El famoso mentalista que falleció durante su autopsia

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Cuando a Eleanor Fletcher le preguntaron qué era lo que quería poner en la lápida de su hijo ésta contestó: pongan la siguiente inscripción ‘Washington Irving Bishop; Nacido el 4 de marzo de 1856. Asesinado el 13 de mayo de 1889’. Finalmente pudieron convencerla para que desistiese de poner la palabra ‘asesinado’ en la losa y que figurase mejor el término ‘fallecido’. A cambio le pareció buena idea colocar la palabra ‘MARTIR’ en mayúsculas y sobre el nombre.

Y es que para Eleanor Fletcher todo lo que envolvió la extraña muerte de su hijo, a la edad de 33 años, estaba llena de negligencias e incluso malas intenciones.

Washington Irving Bishop se había convertido en uno de los mentalistas más famosos de los Estados Unidos durante la última década del siglo XIX. Célebres eran sus actuaciones en las que dejaba asombrado al público adivinando textos escritos en un papel escondido, saber el nombre de la persona en la que alguien estaba pensando e incluso encontrar un alfiler remotamente escondido.

También era muy popular el número en el que con los ojos vendados conducía un coche de caballos por la ciudad y llegaba hasta un lugar donde se escondía un objeto (por ejemplo el mencionado alfiler).

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Era todo un prodigio alabado por unos y detestado por otros, en una época en la que el espiritismo y mentalismo se pusieron enormemente de moda.

Pero Washington Irving padecía una dolencia que le había hecho pasar alguna mala pasada: era cataléptico, por lo que sufría unos ataques que lo dejaban inconsciente y que aparentemente parecía que había fallecido. Varios fueron los episodios sufridos en los que después de varias horas de una muerte aparente se había recuperado de ese estado de inconsciencia (muy similar al coma).

Por tal motivo había dado una serie de instrucciones muy concretas para que, en caso de sobrevenirle un ataque de catalepsia, no se le practicara bajo ningún concepto una autopsia, no fuera enterrado antes de 48 horas y, una vez transcurrido ese tiempo, si debían darle sepultura que fuera en un ataúd que tuviera algún mecanismo con el que poder avisar al exterior en caso de despertar de un ataque largo de catalepsia.

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Además de haber dejado por escrito en varios lugares estas instrucciones, siempre llevaba consigo, metido en unos de sus bolsillos, un papel en el que advertía de su dolencia y que en caso de desvanecimiento no se le efectuara necropsia alguna ni llevaran a cabo ninguno de los pertinentes de los pasos a seguir (cuando alguien fallece) hasta no haber hablado con alguno de sus representantes legales (esposa, madre, manager y abogado) y esto diesen el consentimiento de entierro.

El 12 de mayo de 1889 Washington Irving Bishop actuó en el exclusivo Club Lambs de Nueva York, donde a mitad de su función sufrió un pequeño desvanecimiento pero que tan solo duró unos pocos minutos. Tras recuperar la consciencia retomó el espectáculo y poco después volvió a desplomarse en el escenario.

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Fue llevado a la planta superior y allí permaneció a lo largo de varias horas, sin que recuperase el conocimiento, por lo que se avisó a un servicio médico que decidió trasladarlo hasta la morgue y declarar que estaba muerto. A nadie de los presentes se le ocurrió mirar dentro de los bolsillos, por lo que desconocían que el mentalista padecía de catalepsia. También se dio la casualidad de que esa noche no había acudido a la función ninguna persona allegada a Bishop.

Una vez en la morgue y sin esperar a que se personase cualquier familiar del mentalista, los doctores John A. Irwin, Frank Ferguson y James Hance, que allí se encontraban decidieron realizar la autopsia.

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Cuando la esposa y la madre de Bishop llegaron se encontraron con la desagradable sorpresa de que el cuerpo ya había sido diseccionado, tenía el cráneo abierto y el cerebro había desaparecido.

El caso fue muy sonado en la época y la prensa se hizo eco del asunto.

Las desconsoladas viuda y madre del mentalista interpusieron una demanda contra los doctores Irving, Ferguson y Hance por negligencia. Les acusaban de haber asesinado a Washington Irving Bishop, ya que estaban seguras que cuando le comenzaron a realizar la autopsian todavía seguía con vida (aunque inconsciente a causa de la catalepsia) y también querían saber dónde estaba el cerebro (que nunca apareció).

Tras varias demandas y juicios, los médicos salieron absueltos y se dio un carpetazo al asunto. Durante las vista se presentaron numerosos testimonios de personas que aseguraban que Washington Irving Bishop llevaba una vida totalmente disoluta y entregado a los placeres y vicios del alcohol y las drogas como la morfina o la cocaína, motivo por el que los expertos aseguraban que tenía todos los números para fallecer en cualquier momento.

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La madre del mentalista prometió dedicar el resto de su vida y todo el dinero que tenía en perseguir a los médicos responsables del fallecimiento de su hijo. Pero el dinero que tenía era poco, debido a que el hijo había derrochado todo su dinero en juergas y droga y no les dejó más que deudas (para enterrarlo tuvieron que pedir prestado a las amistades).

Cabe destacar que son muchas son las fuentes que apuntan que el doctor John A. Irwin realizó la autopsia a Bishop sabiendo que éste estaba en estado cataléptico y aún y así decidió diseccionarlo ¿la razón? Investigar y descubrir cuán era el misterioso prodigio que el mentalista escondía en su cabeza, motivo por el que, muy posiblemente, fuese quien extrajera se quedara con el desaparecido cerebro.

Fuentes de consulta e imágenes: atlasobscura / paperspast / mentalfloss / drvitelli (1) / drvitelli (2)

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