Cómo el ego de un don nadie destruyó el templo de Artemisa, una de las 7 maravillas del mundo antiguo

El templo de Artemisa, Éfeso. Ilustración de
El templo de Artemisa, Éfeso. Ilustración de "Maravillas del pasado", 1933-1934.

El templo de Artemisa era el orgullo de los efesios.

Vivían en su polis —o ciudad-Estado independiente en la antigua Grecia—, cerca de donde está hoy la ciudad portuaria de Esmirna, en Turquía, y la diosa de la caza, los animales salvajes, el terreno virgen, los nacimientos, la virginidad y las doncellas era su patrona.

Según el historiador griego Heródoto, había sido erigido a expensas del fabulosamente rico rey Creso de Lidia y, según el romano Plinio, tenía 127 columnas, 36 de ellas finamente talladas con relieves.

En el centro del que fue uno de los templos griegos más grandes de la historia y el primero construido casi completamente en mármol, se alzaba la colosal figura de Artemisa, hecha en madera ennegrecida.

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Era una maravilla... una de las siete del mundo antiguo, que dejó sin aliento hasta a Antípatro de Sidón, autor de la famosa lista:

"He posado mis ojos sobre la muralla de la dulce Babilonia, que es una calzada para carruajes, y la estatua de Zeus de los alfeos, y los jardines colgantes, y el Coloso del Sol, y la enorme obra de las altas Pirámides, y la vasta tumba de Mausolo; pero cuando vi la casa de Artemisa, allí encaramada en las nubes, esas otras maravillas perdieron su brillo, y dije: 'aparte del Olimpo, el Sol nunca vio algo tan grandioso'".

Además de sus propósitos religiosos, era un imán que atraía turistas, comerciantes e incluso reyes que le rendían homenaje ofreciendo diversos joyas y otros tesoros, y hasta servía de protección para los perseguidos, pues nadie se atrevería a hacer algo que pudiera profanar el templo.

Pero el 21 de julio de 356 a.C. ocurrió una catástrofe.

"La quema del templo de Éfeso", ilustración de George Paston [seudónimo de Emily Morse Symonds], 1753.
"La quema del templo de Éfeso", ilustración de George Paston [seudónimo de Emily Morse Symonds], 1753.

Mientras la diosa Artemisa, según el historiador griego Plutarco, estaba ausente del santuario, ayudando en el nacimiento de Alejandro Magno, un hombre llamado Eróstrato o Heróstrato quemó deliberadamente el templo que había tomado más de un siglo construir.

¡Pero ¿por qué?!!!

Fue una tragedia.

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En el curso de una noche, todo lo que estaba hecho de madera —el techo, las escaleras, las puertas, los muebles y la adorada imagen de Artemisa— ardió en llamas y a la mañana siguiente estaba reducido a cenizas.

Todo lo que quedaba de un templo que alguna vez fue el más magnífico eran sus columnas humeantes, ennegrecidas y arruinadas.

Eróstrato fue prontamente apresado y confesó que había incendiado el santuario para que "a través de la destrucción de ese edificio tan hermoso, su nombre fuera difundido por todo el mundo", como relató Valerio Máximo, autor de la colección Factorum et dictorum memorabilium ("Hechos y dichos memorables").

Por el infame acto, además de ser torturado y ejecutado, fue castigado con el olvido, por medio de lo que más tarde se empezó a llamar damnatio memoriae —literalmente "condena de la memoria"—.

Cualquier registro de su existencia fue eliminado y la mera mención de su nombre fue prohibida, bajo pena de muerte.

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Por un tiempo, la medida se acató, pero eventualmente Eróstrato logró su objetivo.

A pesar de la damnatio memoriae decretada, el historiador contemporáneo Teopompo mencionó su nombre en una obra escrita ese mismo siglo, de modo que, a pesar de que poco sabemos de él, nunca fue olvidado.

Más que recordado

Eróstrato saltó de los libros de historia a otras esferas.

En la literatura, varios grandes como Victor Hugo, Antón Chéjov, Jean-Paul Sartre, Miguel de Unamuno y hasta aquel ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra, violaron la "condena de la memoria".

En el poema onírico inacabado "La casa de la fama" de Chaucer del siglo XIV, aparece presentando su caso frente a la musa Calíope, quien está escuchando súplicas en su corte de la fama.

El lugar en el que estaba el templo hoy.
El lugar en el que estaba el templo hoy.

Tras escuchar a buenas personas que desean ser conocidas por sus buenas obras y otras también buenas pero que no quieren ser famosas, así como de malas personas que quieren ser olvidadas, y conceder o negar sus peticiones aparentemente guiada por el capricho, le llega el turno a Eróstrato, un ejemplo que en ese entonces parecía inusual: una persona a la que se recuerde por ser mala.

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Cuando la musa le pregunta por qué lo hizo, responde que quería ser famoso como lo eran otras personas cuya fama se debía a sus virtudes o fuerza.

Y se le ocurrió que la gente mala tenía tanta fama por su maldad o sagacidad como la gente buena por su bondad. Y como no podía tener un tipo de fama, no se iba a quedar sin la otra, por eso quemó el templo.

Cuando pide que su fama sea proclamada a los cuatro vientos, la musa responde: "¡Con mucho gusto!".

Pero no sólo sigue vivo en el mundo de la ficción, sino también en la ciencia.

El complejo de Eróstrato es un término utilizado en la psiquiatría moderna en relación a personas que sufren sentimiento de inferioridad pero quieren sobresalir a toda costa, así que recurren a acciones agresivas, como destruir objetos de arte, valores, objetos socialmente útiles, torturar animales y personas.

Además su nombre se ha usado en distintos idiomas para acuñar términos o expresiones, como esta, que aparece en el Diccionario de la Real Academia Española:

Erostracismo: de Heróstrato, ciudadano efesio que, en el año 356 a. C., incendió el templo de Ártemis en Éfeso por afán de notoriedad, e -ismo.

1. m. Manía que lleva a cometer actos delictivos para conseguir renombre.

El magno

El templo de Diana en Éfeso (de la serie
El templo de Diana en Éfeso (de la serie "Las ocho maravillas del mundo") de Maarten van Heemskerck, 1572.

Los efesios comenzaron la larga tarea de volver a levantar su templo sobre los cimientos originales poco después de la tragedia.

Años después, recibieron cálidamente a aquel que había nacido de las cenizas del santuario de la diosa, Alejandro el Grande.

Entró triunfante en Éfeso tras derrotar a las fuerzas persas en la batalla de Granicus en 334 a. C., liberando a las ciudades griegas de Asia Menor.

Pero cuando el heróico conquistador se ofreció a pagar todos los gastos de la reconstrucción si se le concedía crédito por su generosidad, el ayuntamiento enfrentó un problema: no querían estar en deuda con el macedionio pero ¿cómo rechazar a alguien tan poderoso?

Pues con una de las frases más diplomáticas de la historia: "Es inapropiado que un dios le dedique ofrendas a los dioses".

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