Que el dictador cubano hable ante la ONU y enfrente el juicio del mundo libre | Opinión
Seguramente, el propósito del líder cubano Miguel Díaz-Canel en la próxima reunión de Naciones Unidas en Nueva York es despotricar contra el embargo estadounidense y, como un viejo disco rayado, presentar a la isla caribeña como víctima de la agresiva política exterior de Estados Unidos.
Jugar con la culpa es lo que mejor saben hacer los dictadores cubanos.
Este es el tercero.
Pero la presencia de Díaz-Canel en el principal foro diplomático internacional del mundo también lo expondría a un referendo sobre su brutal gobierno, durante y después de las históricas protestas de 2021, y no solo dentro de la ONU. También recibirá el escrutinio de los medios y de diversas generaciones de cubanoamericanos que no se quedarán callados.
Una desunida, pero considerable, comunidad de exiliados que, gracias a la longevidad del castrismo, ahora abarca toda la gama política, incluida la izquierda intelectual cubana otrora partidaria de Fidel Castro.
Se recordará al mundo que Díaz-Canel mantiene encarcelados a un artista plástico que fue persona influyente del año de la revista Time y a un rapero ganador de un Grammy. ¿Sus delitos?
Hacer arte y música que conmueven e inspiran no le agrada al intolerante régimen.
Un visado de Biden
El presidente Joe Biden ha dado señales contradictorias vacilando entre coquetear con el compromiso y mantener algunas de las sanciones del ex presidente Trump a funcionarios cubanos y entidades responsables de la represión.
Una postura segura, pero improductiva.
La administración de Biden se ha mantenido al margen de acciones significativas sobre Cuba, excepto para abordar la inmigración récord desde Cuba y restaurar el derecho de los estadounidenses a viajar allí.
Biden debería dejar a un lado la política nacional y conceder al dictador cubano de turno un visado para asistir a la Asamblea General de Naciones Unidas en septiembre.
Seguramente, su gesto podrá ser usado en su contra durante la campaña presidencial estadounidense. Pero la influencia que pueda tener en las elecciones de Miami o la Florida no es tan importante como llevar a un dictador, que se esconde tras su policía militarizada para mantenerse en el poder, a los salones de la diplomacia.
Los republicanos machacarán a Biden, cuyas políticas, por exitosas que sean, nunca les complacerán. Cuba no es una excepción. Y con el voto de los cubanoamericanos mayoritariamente entregado a Trump, complacerlos no debería ser una consideración.
Manejar estratégicamente a un régimen a 90 millas de la Florida debería ser la prioridad. Hay mucho que ganar y nada realmente que perder si se compromete a Díaz-Canel en un escenario diplomático.
Dado su historial de creciente e implacable represión de las libertades básicas —y su papel en hundir la economía cubana en una crisis peor que la que hubo tras la retirada soviética en la década de 1990— no le resultará fácil culpar a Estados Unidos de los problemas de Cuba.
Cinco años después del comienzo de su mandato, el presidente seleccionado del único partido político de Cuba, sabemos quién es Díaz-Canel: un dictador cortado de la peor tela mohosa de los Castro, en el cuerpo de un hombre más joven.
Bajo el liderazgo de Díaz-Canel, de 63 años, la oposición a la dictadura comunista no ha hecho más que crecer, no se ha marchitado como podría haber ocurrido si la apertura a la modernidad posterior a Castro hubiera traído prosperidad económica y reformas políticas.
No hay ninguna buena razón, salvo que un grupo élite se aferre al absoluto poder y riqueza, para negar al pueblo cubano un mundo de opciones económicas y políticas.
Durante este último año, mientras su pueblo pasa hambre, Díaz-Canel ha estado haciendo viajes al extranjero en busca de apoyo e inversión extranjera. Recientemente se reunió con el papa Francisco en el Vaticano, históricamente, un indicio de que el régimen busca ayuda para relacionarse con Estados Unidos. Y Biden es católico.
El juego de la diplomacia
Díaz-Canel solo ha llevado a Cuba a los días más oscuros. Pero negarle un visado solo le haría el juego a la retórica anti-estadounidense del régimen.
Ya vimos lo que ocurrió cuando el presidente Obama negoció una esperanzadora apertura con Raúl Castro. Los cubanos dieron la bienvenida ondeando la bandera estadounidense por toda La Habana para celebrar un nuevo día.
Naciones Unidas es un buen lugar para recordar a los líderes cubanos que fueron ellos quienes rechazaron la rama de olivo de los estadounidenses, y la prosperidad económica que temporalmente vino con ella. Fueron ellos, y no los estadounidenses, quienes cerraron el incipiente sector privado que ahora intentan reactivar.
En cuanto al embargo estadounidense, cabe preguntarse: ¿Qué embargo?
Los turistas estadounidenses son libres de viajar a Cuba bajo las directrices de “pueblo a pueblo”, y muchos operadores turísticos ofrecen una amplia variedad de opciones, desde el ecoturismo hasta lujosos itinerarios culturales.
El Nuevo Herald informa de que empresas estadounidenses exportaron a Cuba $37 millones en productos alimenticios y agrícolas solo en junio, frente a los $23 millones del mismo mes del año pasado, según datos de fuentes gubernamentales, puertos y empresas estadounidenses recopilados por el U.S. Cuba-Trade and Economic Council.
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Alimport, una empresa del gobierno cubano, ha estado importando pollo, soya y maíz. Que un país con una tierra tan fértil como la cubana tenga que importar pollo y maíz es pura mala gestión del régimen. Pero la mejor noticia para el pueblo cubano es que el aumento de las importaciones procedentes de Estados Unidos se atribuye a la concesión del régimen, en medio de la crisis, de resucitar el sector privado.
Un momento caído de la mata por lo obvio que es para el régimen de Díaz-Canel.
Él ahoga la disidencia mediante incentivos económicos, apoyados por productos estadounidenses. El embargo apenas existe. Es solo una cortina de humo.
¿El verdadero asunto que debería discutirse en la ONU? Los cientos de jóvenes que Cuba ha encarcelado y los miles expulsados al exilio.