Opinión: Renuncié al boxeo, pero nunca a esta boxeadora

El equipo de Seniesa Estrada reza en su camerino antes de su combate en defensa del título contra Leonela Yúdica en Las Vegas, el 28 de julio de 2023. (Erin Schaff/The New York Times)
El equipo de Seniesa Estrada reza en su camerino antes de su combate en defensa del título contra Leonela Yúdica en Las Vegas, el 28 de julio de 2023. (Erin Schaff/The New York Times)

Me estremecí cuando Seniesa Estrada recibió un golpe. Cuando se giró para evadir un “jab”, también me sobresalté. Cuando lanzó un gancho de izquierda a la mandíbula de su retadora argentina, Leonela Yúdica, tuve la esperanza de que tal agresión condujera a un nocaut.

Durante la defensa de Estrada de sus títulos de peso paja de la Asociación Mundial de Boxeo y el Consejo Mundial de Boxeo el viernes, frente a casi 2500 aficionados en el Palms Casino Resort en Las Vegas, la vi pelear desde las gradas por primera vez en 18 años.

A principios de la década de 2000, cuando trabajaba como reportero urbano para Los Angeles Times, había quedado impresionado por la larga lista de campeones del este de Los Ángeles. Oscar De La Hoya fue el más grande de ellos, y busqué al próximo adolescente que pudiera seguir su camino para salir del barrio duro, pobre y predominantemente latino.

En su lugar, encontré a Estrada y pasé los siguientes tres años haciendo una crónica sobre su odisea para demostrar su valía en el difícil mundo dominado por hombres del boxeo juvenil. El resultado fue “The Girl”, una serie de portada de cinco capítulos que atrajo mucha atención.

La historia de Estrada no solo giró en torno al boxeo. Fue un vistazo a lo que significaba ser joven y latina, y crecer en medio de la belleza y los problemas del este de Los Ángeles. También fue una poderosa historia entre un padre y una hija. Estrada fue guiada en la vida y el boxeo por su padre, Joe, quien estaba tratando de dejar atrás sus problemas con las drogas, el crimen y las pandillas. Al guiarla, Joe pudo demostrar que era capaz de hacer el bien. Al pelear, Seniesa lo ayudó a mantenerse en el buen camino.

Los Estrada compartían un sueño que parecía imposible en una era en la que las peleadoras existían en los márgenes más lejanos del deporte. La serie se publicó siete años antes de que se introdujera el boxeo femenino en los Juegos Olímpicos de Londres en 2012 y mucho antes de que Ronda Rousey se convirtiera en una sensación en las artes marciales mixtas, lo que nos abrió los ojos al poder estelar de las luchadoras.

Seniesa Estrada acostada en una mesa durante la fisioterapia con ventosas en Long Beach, California, el 15 de julio de 2023. (Erin Schaff/The New York Times)
Seniesa Estrada acostada en una mesa durante la fisioterapia con ventosas en Long Beach, California, el 15 de julio de 2023. (Erin Schaff/The New York Times)

A pesar de las adversidades, Estrada y su padre prometieron que algún día llegaría a ser campeona mundial y encabezaría peleas estelares en lugares importantes del boxeo como Las Vegas.

Ahora Estrada tiene 31 años, y con sus vigorosos 1,58 metros de estatura sigue llena del agudo ingenio y la seguridad en sí misma que siempre ha tenido. Sorprendentemente, tal vez incluso milagrosamente, casi todo lo que ella y su padre imaginaron se ha hecho realidad.

Con el dinero que ha ganado en el boxeo, Estrada ha podido comprar un condominio en el centro de Los Ángeles, una casa cómoda en un suburbio y autos nuevos para sus padres. En la actualidad, sus peleas le generan pagos en el orden de las seis cifras. Para el combate con Yúdica, Estrada encabezó una cartelera que incluyó ocho combates masculinos.

Antes de la pelea de la semana pasada, Estrada, conocida en los círculos del boxeo con el nombre de Superbad, había peleado 24 veces desde que se convirtió en profesional en 2011. Había ganado en todas las ocasiones, nueve de ellas por nocaut.

“Siempre supe que sucedería así”, dijo, reflexionando sobre su carrera. “Siempre pensaba en eso, soñaba con eso, hablaba de eso. Y ahora todas esas cosas que quería están sucediendo”.

Después de que se publicó “The Girl”, entrevisté al menos a una docena de excampeones para otro reportaje de boxeo, en esta oportunidad sobre un viejo cronometrista y sus recuerdos. Nunca olvidaré mi tristeza al entrevistar a peleadores de mediana edad y mayores que había admirado, mientras tartamudeaban y enredaban las palabras. Describí a uno de ellos, Bobby Chacón, como “tan confundido y exhausto mentalmente que con frecuencia debe escribir notas para sí mismo, recordatorios para no olvidar dónde está, dónde debería estar o quién debería estar a su alrededor”.

Poco después, los avances en la investigación médica captaron mi atención, en particular la nueva comprensión sobre los efectos de los golpes repetidos en la cabeza, los cuales pueden conducir a la encefalopatía traumática crónica (CTE, por su sigla en inglés), una enfermedad cerebral degenerativa.

Me resultó más difícil separar mi amor por el deporte de sus costos. Solía mirarlo con avidez y entrenaba por diversión. Por estos días, ya no entreno más boxeo, y cuando veo una pelea, siento una sensación de incomodidad tan punzante, y temo tanto por los peleadores y su bienestar, que generalmente solo puedo aguantar ver unos pocos asaltos.

La semana pasada en Las Vegas, estuve atrapado en esa situación una vez más.

“Kurt, eres familia”, me había recordado Estrada después del pesaje el día anterior a la pelea. Sentí orgullo, mucha piel de gallina y una dolorosa duda. ¿Por qué, me preguntaba, quería verla propinarle un castigo doloroso a Yúdica?

Poco después, sonó la campana que daba inicio al combate. Estrada obtuvo la ventaja temprana. Entraba y salía como un abejorro zumbando con sus calzoncillos y top rojo. Cambió de postura, lanzó “jabs”, “uppercuts” y ganchos circulares.

La argentina nunca se replegó. Usó sus largos brazos para penetrar la defensa de Estrada. No paré de estremecerme y de hacer muecas de dolor cuando Estrada absorbía fuertes golpes que le torcían el cuello y le desgarraban el rostro, causando que la piel alrededor de su ojo izquierdo se hinchara y magullara.

No podía recordar haberla visto en este tipo de aprietos. Justo en ese momento, Estrada respondió como lo había hecho desde hace tantos años: iniciando un ataque. Whap-whop, whap-whop, whap-whop. Sus puños volaron y la multitud rugió.

El asalto final terminó con una tormenta de golpes, pero no hubo nocaut. Estrada esperó la decisión de los jueces bajo luces estroboscópicas en el oscuro y ruidoso teatro, con su padre a unos metros de distancia. Entonces, se escuchó la voz del presentador.

“¡La ganadora, por decisión unánime, y todavía campeona mundial del WBC y la WBA, Seniesa ‘Superbad’ Estrada!”

Una lágrima rodó por mi mejilla. Pensé en la suerte que había tenido de haber visto sus sueños hacerse realidad. Por ella, por su padre, dejé de lado mis dudas sobre el boxeo. Por ellos, siempre lo haré.

c.2023 The New York Times Company