El duradero terror que engendró la masacre en el club gay de Orlando

Sangre inundando el piso. Sangre empapando la ropa. Olor a pólvora. Gritos. Dolor. Estruendo de disparos. Súplicas. El abrupto fin de la madrugada en la discoteca Pulse. El inicio de una larga noche para la comunidad queer. Y también el miedo para los demás: los que nunca han visitado un club gay, los que miran con recelo el respeto a la diversidad sexual, los indiferentes… Porque nadie puede sentirse a salvo cuando el odio merodea armado.

Victor Baez (izquierda) llora con Iris Febo mientras recuerdan a sus amigas Amanda Alvear y Mercedez Flores, fallecidas en una balacera en el club nocturno gay Pulse, durante una visita a un monumento de recuerdo improvisado, el 13 de junio de 2016, en Orlando, Florida. (AP Foto/David Goldman)
Victor Baez (izquierda) llora con Iris Febo mientras recuerdan a sus amigas Amanda Alvear y Mercedez Flores, fallecidas en una balacera en el club nocturno gay Pulse, durante una visita a un monumento de recuerdo improvisado, el 13 de junio de 2016, en Orlando, Florida. (AP Foto/David Goldman)

El 12 de junio Omar Mateen, un guardia de seguridad que declaró su lealtad al Estado Islámico en el acto, asesinó a 49 personas e hirió a más de medio centenar en ese centro nocturno de la Florida. Fue la matanza más letal cometida por una sola persona en la historia de Estados Unidos y el peor crimen de odio perpetrado contra la comunidad homosexual.

El tiroteo en el Pulse no solo marcó a los sobrevivientes. Los distantes testigos de la masacre, en particular las personas no heterosexuales, sintieron que los disparos también estaban dirigidos contra ellas. El ataque a un club nocturno equivalía al atentado contra un templo de una congregación. Los disparos del 12 de junio vulneraron el frágil sentido de seguridad de un grupo social aún asediado por la discriminación.

Perdurables huellas

Las víctimas que alcanzaron a contar la historia de la masacre lidiarán durante años con el trauma. Los testimonios a la prensa en los días siguientes revelan cómo la memoria de la violencia asalta la vida cotidiana: las pesadillas, los constantes flashbacks, los ataques de pánico, la desconfianza hacia cualquier extraño, el temor a los lugares públicos, el recuerdo de los amigos asesinados, el sentimiento de culpa por haber sobrevivido… Trastorno por estrés postraumático, diagnostican los especialistas.

El impacto de la matanza en el Pulse se suma a la ya extensa historia de daños psicológicos a la comunidad queer. Según datos de la Alianza Nacional de Enfermedades Mentales de Estados Unidos (NAMI), las personas no heterosexuales tienen tres veces más posibilidades de padecer un problema de salud mental que el resto de la población. Los intentos de suicidios entre los jóvenes de la comunidad LGBTQ son cuatro veces más frecuentes.

El ataque a la discoteca gay generó una marejada de solidaridad que desbordó las fronteras estadounidenses. Vigilias, manifestaciones e improvisados monumentos proliferaron en varias ciudades del planeta. La Torre Eiffel, símbolo de una ciudad golpeada pocos meses antes por el terrorismo, se vistió con los colores del arcoíris de la bandera del orgullo gay. Las donaciones fluyeron en Internet para socorrer a las víctimas y sus familiares. Los hospitales de la Florida anunciaron en agosto que no cobrarían las facturas por el tratamiento a los heridos, estimadas en más de 5,5 millones de dólares.

 (AP Photo/Martin Meissner)
(AP Photo/Martin Meissner)

Muestras de apoyo, pero también expresiones de la angustia que engendran masacres similares. El contacto repetido en la televisión y la prensa con la violencia armada siembra el miedo, la depresión y la inseguridad. Porque una ráfaga contra la joie de vivre de París o la libertad en el Pulse a todos lacera, poco importa la orientación sexual. Basta con ser humano.

Ataque al corazón queer

Omar Mateen embistió el centro de la vida de la comunidad queer: el club nocturno. Lejos de la observación hipócrita de la sociedad, las discotecas y los bares ofrecen refugio a las personas que no se identifican con la heterosexualidad dominante. En estos lugares ellas son libres de expresar su identidad sexual, amar, divertirse, hacer amistades, vivir a plenitud.

El Pulse, “the hottest gay bar in Orlando” (el bar gay más popular de Orlando), era hasta el 12 de junio pasado uno de esos lugares seguros para los homosexuales. El atentado quebró la relativa certeza de que al menos allí, como en otros sitios similares del país norteamericano, la discriminación tenía las puertas cerradas.

La historia del movimiento por los derechos de la diversidad sexual en Estados Unidos se cristalizó precisamente con los disturbios que siguieron el asalto a un pub frecuentado por la comunidad queer, el Stonewall Inn, en 1969. El ataque terrorista al Pulse señala el episodio más sangriento de esa lucha. Ningún otro grupo social estadounidense es más vulnerable a los crímenes de odio, ni siquiera los afroamericanos o los judíos.

Armas de guerra para el odio

Las 49 personas asesinadas en el Pulse vivirían aún si la homofobia no tuviese acceso a armas de combate. Omar Mateen utilizó un rifle Sig Sauer MCX, diseñado originalmente para las fuerzas especiales de Estados Unidos como un híbrido entre la metralleta MP5 y el fusil de asalto AK-47. La industria del armamento lo ha catalogado como “rifle deportivo moderno”. El AR-15, usado en las matanzas de San Bernandino, Newtown y Aurora, también clasifica en esta categoría.

Las muertes en el club gay de Orlando son incomprensibles porque pertrechos destinados a la guerra no deberían circular en el mercado. Pero el sacrificio involuntario de estos jóvenes no sirvió para conmover al lobby de la National Rifle Association y sus aliados en el Partido Republicano. Ellos se niegan a promover una legislación que reduzca la probabilidad de futuras matanzas. En el fondo de esa obstinación se oculta mal el desprecio a la vida del otro, que poco vale frente a la codicia de la industria y la sed de poder de los políticos.

Aquí una cronología del ataque: