La selección argentina demostró que también puede sin Lionel Messi: una goleada en La Paz y el puntaje perfecto camino al Mundial
LA PAZ, Bolivia (Enviado especial).- Venían por Lionel Messi. Corearon su nombre. Se pusieron su camiseta, la de la selección argentina, en lugar la de su país. La mera presencia del rosarino había revolucionado por completo a los locales, ilusionados por volver a ver al mejor del mundo, esta vez como campeón mundial, en la altura de La Paz. Pero una hora antes del inicio del partido, llegó la peor noticia: Messi no sería titular. Tampoco suplente. Después de tanta expectativa y anticipación, no jugaría ni un solo minuto en el estadio Hernando Siles. La incógnita de cómo respondería el público ante la noticia dominó el inicio, pero a puro fútbol, el equipo visitante consiguió no sentir la ausencia en lo futbolístico, pero también silenciar una de las canchas más temibles de Sudamérica. El 3-0 a favor del conjunto dirigido por Lionel Scaloni no hace más que ratificar que los campeones del mundo lejos están del aburguesamiento.
En los primeros minutos después de la noticia bomba, todo el idilio que se había construido entre Bolivia y el equipo albiceleste parecía haberse esfumado. La primera prueba se dio durante la entrada en calor, a la que los jugadores argentinos salieron diez minutos después de los locales, y fueron recibidos con una sonora silbatina por parte de los hinchas en la cancha. En el himno argentino fue menor el repudio, pero existió. Dibu Martínez, que había sido idolatrado por los chicos que lo esperaron en el hotel, fue silbado en cada posesión de la pelota.
Pero tal como se vio en la previa, los jugadores ni se inmutaron ante las reacciones externas, y salieron al campo de juego a hacer lo que vienen haciendo durante todo el ciclo Scaloni. El primer tiempo demostró un dominio notable al tener paciencia para mover la pelota y no exigirse de más ante el factor de la altura, con la excepción de un Julián Álvarez eléctrico que molestó constantemente a los defensores rivales. Las dos primeras oportunidades argentinas, en los pies de Rodrigo De Paul y Enzo Fernández, no provocaron gran reacción en la gente, que sí se despertó a los 19, con un desborde y remate al primer palo del delantero de Manchester City.
La deslucida imagen que fue dejando el equipo boliviano provocó que la banca a sus jugadores se fuera apagando con el transcurrir de los minutos. El tanto que abrió el partido, a los 31 minutos, gracias a la proyección de Ángel Di María y la definición de Fernández, despertó incluso algunos gritos aislados de gol entre los hinchas que hicieron el viaje desde la Argentina, y la posterior expulsión de Roberto Carlos Fernández, por una plancha sobre Cristian Romero, terminó por inclinar la balanza definitivamente. Los asistentes, luego, festejaron el caño del jugador de Chelsea, y hubo un desahogo aún más grande cuando el hombro de Nicolás Tagliafico confirmó el 2-0.
No fue hasta el undécimo minuto de la segunda mitad cuando una jugada boliviana pareció haberle devuelto algo de esperanza a los locales, cuando Tagliafico trastabilló y perdió la pelota con Víctor Ábrego. Los hinchas se ilusionaron con una posible oportunidad para generar algo de peligro y ejercer algo de la presión que prometía Gustavo Costas en la previa... pero el delantero envió un centro hacia ningún lado.
En cambio, el jugador que siguió generando admiración fue Álvarez, a quien los defensores rivales no podían frenar. Pasada la hora de partido, la impresión que generaban los jugadores locales, que incluso evitaban algunas disputas de pelota, era que la altura les estaba afectando más a ellos que a los argentinos. Una pérdida y recuperación a toda velocidad de Di María a los 18, ante la parsimonia de Diego Bejarano, encapsuló la diferencia de fútbol y también de energía entre los dos equipos.
Con algo de hartazgo por lo que demostraba su equipo, a los 20 comenzó a bajar por fin el cántico que se había escuchado durante todo el fin de semana previo: “Meeeeeessi, Meeeeeessi”. El número 10 no haría acto de presencia en el césped, pero los hinchas locales no se iban a olvidar de él. Desde dentro de las propias huestes bolivianas llegaría la respuesta de enfocarse en los propios: “¡Bo-li-via! ¡Bo-li-via!”. Ese intento de aliento no tendría demasiado impacto en el campo de juego.
Para cuando el reloj marcó 25 minutos en la segunda mitad, el Hernando Siles se había apagado. Bolivia no ofrecía salida, no podía con las piernas incansables de Di María y Álvarez y solo podía cortar la jugada rival con abundantes faltas tácticas. Ese silencio fue interrumpido brevemente con una falta que ganó Marcelo Moreno Martins al borde del área, pero su remate, suave y directo a la barrera, encapsuló su partido y el de sus compañeros. Los argentinos, por su parte, ejercían el control absoluto de la posesión y de los tiempos del partido, mucho más cómodos a pesar de que el tercer gol de les hizo esquivo. Tanto el resultado como lo lejos que estaban los locales del arco dieron lugar a un estado de tranquilidad en su juego.
Entre el cansancio por el esfuerzo y la sensación de que el partido ya estaba sentenciado, el festejo de Nicolás González para el 3-0 que finalmente llegó a los 38 fue de perfil muy bajo. Y salvo una celebración casi irónica cuando a tres del final ingresó Ángel Correa, quien usó la 10 en lugar de Messi, el encuentro terminó con la sensación de que los simpatizantes locales se quedaron con las manos vacías. Ni un triunfo de su país ni un recital del mejor del mundo. Solo una derrota pesada como local que marcó, una vez más, las enormes diferencias entre las dos selecciones.