Rescate de los Andes: los impactantes relatos de los sobrevivientes de la tragedia
El 23 de diciembre de 1972 fueron rescatados los últimos sobrevivientes de la Tragedia de Los Andes, un episodio que marcó la historia del deporte, la aviación y la geografía donde se produjo aquel accidente aéreo. Todo había comenzado el 23 de octubre de 1972, cuando un avión que transportaba a los jugadores de un equipo de rugby uruguayo se estrelló en la Cordillera de los Andes. El vuelo llevaba 45 pasajeros, de los que sobrevivieron apenas 16.
Se cumplieron 51 años del rescate de la tragedia de los Andes
La de los Andes es una de las mayores gestas de supervivencia en la historia de la humanidad. El avión en el que viajaban los jugadores del Old Christians Club se estrelló por un error del piloto en plena Cordillera, y allí quedaron los sobrevivientes durante más de dos meses.
Muchos fallecieron en el acto y otros tantos lo hicieron en los días siguientes, víctimas de las heridas del choque, del frío y de otros acontecimientos que debieron padecer, entre ellos una avalancha.
Los protagonistas debieron tolerar la muerte de sus compañeros y de algunos de sus seres queridos que también viajaban en el avión. Al mismo tiempo, tuvieron que luchar por su supervivencia. Fernando Parrado, Jorge Canessa, Gustavo Zerbino y Roy Harley son algunos de los que pudieron vivir para contarlo.
Los relatos de los sobrevivientes, en primera persona
“Che, loco, hoy es viernes 13″. Roberto Canessa la oyó al subir al avión. No identificó quién de sus compañeros la dijo.
“Un silencio sepulcral, no había nada, y mis amigos con las reacciones más diversas: uno se prendió un cigarrillo, otro venía con un fierro clavado, otro me decía ‘fulano, mengano, sultano, están muertos’. Y el piloto tenía las piernas quebradas. La radio no funcionaba, no podíamos pedir ayuda. Y ahí me di cuenta de que estaba todo perdido”. Roberto Canessa, sobre los instantes posteriores al accidente.
“Si el infierno existe, yo lo viví en la cordillera”. Roy Harley.
“Estábamos rodeados de muerte. Nuestros amigos eran estatuas de hielo. La vida era acción, movimiento, rebeldía. Suicida era quedarse quieto”. Gustavo Zerbino.
“Las normas se aparecían por sí solas. La primera, que nunca fue escrita, pero no se podía romper, era que estaba prohibido quejarse. No te podías quejar. Al que se quejaba no le hablabas, no le dabas agua, no le dabas de comer, no le masajeabas los pies. Solo hasta que decía ‘perdón’, y empezaba de vuelta. ¿Por qué? Todos teníamos frío, todos teníamos hambre, todos teníamos miedo, todos esperábamos a nuestra madre. Solo nombrar a una madre, decir ‘tengo frío’ o decir algo que era redundante, era algo negativo”. Gustavo Zerbino.
“El décimo día escuchamos en el informativo de la radio que se había suspendido la búsqueda de nuestro avión. Con la depresión que teníamos, sin comida, con un frío impresionante y sin nadie que nos viniera a buscar, estábamos condenados a morir”. Fernando Parrado.
“Tuvimos que tomar esa decisión y la tomamos. Fue aceptada muy rápidamente por todo el grupo (…). Hicimos un pacto: si alguno se muere, nuestro cuerpo está a disposición del grupo”. Roy Harley, acerca de la antropofagia.
“En ese momento sentí la máxima humillación de mi vida. ‘Qué poquita cosa soy que me tengo que comer a mi amigo, no valgo nada, ¿tengo necesidad de tener esta humillación?’ Y ahí me acordé de mi madre, que me dijo: ‘si a mí se me muere un hijo, me voy a morir de tristeza’. Y yo me estaba muriendo. Entonces no lo dudé y comí. Y no pasó nada, el mundo siguió. Y no solo que siguió, sino que se transformó en una cosa de todos los días”. Roberto Canessa.
“Solo quería volver a casa, con mamá, papá y mis hermanos. Le pedía a Dios volver a casa, al menos poder despedirme de ellos. Si eso pasaba, después podía volver y morir. Pero cuando te vas de la casa y solo decís ‘chao’ con liviandad, pensando que el lunes nos volveríamos a ver, me generó un retorcijón que dices: ‘Los debí haber abrazado, besado, haberles dicho lo mucho que los quería’. Eso es algo que te conmueve arriba, quieres volver a despedirte, aunque tengas que morir después”. Antonio Vizintín.
“A mí la Cordillera me aceleró el aprendizaje interior, de darme cuenta de la capacidad ilimitada que tiene el hombre y que todo es posible cuando aceptamos que solos no podemos y con humildad pedimos ayuda. Así que soy una persona feliz que agradece todos los días por estar vivo. La vida es ahora”. Gustavo Zerbino.