Opinión: No me puedo deleitar en el fracaso de J. Lo

Jennifer Lopez ha sido aclamada como una pionera: una latina del Bronx que trascendió sus orígenes humildes para convertirse en una superestrella mundial. El vestido verde que usó en los Grammy del año 2000 se hizo tan famoso que llevó a Google a crear una función de búsqueda de imágenes independiente, Google Images.

La vida romántica de J. Lo ha causado tanto interés como su vida artística. Se comprometió con Ben Affleck en 2002 y más tarde rompieron el compromiso, pero se reencontraron en 2021. Su matrimonio al año siguiente fue el cuarto para ella y el segundo para él.

En febrero, lanzó This Is Me… Now, un proyecto multimedia que ella misma financió, inspirado en su historia de amor, que incluye un álbum, una película musical y un documental tras bastidores titulado La mejor historia de amor jamás contada.

Internet no ha sido amable. La película ha sido tachada de absurda, cursi, sobreelaborada y simplemente extraña, mientras que el documental es tan poco halagador que cuesta creer que ella lo aprobara. Se le ha acusado, entre otras cosas, de narcisista y falsa. Ahora, la gira que se anunció poco después del lanzamiento del álbum ha sido cancelada.

A lo largo del documental, amigos y familiares cuestionan la necesidad de que su nuevo matrimonio sea el centro de atención, pero ella insiste en que quiere compartir su camino hacia la aceptación de sí misma y el amor verdadero.

Para alguien que ha alcanzado la cima de la fama y la riqueza, pero no ha logrado éxito en el amor, esto puede ser significativo. Pero para el resto de nosotros —en medio de guerras, desigualdades pospandémicas, inflación, erosión de los derechos civiles y unas elecciones aterradoras—, la búsqueda personal de una multimillonaria para encontrar el amor simplemente no conmueve. Sobre todo para los jóvenes de minorías. La idea de que tú también puedes ascender del barrio a Hollywood a base de puras agallas no conecta con una generación desilusionada con el mito de la meritocracia.

A pesar de mi fascinación por la telenovela de la vida de J. Lo, como latina de la Generación X me resulta difícil deleitarme con su fracaso. Al fin y al cabo, cuando Jennifer Lopez saltó a la fama a finales de la década de 1990 —desde su debut como parte de las bailarinas fly girls en la serie cómica In Living Color hasta interpretar a la cantante Selena en la gran pantalla—, las mujeres latinas no se habían visto reflejadas en la cultura pop.

Yo tenía entonces unos 20 años y acababa de mudarme de Puerto Rico a Charlottesville, Virginia, para escribir mi tesis doctoral. Mis rizos, mis curvas y mi acento hacían difícil que pasara desapercibida. Recuerdo estar sentada en mi pequeño apartamento de estudiante hojeando la revista Vanity Fair cuando apareció ella, mirando desafiante por encima del hombro sin más ropa que tacones y
panties
. Era el cenit de la cultura de las dietas, cuando las publicaciones exaltaban el estilo delgado de Kate Moss. La curvilínea talla 6 de J. Lo era prácticamente revolucionaria. Allí estaba ella, haciendo alarde de los mismos rasgos que yo batallaba por aceptar.

Su éxito se sentía transgresor e incluso esperanzador. En una época en la que los latinos estaban sumamente subrepresentados en el cine y la televisión, Lopez interpretaba a personajes italoamericanos, birraciales y apaches, así como a otros sin un origen racial o étnico definido. Nos demostró que una latina podía ser la chica común, no solo la criada o la mujer migrante, aunque también interpretó esos papeles.

Siempre afirmaba su identidad nuyorican con orgullo. Esto era significativo en una época en la que los latinos nacidos en Estados Unidos a menudo eran estigmatizados por sus errores en español y sus raíces urbanas. Su latinidad de segunda generación era tan innovadora en aquel entonces como lo es ahora el
non-English
de Bad Bunny, e igual de lucrativa. Por supuesto, su música y sus películas eran de calidad mediana, pero de eso se trataba. Ella priorizó estratégicamente el éxito comercial por encima de la credibilidad indie.

La particular marca de latinidad urbana de J. Lo le permitió encabezar las listas de éxitos en varias categorías —música latina, pop, dance, hip-hop y R&B—, apoyándose en las voces y el talento de artistas negros, pero con la seguridad de no ser considerada negra. Eso pareció bastar para sostener su éxito durante un tiempo. Pero las cosas están cambiando.

Un fragmento del documental, en el que recuerda cómo corría por la calle con el pelo alborotado, ha tocado la fibra sensible de los residentes del Bronx. “Deja de utilizarnos para lucir como una persona común y corriente”, replicó una usuaria de TikTok. Otros la han acusado de apropiación cultural y de utilizar cantantes fantasma en sus canciones sin darles crédito.

La polémica pone de manifiesto cómo ha cambiado la identidad latina en Estados Unidos. Aunque históricamente los latinos han ocupado un vago lugar intermedio en la jerarquía racial estadounidense, sin ser considerados ni blancos ni negros, ahora existe un impulso colectivo para reconocer la amplia diversidad de la comunidad latina. En este nuevo panorama, se espera que los artistas latinos reconozcan no solo sus retos, sino también sus privilegios.

Sin embargo, tras el asesinato de George Floyd en 2020, en lugar de reconocer su larga y complicada relación con la cultura negra, J. Lo lanzó una canción en la que se refiere a sí misma como “tu negrita del Bronx”. El término se utiliza a veces entre los puertorriqueños como una forma de cariño, pero algunas personas cuestionaron su decisión de utilizarlo.

Puede que mi generación se hiciera de la vista larga porque estábamos orgullosos de verla romper fronteras y desafiar estereotipos, pero hoy en día esperamos más de los artistas que una mera representación.

Cuando J. Lo se hizo famosa hace 30 años, la vida privada de los artistas se vislumbraba en gran medida a través del lente de los paparazzi. Desde entonces, las redes sociales han permitido a los famosos crear sus propios relatos. Pero también han democratizado la crítica cultural, permitiéndonos responsabilizar a los famosos y deslegitimar a quienes no dan la talla negándoles nuestros likes o “me gusta” y dejándolos de seguir.

Lopez ha tenido problemas con la economía de los influentes, haciendo intentos torpes de viralidad y esfuerzos inútiles para silenciar conversaciones en internet, al parecer enviando avisos de violación de derechos de autor a los creadores que la critican.

Aun así, no me puedo deleitar en su fracaso. Y me pregunto por qué no se le exige lo mismo a otros artistas que también alardean de su credibilidad callejera mientras se unen al club de los millonarios.

Aunque J. Lo se encuentre actualmente en su época de fracasos, en su día nos inspiró a aceptar nuestras raíces, curvas y ambiciones desnudas. Pero sus triunfos, aunque notables, no han aplacado el malestar de la sociedad con las latinas ruidosas y ambiciosas.

This Is Me… Now se ha desvanecido con rapidez en la historia de la cultura pop. Y ahora se rumora que la historia de amor que la inspiró se está desmoronando. De ser cierto, quizá este sea el catalizador que necesita para liberarse por fin de los cuentos de hadas y los clichés y volver a entrar en todo su poder.

Yarimar Bonilla, colaboradora de Opinión y profesora del Effron Center for the Study of America de la Universidad de Princeton, es autora de
Non-Sovereign Futures: french Caribbean Politics in the Wake of Disenchantment
y editora de
Aftershocks of Disaster: Puerto Rico Before and After the Storm
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