Nick Kyrgios: cuando el talento no alcanza

Por Federico Erhart

Niño caprichoso. Showman. Talentoso indiscutido. Kamikaze con raqueta. Desafiante. Sacador serial. Inmaduro. Decepción. Promesa. Todo eso y más es Nicholas Hilmy Kyrgios, este australiano que suena a griego y que una ex-princesa malaya trajo al mundo hace veintitrés años.

AP/Rebecca Blackwell
AP/Rebecca Blackwell

Ver jugar a Kyrgios (hoy 72 del mundo) es cómo sentarse en primera fila de una nueva montaña rusa. Con los ojos vendados. Piruetas increíbles, adrenalina y cosquilleos en la panza que muchas veces dan lugar a cierta incomodidad. Sobre todo, si el recorrido parece no terminar nunca. O si la montaña rusa, sin ningún tipo de aviso, decide detenerse por completo. Este vértigo e imprevisibilidad son casi el seudónimo de Kyrgios, a quien se le viene exigiendo moderación y, porqué no, maduración.

Conocidos son ya sus ataques de ira, insolencia e intermitente desgano en la cancha, producto de un orgullo e inmadurez gigantes y no de la aparente apatía y rencor a flor de piel de su compatriota no menos polémico y mucho menos exitoso, Bernard Tomic.

El pasado miércoles, el show de Nick tuvo a un espectador impensado: nada menos que Rafael Nadal. Por los octavos de final del Abierto de Acapulco (ATP 500), el español vivió en carne propia el talento y “falta de respeto” de Kyrgios, que se despachó con toda clase de malabarismos y hasta llegó a sacar de abajo, tratando de sorprender al ibérico. Tampoco faltaron en el australiano manifestaciones de fragilidad física en momentos clave del partido, algo que ofuscó notoriamente a Rafa.

El espectacular y altamente tenso partido quedó para Kyrgios (fue 3-6, 7-6, 7-6 en poco más de tres horas de juego), pero Rafa no tuvo problema en dejar en claro su opinión acerca de la performance de su rival. El número 2 del mundo, todavía lastimado por un partido que no debería habérsele escapado, hasta pareció esbozar un consejo que bien podría traducirse en un “crece de una vez, tío”.

AP/Rebecca Blackwell
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Kyrgios no es el primer “niño malo” del tenis. Son muchos los casos de jugadores de igual o mayor talento que no supieron manejar esto de crecer en público. Porque, a no olvidar, los tenistas muchas veces comienzan ganando torneos, fama y dinero en plena adolescencia, o sea, mucho antes de ganar algo esencial: madurez.

La ATP, la asociación australiana de tenis (Tennis Australia), los jugadores y los aficionados en general esperan que Kyrgios muestre señales de haber dejado atrás la adolescencia. Ya lo hicieron Borg y Federer, otrora cabrones y rompedores de raquetas crónicos que un día vieron la luz y no se salieron nunca más de su guión de impecables competidores, cosechando Grand Slams al por mayor casi sin despeinarse.

AP Photo/Kamran Jebreili
AP Photo/Kamran Jebreili

Incluso John McEnroe, el malcriado más grande la historia del tenis y uno de los críticos más ácidos de Kyrgios, tuvo su momento místico a medida que crecía su rivalidad con Borg, un tenista radicalmente opuesto a él en estilo y personalidad. En Kyrgios esa metamorfosis está llevando más de lo esperado, aunque está claro que lo intenta. De lograrlo, este niño malcriado de 1.93 metros de altura puede aspirar a la gloria que supo saborear el americano, cuyas clásicas discusiones con los jueces de silla raramente hicieron mella en su fantástico tenis de saque y red.

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