Tu ropa nunca fue hecha para que te quedara
Tenía 17 años y no lograba encontrar un vestido de talla grande para el baile de graduación. Deambulando por las tiendas con mis amigas, fingía interés por los vestidos pequeños sin tirantes o con cuello halter antes de dirigirme a la estantería, escondida en un rincón del fondo, donde guardaban los vestidos de mi talla. Si tú también eras una adolescente “con curvas”, sabrás qué tipo de vestidos encontraba: los típicos con olanes, tirantes anchos y escotes altos, que solo estaban disponibles en los colores “adelgazantes” negro o azul marino. Yo era una adolescente alegre y lo último que quería llevar al baile era una túnica digna de un funeral.
Cuando me quejaba de esta situación con mi abuela, a quien mi predicamento le era familiar porque también era de curvas generosas y gorditos, me veía directo a los ojos y me decía: “Solo hazlo, muñeca”.
Por un instante, pareció que las grandes marcas y los grandes almacenes por fin se dignaban a atender a mujeres como yo. El espíritu de la época había dejado atrás la tendencia de la “heroína chic” de los noventa y los pantalones vaqueros de tiro bajo de los 2000. El término “positividad corporal” se convirtió en una palabra de moda. En 2018, Loft y Madewell introdujeron tallas grandes en sus colecciones y, en 2021, Old Navy lanzó la campaña “Bodequality” para vender tallas del 0 al 28 en sus tiendas. Ralph Lauren anunció con bombo y platillo que había contratado a una modelo de talla 12 (apenas unos años después de meterse en problemas por estilizar con el programa Photoshop a una modelo para mostrarla con una delgadez imposible) y Sports Illustrated, también con grandes fanfarrias, comenzó a incluir con mayor frecuencia a mujeres con más curvas en su número anual de trajes de baño. Las celebridades se alegraron con la llegada de Lizzo. Ashley Graham estaba por todas partes. Las tallas grandes estaban de moda y yo tenía la sensación de que el duro trabajo de separar la moralidad y la salud de la forma de nuestros cuerpos por fin estaba rindiendo frutos.
Luego, con la misma rapidez, el momento pasó. Old Navy retiró su iniciativa. Loft dejó de vender tallas grandes. Las empresas de ropa volvieron a ser solo para una delgada minoría. El inquietante retorno de la moda al estilo de la primera década de los 2000 coincidió con el auge de fármacos como el Ozempic, que se utilizan por sus efectos secundarios no indicados en la etiqueta de pérdida de peso. Esta primavera, la Semana de la Moda de Nueva York contó con 31 modelos de talla grande, lo cual puede parecer mucho, hasta que uno tiene en cuenta que a lo largo de la semana desfilaron unas 3000 modelos y el número de modelos de talla grande disminuyó de las 49 en la temporada anterior. Tan pronto como se invitó a cuerpos más grandes a la fiesta, se nos volvió a echar por la puerta de atrás.
Eso puede ser desesperanzador. Pero hay un antídoto contra los caprichos de una industria de la moda voluble y gordofóbica. Sé exactamente dónde puedo encontrar un vestido perfecto que me quede bien y me haga sentir estupenda.
Como decía mi abuela: solo hazlo, muñeca.
A pesar de que la industria de la moda está reduciendo su oferta de tallas grandes, los diseñadores independientes que se ocupan de las mujeres más grandes han aumentado su popularidad. En 2019, después de que publicaciones de Instagram señalaron la falta de diversidad de tallas en los patrones de costura, comenzó un debate en toda la comunidad de quienes hacen sus propias prendas. En lugar de cerrarse, los diseñadores de patrones escucharon y respondieron. Ahora hay ofertas para todas las variaciones naturales de cinturas, caderas y pechos, con una serie de patrones de costura de tallas grandes en una amplia gama de medidas. Cada mes de mayo se celebra en Instagram la fiesta #MeMadeMay (mayo de hecho por mí), en la que miles de costureras modernas muestran el producto de sus propios diseños. Para cuentas de tallas grandes como @tanglesandstarlight, @fat.bobbin.girl, @husqvarnaqueen y @frocksandfroufrou, el objetivo no es venderte la ropa confeccionada, sino inspirarte para que te hagas la tuya y descubras el poder que eso puede tener.
Esta es la lección que los vendedores minoristas deberían estar estudiando con gran interés. Las tallas grandes se han convertido en el promedio estadounidense, ya que dos terceras partes de las mujeres estadounidenses usan una talla 14 o mayor, según un estudio de 2016 a cargo de Plunkett Research. Si las principales marcas no nos dan cabida en sus tiendas y nos orillan a crear comunidades, las únicas culpables son ellas mismas. Creo que cuando las mujeres descubran lo bien que les quedan las prendas que ellas mismas confeccionan (y vaya que es así), no volverán a las opciones estandarizadas y de talla única de las tiendas. Si la distribución a gran escala se basa en la uniformidad, las tendencias y lo desechable, el movimiento “hecho por mí” reconoce que cada cuerpo es único, diferente y digno de celebración.
En “Butts: A Backstory”, la periodista Heather Radke exploró los intentos fallidos de la industria del vestido por estandarizar las tallas de los cuerpos femeninos. “Cada cuerpo es único y la mayoría de las prendas que se elaboran desde los años veinte son productos industriales que se fabrican en masa”, escribió Radke. Debido a la naturaleza compleja del escalado de patrones, que se usa para crear varias tallas a partir de un mismo diseño, “a medida que las tallas aumentan, es menos probable que te queden bien”, explicó Radke. Mientras que las tallas de los hombres van aumentando los centímetros de manera gradual, en medidas como el tiro y el pecho, las tallas de las mujeres no son iguales en una marca y en otra. Ya sea que la mujer sea alta o baja, de pecho amplio o de caderas delgadas, no existe una fórmula para medir el cuerpo femenino en su totalidad.
El cuerpo de la mujer es una anomalía sin resolver. En parte por eso, mientras la industria textil ha intentado homogeneizarlo, las mujeres han optado por confeccionar su propia ropa. Abigail Glaum-Lathbury, catedrática de la Escuela del Instituto de Arte de Chicago, se lo explicó a Radke de forma muy sencilla: “A menos que tu ropa esté hecha para ti, en realidad no te queda bien”.
Cuando mi abuela me propuso por primera vez que me hiciera el vestido para el baile de graduación, me resistí, porque me imaginaba prendas sin forma y pasadas de moda o vestidos de ama de casa de los años cincuenta. Mi madre había confeccionado gran parte de la ropa de mi infancia por necesidad económica, así que había interiorizado la idea de que confeccionar tus propias prendas era motivo de vergüenza, no de orgullo. La costura me parecía aburrida, doméstica y difícil, una tarea que había que dejar atrás en lugar de una habilidad que había que adquirir.
No obstante, mi abuela me llevó a la trastienda de JoAnn, donde hojeamos carpetas enormes de patrones. Era una costurera experta, así que sabía que, si no encontrábamos “el modelo”, podía hacerlo ella misma, armándolo como a Frankenstein, tomando el corte de un patrón de la parte superior del cuerpo y cosiéndolo a la falda de otro. El vestido era azul perla con tul azul marino brotando por debajo. Era perfecto.
Casi a fines de mis años veinte, comencé a coser y descubrí lo que mi abuela siempre supo: una revolución puede comenzar con una puntada. Cuando confeccioné mi primer vestido, me di la vuelta para mirarme al espejo y por fin entendí cómo, cada vez que usaba una prenda comprada en una tienda que me apretaba o no me quedaba del todo bien, había asumido el hecho de que me quedara mal como un fracaso personal. En los 18 años transcurridos desde mi baile de graduación, mi sentido de la moda se ha convertido en algo curado sin pudor, hecho a la medida y enteramente mío, por necesidad, pero también por gusto.
Este artículo apareció originalmente en The New York Times.
c.2023 The New York Times Company