Aunque el plan de este científico para enfriar la Tierra es arriesgado, hay creciente interés
CHICAGO — David Keith realizaba estudios de posgrado en 1991 cuando un volcán hizo erupción en Filipinas y envió una nube de cenizas hacia el borde del espacio.
El dióxido de azufre expulsado por el monte Pinatubo se propagó por la estratósfera y reflejó parte de la energía solar hacia el exterior de la Tierra. En consecuencia, las temperaturas promedio en el hemisferio norte bajaron alrededor de 1 grado Fahrenheit (0.556 grados Celsius) el año siguiente.
En la actualidad, Keith cita ese suceso para validar una idea que se ha convertido en el trabajo de su vida: cree que sería posible bajar la temperatura en todo el mundo si se lanza intencionalmente dióxido de azufre a la estratósfera
Este tipo de intervenciones radicales se consideran con más seriedad ahora que los efectos del cambio climático se intensifican. Las temperaturas globales han alcanzado máximos récord 13 meses consecutivos. Los científicos esperan que el calor siga en aumento por décadas. La principal impulsora del calentamiento, la quema de combustibles fósiles, continúa casi sin cesar.
En este contexto, cada vez hay mayor interés en proyectos con el propósito de alterar intencionalmente el clima terrestre, una disciplina conocida como geoingeniería.
Algunas de las empresas más grandes ya operan instalaciones enormes dedicadas a aspirar el dióxido de carbono que calienta la atmósfera y enterrarlo bajo tierra. Algunos científicos realizan experimentos diseñados para hacer más brillantes las nubes, otra estrategia con la que se busca reflejar parte de la radiación solar de vuelta al espacio. Otros trabajan en proyectos cuyo fin es hacer que los océanos y las plantas absorban más dióxido de carbono.
Pero de todas estas ideas, la geoingeniería solar estratosférica es la que genera más esperanzas y también más temores.
Sus defensores la consideran una opción relativamente barata y rápida para reducir las temperaturas mucho antes de que el mundo deje de quemar combustibles fósiles. La Universidad de Harvard tiene un programa de geoingeniería solar que recibió fondos del cofundador de Microsoft Bill Gates, la Fundación Alfred P. Sloan y la Fundación William y Flora Hewlett. Es un programa estudiado por la organización Environmental Defense Fund junto con el Programa Mundial de Investigaciones Climáticas. La Unión Europea declaró el año pasado que los países deben dialogar para determinar cómo regular la tecnología, llegado el momento.
Pero muchos científicos y ambientalistas temen que podría provocar calamidades impredecibles.
Puesto que se utilizaría en la estratósfera y no se limitaría a un área particular, la geoingeniería solar podría afectar a todo el mundo e incluso causar conmoción en los sistemas naturales; por ejemplo, podría crear lluvia en una región árida o secar la temporada del monzón en otros lugares. A los opositores les preocupa que estos proyectos distraigan la atención del trabajo urgente de transición a un mundo sin combustibles fósiles. Se oponen a que se disperse dióxido de azufre, un contaminante que después se desplazaría de la estratósfera al nivel de tierra, donde puede irritar la piel, los ojos, la nariz y la garganta y causar problemas respiratorios. Además, temen que, una vez que arranque un programa de geoingeniería solar, sea difícil detenerlo.
“La noción de rociar compuestos de azufre para reflejar la luz solar es arrogante y simplista”, comentó el ambientalista canadiense David Suzuki. “Estas tecnologías poderosas tienen consecuencias involuntarias, y no tenemos ni la menor idea de cuáles serán”.
Raymond Pierrehumbert, físico atmosférico de la Universidad de Oxford, señaló que considera a la geoingeniería solar una amenaza grave para la civilización humana.
“No solo es una mala idea porque es algo que nunca sería seguro lanzar”, afirmó. “Incluso investigar el tema no solo es una pérdida de dinero, sino activamente peligroso”.
Keith, profesor del departamento de ciencias geofísicas en la Universidad de Chicago, argumenta que los riesgos involucrados en la geoingeniería solar son conocidos, no son tan graves como afirman los críticos y no se comparan con los posibles beneficios.
Keith indicó que, si la técnica llegara a retrasar el calentamiento del planeta, aunque fuera un grado Celsius en el siguiente siglo, podría ayudar a evitar millones de muertes relacionadas con el calor cada década.
Para comprender cuán polémico puede ser el trabajo de Keith, relataremos lo que sucedió cuando intentó realizar una prueba inicial en preparación para un experimento de geoingeniería solar conocido como Scopex.
Keith, que entonces era profesor en la Universidad de Harvard, pretendía dispersar unos cuantos kilos de polvo mineral a una altitud aproximada de 20 kilómetros y observar cómo se comportaba el polvo mientras flotaba por el cielo.
Se planeó una prueba en 2018, a realizarse posiblemente sobre Arizona, pero Keith no consiguió un socio que pudiera lanzar un globo de gran altitud. Cuando se hizo pública cierta información sobre ese plan, un grupo de indígenas se opuso y dio a conocer un manifiesto contra la geoingeniería.
Tres años después, Harvard contrató a Swedish Space Corporation para que lanzara un globo en el que se situaría el equipo para la prueba. Pero algunos grupos locales protestaron de nuevo.
La organización Saami Council, que representa a los pueblos indígenas, declaró que considera que la geoingeniería solar “es todo lo contrario al respeto con el que a los pueblos indígenas se nos enseña a tratar a la naturaleza”.
Greta Thunberg, la activista ambientalista sueca, se sumó al coro. “La naturaleza está haciendo todo lo que puede”, dijo. “Nos está gritando que echemos marcha atrás, que paremos… y estamos haciendo todo lo contrario”.
En unos meses, se suspendió el experimento.
Quienes se oponen a la geoingeniería solar citan varios riesgos principales. Señalan que podría crear un “peligro moral” al darles a las personas la impresión errónea de que no es necesario reducir con rapidez las emisiones de combustibles fósiles.
La segunda preocupación principal se refiere a las consecuencias involuntarias.
“Se trata de un camino muy peligroso”, advirtió Beatrice Rindevall, presidenta de la organización ambiental Swedish Society for Nature Conservation, que se opuso al experimento. “Podría causarle una conmoción al sistema climático, podría alterar los ciclos hidrológicos y podría exacerbar el clima extremo y la inestabilidad climática”.
Además, una vez que la geoingeniería solar empezara a enfriar el planeta, si se detuvieran abruptamente esas acciones, podría producirse un aumento repentino en las temperaturas debido a un fenómeno conocido como “choque de terminación”. El planeta podría experimentar “quizá un aumento masivo de temperatura, en un mundo sin ninguna preparación para esas circunstancias, en solo cinco a diez años, lo que afectaría el clima de la Tierra de una manera que probablemente no ha visto desde el asteroide que aniquiló a los dinosaurios”, explicó Pierrehumbert.
Además de todo esto, existe el temor de que algunos actores granujas utilicen la geoingeniería solar y de que esta tecnología llegue a convertirse en un arma. Por si fuera poco, está el hecho de que el dióxido de azufre puede afectar la salud humana.
Keith insiste en que esos temores son exagerados. Sostiene que, aunque sí habría contaminación adicional del aire, el riesgo es mínimo en comparación con los beneficios.
En 2006, un conocido mutuo presentó a Keith y a Gates, quien quería saber más acerca de algunas tecnologías que pudieran ayudar a combatir el calentamiento global.
“No sé si eso se llegue a utilizar algún día”, aseveró Gates, quien ha invertido enormes cantidades en tecnología climática. “Pero sí creo que lo más lógico es hacer el trabajo de investigación y comprenderlo”.
Más tarde, en 2009, Keith fundó Carbon Engineering, empresa que desarrolló un proceso para succionar el dióxido de carbono de la atmósfera. El año pasado, Occidental Petroleum compró Carbon Engineering por 1100 millones de dólares.
Occidental ahora está construyendo plantas de captura de carbono. Planea venderles créditos de carbono a las grandes empresas que deseen compensar sus emisiones. Los críticos afirman que esto solo retrasará la eliminación de los combustibles fósiles, además de que le generará utilidades a una petrolera.
“Claro que no me gusta que se le haya vendido a una petrolera”, dijo Keith, quien añadió que planea donar la mayor parte del dinero que obtuvo por la venta de Carbon Engineering quizá a un grupo de conservación.
“Ahora estoy aún más motivado a impulsar la geoingeniería solar porque el argumento racional a su favor parece más firme”, comentó. “Aunque todavía hay muchas voces individuales opositoras muy fuertes, muchas personas que ocupan cargos importantes en la política pública lo están tomando en serio, y eso es muy emocionante”.
c.2024 The New York Times Company