Emmanuel Macron “decretó” el fin de la era de la abundancia para Occidente
PARÍS.- ¿Y si la buena gobernanza residiera en decir la verdad a los ciudadanos? En otras palabras, ¿en ser optimista cuando se puede y realista cuando las nubes se avecinan? ¿Incluso en ser un poco más pesimista de lo que se necesita, para preparar los espíritus a la tolerancia y a la disciplina, para finalmente darles las buenas noticias que no esperaban? Podría ser… Pero, para eso, es necesario tener coraje político, una inteligencia fuera de lo común y la ambición de gobernar para todos aquellos que componen una nación, sin distinción de etiquetas.
Y la mayoría de los europeos tienen suerte, porque nunca faltan esas rarae avis, capaces de armonizar ambición personal e interés por la cosa pública. Uno de ellos es el actual presidente francés, Emmanuel Macron, que esta semana demostró su capacidad de mutar del “optimista de la voluntad” de su primer quinquenio, a un auténtico inquieto ante “la gran transformación del mundo”.
En dos intervenciones consecutivas, el presidente francés evocó “el fin de la abundancia, de la despreocupación y de las evidencias” en un contexto internacional marcado por la guerra en Ucrania, la inflación y la crisis energética.
Tras tres semanas de descanso en el Fuerte de Brégançon, en la Costa Azul, durante la primera reunión de gabinete que marcó el fin del receso veraniego, el jefe del Estado lanzó un llamado a la “unidad” frente “a la gran inflexión”. Para Macron, este nuevo año administrativo estará marcado por un clima de incertidumbres y es fundamental que los franceses lo sepan.
En un discurso de 12 minutos —excepcionalmente transmitido por las cadenas de información continua—, el presidente disecó esos inmensos cambios del mundo a través de tres “fines”: “el fin de la abundancia, el fin de la despreocupación y el fin de las evidencias”. Sin que la perspectiva de un poco de cielo azul aparezca en el futuro cercano.
En el terreno de las transformaciones presidenciales, esta parece fundamental. Hace apenas unos meses, Macron se definía como un “optimista de la voluntad”, capaz de disertar por televisión sobre “el día después” de la epidemia de Covid-19, en momentos en que los enfermos comenzaban a llegar a los hospitales. Entonces, para él, cada crisis representaba la posibilidad de un rebote. Una disposición mental que el tiempo y el contexto internacional, parecen haber atenuado.
Cambio de actitud
¿Por qué ese cambio de actitud? Macron, uno de los dirigentes europeos más inteligentes de la actualidad, parece haber entendido rápidamente que, para obtener consenso en un mundo que duda cada vez más de los beneficios de la democracia, es necesario decir la verdad. Por eso, habla del “fin de la abundancia”. Es decir, del fácil acceso a las materias primas y a los productos “que nos parecían eternamente disponibles”. La crisis sanitaria y después el conflicto ucraniano han reducido el velamen de los intercambios internacionales y la esperanza de una globalización feliz.
Es también la amenaza del acceso al agua potable, cada vez más rara debido al calentamiento climático, pero también al de las “liquideces sin costo”, advirtió el jefe del Estado a los franceses. Las tasas de interés negativas con las cuales Francia obtuvo hasta ahora dinero en el mercado pertenecen al pasado.
“Tendremos que aceptar las consecuencias en términos de finanzas públicas”, dijo. En otras palabras, se terminó el “cueste lo que cueste” que marcó los meses de pandemia y de gastos ilimitados.
Si bien el escudo tarifario aplicado a la energía fue prolongado por el gobierno hasta fines de 2022, “no podremos congelar los precios indefinidamente”, indicó después el vocero del gobierno. En particular, en momentos en que Rusia amenaza con cortar totalmente sus aprovisionamientos de gas, como retorsión a las sanciones occidentales. Esa decisión de Moscú llevará los precios de la energía a las nubes.
“Sí. Nuestra libertad tiene un precio”, dijo Macron. “Y eso puede suponer sacrificios y esfuerzos”, agregó sin precisar cuáles, aunque el Elíseo agregó después que el gobierno “no tiene ninguna intención de obligar a los franceses a reducir su consumo de energía”. En verdad, a pesar de las advertencias pesimistas, las reservas de gas de los 27 países de la Unión Europea están prácticamente llenas. Países como Portugal o Dinamarca han llegado, por ejemplo, al 100%.
Pero cuando Macron alude al “costo” de la libertad y al “fin de la despreocupación”, se refiere no solo a la guerra en Europa, sino también al “fin de las evidencias”, según las cuales el modelo de democracia liberal terminaría por imponerse en todas partes. Con justa razón, el mandatario señaló el peligro del avance de “regímenes iliberales” y “el fortalecimiento de regímenes autoritarios”.
Detrás de Macron, todos los sectores de la mayoría presidencial parecen haber asumido ese clima de nubes en el horizonte, como para preparar a la gente a meses difíciles. “Nos dirigimos hacia la peor crisis que haya conocido Francia después de la guerra”, advierte el líder del partido liberal MoDem, François Bayrou. No creo que semejante situación puede ser superada sin un inmenso esfuerzo nacional”, agregó.
En una segunda intervención esta semana, en una columna publicada por el semanario Challenges con motivo de una encuesta según la cual —entre otras cosas— 59% de los franceses estima que la democracia se ha degradado en los últimos años, Macron se muestra más optimista.
A su juicio, “a pesar de esa inquietud”, los franceses —”todos los franceses”, insiste— llevan en ellos el antídoto contra los nostálgicos y las casandras: “Tienen confianza en ellos mismos, en todos nosotros”, insiste, sin hacer ninguna exclusión.