Cuando todo pasó a ser olímpico: el gol, la vuelta, el alambrado y hasta el relator
Con VAR, aseguran algunas crónicas, tal vez no estaríamos celebrando hoy los cien años del primer “gol olímpico”. El córner de Cesáreo Onzari entró directo al arco. Andrés Mazali, arquero uruguayo, protestó carga de Manuel Seoane, pero el árbitro, su compatriota Ricardo Vallarino, no le hizo caso. Sin VAR, Argentina se puso 1-0 a los 15 minutos y terminó ganándole 2-1 a Uruguay, que tres meses antes se había coronado campeón en los Juegos Olímpicos de París de 1924. Sucedió el 2 de octubre de 1924 en la cancha de Sportivo Barracas. El “gol a los olímpicos” terminó acortado a “gol olímpico”.
Aquel 2 de octubre nació también “la vuelta olímpica” (así fue llamado el recorrido de los campeones uruguayos por el campo, en medio de aplausos, apenas antes del partido). Y nació además el “alambrado olímpico”. Fue instalado para evitar las invasiones de campo que habían obligado a suspender el partido cinco días antes, cuando el estadio para 37.000 personas fue desbordado por una multitud de 52.000 hinchas. El 2 de octubre se colocó entonces una malla de alambre. Protección “preferencial” a los campeones uruguayos, se burlaron algunos. Pero hubo final con proyectiles y tampoco ese partido pudo completarse. “Escenas de combates de guerrilla”, escribió El Gráfico.
El duelo marcó también la primera trasmisión radial de un partido. Horacio Martínez Seeber, radioaficionado, distribuyó tres micrófonos (uno para él, otro al comentarista Atilio Casime, periodista del diario Crítca, y el tercero de ambiente). Se repartieron cartulinas numerando cada sector de la cancha, del uno al cuarenta, para que la gente, siguiendo el relato de Martínez Seeber, tuviera idea por dónde andaban la pelota y también los jugadores. En los Juegos siguientes de 1928, Alfredo Aróstegui trasmitió emocionado desde Amsterdam. Lo apodaron “El Relator Olímpico”.
La selección celeste campeona olímpica en París ‘24 fue casi un milagro. Uruguay afrontó el Sudamericano de 1923 sin los jugadores de Peñarol, que estaba alineado en una Federación rebelde. El Sudamericano tenía solo cuatro selecciones, pero duró 35 días porque los futbolistas (amateurs) debían volver a sus países luego de cada partido para mantener sus trabajos. El pediatra Atilio Narancio, presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), había prometido a sus jugadores que, si ganaban el Sudamericano, irían a los Juegos de París. Pero la dirigencia seguía dividida y el Comité Olímpico Uruguayo quiso prohibir el viaje de 22 días en el vapor Desirade. Narancio hipotecó su quinta de Maroñas. El resto lo pagó una gira previa por España. Nueve partidos, nueve victorias.
En París, la Celeste lideró su grupo tras golear 7-0 a Yugoslavia y 3-0 a Estados Unidos. En cuartos de final (5-1 a Francia), Uruguay hubiese jugado con camiseta argentina si perdía el sorteo (Era un gesto de agradecimiento porque Argentina había jugado con la camiseta celeste un amistoso de 1919 que recaudó fondos para la familia de Roberto Chery, arquero uruguayo que murió por estrangulamiento de hernia, tras un partido ante Chile, por la Copa América de ese año). Uruguay siguió imparable en los Juegos. Le ganó 2-1 a Holanda en semifinales. Y 3-0 a Suecia la final, el 9 de junio en París. Aquella selección de Nasazzi ganó luego los Sudamericanos de 1924 y ‘26, y repitió oro en Amsterdam 1928. Los Mundiales de la FIFA debutaron en 1930. Allí también ganó Uruguay.
La cobertura del partido de 1924 ocupó entonces cuatro páginas en la revista Caras y Caretas, cuya web publica estos días un gran número especial que recuerda el centenario. En esas crónicas, aparece hasta Heinrich Gustav Magnus. Es el científico alemán que en 1852, investigando la caída de los proyectiles de las armas de fuego, descubrió “el efecto Magnus” (así llamado en su honor). La interacción de la pelota con los flujos de aire que, según la calidad del ejecutante, explican “el giro esperado en el momento indicado”. La comba del gol olímpico todavía es deuda para Leo Messi. Diego Maradona lo logró apenas una vez. Jorge Comas, ex puntero de Boca, marcó goles olímpicos en dos amistosos de verano seguidos de 1988 y ante dos arqueros campeones mundiales, el Pato Fillol y Nery Pumpido.
Como máximos goleadores olímpicos, un blog italiano citó a dos jugadores turcos (Sükrü Gülesin y Mustafa Denizli, con 32 y 18 goles, respectivamente). Uruguay reclamó años atrás distinción especial para Álvaro Recoba (seis goles olímpicos). Colombia respondió con el zurdo fino Ernesto Juan Alvarez, “Cachirulo” o “Cococho”, ex Estudiantes y Colón, nacionalizado colombiano (entre 12 y 8 goles olímpicos). Con Deportivo Cali, “Cococho” le ganó 3-2 a Quilmes por la Libertadores de 1979 con dos goles olímpicos, uno suyo y el otro de Ángel Torres.
Pero el primer gol olímpico oficial de la historia fue el de Onzari. Homenajeado estos días en Argentina, Onzari fue ídolo histórico de Huracán, su equipo de siempre, wing clave de “El Ballet Blanco” campeón lujoso en 1928. Fue tapa de El Gráfico, letra de tango, poema y novela. Tiene sector de tribuna y medalla dorada de la FIFA. Brilló en tiempos de fútbol con wines y jugadores de camiseta única (jugó prestado para Boca en la gira de 1925). Años de fútbol sin TV ni tarjetas. Y sin VAR.