Opinión: En la batalla contra los robots, los trabajadores humanos están ganando
¿Por qué todavía tengo trabajo?
Los lectores me hacen esta pregunta con frecuencia, pero yo lo pregunto en un sentido más general: ¿por qué tantos de nosotros todavía tenemos trabajo?
Ya estamos en 2022 y las computadoras siguen sorprendiéndonos con sus logros. Los sistemas de inteligencia artificial escriben, dibujan, crean videos, diagnostican enfermedades, idean nuevas moléculas para la medicina y hacen muchas otras cosas para que sus creadores se sientan muy orgullosos. Sin embargo, de algún modo, los sacos de carne seguimos siendo muy solicitados a pesar de ser propensos al agotamiento, la distracción, las lesiones y en ocasiones a los errores garrafales. ¿Cómo fue que pasó esto? ¿No se suponía que a estas alturas los incansables e infalibles robots que, según se decía, iban a ocupar nuestros puestos de trabajo ya nos deberían haber remplazado o al menos mermado bastante las vacantes laborales?
Últimamente he pensado mucho en esto. En parte es porque yo era uno de los preocupados: desde 2011 empecé a hacer advertencias sobre la inminente amenaza robótica para el empleo humano. A medida que avanzaba la década y los sistemas de inteligencia artificial empezaban a superar incluso las expectativas de sus inventores, parecía que el peligro era cada vez mayor. En 2013, un estudio realizado por un economista de Oxford y un científico especializado en inteligencia artificial (IA) calculó que el 47 por ciento de los empleos estaban “en riesgo” de ser sustituidos por las computadoras. En 2017, el Instituto Global McKinsey calculó que la automatización podría desplazar a cientos de millones de trabajadores para 2030 y los líderes económicos mundiales debatían qué hacer con el “robocalipsis”. En la campaña de 2020, la amenaza de la IA para el empleo se convirtió en un tema de los debates presidenciales.
Incluso entonces, las predicciones del dominio de los robots no se estaban cumpliendo del todo, pero la pandemia y sus repercusiones tendrían que cambiar de manera radical nuestra manera de pensar. Ahora que los gobernadores de los bancos centrales de todo el mundo se apresuran a enfriar los mercados laborales y controlar la inflación —muchos responsables de diseñar políticas públicas esperan que el informe del empleo de esta semana muestre una disminución en la demanda de nuevos trabajadores—, se han vuelto evidentes algunas verdades económicas y tecnológicas.
Primero, hemos subestimado a los humanos. Resulta que nosotros (bueno, muchos de nosotros) somos bastante buenos en lo que hacemos y en el futuro previsible es probable que seamos indispensables en toda una serie de industrias, en particular en la de la escritura de columnas. Por otra parte, hemos sobrevalorado a las computadoras. Aunque las máquinas pueden parecer invencibles en las demostraciones, en el mundo real la IA ha resultado ser un sustituto de los humanos no tan bueno como auguraban sus promotores.
Es más, todo el proyecto de enfrentar a la IA con las personas está comenzando a parecer bastante tonto, puesto que el resultado más probable es lo que ha sucedido casi siempre cuando los humanos adquieren nuevas tecnologías: la tecnología aumenta nuestras capacidades en lugar de sustituirnos. ¿Será que “esta vez es diferente”, como han advertido muchas pitonisas en los últimos años? Parece que no. Sospecho que dentro de unas décadas habremos comprobado que la inteligencia artificial y las personas son como la crema de cacahuate y la mermelada: van mejor juntas.
Un reciente ensayo de Michael Handel, sociólogo de la Oficina de Estadísticas Laborales, me ayudó a entender mejor la situación. Handel se ha dedicado a estudiar la relación entre la tecnología y el empleo desde hace décadas y ve con escepticismo la afirmación de que la tecnología avanza más rápido de lo que los trabajadores humanos pueden adaptarse a los cambios. En su escrito reciente, analizó las tendencias de empleo a largo plazo en más de una veintena de categorías laborales que, según los tecnólogos, son especialmente vulnerables a la automatización. Entre ellas se incluyen asesores financieros, traductores, abogados, médicos, trabajadores de comida rápida, empleados de tiendas minoristas, camioneros, periodistas y, poéticamente, programadores informáticos.
He aquí sus resultados: los humanos están ganando el mercado laboral con bastante facilidad. A las categorías laborales que hace pocos años se decía que la inteligencia artificial había condenado a la extinción les está yendo bien. Los datos demuestran que “la idea de una aceleración general de la pérdida de empleos o una ruptura estructural con las tendencias anteriores a la revolución de la IA tiene poco sustento”, escribe Handel.
Pensemos en los radiólogos, médicos muy bien pagados que se someten a años de formación especializada para diagnosticar enfermedades mediante procedimientos de captura de imágenes como las radiografías y las resonancias magnéticas. En lo que respecta a la tecnología, el trabajo de los radiólogos parece bastante susceptible de automatizarse. Los sistemas de aprendizaje automático han hecho que las computadoras sean muy buenas para realizar este tipo de tareas. Por ejemplo, si alimentamos una computadora con suficientes rayos X de tórax que muestren enfermedades, puede aprender a diagnosticarlas, por lo regular mucho más rápido y con una precisión similar o superior a la de los doctores humanos.
En algún momento, estos avances fueron motivo de alarma en este campo. En 2016, un artículo publicado en The Journal of the American College of Radiology advertía que el aprendizaje automático “podría acabar con la radiología como especialidad pujante”. Ese mismo año, Geoffrey Hinton, uno de los creadores del aprendizaje automático, dijo que “habría que dejar de formar radiólogos ahora” porque era “muy evidente que dentro de cinco años el aprendizaje profundo va a ser mejor que los radiólogos”.
Después Hinton agregó que eso tal vez sucedería en 10 años, así que puede que todavía esté en lo cierto, pero, para Handel, las cifras no pintan tan bien. Descubrió que, en lugar de desaparecer como profesión, la radiología ha visto un crecimiento constante; entre 2000 y 2019, el número de radiólogos cuya actividad principal es la atención al paciente creció en promedio alrededor del 15 por ciento por década. A algunos en este campo incluso les preocupa una escasez inminente de radiólogos, lo que alargaría los tiempos de respuesta de los diagnósticos basados en imágenes.
¿Cómo fue que los radiólogos sobrevivieron a la invasión de la inteligencia artificial? En un ensayo del 2019 en la revista especializada Radiology Artificial Intelligence, Curtis Langlotz, radiólogo de la Universidad de Stanford, dio varias razones. Una es que los humanos todavía superan casi siempre a las máquinas; aun cuando las computadoras pueden volverse muy buenas para identificar cierto tipo de problemas de salud, pueden carecer de datos para diagnosticar enfermedades más raras que los expertos humanos con experiencia sí identifican con facilidad. Asimismo, los radiólogos son adaptables; los avances tecnológicos (como las tomografías computarizadas y las resonancias magnéticas) han sido habituales en este campo, y uno de los principales trabajos de un radiólogo humano es comprender y proteger a los pacientes de las deficiencias de las tecnologías utilizadas en la consulta. Otros expertos han señalado las complicaciones del sector sanitario: las cuestiones relativas a los seguros, la responsabilidad civil, la comodidad del paciente, la ética y la consolidación empresarial pueden ser tan importantes para el despliegue de una nueva tecnología como sus resultados técnicos.
Langlotz concluyó que si la inteligencia artificial remplazará a los radiólogos es la pregunta incorrecta. Más bien, escribió: “La respuesta correcta es que los radiólogos que usen la IA desplazarán a los radiólogos que no lo hagan”.
Tendencias similares se han producido en muchos otros sectores que se consideran vulnerables a la IA. ¿Los camioneros serán superados por los camiones autónomos? Tal vez algún día, pero, como señaló hace poco el reportero de IA de The New York Times, Cade Metz, esa tecnología siempre está a pocos años de estar lista y “todavía falta mucho para que los camiones puedan conducirse solos a cualquier lugar”. Por lo tanto, no es de extrañar que todavía falte bastante para que los camioneros lleguen al final de su camino: el gobierno prevé que el número de puestos de trabajo para este sector aumentará en la próxima década.
¿Qué hay de los trabajadores de la industria de la comida rápida, que se decía que podían ser remplazados por las máquinas robotizadas para preparar alimentos y los quioscos donde se pueden hacer pedidos directamente? También pueden estar tranquilos, dijo Chris Kempczinski, director ejecutivo de McDonald’s, en una teleconferencia para informar sobre los estados financieros de la empresa este verano. Agregó que aun con la escasez de trabajadores de comida rápida, puede que los robots “sean fantásticos para acaparar los reflectores”, pero sencillamente “no son prácticos para la gran mayoría de los restaurantes”.
Es posible, incluso probable, que todos estos sistemas mejoren. Sin embargo, no hay pruebas de que esto vaya a ocurrir de la noche a la mañana o con la suficiente rapidez como para que se produzcan pérdidas de empleo catastróficas a corto plazo.
“No quiero minimizar el dolor ni los costos de adaptación para la gente que se verá afectada por el cambio tecnológico, pero cuando se analiza, no se ve mucho, no se ve tanto como se afirma”, concluyó Handel.
© 2022 The New York Times Company