El pragmatismo tras la visita de Obama a Cuba

El presidente Barack Obama ha hecho un anuncio que ha sacudido la política nacional e internacional: visitará Cuba el 21 y 22 de marzo, en lo que será el primer viaje de un mandatario estadounidense a la isla desde que lo hizo, en 1928, el presidente Calvin Coolidge (en un contexto geopolítico y económico muy distinto al actual).

Será un hecho histórico no solo por lo dilatado desde esa última visita sino sobre todo porque, en ese periodo, la áspera relación entre Estados Unidos y Cuba se ubicó, desde la llegada al poder en La Habana de Fidel Castro en 1959, en el eje de la tensión internacional de la Guerra Fría, estuvo a poco de llevar al mundo a una catástrofe nuclear durante la Crisis de los Misiles y, a lo largo de décadas, ha sido causa de crisis humanitarias y económicas y de desencuentros, exilios y presiones dentro y fuera de Cuba y Estados Unidos.

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El presidente Barack Obama se reunirá en de nuevo con el mandatario cubano Raúl Castro, esta vez en Cuba. (AP)

El anuncio de Obama ha irritado a importantes figuras en el Partido Republicano (dos de sus precandidatos presidenciales, cabe señalar, Marco Rubio y Ted Cruz, son de ascendencia cubana y ambos han repudiado los acercamientos de la Casa Blanca hacia la isla) y también a muchos en el ámbito conservador y en la diáspora cubana en Estados Unidos.

Por ejemplo, el alcalde de Miami-Dade Carlos Giménez dijo que no creía que el gobierno de Cuba haya hecho “ningún cambio significativo al respecto de derechos humanos, libre empresa o libre expresión" y por eso el régimen de Raúl Castro “no merece el honor de recibir la visita del líder del mundo libre”.

En otro extremo, el portal conservador Breitbart News criticó el plan de Obama señalando que las concesiones que recientemente se le han otorgado al régimen de Castro le han permitido aplicar mayor opresión contra los disidentes políticos y crear una crisis de refugiados.

Pero más allá de esos señalamientos, y de otros de diverso signo y ardor, Obama habría decidido visitar Cuba no necesariamente para reconocerle avances o para, como sucedía en épocas oscuras del siglo pasado, darle palmadas en la espalda a regímenes autoritarios latinoamericanos. Su objetivo, por el contrario, sería actuar como catalizador de esos cambios que aún no se han registrado, o no se han dado con la extensión esperada, pero que el gobierno de Obama considera cruciales.

Obama iría, así, en una suerte de cruzada.

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La bandera de Estados Unidos fue izada en la reciente reapertura de la Embajada estadounidense en La Habana, cerrada por décadas. (AP)

El asunto, en primer término, tiene su lado personal. En su último año de gobierno, Obama parece decidido a ampliar y afianzar su legado, y el viaje a Cuba sería una piedra más en los virajes históricos impulsados durante su presidencia.

Finalizando su mandato y con un entorno político tan polarizado como el actual, al parecer en la balanza político-electoral la ampliación de la apertura hacia Cuba no le generaría a Obama impactos o desencuentros adicionales, ni a él ni a quien resulte el candidato presidencial del Partido Demócrata, pues salvo escasas excepciones la oposición a su diálogo con La Habana está sustantivamente en el bando republicano y sus simpatizantes, y es muy improbable que se volteen hacia los demócratas. Tampoco parece probable que se dé un corrimiento desde el ala liberal o de izquierda hacia los republicanos y la derecha por efecto de la actitud de Obama hacia Cuba.

En ese sentido, en este tema el presidente tiene una suerte de póliza de seguro político que parece querer aprovechar.

Y, por el lado de Cuba, la visita de Obama, así, podría ser interpretada como una suerte de señal de que EEUU ya no estaría buscando derrocar al régimen de Cuba y que Washington –que de un modo u otro siempre tiene influencia en los destinos políticos latinoamericanos– orientaría su interés y su presión por el cambio paulatino en Cuba a avances en lo político, económico y los derechos humanos sin necesariamente imponer un nuevo gobierno o un cambio de régimen.

La apuesta de Obama, que con todo está atado de manos en uno de los elementos claves en la relación de Estados Unidos con Cuba, que es el embargo (que solo puede ser levantado por el Congreso), sería como señaló Oliver Knox en Yahoo apostar por una transición gradual en lo econ��mico como ha sido el caso de China o Vietnam.

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El senador Bob Menéndez, una de las pocas figuras demócratas que se ha opuesto frontalmente a la apertura de Obama hacia Cuba. (AP)

Todo a contracorriente de quienes, justamente, solo aceptan ampliar las relaciones de Estados Unidos con Cuba –y en ello una visita del presidente de Estados Unidos es un símbolo- si antes se ha barrido con el régimen de Castro o, al menos, se han registrado transformaciones a enorme escala en la isla.

El viaje de Obama tiene también un sentido pragmático de beneficio para los intereses de Estados Unidos.

Cuba se ha abierto ya paulatinamente y se estima que continuará haciéndolo, al menos en el ámbito económico, y hasta el momento eso no ha favorecido mucho a los negocios estadounidenses ni ha propiciado avances en derechos humanos y libertades como exigen sus críticos. Por ello, como indicó el portal Politico, la administración Obama busca lograr la máxima distensión posible para presionar por más avances (mayor operación de negocios estadounidenses en Cuba, ampliación de los derechos políticos y humanos y de libertades básicas) y para prevenir que en la eventualidad de un triunfo republicano en la elección presidencial las aperturas actuales hacia La Habana pudiesen ser revertidas.

Así, el periódico The New York Times plantea el viaje de Obama en el contexto de negociaciones y esfuerzos de Washington para que Cuba se abra más a las empresas y las inversiones estadounidenses y cree condiciones y regulaciones (o desregulaciones) propicias para ello.

Pero Cuba pide que se levante el embargo como un paso fundamental para ello, algo que también sería crucial para muchas empresas estadounidenses que no tienen muy claro qué clase de negocios o inversiones en Cuba serían aceptables o legales en el contexto del bloqueo actual.

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Aún no es claro cuál será el alcance del cambio en Cuba, pero la transformación es real junto al debate sobre qué dejar y qué mantener. (AP)

Pero a falta de ese último paso, que solo el Congreso podría dar (y que es altamente improbable mientras la mayoría legislativa sea republicana), Obama ha decidido apechugar y reunirse, en tierra cubana, tanto con Raúl Castro (pero no con Fidel) como con cubanos disidentes y sacarle todo el jugo posible a ello.

Finalmente, ahora sería la ventana en la que el viaje de un presidente estadounidense a Cuba es posible, al menos en el mediano plazo, pues incluso si el Partido Demócrata retiene la presidencia en las elecciones de noviembre, quien gane esos comicios tendrá un inicio de gobierno cuesta arriba y estará necesitado de tender puentes y acercamientos con los republicanos. Una visita a Cuba del titular del Ejecutivo en ese contexto resultaría altamente improbable, y proporcionalmente más erosiva que la que Obama realice en marzo próximo.

Así, salvo el vilipendio que reciba de parte de los críticos a ultranza del régimen cubano, Obama tendría más que ganar que perder con este viaje, en lo concreto y en lo icónico.