‘Diario de vida’, entre el periodismo y la literatura

“Querido diario”. Así comenzaban los que algunos de nosotros escribíamos en nuestra adolescencia. Eran, aunque no lo sabíamos entonces, crónicas de nuestras realidades diarias en las que plasmábamos emociones, anhelos y sueños. Y nadie, desde luego, debía leerlos. Las jóvenes los ocultaban debajo de la almohada con una marchita flor entre sus páginas. Los varones, agotado el entusiasmo inicial, los guardábamos en cualquier gaveta y terminábamos olvidándolos junto a las cartas de la primera novia.

El diario, durante mucho tiempo, no se consideró un género literario. Los académicos argüían que estos eran de uso exclusivo de quienes los escriban y que, por su propia definición, eran completamente distintos y básicamente irreconciliables con una obra literaria.

De cualquier manera, lo cierto es que eventualmente los diarios privados comenzaron a publicarse. Los primeros de ellos fueron el de Lord Byron, en 1830 y el de Alfred de Vigny, en 1867. Le siguieron otros muchos, como los de Virginia Wolf y Sylvia Plath. Y también los de otros autores que terminaron dándole al humilde diario personal, por la calidad estética y formal de los mismos, su condición genérica.

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Pero no todos los diarios son iguales. En algunos, sus formatos son tan innovadores que solo podrían ser considerados como tales por su título y a veces por el contenido de sus textos. Este es el caso de Diario de vida (Roque Libros, 2023), el más reciente libro de la periodista y fotógrafa, Gladys Pérez (Cuba, 1947). Y es que, aunque su estructura no se corresponde con la de un verdadero diario, sus textos parecen pertenecer, de alguna singular manera, a ese género. No solo porque están organizados en orden cronológico y escritos en primera persona, sino porque también reflejan sus experiencias y opiniones.

Pero, en realidad, más que un diario es una estupenda colección de crónicas, notas históricas, críticas de arte, perfiles y viñetas que rompen con los cánones de lo tradicional y abordan los más variados y espinosos temas. Un vistazo a algunos de sus títulos permite comprobarlo: La guerra no es una anécdota (“La guerra no puede ser un paneo por un montón de imágenes desoladas. La guerra es la devastación de la razón y la lógica, es el espanto del ambicioso pretexto”. Razones (“¡Traía tantos prejuicios acerca de Estados Unidos! Llegué con el cerebro lavado. ¡Todo era malo! Encendieron mi vida de consignas. Ahogaron mi futuro. ¡Entonces no es raro que nos lancemos al océano, para encontrar mejores razones! Avalancha en las fronteras (“Hasta el cansancio diré que Estados Unidos en un país de emigrantes, pero existe el respeto al orden. Todos tienen motivos: económicos, persecución, o sencillamente aspirar a una mejor vida. Pero, la llegada masiva de miles y miles no les asegura que sus problemas se van a resolver. Me pregunto: ¿esa es la forma de irrumpir en un país que tiene límites territoriales regulados?”.

Los títulos restantes conforman un extendido mural de lúcidos artículos. En algunos, la autora reflexiona sobre el derecho constitucional a la interrupción del embarazo. En otros, sobre la cultura en general: música, cine y literatura. No faltan los que, entre denuncias y nostalgias, se ocupan de Cuba, su tierra natal. Tampoco faltan aquellos que, como si fueran los de un verdadero diario, se adentran en sus más íntimos recuerdos.

Diario de vida es, sin consideraciones genéricas, un magnífico libro. Y es que todos sus textos, a pesar de su diversidad temática, están escritos con una prosa de altos vuelos. No hay uno solo de ellos en los que sea posible decir dónde termina el periodismo y dónde comienza la literatura. O viceversa.