Dreamers visitan México en medio de incertidumbre por Trump
MOLCAXAC, México (AP) — Tamara Alcalá Domínguez lloró desconsoladamente y casi no podía hablar al recostar su cabeza sobre el suéter de la mujer que la cuidó de niña.
"Mi niña chiquita, que tanto te abracé", le dijo Petra Bello Suárez, sollozando, a su nieta que hoy tiene 23 años. "Te tengo en mis brazos mi niña... todavía me encontraste viva".
Alcalá se quedó con su abuela cuando tenía dos años y su madre se fue en busca de una mejor vida a Estados Unidos. Un año después, madre e hija se reunieron en Estados Unidos y durante dos décadas Alcalá no pudo regresar a México a ver a su abuela y a otros familiares por estar en Estados Unidos sin permiso de residencia.
Hace unos años, Alcalá se acogió -junto con cientos de miles de jóvenes- a un programa lanzado por el presidente Barack Obama que los amparaba de la deportación. El programa, conocido por sus siglas en inglés, DACA (Deferred Action for Childhood Arrivals), les dio permisos de trabajo a los jóvenes que fueron traídos al país ilegalmente de niños.
Alcalá salió entonces de las sombras. Consiguió un trabajo como empleada regular en su ciudad de Everett, estado de Washington, y estudió, soñando con cursar medicina. Y el año pasado se anotó en un programa especial que le permitió hacer este, su primer viaje a México, con la posibilidad de volver legalmente a Estados Unidos.
Abuela y nieta pasaron casi dos semanas poniéndose al día con lo sucedido en los últimos 20 años, un encuentro que terminó siendo agridulce por las incertidumbres con que Alcalá encara el futuro. Se despidieron poco antes de que Donald Trump asumiese la presidencia de Estados Unidos, tras prometer anular los beneficios que su predecesor concedió a los jóvenes como ella, conocidos como "dreamers", o soñadores.
El viaje puede haber sido una última oportunidad de ver a su abuela o una ocasión para reencontrarse con su tierra natal en caso de que sea deportada.
"Me tranquiliza saber que pude estar con ella al menos una vez", dijo, "antes de que pase lo que tenga que pasar en el futuro".
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En las semanas previas a la asunción de Trump, más de dos docenas de inmigrantes jóvenes viajaron a México al amparo de una cláusula del programa DACA que permite a quienes se acogieron a ese plan viajar al exterior por razones académicas o emergencias familiares, y luego regresar legalmente. The Associated Press los acompañó.
Más de un centenar de ex niños migrantes han visitado el país donde nacieron en cinco viajes auspiciados por la rama de Long Beach de la Universidad Estatal de California. Fueron viajes emotivos a una tierra que apenas recuerdan, para reunirse con familiares que han visto solo en fotos o a través de Skype. Los estudiantes de este viaje se dispersaron por todo México para pasar las Navidades con parientes y después se encontraron para un curso académico en la ciudad de Cuernavaca antes de regresar a Estados Unidos.
Unos 750.000 jóvenes se acogieron al DACA en Estados Unidos. Una legislación que incluía casi los mismos beneficios, llamada DREAM Act, fue rechazada en el Congreso, lo que hizo que Obama interviniese y sacase en 2012 una orden ejecutiva (decreto presidencial) en su beneficio, diciendo que "somos un mejor país que uno que expulsa a muchachos inocentes".
Trump tiene otra forma de ver las cosas. Sus promesas de combatir la inmigración ilegal fueron uno de los pilares de su campaña y ha dicho que anulará el DACA, al que considera una "amnistía ilegal". Al mismo tiempo, afirmó que espera que "se pueda hacer algo" para amparar a los dreamers.
Republicanos moderados están conscientes del riesgo político de deportar a estudiantes universitarios, futuros médicos y abogados, y dividir a sus familias. En un encuentro con gente común --un "town hall"-- el 12 de enero, el líder de la Cámara de Representantes Paul Ryan dijo que los republicanos estaban trabajando con la gente de Trump en alguna solución y aseguró que no habrá una "fuerza para deportar", como dijo alguna vez el magnate, que busque a las personas que están en el país sin permiso de residencia.
"Veo que ama a su hija. Usted es una buena persona, que tiene un gran futuro por delante, y espero que ese futuro sea aquí", dijo el legislador en el "town hall" a una mujer que se acogió al DACA y a su hija.
Pero no se han dado detalles de la solución a la que aludía y tampoco está claro si Trump la aprobará o no, lo que hace que el viaje de todos los que fueron a México esté rodeado de incertidumbres.
Álvaro Castillo García, estudiante de posgrado de literatura creativa en la sede de Northridge de la Universidad Estatal de California, recuerda que antes del DACA tenía que ocultar constantemente su status inmigratorio por temor a ser deportado.
"No puedes manejar, no puedes siquiera salir con una muchacha porque vas a tener que pedirle que te lleve en su auto", dijo Castillo. "Generalmente mentimos acerca del lugar donde nacimos. Inventamos historias acerca de las razones por las que no visitamos a nuestros parientes. DACA nos dio la libertad de sentirnos parte de la sociedad, nos permitió sentirnos humanos".
Eliminar el programa sería como "darle un dulce a un bebé y luego sacárselo", afirmó. "No somos bebés. Y no lo vamos a tomar a la ligera. No creo que la gente se quede pasiva".
Igual que Alcalá, Castillo y los demás que hicieron el viaje, se fueron de México siendo muy niños o adolescentes. Sus historias reflejan que DACA les permitió a estos inmigrantes abandonar trabajos mal pagados y clandestinos, para vivir de una forma que había estado fuera de su alcance. Algunos son estudiantes universitarios que cursan carreras relacionadas con los servicios sociales o teatro. Otros trabajan con niños con necesidades especiales, como consejeros universitarios, en contabilidad, o como gerente de un negocio de venta al por menor. Uno aspira a ser un policía.
Hablan orgullosamente de sus familias y se sienten culpables porque sus padres y hermanos no pudieron viajar con ellos. Varios temen ser considerados altaneros porque viven en Estados Unidos, o que los vean raro por los errores que cometen al hablar español. Uno dice que le dijeron que su abuela no quería saber nada de él.
Sobre sus hombros llevaban una carga pesada: el saber que volverían a Estados Unidos cinco días antes de la inauguración de Trump.
"Hay más inquietud, más temor por el cambio que se avecina en nuestras realidades políticas", manifestó Armando Vázquez-Ramos, disertador de la rama de Long Beach de la Universidad Estatal de California especializado en temas chicanos. "Pero los impulsa el hecho de que esta podría ser la última oportunidad".
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Tímida y de hablar suave, el comportamiento de Alcalá revela que se crió con el temor de ser deportada. Su familia se relacionaba poco con otros y tenían pocos amigos. La madre le decía a Alcalá a que no hablase español afuera de la casa para evitar llamar la atención. Ella no le decía a nadie que era mexicana ni dónde trabajaba su madre.
"Siempre sentí que tenía que esconderlo todo", dijo Alcalá.
Durante la escuela secundaria, Alcalá se contentó con trabajar informalmente en un restaurante. Al acercarse la universidad, su status migratorio comenzó a ser un problema. Su trabajo jamás le iba a permitir costear los gastos de la matrícula. Y empezó a preguntarse por qué su madre la había traído a Estados Unidos.
"De qué vale soñar si no vas a poder cumplir tus sueños", preguntó.
Hasta que a los 19 años su vida cambió. Poco después de sufrir la humillación de que le pidieran un número del Seguro Social al postularse a un trabajo en un hospital, vio en su teléfono que Obama había emitido su decreto. Llegó al restaurante donde trabajaba con los ojos hinchados, decidida a acogerse de inmediato al DACA.
Fue aceptada, dejó su trabajo en el restaurante y se postuló para trabajar en un laboratorio de la Universidad de Washington. Completó sus estudios hace poco y está trabajando mientras se prepara para los exámenes de ingreso a alguna escuela de medicina. Su abuela y su bisabuela fueron curanderas y sostiene que no es coincidencia que a ella la atraiga la medicina. La anulación del DACA alteraría todos sus planes.
Ser una estudiante "normal", dijo, "hizo que no me sintiese tan sola".
El año pasado, antes de las elecciones de noviembre, Alcalá dio con un blog que comentaba cómo alguna gente que se había acogido al DACA podía viajar al exterior y eso la condujo al programa de Vázquez-Ramos.
Por primera vez, Alcalá vio que podría verse con la abuela que casi no conoció. Dado que Bello tiene 75 años y tiene presión alta, diabetes y otros males, Alcalá se dijo a sí misma que no permitiría que pasase lo que sucedió con su abuelo, que murió de un cáncer de próstata sin que ella pudiera verlo.
"Me dije a mí misma que iba a solicitar ese amparo", relató Alcalá. "Este es el año".
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Molcaxac, donde nació Alcalá, es un pueblo a 90 minutos de auto al sudeste de Puebla, capital del estado del mismo nombre. Un colorido arco decorado con imágenes religiosas recibe a los visitantes. Fue colocado allí con la ayuda de donaciones, incluidas las de la familia de su abuela. Un día reciente, una decena de personas se sentaron en sillas de plástico en las afueras de la ciudad para tomar naranjada y bebidas gaseosas y comer chivo preparado en hojas de maguey.
Los lugareños dicen que tanta gente en edad de trabajar se fue a Estados Unidos que en el pueblo hay sobre todo viejos y niños. Oswaldo Lorenzo Cabral Medel, amigo de la familia y cronista del municipio, calcula que el 95% de las familias de Molcaxac tiene parientes en Estados Unidos que envían dinero para una cantidad de cosas, desde ampliar las viviendas hasta pequeños comercios y la feria anual del pueblo.
La primera ola migratoria se produjo en 1942, con el programa de braceros, que dio a los mexicanos permisos temporales para trabajar en el campo en Estados Unidos. Cuando el programa dejó de existir en 1964, la gente siguió yendo al país vecino ilegalmente. Un abuelo de Alcalá fue bracero. Con el dinero que ganó en California compró un gran terreno frente a la plaza principal donde hoy residen varios miembros de la familia en viviendas de dos pisos alrededor de un patio común.
En el viaje en auto desde la Ciudad de México, una tía trató de explicarle cosas con las que Alcalá no estaba familiarizada: Cómo en esta región, por ejemplo, mucha gente se traslada en bicicleta o a caballo. Cómo en un pueblo vecino hay muchas personas que viven de la fabricación de fuegos artificiales. En la carretera se toparon con vendedores que les ofrecían dulces y bebidas. Uno mostraba dos cachorritos.
"¡Están vendiendo perritos!", gritó la muchacha.
Poco después se encontró en los brazos de su abuela. Cuando pudo dejar de llorar, cenó carne asada y el famoso mole de Puebla. Apoyó la cabeza en los hombros de la abuela mientras le mostraba fotos con su teléfono. Salió al jardín a ver los pavos reales que cría su familia por sus plumas ornamentales y las dos avestruces cuyos huevos venden. Jugó a las escondidas con sus primas.
Alcalá acompañó a Bello a todos lados. Al almacén, a visitar a los vecinos, aferrándose firmemente a su abuela. A una fiesta del pueblo en la que un cura ofició una misa.
Se despidieron en Cuernavaca. La abuela le prometió seguir enseñándole cosas cuando vuelva. Alcalá prometió que volvería, aunque no estaba muy segura de poder hacerlo.
"Le dije que este no era nuestro último adiós", relató Alcalá. "Que encontraría la forma de volver".
Unan vez más se fundieron en un abrazo y lloraron.
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El día en que Trump asumió la presidencia Alcalá estaba de vuelta en el estado de Washington, pendiente de lo que hará el nuevo presidente.
Al menos 22.340 beneficiarios del DACA recibieron permisos especiales para viajar al exterior y volver. Regresan legalmente, lo que puede ayudarlos si intentan regularizar su status a través de un matrimonio o un patrocinador, según Jorge Barón, del Northwest Immigrant Rights Project.
Alcalá no sabe qué hará si Trump le saca el DACA. Dado que su hermana menor nació en Estados Unidos podría pedir una visa de residente para reunificar la familia. Pero cuando el patrocinador es un hermano o hermana, el trámite es muy largo y hay muchos pedidos atrasados.
Por ahora se siente agradecida con la vida que tiene en Estados Unidos y de haber podido regresar a México. Durante las clases que tomó en Cuernavaca, Alcalá escuchó las historias de otros inmigrantes que fueron llevados a Estados Unidos de niños pero no estaban allí cuando surgió el DACA porque habían sido deportados o porque se fueron voluntariamente. Esas historias, y los días que pasó con su abuela, le dieron una idea de lo que sería su vida si es deportada. Todavía puede tratar de hacer realidad sus sueños, pero serán más difíciles de alcanzar.
"Me siento mejor, mucho mejor. Antes pensaba lo peor", comentó. "Si me deportaban, no hubiera sabido nada. No conocía bien a mi familia. No tenía idea de lo que me esperaba".
Ahora, agregó, "ya no tengo miedo".
Mientras se vuelve a habituar a su vida en el país que considera su casa, Alcalá tiene un mensaje para el presidente Trump:
"¿Qué es lo peor que puede hacer, mandarme de vuelta a México? Ahora sé que puedo salir adelante (en México) o en Estados Unidos. Me saqué un gran peso de encima al perderle el miedo a México".
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