primó la segunda denominación. El pueblo tiene identidad propia: calles adoquinadas, viviendas con fachadas aristocráticas de familias acomodadas, visos de origen masónico y el recuerdo de un personaje que lo camino de noche, Osvaldo Soriano. El gran escritor pasaba sus noches en el mítico Bar Tito escribiendo, hoy se encuentra cerrado. Aquí ambientó su obra No habrá más penas ni olvido. “Vela es tranquilo, tiene silencios, por la noche aún se puede ver la Vía Láctea y en sus calles bajan luciérnagas”, indica Enrique Trejo. Restauró una vieja casona familiar para transformarla en hospedaje, que llamó Del Chapaleofu Casa de Campo. “Todos aconsejaban demolerla”, dice. Eligió darle una nueva oportunidad para que los visitantes puedan disfrutar al pueblo en un lugar amplio y bondadoso. Tiene dos hogares, mucha leña, un monte propio como jardín, muchas aberturas, luz y rincones. Se oyen aves cantar. “Vela no tiene inseguridad, vivimos muy tranquilos”, afirma Trejo. Cerca, pasa el caudaloso arroyo Chapaleofú. “Se puede hacer paseos, pescar, disfrutar el aire puro”, agrega. En la casona no hay televisión, ni aparatos que distraigan los pensamientos. “Hay muchos libros y buena música. Mucho de lo necesario para la conversación, la introspección: tenemos esa conexión”, resume Trejo. La gastronomía en el pueblo está asegurada con la parrilla Shire, con un menú correcto, centrado en las carnes de la campiña. Contacto: @delchapaleofu.casadecampo

Del Chapaleofu Casa de Campo
Del Chapaleofu Casa de Campo - Créditos: @Gentileza