El singular caso de homicidio-suicidio de un promotor de la muerte asistida y de su esposa desahuciada

La muerte de Frank Kavanaugh y su esposa Barbara acontecida en circunstancias dramáticas el pasado 19 de abril en Port Charlotte, Florida, tiene un aura melancólica que algunos encuentran irónica pero otros plenamente compatible con la vida y labor de los fallecidos.

Según reportes oficiales, el suceso habría sido un caso de homicidio-suicidio, en el que uno de los implicados mató al otro con un arma de fuego y luego se quitó la vida.

Kavanaugh, de 81 años de edad, fue un activo promotor del derecho a la muerte asistida para las personas en condiciones terminales que desean decidir cuándo poner fin a su vida, y su sufrimiento, y fue parte de la junta directiva de la organización Final Exit Network, organización dedicada justo a impulsar esa controversial facultad de poder optar por la propia muerte en ciertas circunstancias.

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Frank Kavanaugh, promotor del derecho al suicidio asistido, quien mató a su esposa desahuciada y luego se quitó la vida en Florida. (ABC)

Y, como relató el periódico The Washington Post, el compromiso de Kavanaugh con su esposa y con sus convicciones habría sido tan hondo que lo llevó a tomar una decisión letal, quizá consciente pero quizá desesperada.

Barbara, la esposa de Kavanaugh y de 88 años al morir, padecía una enfermedad cerebral degenerativa y su condición habría sido ya tan avanzada que, al parecer, su marido determinó que la única opción que tenían para que ella pudiese poner fin a su sufrimiento y tener una muerte digna –una posibilidad que legalmente no existe en la Florida– era matarla él mismo y, tras ello, suicidarse, evitando con ello ser sujeto a proceso penal y compartiendo su partida de este mundo.

El trágico desenlace se dio, de acuerdo a la televisora ABC, en el centro de atención de ancianos en el que se encontraba internada Barbara Kavanaugh.

Todo aún debe ser aclarado a cabalidad, pero desde el punto de vista de Final Exit Network se trató de un suicidio consentido por ambas personas cuando fue claro que era la única salida, ante la falta de una vía legal para lograr una muerte asistida.

Y se ha afirmado, de acuerdo al periódico New York Daily News, que Frank Kavanaugh habría también comenzado a ver su salud deteriorada y eso habría tenido un efecto en su decisión, pues aunque hasta entonces había provisto a su mujer de una atención excepcional al máximo de sus capacidades eso quizá no podría continuar, ni para ella ni para él.

Kavanaugh fue por muchos años profesor en la Escuela de Medicina de la Universidad Georgetown, y a juzgar por testimonios de los que lo conocieron difundidos por la prensa, él era un convencido de que la medicina era una herramienta formidable para salvar y mejorar las vidas de las personas, pero que cuando el padecimiento era ya irreversible y alteraba sustantivamente la calidad de vida, tocaba la hora de permitirle al paciente desahuciado abandonar sus tratamientos y optar por una muerte digna vía el suicidio asistido.

Pero esta prerrogativa sólo es legal actualmente en cuatro estados –California, Oregon, Vermont y Washington– y en algunos otros hay iniciativas legales que permitirían el suicidio asistido en trámite en la Legislatura estatal o acotada a la decisión de una corte. Kavanaugh, así, no tenía en Florida esa opción legal y practicar el suicidio asistido de su mujer habría sido considerado un crimen.

Así, Kavanaugh y su esposa, aunque no es claro en qué grado en el caso de ella, habrían decidido morir para poner fin al sufrimiento de la desahuciada y, a la vez, hacer una demostración de la necesidad de ampliar el derecho al suicidio asistido, en el entendido de que si esa posibilidad hubiese sido legal en la Florida, Frank estaría ahora vivo y Barbara habría podido descansar dignamente sin recurrir a la solución, aún más extrema, del esquema de homicidio-suicidio (o doble suicidio, si se quiere) en el que murió la pareja.

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El centro de cuidado de ancianos Solaris Healthcare en Port Charlotte, Florida, en el que fueron hallados muertos los esposos Kavanaugh. (ABC)

¿Se trató así de la desequilibrada decisión de un hombre de ímpetu criminal e inconsciente, que prefirió escapar del sufrimiento y la ley matando a su esposa y matándose él, o fue un acto de profunda solidaridad en la que una pareja decidió dejar la vida digna y conscientemente para dar con ello un ejemplo de la necesidad de legalizar el derecho al suicidio asistido para los enfermos terminales?

Lo cierto es que la dramática y melancólica muerte de los esposos Kavanaugh ha dado un nuevo impulso al debate sobre la legalización del suicidio asistido, que sus defensores ven como una salida humana y digna para pacientes incurables, terminales y con una calidad de vida muy deteriorada.

En contraste, quienes se oponen a legalizar el suicidio asistido consideran que es moralmente errado, que una legislación que lo permita suscitaría abusos de parte de familiares de pacientes terminales, que el concepto mismo de estar médicamente desahuciado es volátil (y personas que pueden suponer que lo están pueden llegar a recuperarse) y que términos como muerte digna o poner fin del sufrimiento esconden una brutalidad capital.

No hay modo de saber lo que pensaron los Kavanaugh en los últimos momentos antes de realizar su acto final, pero su historia ha desatado debate en torno a un tema singularmente punzante.

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