El trumpismo revela sus grietas, pero los demócratas aún no pueden cantar victoria

POR JOAQUIM UTSET/ESPECIAL-. Tras un año de dura travesía del desierto, el Partido Demócrata pasa por un momento dulce. La popularidad del presidente Donald Trump sigue sin remontar en los sondeos, el liderazgo republicano en el Congreso es incapaz aún de producir ninguna legislación de calado y los recientes resultados electorales prueban que el trumpismo no es invencible.

Danica Roem, centro, se convirtió en la primera legisladora estatal transgénero en EEUU, al ganar un escaño en la asamblea de Virginia en las recientes elecciones. (Photo: Jahi Chikwendiu/The Washington Post via Getty Images)
Danica Roem, centro, se convirtió en la primera legisladora estatal transgénero en EEUU, al ganar un escaño en la asamblea de Virginia en las recientes elecciones. (Photo: Jahi Chikwendiu/The Washington Post via Getty Images)

Esas victorias en las elecciones a gobernador de Nueva Jersey y, particularmente, de Virginia, han dado motivos para el optimismo a unas huestes todavía desoladas por la inesperada derrota de Hillary Clinton hace justo más de un año. Se habla en las tertulias políticas de una “oleada azul” y de cuán grande será la victoria demócrata en las elecciones ‘midterm’ del año que viene, en las que se renueva toda la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, entre otras cosas.
Ahora mismo, el partido conservador controla ambos hemiciclos.

Por si no había suficientes razones para sonreír, la crisis desatada por las alegaciones de abuso sexual de menores contra Roy Moore, el polémico aspirante republicano al Senado por Alabama, permite a los líderes demócratas soñar con dar la sorpresa en la Cámara Alta, una misión tenida por imposible hasta hace unos días.

Todo fantástico, ¿verdad? Pues, no tanto.

El primer jarro de agua fría a tanta excitación pasa por poner en perspectiva a los cacareados triunfos en Nueva Jersey y Virginia del pasado 7 de noviembre. Sin menospreciar su importancia, los demócratas ganaron jugando en casa. Nueva Jersey es un estado azul en que los éxitos republicanos son la excepción, no la norma. Era muy difícil de entrada que un republicano volviera a ser gobernador en un terreno tan hostil, máxime después de los estridentes ocho años en los que Chris Christie ocupó el cargo.

Virginia no es azul, pero cada año adquiere un color violeta más intenso. Hace tiempo que dejó de ser uno más de los típicos estados sureños conservadores, estilo Carolina del Sur, al traspasarse el peso del electorado a los suburbios del norte del estado pegados a Washington DC, donde cala menos el discurso tradicional republicano.

El gobernador electo de Nueva Jersey Phil Murphy pega un salto al festejar su victoria en una jornada electoral que favoreció a los demócratas. Foto tomada durante la celebración de Murphy en Asbury Park, Nueva Jersey, el 7 de noviembre del 2017. (Tom Gralish/The Philadelphia Inquirer via AP)
El gobernador electo de Nueva Jersey Phil Murphy pega un salto al festejar su victoria en una jornada electoral que favoreció a los demócratas. Foto tomada durante la celebración de Murphy en Asbury Park, Nueva Jersey, el 7 de noviembre del 2017. (Tom Gralish/The Philadelphia Inquirer via AP)

No es casualidad que tanto Nueva Jersey como Virginia se le resistieran a Trump en su “increíble” e “histórica victoria” el año pasado. Así se lo recordaron en su propio partido cuando achacó la derrota de la semana pasada a que Ed Gillespie, el candidato perdedor, no fue suficientemente trumpista en su campaña.

Con un poco de perspectiva, los triunfos del 7 de noviembre parecen más el fin del encadenamiento de derrotas que arrastraban los demócratas desde la elección de Trump, que el inicio del camino a la reconquista del poder. Lo que nos lleva a otras dos realidades que lastran el presente y futuro de los demócratas: líderes y mensaje.

Tras la desaparición de Hillary Clinton y Barack Obama del escenario, ¿alguien podría señalar quiénes son los líderes del partido? ¿Bernie Sanders, Elizabeth Warren? Ninguno de los abanderados del ala izquierda han logrado asentarse como referentes indiscutibles de su partido, que sigue estando más escorado hacia el centro que ellos dos.

Una prueba es que el gran llamamiento de Sanders a colocar su propuesta de “Medicare para todos” en el centro de la lucha contra el plan de salud republicano no consiguió suficiente eco en sus propias filas y es visto como una distracción en pleno pulso para salvar el Obamacare.

Eso nos deja con el senador Chuck Schumer, líder de la minoría en la Cámara Alta, y Nancy Pelosi, que ocupa el mismo cargo en la Cámara de Representantes. ¿Pueden dos veteranos legisladores del establishment en Washington, uno de Nueva York y la otra de California, encabezar la respuesta al mensaje populista del actual inquilino de la Casa Blanca?

Dudoso, como mínimo. Una encuesta de NBC del pasado agosto mostraba una opinión desfavorable de Trump del 61%, que en el caso de Pelosi ascendía al 64%.

El líder demócrata en el Senado, Chuck Schumer (d), y la senadora demócrata por Massachusetts, Elizabeth Warren (i), ofrecen una rueda de prensa en el Capitolio de Washington D.C (Estados Unidos) hoy, 18 de octubre de 2017. EFE/MICHAEL REYNOLDS
El líder demócrata en el Senado, Chuck Schumer (d), y la senadora demócrata por Massachusetts, Elizabeth Warren (i), ofrecen una rueda de prensa en el Capitolio de Washington D.C (Estados Unidos) hoy, 18 de octubre de 2017. EFE/MICHAEL REYNOLDS

El hecho es que en este primer año de Trump en el poder, la auténtica oposición a la nueva Casa Blanca han sido los medios de comunicación, los periodistas. No por casualidad informadores como Joe Scarborough o cadenas de noticias como CNN se han llevado los tuits más agresivos y desagradables del magnate. Sus verdaderos adversarios junto a los Fake News han sido la investigación de la trama rusa de Robert Mueller y miembros de su propio partido, como Jeff Flake o Bob Corker. Con Schumer, ambos neoyorquinos, de hecho se lleva bien.

Pero no solo de ausencia de líderes, sino también de mensaje, adolecen los demócratas, que no han conseguido elaborar en este año en la sombra un discurso coherente con el que enfrentar el simple y efectivo Make America Great Again que resume el populismo nacionalista del trumpismo.

Señalaba recientemente el columnista Dana Milbank en The Washington Post que el partido sigue sin decidirse por qué mensaje se presentará a las elecciones legislativas del año que viene. Se mencionó “Seguro de salud para todos”, “que los ricos paguen lo que les toca” o “por un salario digno”. Schummer y Pelosi impulsaron no hace mucho “A Better Deal” (Un mejor trato o pacto), de evidentes ecos rooseveltianos. Tampoco cuajó.

Desarrollar una campaña centrada en un mensaje antiTrump funciona en regiones donde el presidente ya es naturalmente impopular, como Nueva Jersey o los suburbios de Washington DC en Virginia. Pero lo más probable es que sea insuficiente en lugares como Iowa o Pennsylvania en los que están en juego un buen número de los 24 escaños que los demócratas necesitan para recuperar la Cámara de Representantes el año que viene.

Varios ciudadanos contrarios a la derogación del ‘Obamacare’ en Washington (Getty/AFP | Joe Raedle)
Varios ciudadanos contrarios a la derogación del ‘Obamacare’ en Washington (Getty/AFP | Joe Raedle)

Los 7 millones de votantes de Obama que le dieron su confianza a Trump el año pasado son probablemente muy conscientes de las carencias, defectos y sombras del presidente. A pesar de ello, o por ellas, lo votaron. Por ahora los sondeos no muestran que se hayan arrepentido de su decisión.

El estado de los demócratas es el salvavidas al que se agarran sus rivales cuando revisan las encuestas de cara a las elecciones del 2018. Según la web FiveThrityEight, las probabilidades de una victoria demócrata es del 46%, frente al 38% de los republicanos. Esas cifras indican que el viento sopla a su favor, pero pueden disolverse como azucarillos en un vaso de agua cuando llegue el momento de la verdad.

“Se nos hace muy difícil explicar por qué nosotros somos los héroes y los republicanos los malos. En algún momento, nuestro discurso tiene que ser más coherente de lo que es ahora”, se lamentaba en el New York Times un consultor demócrata, Ian Russell.

Un dato que debería torturar el sueño de los responsables del partido es que, incluso tras las recientes victorias, solo 17 de los 50 gobernadores son del partido de Jefferson y Jackson. A ello se suma que en los ocho años de Obama, han perdido más de 1.000 escaños en los parlamentos estatales. Dos pruebas del tenue arraigo territorial de la formación.

“Estamos en el punto más bajo en términos de cargos electos desde [la presidencia de] Hoover”, observó recientemente también al Times el representante demócrata por California Scott Peters. “Nos volvimos perezosos y demasiado dependientes del carisma de Obama, y eso nos ha dejado en muy mala situación”.