El saqueo de la capilla donde reposaban los amantes más famosos de Cuba

POR: Zunilda Mata-. Los amantes más famosos de la Cuba del siglo XX, Catalina Lasa y Juan Pedro Baró, ya no reposan en el hermoso mausoleo donde fueron enterrados en la Necrópolis de Colón de La Habana. En su lugar, unas tumbas vacías y unas lápidas rotas son el epílogo de un amor que alimentó los rumores e hizo palidecer de envidia a la alta sociedad cubana.

El mausoleo levantado para albergar los restos de Catalina Lasa y Juan Pedro Baró presenta ahora este lamentable estado. (14ymedio)

En la avenida que se extiende desde la puerta norte del cementerio hasta la Capilla Central, se ubica un panteón que atrae los lentes de los turistas y los suspiros de los arquitectos. La obra fue erigida para cobijar los restos de Catalina Lasa, quien murió en 1930, apenas 13 años después de conocer a Juan Pedro Baró en una fiesta a la que ella fue del brazo de su esposo, Pedro Estévez Abreu.

Hace algunos años una reparación ejecutada por la Oficina del Historiador de la capital alimentó la ilusión de devolver al mausoleo su antiguo esplendor. Así lo merecía todo el conjunto y en especial el majestuoso portón, que diseñó la Casa René Lalique de París y que fue presentado en el Salón de Artes Decorativas de la capital francesa en 1925.

El mármol de la construcción vino de Bérgamo en Italia y el reconocido arquitecto, escultor y conferencista Luis Bay Sevilla escribió en El Diario de la Marina que aquel panteón, “el de Catalina Lasa, de un gran arquitecto francés, dentro de las normas que señalan el arte nuevo, es único en el mundo”.

Sin embargo, los prolongados retrasos sufridos por las obras de restauración han provocado que el interior de la capilla, construida en mármol blanco y con una media cúpula en forma de vaina, muestre un paisaje desolador, donde una vez todo fue lujo y oropel.

Antes de que las obras reforzaran esa imagen de abandono, ya los vándalos habían hecho su parte, atraídos por la codicia que despiertan los rumores sobre un lujoso enterramiento. Una práctica común en los cementerios cubanos, donde en los últimos años más de un difunto ha sido desenterrado para extraerle desde un anillo hasta un diente de oro.

El mausoleo levantado para albergar los restos de Catalina Lasa y Juan Pedro Baró presenta ahora este lamentable estado. (14ymedio)

Un acicate para los saqueadores cotidianos debieron ser las crónicas de la época que aseguraban que el cuerpo de Catalina fue sepultado con un pectoral de piedras preciosas engastadas en oro formando un diseño de rosas. La posible desaparición de estos objetos debido a la rapacidad que sufrió el panteón podría ser el robo de mayor cuantía llevado a cabo en el camposanto habanero donde abundan las tumbas de personalidades y aristócratas.

Un pariente exiliado de los Baró-Lasa aseguró a 14ymedio que las joyas en el ataúd eran sólo “cuentos de novelistas”. Sin embargo, la versión que rueda por las calles habaneras es que detrás de las espectaculares puertas del panteón se hallaba uno de los mayores tesoros sepultados en la Isla.

Guiado por esa historia y con el olfato de un experimentado profanador de tumbas, Angelito, un antiguo sepulturero de la necrópolis, desbarató el año pasado con una barreta y a golpe de mandarria las losas que cubrían los ataúdes de Catalina Lasa, Juan Pedro Baró y la madre de este.

La acción de este saqueador de tumbas se sumó a los pequeños robos anteriores ocurrido en el mausoleo, en los que se sustrajeron otras piezas, como varios de los cristales que daban una luz lechosa hacia el interior y proyectaban la figura de una rosa. Los vecinos de la barriada aseguran que después del atraco, Angelito dejó tras de sí un rastro de gastos excesivos y noches de locura.

La investigación policial apuntó hacia el depredador funerario, quien fue apresado y recluido siete meses en el centro penitenciario de Valle Grande, según confirmaron a este diario varios custodios del cementerio. En la redada policial también quedaron bajo investigación otros trabajadores del lugar, pero todos resultaron absueltos por falta de pruebas.

Mientras esa trama criminal transcurría, los turistas enfocaban su lente hacia aquella joya del art déco cubano. Hasta hace pocos meses allí estuvieron los restos de Catalina, quien en la pacata época que le tocó vivir escandalizó a muchos al pedir la separación a Estévez Abreu, hijo del vicepresidente de la República y la conocida como “benefactora de Santa Clara”, Marta Abreu.

La noticia prendió cual pólvora en una Cuba donde aún no se había aprobado la ley de divorcio, y la bella matancera huyó junto a su amante. Los enamorados regresaron a La Habana en 1917, donde vivieron juntos hasta que ella falleció, en Francia.

Sin acostumbrarse a su viudez, Baró quiso darle a Catalina en la muerte aquello que su fugaz vida no le había permitido y costeó un panteón de medio millón de pesos en el cementerio habanero. Hoy, un bloque de concreto colocado de manera improvisada por la parte trasera sirve como escalón para asomarse a la que fue proyectada como una vivienda eterna.

Desde esa indiscreta posición y auxiliado por una cámara, es posible captar el deterioro de toda la capilla. Los cristales que cubrían las ranuras traseras ya no están y la cruz diseñada por Lalique corrió igual suerte, como las mamparas de cristal colocadas entre las puertas y el recinto más íntimo de las tumbas.

Una fuente cercana al Historiador de La Habana comenta que la complejidad patrimonial del panteón exige un estudio “para su reparación”, aunque un empleado del cementerio confirma que las obras de restauración están detenidas desde hace meses porque “los recursos de la Oficina del Historiador tuvieron que ser destinados a algo aparentemente más urgente y no han regresado”.

Los restos mortales de Catalina Lasa, de Juan Pedro Baró y su madre descansan provisionalmente, y hasta que terminen las obras, en el panteón de los Emigrados Cubanos, el mismo lugar donde reposa Leonor Pérez, madre de José Martí. Mientras, Angelito, el saqueador de tumbas, fue finalmente condenado a 30 años de privación de libertad por daño al patrimonio y profanación.

A pesar de la devastación, algo del brillo de la mirada de quien fuera conocida como La Maga Halagadora queda en el lugar. Una triste presencia, de quien no logró en vida ser aceptada por una sociedad llena de prejuicios y después de muerta ha sido víctima de la expoliación y la indolencia.

Este artículo fue publicado originalmente en 14yMedio.com

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