Opinión: La brecha de la felicidad entre la izquierda y la derecha no se está cerrando

Opinión: La brecha de la felicidad entre la izquierda y la derecha no se está cerrando.
Opinión: La brecha de la felicidad entre la izquierda y la derecha no se está cerrando.

¿POR QUÉ UN CONJUNTO SUSTANCIAL DE INVESTIGACIONES EN CIENCIAS SOCIALES CONCLUYE QUE LOS CONSERVADORES SON MÁS FELICES QUE LOS LIBERALES?

¿Por qué un conjunto sustancial de investigaciones en ciencias sociales concluye que los conservadores son más felices que los liberales?

Una respuesta parcial: es menos probable que los de la derecha se enfaden o molesten por las desigualdades sociales y económicas, pues creen que el sistema recompensa a quienes trabajan de manera ardua, que las jerarquías forman parte del orden natural de las cosas y que los resultados del mercado son fundamentalmente justos.

Los de la izquierda se oponen a cada una de esas valoraciones del orden social, lo que provoca frustración y descontento con el mundo que los rodea.

La brecha de la felicidad ha estado entre nosotros al menos 50 años y la mayoría de las investigaciones que tratan de explicarla se han concentrado en los conservadores. Sin embargo, más recientemente, psicólogos y otros científicos sociales han empezado a profundizar en los fundamentos del descontento liberal, no solo la infelicidad, sino también la depresión y otras medidas de insatisfacción.

Una de las conclusiones de esta investigación es que el declive de la felicidad y del sentido de agencia se concentra entre los izquierdistas que hacen hincapié en cuestiones de identidad, justicia social y opresión de los grupos marginados.

Además, se está produciendo un fenómeno paralelo en la derecha, ya que Donald Trump y sus leales al movimiento MAGA se quejan enojados de la opresión por parte de los liberales que se enzarzan en una venganza implacable para mantener a su ídolo fuera de la Casa Blanca.

Hay una diferencia en la forma en que la izquierda y la derecha reaccionan ante la frustración y el agravio. En lugar de desesperación, la derecha contemporánea ha respondido con una ira creciente y con un rechazo a las instituciones y normas democráticas.

En un artículo de Vox de 2021, “Trump and the Republican Revolt Against Democracy”, Zack Beauchamp describe con detalle la aparición de un descontento destructivo y agresivo entre los conservadores.

Citando una amplia gama de datos de encuestas y estudios académicos, Beauchamp halló lo siguiente:

■ Más del doble de republicanos (el 39 por ciento) que de demócratas (el 17 por ciento) creen que “si los líderes elegidos no protegen a Estados Unidos, el pueblo debe actuar, aunque eso implique violencia”.

■ El 57 por ciento de los republicanos considera “enemigos” a los demócratas, frente al 41 por ciento de los demócratas que considera enemigos a los republicanos.

■ Entre los republicanos, el apoyo al “uso de la fuerza para defender nuestro modo de vida”, así como a la creencia de que “los líderes fuertes se saltan las normas” y de que “a veces hay que obtener la justicia por propia mano”, crece en correlación directa con la hostilidad racial y étnica.

Incluso Trump ha advertido en repetidas ocasiones sobre el potencial de la violencia política.

En enero, Trump predijo que habría levantamientos si los cargos criminales presentados en tribunales federales y estatales en su contra dañaban su campaña presidencial:

Creo que sienten que esta es la forma en que van a tratar de ganar, y no es así. Será un caos en el país. Es algo muy malo. Es un precedente muy malo. Como dijimos, es la apertura de una caja de Pandora.

Antes de ser acusado en Nueva York, Trump afirmó que habría “posible muerte y destrucción” si lo acusaban.

En un mitin de campaña en Ohio en marzo, Trump declaró: “Si no resulto electo, habrá un baño de sangre en todo el país”.

En otras palabras, Trump y sus aliados responden a la adversidad y a lo que consideran ataques de la izquierda con amenazas e ira, mientras que un segmento de la izquierda responde a menudo, aunque no siempre, a la adversidad y a la desigualdad social con abatimiento y tristeza.

Esa interiorización tiene consecuencias importantes.

Jamin Halberstadt, profesor de Psicología en la Universidad de Otago en Nueva Zelanda y coautor de “Outgroup Threat and the Emergence of Cohesive Groups: A Cross-Cultural Examination”, argumentó en su respuesta por correo electrónico a mi consulta que “centrarse en la injusticia y el victimismo es por definición desempoderador (¿no es por eso que hablamos de “sobrevivientes” en lugar de “víctimas”?); la pérdida de control no es buena para la autoestima ni para la felicidad”.

Sin embargo, puntualizó:

“[...] este enfoque, aunque sin duda forma parte del lado más visible e influyente de la ideología progresista, no deja de ser solo una parte. El ‘liberalismo’ es un gran constructo, y me resisto a reducirlo a “un enfoque en cuestiones de justicia social”. Algunos liberales tienen este punto de vista, pero yo sospecho que su influencia es exagerada porque (a) tienen el megáfono de las redes sociales, y (b) estamos en un clima en el que la libertad de expresión, y en particular los desafíos a la visión del mundo que caracterizas, han sido restringidos”.

Halberstadt amplió esta línea argumentativa:

“Estoy seguro de que algunos autodenominados ‘liberales’ tienen puntos de vista que son contraproducentes para su propia felicidad. Una subideología asociada al liberalismo es, como lo describes, un sentimiento de victimismo y agravio. No obstante, hay más de una forma de responder a las barreras estructurales. Dentro de ese grupo de agraviados, algunos quizá ven problemas sistémicos que no pueden superarse, y eso es desmoralizador y deprimente por naturaleza. Pero otros ven los problemas sistémicos como un reto que superar”.

Llevando más lejos la valoración de Halberstadt de los efectos del agravio y el victimismo, Timothy A. Judge, presidente del departamento de gestión y recursos humanos en Notre Dame, escribió en un artículo de 2009, “Core Self-Evaluations and Work Success”, que:

“Las autoevaluaciones básicas (CSE, por su sigla en inglés) son un rasgo amplio e integrador indicado por la autoestima, el locus de control, la autoeficacia generalizada y el (bajo) neuroticismo (alta estabilidad emocional).

Los individuos con altos niveles de CSE rinden mejor en sus trabajos, tienen más éxito en sus carreras, están más satisfechos con sus trabajos y sus vidas, informan de niveles más bajos de estrés y conflicto, afrontan con más eficacia los contratiempos y aprovechan mejor las ventajas y las oportunidades”.

Hice una pregunta a Judge y a otros académicos: ¿Han fomentado los pesimistas liberales una perspectiva que engendra infelicidad, ya que sus partidarios creen que se enfrentan a barreras estructurales que parecen insuperables?

Judge respondió por correo electrónico:

“Comparto la opinión de que enfocarse en el estatus, las jerarquías y las instituciones que refuerzan los privilegios contribuye a un locus de control externo. Y la razón es bastante sencilla. Solo podemos cambiar estas cosas a través de iniciativas colectivas, y a menudo políticas, que suelen ser complejas, lentas, a menudo conflictivas y ajenas a nuestro control individual.

Por otra parte, si yo considero que “las oportunidades de la vida” (término de Virginia Woolf) dependen sobre todo de mi propia agencia, esto refleja un enfoque interno, que a menudo dependerá de emprender iniciativas que están en gran medida bajo mi control”.

Judge profundizó en su argumento:

“Si nuestro enfoque predominante en la forma de ver el mundo son las desigualdades sociales, las jerarquías de estatus, la injusticia social conferida por el privilegio, entonces todo el mundo estaría de acuerdo en que estas cosas no son fáciles de arreglar, lo que significa, en cierto sentido, que debemos aceptar algunas premisas infelices: la vida no es justa; los resultados están fuera de mi control, a menudo en manos de actores malos y poderosos; el cambio social depende de la acción colectiva que puede ser conflictiva; un individuo puede tener un poder limitado para controlar su propio destino, etcétera.

No son pensamientos felices porque me hacen ver el mundo como inherentemente injusto, opresivo, conflictivo, etc. Puede que sea correcto o no, pero yo diría que, de hecho, son puntos de vista sobre cómo vemos el mundo, y nuestro lugar en él, que socavarían nuestra felicidad”.

El año pasado, George Yancey, profesor de Sociología de la Universidad de Baylor, publicó el libro “Identity Politics, Political Ideology, and Well-being: Is Identity Politics Good for Our Well-being?”.

Yancey argumenta que los acontecimientos recientes “sugieren que la política de identidad puede correlacionarse con una disminución del bienestar particularmente entre los jóvenes progresistas y ofrecer una explicación ligada a elementos internos dentro del progresismo político”.

Al centrarse en “los progresistas políticos, más que en los conservadores políticos”, escribe Yancey, “empieza a surgir un enfoque matizado para entender la relación entre ideología política y bienestar”.

La política de identidad, continúa, se centra “en fuerzas institucionales externas que uno no puede aliviar de inmediato”. El resultado es lo que los académicos llaman la externalización del propio “locus de control” o ver las desigualdades de la sociedad como el resultado de fuerzas externas poderosas, si no es que insuperables, como el racismo estructural, el patriarcado y el capitalismo, en lugar de creer que los individuos pueden superar esos obstáculos mediante el trabajo duro y el esfuerzo colectivo.

Como resultado, escribe Yancey, “la política de identidad puede ser un mecanismo importante por el cual la ideología política progresista puede derivar en niveles más bajos de bienestar”.

Por el contrario, señala Yancey, “un énfasis cognitivo progresista basado en la clase social puede centrarse menos en la identidad de grupo, generando menos necesidad de depender de las narrativas emocionales y el pensamiento dicotómico, y así puede ser menos probable que sea perjudicial para el bienestar de un progresista político”.

Yancey puso a prueba esta teoría utilizando los datos recogidos en la Encuesta de Religión de la Universidad Baylor de 2021 con 1232 encuestados.

“Ciertos tipos de ideología política progresista pueden tener efectos contrastantes sobre el bienestar”, escribe Yancey. “Es plausible que la política de identidad pueda explicar el reciente aumento de la brecha de bienestar entre conservadores y progresistas”.

Oskari Lahtinen, investigador principal de Psicología en la Universidad de Turku, Finlandia, publicó un estudio en marzo, “Construction and Validation of a Scale for Assessing Critical Social Justice Attitudes”, con el que refuerza el argumento de Yancey.

Lahtinen realizó dos encuestas a un total de 5878 hombres y mujeres para determinar la proporción de ciudadanos finlandeses que mantienen “actitudes de justicia social crítica” y en qué se diferencian los que mantienen esas opiniones de los que no.

Los partidarios de la justicia social crítica, según la escala de Lahtinen:

“[...] señalan las variedades de opresión que permiten a las personas privilegiadas (por ejemplo, hombres, blancos, heterosexuales, cisgénero) beneficiarse en detrimento de las personas marginadas (por ejemplo, mujeres, negros, gays, transexuales).

En la teoría crítica de la raza, algunos de los principios básicos son los siguientes: (1) la supremacía blanca y el racismo son omnipresentes y las políticas “daltónicas” no bastan para atajarlos; (2) las personas de color tienen un punto de vista propio y único; y (3) las razas son construcciones sociales”.

¿Qué halló Lahtinen?

Las propuestas críticas de justicia social encontradas:

“[...] un fuerte rechazo por parte de los hombres. Las mujeres expresaron más del doble de apoyo a las propuestas. En ambos estudios, la justicia social crítica estaba modestamente correlacionada con la depresión, la ansiedad y la (falta de) felicidad, pero no más que estar en la izquierda política”.

En un correo electrónico en el que respondía a mis preguntas sobre su artículo, Lahtinen escribió que una de las principales conclusiones de su investigación es que “había grandes diferencias entre géneros en la defensa de la justicia social crítica: tres de cada cinco mujeres, pero solo uno de cada siete hombres, expresaron su apoyo a las afirmaciones de justicia social crítica”.

Además, señaló, “había una variable en el estudio que correspondía de manera estrecha con el locus de control externo: ‘Otras personas o estructuras son más responsables de mi bienestar que yo mismo’”.

La correlación entre el acuerdo con esta afirmación y la infelicidad fue una de las más fuertes de la encuesta:

“Las personas de izquierda apoyaron este punto (alrededor de dos en una escala de 0-4) mucho más que las de derecha (más o menos el 0,5). La adhesión a esta creencia estaba determinada por la preferencia de partido político mucho más que por el sexo, por ejemplo”.

Medidas como el locus de control, la autoestima, la creencia en la agencia personal y el optimismo desempeñan un papel importante en la vida cotidiana.

En un artículo de diciembre de 2022, “The Politics of Depression: Diverging Trends in Internalizing Symptoms Among U.S. Adolescents by Political Beliefs”, Catherine Gimbrone, Lisa M. Bates, Seth Prins y Katherine M. Keyes, todos ellos de la Escuela Mailman de Salud Pública de la Universidad de Columbia, señalan que “las tendencias en los síntomas de interiorización de los adolescentes divergieron según las creencias políticas, el sexo y la educación de los padres a lo largo del tiempo, y las adolescentes liberales fueron quienes experimentaron los mayores aumentos en los síntomas depresivos, sobre todo en el contexto de los factores de riesgo demográficos, incluida la educación de los padres”.

“Estos hallazgos”, añaden, “indican una creciente disparidad de salud mental entre los adolescentes que se identifican con determinadas creencias políticas. Por lo tanto, es posible que las lentes ideológicas a través de las cuales los adolescentes ven el clima político afecten de manera diferencial su bienestar mental”.

Gimbrone y sus coautores se basaron en estudios de 85.000 adolescentes entre 2005 y 2018. Descubrieron que:

“[...] si bien las puntuaciones de los síntomas internalizantes empeoraron con el tiempo para todos los adolescentes, se deterioraron más rápidamente para las adolescentes liberales. Comenzando aproximadamente en 2010 y continuando hasta 2018, las adolescentes liberales informaron los mayores cambios en el efecto depresivo, la autoestima, la automenoscabo y la soledad”.

En conclusión, los autores escriben: “Los liberales socialmente desfavorecidos informaron las peores puntuaciones de síntomas de internalización a lo largo del tiempo, lo que quizá indica que las experiencias y creencias que informan una identidad política liberal son, en última instancia, menos protectoras contra la mala salud mental que las que informan una identidad política conservadora”.

Desde otro punto de vista, Nick Haslam, profesor de Psicología de la Universidad de Melbourne, argumenta en su artículo de 2020 “Harm inflation: Making Sense of Concept Creep” que en los últimos años se ha producido “un aumento de la sensibilidad hacia el daño, al menos, dentro de algunas culturas occidentales, de tal forma que fenómenos antes inofensivos o que pasaban desapercibidos se identificaban cada vez más como dañinos, y que esta creciente sensibilidad reflejaba una agenda moral políticamente liberal”.

Como ejemplos, Haslam escribe que la definición de trauma ha sido:

“[...] ampliada de manera progresiva para incluir acontecimientos de vida adversos cada vez menos graves y aquellos experimentados de forma vicaria en lugar de directa. ‘Trastorno mental’ pasó a incluir una gama más amplia de afecciones, de modo que se añadieron nuevas formas de psicopatología en cada revisión de los manuales de diagnóstico y se redujo el umbral para diagnosticar algunas formas existentes. ‘Abuso’ se extendió de los actos físicos a los desaires verbales y emocionales, e incorporó formas de negligencia pasiva además de la agresión activa”.

Haslam describe este proceso como una expansión de conceptos y argumenta que “algunos ejemplos de expansión de conceptos son sin duda obra de actores deliberados que podrían denominarse ‘empresarios de la expansión’”.

La expansión de conceptos, escribe Haslam, “puede utilizarse como táctica para amplificar la gravedad percibida del problema social elegido por un movimiento”. Además, “dicha expansión puede ser un medio eficaz para aumentar la gravedad percibida de un problema o amenaza social al incrementar la prevalencia percibida tanto de las ‘víctimas’ como de los ‘perpetradores’”.

Haslam cita estudios que muestran que “los fuertes correlatos de mantener conceptos expansivos del daño eran valores de rasgos relacionados con la compasión, actitudes políticas liberales de izquierda y formas de moralidad asociadas con ambos”. Mantener conceptos expansivos del daño también estaba “asociado con la orientación de la empatía afectiva y cognitiva, y sobre todo con la aprobación de la moralidad basada en el daño y la justicia”. Muchas de esas características se asocian con la izquierda política.

“La expansión de los conceptos relacionados con el daño tiene implicaciones para la autoexpresión aceptable y la libertad de expresión”, escribe Haslam. “La expansión de conceptos amplía la gama de expresiones consideradas inaceptablemente dañinas, aumentando así las peticiones de restricciones a la libertad de expresión. La expansión de los conceptos relacionados con el daño de ‘odio’ y ‘discurso de odio’ ejemplifica esta posibilidad”.

Mientras que gran parte de los comentarios de la izquierda progresista han sido críticos, Haslam adopta una postura más ambivalente: “A veces se presenta la expansión de conceptos en un marco exclusivamente negativo”, escribe, pero eso no aborda las “implicaciones positivas. Para ello, ofrecemos tres consecuencias positivas del fenómeno”.

La primera es que las definiciones expansivas del daño “pueden ser útiles para llamar la atención sobre daños que antes se pasaban por alto. Consideremos la expansión vertical del abuso para incluir el ‘abuso emocional’”.

En segundo lugar, “la expansión de conceptos puede prevenir prácticas perjudiciales modificando las normas sociales”. Por ejemplo, “cambiar las definiciones de acoso que incluyen la exclusión social y los actos antagónicos expresados horizontalmente en lugar de solo hacia abajo en las jerarquías organizativas también puede afianzar las normas contra la comisión de comportamientos destructivos”.

Y por último:

“La expansión de los conceptos negativos de la psicología puede motivar intervenciones dirigidas a prevenir o reducir los daños asociados a los comportamientos recién categorizados. Por ejemplo, la expansión conceptual de la adicción para incluir las adicciones ‘conductuales’ (por ejemplo, las adicciones al juego y al internet) ha provocado una oleada de investigaciones sobre opciones de tratamiento, que ha descubierto que una serie de tratamientos psicosociales pueden utilizarse con éxito para tratar las adicciones al juego, al internet y al sexo”.

Timothy Judge sugiere un enfoque de esta línea de investigación que, en su opinión, puede ofrecer una vía para que el liberalismo recupere su equilibrio:

“Me gustaría pensar que existe una versión del progresismo moderno que acepta muchas de las premisas del problema y las causas de la desigualdad, pero lo hace de un modo que también celebra el poder del individualismo, del consenso y de la causa común”.

“Sé que esto es quizás ingenuo. Pero si cedemos al cinismo (que no se puede encontrar el consenso), eso se refuerza a sí mismo, ¿no? Pienso en el progreso de cómo la sociedad ve ahora la orientación sexual, y en las historias de éxito. El cambio fue muy lento, doloroso para muchos, pero ¿había otra manera?”.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

c.2024 The New York Times Company