Opinión: ¿Qué es exactamente el nacionalismo cristiano?
Si te alarma el ascenso del nacionalismo cristiano, lo peor que puedes hacer es darle una definición muy amplia. Si adoptas una definición muy general, lo que les estás diciendo a millones de ciudadanos ordinarios que asisten a la iglesia con regularidad es que el simple hecho de que trasladen los valores religiosos al ámbito público de alguna manera los coloca en la misma categoría o en el mismo bando de los verdaderos supremacistas cristianos, los autoritarios intolerantes que quieren transformar a Estados Unidos a su propia imagen fundamentalista.
Aquí viene a colación el nuevo largometraje documental titulado “God and Country”, el cual explora el papel del nacionalismo cristiano en la política estadounidense. Incluso antes de enterarme de que Rob Reiner (director de “Cuestión de honor”) había participado en el proyecto, accedí a que me entrevistaran los cineastas por dos motivos clave: en primer lugar, quería asegurarme de poder dar una definición adecuada del nacionalismo cristiano, libre de calumnias sobre los cristianos por el simple deseo de expresar sus valores en la esfera pública. En segundo lugar, me interesaba describir con exactitud los motivos por los que el verdadero nacionalismo cristiano representa un peligro real para nuestra Constitución.
Para comprender qué es el nacionalismo cristiano, es importante saber qué no es. “Nacionalismo cristiano” no se refiere a que la fe cristiana del individuo moldee sus valores políticos. De hecho, muchos de los movimientos sociales más importantes de Estados Unidos han tenido una buena dosis de teología cristiana y activismo cristiano. Muchos de los abolicionistas de nuestra nación condenaron la esclavitud desde los púlpitos del norte. En cuanto al movimiento de derechos civiles, aunque no fue solo cristiano, sí fue un movimiento cristiano en general… el ejemplo por excelencia, por supuesto, es que Martin Luther King Jr. era un ministro bautista.
Cualquiera puede estar en desacuerdo con los postulados cristianos en torno a los derechos civiles, la inmigración, el aborto, la libertad religiosa o cualquier otro punto de conflicto político. Los cristianos están en desacuerdo entre sí en estos temas todo el tiempo. Pero no es más ilícito ni más peligroso que un creyente someta a debate público su perspectiva del mundo a que una persona nada creyente debata su propio razonamiento moral no religioso en el ámbito político. De hecho, en lo personal, he aprendido gracias a creencias distintas de la mía y lo cierto es que nuestra esfera pública se empobrecería si no tuviera acceso al pensamiento y las ideas de los estadounidenses creyentes.
El problema con el nacionalismo cristiano no tiene nada que ver con la participación cristiana en la política, sino con la creencia de que los valores cristianos deberían tener prioridad en la política y el derecho. Puede manifestarse en la ideología, la identidad y las emociones. Además, si llegara a arraigarse, cambiaría por completo la Constitución y fracturaría nuestra sociedad.
Los sociólogos Samuel Perry y Andrew Whitehead definen al nacionalismo cristiano como un “marco cultural que difumina las distinciones entre la identidad cristiana y la identidad estadounidense, pues considera que entre ellas hay una relación estrecha y, por lo tanto, intenta mejorar y preservar su unión”. El escritor y pastor Matthew McCullough define el nacionalismo cristiano como la “forma en que los cristianos conciben la identidad estadounidense y el sentido de lo estadounidense, una noción según la cual la nación desempeña un papel central en los propósitos históricos en el mundo del Dios cristiano”. Ambas definiciones son excelentes, pero lo importante es saber cómo es en la práctica el nacionalismo cristiano ideológico.
En 2022, una coalición de escritores y líderes de derecha publicaron un documento llamado: “Conservadurismo nacional: declaración de principios”. En la sección dedicada a Dios y la religión pública, señala: “Si existe una mayoría cristiana, la vida pública debe centrarse en el cristianismo y su visión moral, misma que debe ser honrada por el Estado y otras instituciones públicas y privadas”. Esta declaración ideológica es extraordinaria y también siniestra, pues su aplicación de inmediato relega a las personas que no son cristianas a una posición de segunda categoría. Va totalmente en contra de la Primera Enmienda y equivaldría a imponerles una especie de deferencia obligatoria hacia el cristianismo a las minorías religiosas y a las personas que no son creyentes.
Pero, el nacionalismo cristiano no solo está arraigado en la ideología, sino que también tiene raíces profundas en la identidad, la creencia de que los cristianos deben mandar. Es el núcleo central del Mandato de las siete montañas bíblicas, movimiento dominionista surgido del pentecostalismo estadounidense que es, francamente, una política de identidad cristiana con esteroides. Paula White, la asesora espiritual más cercana de Donald Trump, pertenece a este movimiento, al igual que el magistrado Tom Parker, presidente de la Corte Suprema de Alabama, quien redactó una opinión concurrente con respecto a la decisión reciente del tribunal en el tema de la FIV. El movimiento sostiene que los cristianos están llamados a gobernar siete instituciones sociales clave: la familia, la Iglesia, la educación, los medios, las artes, los negocios y el gobierno.
No obstante, tampoco hace falta ahondar en la teología de las siete montañas para encontrar ejemplos de política de identidad cristiana. El uso del cristianismo como requisito no oficial pero sí necesario para ocupar un cargo público forma parte rutinaria de la política en las áreas de Estados Unidos en las que es más generalizada la asistencia a la iglesia. Es más, uno de los argumentos republicanos comunes a favor de Trump es que, aunque no sea devoto, sí puede colocar a muchos cristianos en el gobierno.
Entonces, ¿qué es la política de identidad cristiana sino otra forma de supremacía cristiana? ¿Qué hace a una persona, por el simple hecho de identificarse como cristiana, una mejor candidata para ocupar un cargo? Después de todo, muchos de los peores actores en la política estadounidense son creyentes devotos. Los escándalos y la corrupción son tan generalizados en la Iglesia que cuando una persona se presenta como cristiana, eso no me dice casi nada sobre su sabiduría o virtud.
Por último, no podemos olvidar las emociones intensas que provoca el nacionalismo cristiano. La mayoría de los creyentes no siguen muy de cerca los argumentos ideológicos y teológicos. En palabras del historiador Thomas Kidd: “El verdadero nacionalismo cristiano es más una reacción visceral que una postura adoptada racionalmente”. En otras palabras, se relaciona con un sentido visceral de que el destino de la Iglesia está estrechamente ligado con el resultado de cada competencia política.
Ese fervor puede hacer muy ingenuos a los creyentes, e incluso podrían llegar a ser peligrosos. Su dinámica de combate entre el bien y el mal puede hacer que los cristianos piensen que sus opositores políticos son capaces de cualquier cosa, incluso de amañar las elecciones. Esto hace parecer que hay más en juego en las elecciones, a tal punto que perder representa una catástrofe inconcebible, pues están en riesgo el futuro de la Iglesia y del Estado. Como vimos el 6 de enero de 2021, esta creencia propicia acciones violentas.
Los nacionalistas cristianos comprometidos constituyen tan solo el 10 por ciento de la población, según una encuesta del Public Religion Research Institute y la Institución Brookings realizada en 2023, “Christian Nationalism Survey”. Pero incluso los miembros de una minoría tan pequeña pueden obtener un enorme control cuando logran mezclarse con el electorado cristiano más numeroso gracias a consignas como: “Somos como tú”. Por esta razón no podemos aceptar que se fusione el activismo cristiano con el nacionalismo cristiano. Es posible acoger la participación cristiana en la esfera pública sin dejar de resistir el dominio de todo tipo de fe o credo.
c.2024 The New York Times Company