La dramática vida en Mykolaiv, la ciudad ucraniana bajo fuego hace dos meses en la que la gente hace largas colas para conseguir agua y pan

Centro municipal de  Mykolaiv, Ucrania donde reparte de manera gratuita pan, agua potable  y agua para los servicios sanitarios.
Elisabetha Pique

MYKOLAIV.- Casi como si fueran zombis, hombres, mujeres, niños, adultos mayores, deambulan llevando baldes, bidones, contenedores de plástico, botellas. Todos van en busca de los mismo: agua. Y, sin protestar, en orden, compuestos, sin pelearse, resilientes, forman fila en diversos centros para llenar sus baldes, bidones, contenedores de plástico, botellas de camiones cisterna. Suena una sirena que advierte de un ataque aéreo, pero nadie se inmuta. Poco después, se oye el ruido seco de los golpes de artillería que disparan las fuerzas ucranianas contra el invasor, en la periferia este, pero tampoco nadie se altera.

Son las imágenes casi surrealistas que se viven en Mykolaiv, ciudad bajo ataque ruso desde hace más de dos meses porque queda muy cerca de Kherson -ocupada por los rusos- y sin agua desde hace casi un mes porque un acueducto quedó dañado en un bombardeo, donde vuelve a sorprender la resiliencia ucraniana. Quienes se han quedado, pese a que conviven con el ulular tétrico de las sirenas, la dramática falta de agua corriente y el miedo a no saber cuándo les caerá encima un cohete, sobreviven. Y parecen haberse acostumbrado a esta guerra insensata que nadie sabe cuánto durará.

Ya había estado a fines de marzo en Mykolaiv, una ciudad clave, que antes de que Ucrania se independizara de la Unión Soviética, en 1991, se llamaba Nikolaiev, en honor a San Nicolás de Bari. Mientras entonces hacía frío y había un cielo gris, ahora el clima primaveral, el sol, tornan su aspecto menos sombrío. Pero la situación ha empeorado dramáticamente no sólo por la falta de agua corriente, sino también por la intensificación del fuego enemigo.

Mykolaiv es clave porque si los rusos toman esta ciudad, podrán luego conquistar Odessa. La “perla del Mar Negro”, que queda a tan sólo 134 kilómetros al suroeste, unas dos horas de auto, es un objetivo de Vladimir Putin. Tanto es así que hoy, en pleno día, cayeron en la ciudad portuaria otros seis misiles, que destruyeron una empresa de un área residencial, donde se desató un incendio y parte de la pista del aeropuerto, dijeron las autoridades.

“En Mykolaiv antes de la guerra había medio millón de habitantes. Se calcula ahora que sólo quedó la mitad, aunque en verdad nadie sabe la cifra exacta porque todos los días hay personas que huyen y, por otro lado, personas que llegan, que escapan de pueblos cercanos a Kherson”, dice a LA NACION Boris, que trabaja en la Cruz Roja. La Cruz Roja hasta ahora evacuó a 15.000 personas, heridas o vulnerables, pero la gran mayoría se fue por su cuenta, aseguran en Mykolaiv, ciudad que quedó marcada a fuego por un ataque que, a fines de marzo, partió en dos el edificio de la gobernación, donde murieron más de 34 personas.

La sede de la Cruz Roja es solo uno de las decenas de puntos que hay para que los habitantes puedan ir a buscar agua potable, ante cisternas, enormes bidones y canillas. “El agua viene en parte del río, en parte de pozos, en parte es potable, aunque el gusto no es muy bueno, mientras que de los camiones cisterna sale el agua que llamamos ‘técnica’, que sirve para los baños”, explica Boris, que nació en esta ciudad que se levanta en la confluencia de dos ríos que desembocan en el Mar Negro.

Para las personas mayores o con dificultades para moverse de su casa, la Cruz Roja organizó un equipo que, en bicicleta, al margen de llevar agua -la prioridad ahora-, también reparten medicamentos y comida. “Son voluntarios que conocen bien la ciudad, que se arriesgan porque nadie sabe cuándo caen las bombas aquí, sobre todo porque las sirenas no suenan cuando hay golpes de artillería”, explica.

“Un problema enorme”

Entre quienes hacen fila para llenar sus bidones o para llevarse paquetes de seis botellas de agua mineral están Anna, una jubilada que solía tener un negocio de comida, junto a su perrito Bafi, y su hija Natalia, enfermera en un consultorio de odontología. “Es un problema enorme la falta de agua, ahora estamos buscando para nosotras y para unos vecinos, para un total de ocho personas y esto no nos durará más de dos días”, dice Natalia, mientras carga todo en un carrito y cuenta que está sin trabajo desde hace casi un mes.

Centro municipal de  Mykolaiv, Ucrania donde reparte de manera gratuita pan, agua potable  y agua para los servicios sanitarios. En la foto Anna, madre, Natalia, la hija y Bafi
Elisabetha Pique


Centro municipal de Mykolaiv, Ucrania donde reparte de manera gratuita pan, agua potable y agua para los servicios sanitarios. En la foto Anna, madre, Natalia, la hija y Bafi (Elisabetha Pique/)

“Ojalá se resuelva pronto el tema del agua porque es imposible abrir el consultorio sin agua y la gente necesita curarse los dientes”, dice esta mujer, que si bien admite que tiene miedo cuando se oyen los estruendos y caen las bombas, no piensa irse.

Sumada a la lluvia de bombas que hizo que muchos huyeran, la falta de agua fue un golpe de gracia porque obligó a cerrar los pocos hoteles, restaurantes y bares abiertos. Así, aunque hay algo vida y no está arrasada, sino sólo en algunos barrios expuestos hacia Kherson, Mykolaiv luce semi-vacía y militarizada. Repleta de barricadas de bloques de cemento, neumáticos y bolsas de arena y con sus avenidas totalmente peladas de árboles -que se talaron para usar en barricadas o para fabricar las planchas de madera con las que se han tapiado vidrieras y ventanas de edificios-.

El camino hasta Mykolaiv también luce semi-desierto, con muchas barricadas que obligan a frenar y hacer zig-zag, pero con menos controles que a fines de marzo. Aunque antes de ingresar a la ciudad un soldado realiza un control mucho más riguroso que la vez anterior: no sólo pide la acreditación del Ministerio de Defensa (que indica que uno se hace responsable de entrar a una zona de combate), sino que, en un trámite que tarda unos veinte minutos, llama a la sede central para verificar que esa acreditación sea verdadera.

A las 9 y media de la mañana, en un centro municipal de la zona sur hay una cola larguísima de gente. “Esperan un pedazo de pan: todas las mañanas entregamos en 30 diversos centros gratuitamente. Antes entregábamos 300 pedazos, ahora, 600″, explica a LA NACION Tatiana, funcionaria municipal que, con guantes de plástico celestes, va repartiendo los panes a los vecinos.

La gente espera por las mañanas para recibir un paquete de pan
Elisabetha Pique


La gente espera por las mañanas para recibir un paquete de pan (Elisabetha Pique/)

Aunque cuenta que ella vive en un barrio que no está en la línea de fuego proveniente de Kherson, Tatiana también admite que la situación es peligrosa, que tiene miedo, pero que no piensa irse de su ciudad. “Vivía en Hostomel, al norte de Kiev, siempre trabajando como funcionaria municipal y cuando comenzaron allá los ataques, decidí volver a Mykolaiv... Y ahora, aunque hubo gran destrucción y muertes, la situación es más tranquila allá en Hostomel porque los rusos se fueron y acá, que están cerca, mucho peor... Me persiguen los rusos”, bromea. “Pero ya no pienso moverme, esta es mi ciudad”, comenta, con una sonrisa forzada y sin quejarse, como todos.

Lejos de casa

En el mismo centro municipal, Inna Burtovaia, de 65 años, cuenta otra historia increíble: en realidad ella no es de Mykolaiv, sino de Snihurivka, pueblo que queda al este de esta ciudad, que ha sido tomado por los rusos. “Cuando comenzó la guerra estaba en San Petersburgo, Rusia, porque soy escultora y maestra de artes plásticas para chicos... Como se cerró la frontera logré volver al país entrando por Polonia, luego fui a Odessa, pero nunca pude volver a mi casa”, relata.

Inna no pudo volver a su casa y ahora vive en la municipalidad de Mykolaiv
Elisabetta Piqué


Inna no pudo volver a su casa y ahora vive en la municipalidad de Mykolaiv (Elisabetta Piqué/Roma, Italia)

“Ahora vivo acá, en la municipalidad y trabajo como voluntaria y quién sabe cuándo podré volver”, dice Inna, que tampoco se lamenta. ¿Cómo es la vida en Mykolaiv? “Bombardean todos los días, suenas las sirenas, pero la gente mayor como yo ya no reacciona, no corre a ningún lado, ni nada, porque no se la puede pasar bajando y subiendo a los refugios, somos viejos”, dice.

El reloj marca las doce del mediodía y a lo lejos se oyen estruendos en un barrio de grises monoblocks de estilo soviético que se levanta en el este de Mykolaiv y que fue blanco de un ataque anteayer. Los “bum” que se oyen son de la artillería ucraniana que está disparando hacia Kherson, dicen. Aunque a las decenas de personas de todas las edades que, como autómatas, están haciendo fila, bajo el sol, ante un camión cisterna, con sus bidones de plástico, bolsas, botellas y carritos, ya no les importa. “Ahora la prioridad es el agua”, confirma Nicolai, chofer de 57 años que, al volver hacia su departamento cargado de botellas de agua, al encontrarse con los periodistas aprovecha para denunciar que, en el ataque de anteayer, que causó destrozos, pero no víctimas, los rusos usaron bombas de racimo, prohibidas desde 2010.

Centro municipal de  Mykolaiv, Ucrania donde reparte de manera gratuita pan, agua potable  y agua para los servicios sanitarios.
Elisabetha Pique


Centro municipal de Mykolaiv, Ucrania donde reparte de manera gratuita pan, agua potable y agua para los servicios sanitarios. (Elisabetha Pique/)

Gesticulando, Nicolai -barba canosa, gorro y campera de jeans- muestra las marcas que las también llamadas bombas de fragmentación, que contienen un dispositivo que libera un gran número de pequeñas bombas al abrirse, cayeron en el suelo de tierra, en una pared, en el asfalto. Varias ventanas de algunos pisos también saltaron por el aire y pueden verse vidrios rotos apilados en el suelo junto a otros escombros. “Por suerte fue de noche, cuando hay toque de queda y no había nadie en la calle. Yo en ese momento estaba en mi departamento y cuando comenzó el ataque me puse en el pasillo, entre dos paredes. Toda la gente ya aprendió a hacer esto. No sonaron las sirenas porque son bombas que vienen a una velocidad demasiado rápida desde Kherson”, cuenta Nicolai, otro sobreviviente que impresiona por su temple. Una resiliencia como la de Mykolaiv, una ciudad que, así como no fue doblegada por los constantes ataques, tampoco lo ha sido por la falta de agua.