Juan Carlos I ya piensa en su entierro, pero lo que le espera es distinto al que se imagina

Foto de archivo del actual Rey, Felipe VI, y del emérito, Juan Carlos I, en un homenaje ante la tumba del soldado desconocido  (Photo by Rafa Samano/Cover/Getty Images)
Foto de archivo del actual Rey, Felipe VI, y del emérito, Juan Carlos I, en un homenaje ante la tumba del soldado desconocido (Photo by Rafa Samano/Cover/Getty Images)

"Ahora debo pensar en mi entierro". 'Mi rey caído', el polémico libro sobre el rey emérito que acaba de ver la luz en Francia de la mano de la historiadora Laurence Debray, termina con esta potentísima reflexión. Según ha trascendido, la última página de la biografía recoge la reflexión de Juan Carlos I tras el funeral del príncipe Felipe de Edimburgo. Y tras reconocer que se había emocionado con los actos en memoria del monarca británico, añade que es momento de pensar en el suyo propio.

Esta pregunta no tendría trascendencia hace unos años, cuando la figura el emérito gozaba de altas cotas de popularidad y la familia real únicamente copaba las portadas de la prensa rosa en donde se detallaba la idílica vida de los Borbón. Pero ahora que, sin olvidar el incidente de Botsuana, los desmanes de unos y otros han acabado con la revocación del título de Duques de Palma, con la infanta Cristina sentada en el banquillo de los acusados, con marido, Iñaki Urdangarin, entre rejas, y con el rey emérito fugado a los Emiratos Árabes Unidos para alejarse de los expedientes delictivos que apuntan a él y se acumulan en la mesa de la Fiscalía, la pregunta tiene mucha importancia.

Para empezar porque no es lo mismo que el emérito muera en España que en Abu Dabi. En caso de que sucediera su deceso, el simple traslado del cuerpo de quien fue Rey de España, sería un dolor de cabeza. Teniendo en cuenta la nocturnidad con la que escapó del país en el que reinó, sería sorprendente dotar de todo lo contrario a una hipotética repatriación. Pero organizar de nuevo un plan oculto de vuelta al país sería, igualmente, muy polémico. La pandemia, para este asunto, hubiera sido una coartada perfecta.

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Pero lo gordo viene ahora. Aunque Juan Carlos nunca se siente en el banquillo, y que incluso se esté preparando ya el archivo de las investigaciones judiciales abiertas en su contra, la nula ejemplaridad de sus actos está fuera de toda duda. Los hechos están ahí. Sin necesidad de entrar a valorar las declaraciones de su íntima amiga, Corinna, su aparición en diversa documentación relacionada con fortunas ocultas en paraísos fiscales, así como la regularización de varios millones de euros antes de que la agencia tributaria se lo requiriera, evidencian la curiosa forma de cumplir con el país del que jue jefe de Estado durante décadas. Incluso el actual Rey, su hijo, Felipe VI, decidió renunciar a su herencia a sabiendas de lo que lo que puede abrir una vez que se abra esa caja de pandora.

Si con la muerte de su padre, quien nunca reinó, se lanzaron salvas desde los buques de la Armada y se ofició un funeral de Estado reservándole, incluso, un hueco en el panteón de Reyes del monasterio de El Escorial, ¿qué no tendrá en mente don Juan Carlos? Aunque su salud aún le respete muchos años, es normal que piense en ello. En el Reino Unido ya ha trascendido que el operativo del futuro funeral de la Reina de Inglaterra está perfectamente engrasado. Ocho días de luto, bandas negras para los presidentes y jefes de Gobierno de los 36 países que integran la Commonwealth, un repicar específico para las campanas de las iglesias de Londres, suspensión de las actividades legislativas durante 10 días, 72 horas de capilla ardiente abierta a todo el mundo, etc...

No se conocen los deseos del emérito, pero desde luego que, si piensa en copiar el protocolo de la reina de Inglaterra, que se vaya olvidando. Cuesta mucho pensar que se realicen homenajes tan rotundos y masivos a la figura de Juan Carlos I, y más aún que no haya réplicas con actos de rechazo a su gestión. El asunto preocupa, y mucho, al Gobierno, que plantea que el Rey regrese a España mediando previamente una declaración purgatoria. Pero este, según ha trascendido, ni se lo plantea. Por lo que el último marrón que deje el monarca puede que no sea otra cuenta en un paraíso fiscal, sino la celebración de su funeral.

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