Nicolás “Mono” Rizzo, aquel jugador de rugby de varios clubes a la vez, aquel cerebro de La Naranja que generaba locura
La pasión por el rugby puede graficarse, por ejemplo, en lo que hacía el “Mono” Nicolás Mario Rizzo en sus épocas de jugador, allá, entre los sesentas y los setentas. Debido a que todas las semanas tenía viajar por el norte del país como auditor de empresas de automóviles, un sábado jugaba en Tala, de Córdoba, su club de origen, y al siguiente, en Jockey Club Salta, y al otro, en Los Tarcos, de Tucumán. Se lo permitía el reglamento de entonces, que ponía 200 kilómetros como límite para representar a dos o más clubes al mismo tiempo. Pero también se lo permitía su espíritu por el juego. Y el respeto: antes de cada partido se juntaba cara a cara con los árbitros de cada unión para juramentar que iba a actuar si no acarreaba sanciones desde otra provincia. Representó, como jugador y entrenador, a cuatro clubes de tres provincias y a dos seleccionados de uniones. Un emblema del rugby argentino. Un prócer en Córdoba y en Tucumán.
El Mono Rizzo partió el último sábado a los 77 años. En una entrevista –la última en vida– que concedió al periodista Patricio Guzmán para el sitio Tercer Tiempo NOA, contó que el rugby fue su salvación: “Yo tenía el vicio de jugar por dinero y Tala me evitó perder tiempo y plata en apuestas suculentas. El club me dio un patrón de conducta que llevaré hasta el fin de mis días”. En el equipo cordobés jugó como pilar derecho, tercera línea y hasta wing. Era durísimo, y un fundamentalista del tackle. Sus ídolos siempre fueron dos Pumas del ‘65: Raúl Loyola, a quien admiraba también por ser cordobés, y Héctor “Pochola” Silva.
Después de entrenar a Tala, en 1979 se radicó en Tucumán, también por cuestiones laborales. En 1980 asumió como entrenador en Los Tarcos, que salió campeón en 1983. En medio, junto a su entrañable amigo Guillermo “Willy” Lamarca, preparó al seleccionado de Tucumán y logró dos conquistas en el Argentino y un histórico 27-24 sobre el poderoso Counties, de Nueva Zelanda, en abril de 1982 en el estadio de Atlético Concepción.
Lamarca, a quien había conocido en el Jockey de Salta, lo llamó en 1987 para que fuera a Tucumán Rugby, equipo entonces plagado de figuras, muchas de ellas, en los Pumas. Allí acumuló seis campeonatos consecutivos, más otros dos por La Naranja en el Argentino.
El momento de mayor gloria deportiva para el Mono Rizzo llegó en la fría noche del martes 23 de junio de 1992 en la caldera del estadio de Atlético Tucumán. Junto al “Mocho” Gabriel Palou y a Juan Carlos López, entrenaba a La Naranja frente a la poderosa Francia. El partido tenía mala pinta para los locales. El primer período concluyó 23-3 abajo y se asomaba una goleada. “En el entretiempo les hablamos a todos, en especial al capitán, José Santamarina. Hicimos hincapié en la representación provincial y en sus orgullos”. En la segunda mitad, Tucumán, empujado por la multitud (en ningún otro lugar del país se vivía en esos años la locura que provocaba cada partido de La Naranja), fue una tromba, dio vuelta el resultado y ganó por 25-23.
Pablo Buabse, de aquel equipo, me cuenta hoy otro entretelón de ese vestuario: “Fue muy sencillo. Se nos pidió a los forwards que nos juntáramos y que jugáramos todo de maul. Desde el line y desde el scrum. Que no abriéramos la pelota y buscáramos que ellos hicieran penales. El try del final vino de un line en el que además de nosotros empujaron hasta los tres cuartos”.
En Tucumán, durante esas décadas, hubo dos líneas bien marcadas, como en Buenos Aires con Carlos “Veco” Villegas y Angel “Papuchi” Guastella. Por un lado, la de Rizzo. Por el otro, la de Alejandro Petra. Ninguno de los dos, tucumano; Petra nació en Mendoza. Pero ambos marcaron una época en La Naranja, aunque nunca entrenaron juntos. “Pero el Mono tenía un capitán «petrista», el Cheto Santamarina, y entrenó junto a otro «petrista» de pura cepa, el «Mocho» Palou”, resalta el prestigioso periodista tucumano Tomás Gray, que incluyó a Rizzo en su libro Históricos naranjas.