Milei, ante el potencial de la rabia conurbana

Javier Milei
Javier Milei - Créditos: @Alfredo Sábat

Aparato y territorialidad, el kit de la política para consolidar triunfos nacionales o en provincias clave se muestra cada vez más oxidado. La rabia y la apatía ciudadana licúan las promesas que la caja de herramientas profesionales de la política viene lanzando desde hace décadas: concurrencia a las urnas, como mínimo, y consolidación del voto propio con ampliación de la base electoral, como máximo. Es decir, asegurar el voto, ganar y por mucho en cada lugar y con sus candidatos. Ahora, el bisturí político que opera sobre la participación ciudadana y sueña con custodiar su voto con una red de fiscales que le pongan la cereza a la torta en la jornada electoral no logra ni lo básico: sacar a los propios del sillón y que muevan el esqueleto hasta la urna un domingo . La abstención electoral, que se mostró creciente en las elecciones de 2021, sigue su viaje al infinito y más allá del esfuerzo denodado de la política. Y tiene beneficiarios: por ejemplo, Javier Milei.

A la política de la rabia contra una dirigencia percibida como creadora de más problemas antes que de soluciones, ahora se le suma una subespecie que se constata en las internas dirimidas en elecciones: la fiaca electoral incluso entre votantes partidarios acostumbrados al ritual ciudadano del voto que ni se mosquean cuando les llega el turno de tener la sartén por el mango: a la hora de emitir el voto, dejan pasar la oportunidad. Prefieren quedarse en casa. Llegó la etapa de la rabia contra los aparatos electorales clásicos, a pesar de lealtades familiares, históricas e ideológicas.

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Se vio el domingo en La Pampa, en la primaria –no obligatoria– para elegir candidatos a gobernador. La única interna habilitada fue la de Juntos por el Cambio. El resto de los frentes presentaron lista única y no participaron. El postulante radical, Martín Berhongaray, será el candidato a gobernador por la coalición opositora. Le ganó al de Pro, Martín Maquieyra. De ahí se deriva un sinfín de análisis sobre el avance de la influencia radical, la derrota del larretismo y el balance de fuerzas dentro de la interna presidencial de Juntos por el Cambio. Pero el resultado más significativo por su proyección nacional fue otro, que algunas crónicas periodísticas sintetizaron con un título que se está volviendo lugar común: “El verdadero protagonista fue la abstención electoral”.

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El radical Berhongaray se quedó con el 56% de los votos; Maquieyra, con el 43,7%. Pero cualquier ilusión de representatividad plena y de la PASO como encuesta precisa de la voluntad de los pampeanos, de la chance de los dos socios políticos enfrentados y de la proyección esperanzadora de Juntos por el Cambio se desvanece en el primer paso. En La Pampa, los cálculos hablan de una base bajísima de votantes en este último domingo de calor: entre el 20 y 30% del padrón partidario, los votantes afiliados, y no más del 10% de independientes . Para que quede claro: fueron más lo que no votaron para dirimir la interna de Juntos por el Cambio que los que votaron. Entre los votantes con entusiamos partidarios, con mayor incentivo para movilizarse dado su compromiso con sus fuerzas, el 70% no fue a votar.

Mientras los dirigentes pelean la interna con el cuchillo entre los dientes y los candidatos se reproducen al ritmo de una ambición y vitalidad política inusitada en las fuerzas de la oposición, la abstención crece incluso entre sus filas. Ya no sólo entre votantes anónimos de los conurbanos profundos, desgastados por una vida sin soluciones. Tampoco los afiliados encuentran incentivos para subirse a la foto en la que los dirigentes nacionales de su partido se mostraron antes de las elecciones. Ese esfuerzo del aparato político no alcanzó.

En un escenario electoral polarizado entre dos tercios, la explicación electoral encontró durante mucho tiempo a los votantes “swingers” como la clave definitoria del triunfo. El candidato que se corriera más al centro tenía garantizado el voto del 30% que toma sus decisiones con mayor independencia política. Que es capaz, incluso, de votar en contra de su propio voto en la elección anterior. Ahora el as en la manga empieza a estar cada vez más en el no-votante no sólo de las elecciones generales, sino también de las PASO: el porcentaje de abstención electoral genera un vacío de representación de sectores enteros que no se expresan en el voto, condicionan el desempeño aritmético electoral de los partidos o coaliciones tradicionales y abre la puerta a sorpresas impensadas.

Aparato y territorialidad, las llaves maestras que expresan la potencia de la voluntad política y la autoconfianza de la dirigencia a la hora de movilizar a sus votantes, se gastaron. Se perdió el alineamiento entre los incentivos de la oferta política, es decir las ganas de ganar de los candidatos poniendo toda la carne al asador, y los incentivos de los votantes. A los partidos tradicionales y a las coaliciones más instaladas les cuesta cada vez más encontrar los incentivos que saquen al votante del sillón y lo conduzcan hasta las urnas en día de elecciones.

Ese kit de aparato y territorialidad fue el que llevó al Pro a buscar una alianza con la UCR en 2015. En la conformación de Cambiemos, los radicales buscaron la juventud de Pro, su energía de recién llegado y el hambre de poder. Pro buscó lo que lleva tiempo construir: presencia en un territorio político vasto. La alianza pareció potente. Ya no alcanza.

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¿Qué grado de representación tiene un candidato si la base de votantes es cada vez menor? ¿Cómo se administran los conflictos, ya en el poder, cuando esa representatividad no traduce los intereses reales del electorados? Esa es una pregunta sobre la gobernabilidad interna y también de cara a la sociedad. ¿Dónde encontrar la legitimidad en caso de que esos no-votantes en las urnas sí se expresen en las calles? ¿Qué incentivos conmueven a los votantes en medio del descrédito de los políticos que no logran ni siquiera sacudir la inercia de sus afiliados? Entre esas preguntas, Milei se encuentra con oportunidades que afianzan su imagen de “sin tierra de la política”. Sin pasado partidario de aparato ni experiencia en el Poder Ejecutivo, Mieli avanza con su voluntad de convertirse en el antiaparato político en todos los sentidos.

¿Cuál es el incentivo hoy de los votantes para votar, más allá del canto de sirena de los aparatos políticos? Uno es el rechazo de la inflación: sus responsables pasados y presentes caen entre ojo y ojo de la ciudadanía. Es decir, todo partido o dirigente que haya gobernado la Argentina. El otro incentivo es la rabia ante la cadena de insatisfacciones. Los conurbanos de todo el país acumulan deudas de la democracia creada por los políticos que siguen pidiendo confianza renovada y voto .

Si gana la rabia contra el oficialismo y la oposición, el gran beneficiado es Milei. Sin experiencia en la gestión política, el libertario es el único que no se quemó todavía en el Poder Ejecutivo: nadie la puede imputar las deudas económicas y sociales que acumula la Argentina.

Su capacidad territorial está en duda. De hecho, carece de candidatos propios en varias provincias y no participó en las internas de La Pampa. A Milei le alcanza con estar presente en la provincia de Buenos Aires o, en todo caso, en el conurbano bonaerense: ahí se vuelve peligrosísimo para los partidos tradicionales como pieza capaz de dividir votos y, eventualmente, hacer ganar a un oficialismo desgastado como el del kirchnerismo. En la PBA, sin ballottage, alcanza con tener un voto más para llevarse el triunfo.

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No es sólo el conurbano bonaerense: en los conurbanos rabiosos y empobrecidos de todo el país, ahí donde la Encuesta Permanente de Hogares sitúa sus mediciones de pobreza, está el caldo de cultivo de la rabia que conviene a Milei. “El ingreso real cae en general, pero más lo hace en los deciles superiores (los que más ganan); eso redunda en mejor distribución de un peor ingreso”, planteó ayer en Twitter Mauro Infantino, uno de los analistas de datos más precisos de la Argentina. Según su análisis, el tercer trimestre de 2022 mostró que la pobreza sube pero baja la desigualdad medida por el índice Gini. Es decir, como los sectores de mayor poder adquisitivo se empobrecen, la pirámide social se achata y genera mayor igualdad. Todos más pobres. En los clusters urbanos eso se traduce en una experiencia compartida de vidas cotidianas más esforzadas y menos esperanzadas.

¿Por qué vota la gente hoy? Hay un punto en que la rabia por la inflación y la rabia contra los partidos dominantes se encuentran. En esa intersección prepara su gran cosecha Milei .