El verdadero problema con el VAR

El verdadero problema con el VAR
El verdadero problema con el VAR

Hay muy pocas oraciones coherentes en el que sin duda se llegará a conocer como el video de Luis Díaz, una especie de equivalente de la cinta de Zapruder, pero de la Liga Premier. Los distintos protagonistas se comunican con frases entrecortadas y sin sentido y sacrifican toda claridad en aras de una brevedad vanidosa.

La grabación dura tan solo dos minutos y, aunque no es un video especialmente emocionante —un grupo de voces sin rostro que discuten el procedimiento mientras clavan la mirada en pantallas y avanzan con determinación hacia un resultado previsto—, de vez en cuando es tenso, frustrante y nunca menos que convincente.

En realidad, es mejor considerada como una obra dramática con personajes. La escena es la siguiente: Díaz, el delantero del Liverpool, acaba de anotar para al frente a su equipo en contra del Tottenham Hotspur. El gol es anulado, en el campo, por fuera de juego. A unos kilómetros de distancia, en un edificio de Stockley Park, al oeste de Londres, entra en acción el estudio de asistente de videoarbitraje (VAR, por su sigla en inglés) de la Liga Premier.

Darren England, el VAR designado para el partido, quiere comprobar si se debe permitir el gol. Ordena que se rebobinen las imágenes, se pongan en pausa y se decoren con una línea. Determina que no: Díaz había calculado a la perfección su carrera. “Está bien, perfecta”, les comenta a sus colegas en la sala de video y a Simon Hooper, el árbitro en el campo. “Comprobación completa”.

Y aquí todo empieza a desmoronarse. El gol debía contar, pero parece que England declara que la decisión original —gol anulado— es “perfecta”. “Bien hecho, chicos; buen proceso”, murmura Hooper. Tottenham reinicia el juego con un tiro libre. Pasan un par de segundos incómodos. Nadie parece haberse dado cuenta del sin sentido. No obstante, el público lo sabe.

En este momento, entra el héroe. Mo Abby no es un árbitro calificado; es el especialista tecnológico, presente para manejar el equipo de video mientras los árbitros emiten sus juicios expertos. “¿Están de acuerdo con esto?”, pregunta, con un dejo de nerviosismo en la voz, como si supiera que se está saliendo de su papel.

Ahora, todo se viene abajo. La naturaleza precisa, la escala exacta del error de la nada se vuelve clara para England y Dan Cook, su asistente. Otro extraño, Oli Kohout —el director de operaciones del centro, el cual no es un título que se pueda explicar de forma concisa— sugiere detener el juego y permitir que Hooper corrija el error.

England tiene el poder de tomar esa decisión. En la dramatización inevitable, en este momento la cámara enfoca atentamente su rostro. Sus ojos revelan el pánico, el miedo, la incipiente conciencia de su impotencia. Sin embargo, su voz no. El juego se reanuda. “No puedo hacer nada”, repite una y otra vez con una convicción sorprendente, su soberbia sella su destino.

La verdad es que esto es lo más preocupante del incidente en el estadio del Tottenham Hotspur. La última semana ha estado llena de equivalencias falsas. Cuando el entrenador del Liverpool, Jürgen Klopp, sugirió que la consecuencia más deportiva del error sería que se repitiera el partido, la respuesta fue previsible. ¿Deberíamos repetir la final del Mundial de 1966? ¿La derrota de Inglaterra ante Argentina en 1986? ¿La final de la Liga de Campeones de 2019? ¿Ese partido del año pasado en el que mi equipo fue la víctima de una decisión subjetiva y controvertida?

No debería ser necesario explicar la diferencia, pero ya que estamos aquí: muchos equipos han sido víctimas de errores no menos significativos que el que le costó al Liverpool el sábado pasado. No obstante, en casi todos esos casos, esas decisiones se tomaron de buena fe. Los árbitros creyeron que tenían razón. No siguieron adelante libres de sospechas sabiendo que era indiscutible que estaban equivocados.

Hay muchas razones para oponerse a la existencia, o al menos al uso, del VAR. Interrumpe el ritmo de los partidos. Enfría la experiencia de ver fútbol en un estadio, al permitir que la naturaleza de la acción sea determinada a distancia, por una fuerza externa que parece inexplicable. Crea e impone una expectativa de perfección que es imposible de alcanzar y que, por lo tanto, será una fuente de eterna decepción.

Sin embargo, el video de Díaz, es una síntesis perfecta de lo que puede ser la objeción más significativa contra el VAR. La respuesta de Darren England, tan lastimera como descarada —“no puedo hacer nada”— se basa en la creencia de que lo que importa, por encima de todo, es la implementación correcta del protocolo. Las reglas, las santas Leyes, decretan que, una vez que un partido se ha reanudado, no puede detenerse. Los errores son una realidad material. La decisión del árbitro es definitiva, aunque se sepa que es equivocada.

Esto es indicativo de lo que el VAR le ha hecho al fútbol. Los árbitros que se retiraron hace poco tiempo tienen una empalagosa tendencia a idolatrar los días en que podían aplicar lo que se conoce de forma eufemística como “gestión del juego”. Por lo general, esto significa llamar a los jugadores por sus apodos, permitirse una cordialidad falsa y no recíproca y dejar que los participantes más famosos de un partido tengan bastante más libertad de acción que sus colegas de menor categoría.

Por supuesto que este enfoque es defectuoso, pero tal vez sea preferible a la alternativa inducida por medio de la tecnología, la cual es un mundo en el que se ha eliminado casi por completo cualquier forma de discreción. Es preocupante la frecuencia con la que se pasa por alto cuánto ha cambiado el fútbol para permitirse que se le juzgue desde lejos.

Cancha de futbol
Cancha de futbol

Esta es la atmósfera en la que se desenvuelven ahora los árbitros, una en la que no están ahí para aplicar las reglas como les parezca mejor, sino en el que las reglas son inflexibles y no admiten interpretación alguna. Es un mundo en el que lo importante no es si algo tiene sentido, sino en el que el protocolo —oficioso, sin arrepentimiento y ciego— es el rey.

Esta búsqueda de absolutismo, irónicamente, ha llevado a una sensación de mayor arbitrariedad. El hecho de que, después del incidente de Díaz, casi todos los clubes pudieran citar una letanía de sus propias injusticias en el pasado reciente buscaba ilustrar que de alguna manera la respuesta del Liverpool era excesiva o autocompasiva. En cambio, más que nada enfatizó cuán fracturada se ha vuelto la creencia de los aficionados en la implementación justa de las Leyes del Juego (siempre portentosamente en mayúsculas).

Leart Paqarada del Colonia, a la izquierda, y Florian Wirtz del Leverkusen compiten por el balón durante el partido de fútbol de la Bundesliga alemana entre el Bayer Leverkusen y el FC Colonia en el BayArena de Leverkusen, Alemania, el domingo 8 de octubre de 2023.(AP Foto/Martin Meissner)
Leart Paqarada del Colonia, a la izquierda, y Florian Wirtz del Leverkusen compiten por el balón durante el partido de fútbol de la Bundesliga alemana entre el Bayer Leverkusen y el FC Colonia en el BayArena de Leverkusen, Alemania, el domingo 8 de octubre de 2023.(AP Foto/Martin Meissner)

Ya nadie está seguro de cuáles son las reglas, porque tienden a cambiar muy a menudo. Esta semana, algo se marca como “mano” o los árbitros toman medidas drásticas contra la pérdida de tiempo o los jugadores que piden tarjetas amarillas, pero la próxima semana no.

Las decisiones son impuestas sin una explicación adecuada de un organismo arbitral que ha emitido 14 disculpas formales desde el comienzo de la temporada pasada, pero que parece seguir convencido de su infalibilidad. La ley escrita se aplica con rigor, pero su espíritu se ha perdido casi por completo. Y el sentimiento que produce es el mismo que se detecta en el video de Luis Díaz: una sensación de frustración sin paliativos, de confusión desbocada, de impotencia total. No hay nada que Darren England pueda hacer y en eso no es distinto del resto de nosotros.

c.2023 The New York Times Company

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