Messi en Brasil: el “hombre más feliz” del mundo vuelve al país que lo amó primero
RÍO DE JANEIRO.- Faltaba medio día para que la selección argentina pusiera su cuerpo en Barra de Tijuca, un barrio acomodado de la periferia de esta gigantesca urbe, y ya las señales de la proximidad invadían el hotel Windsor. Un grupo de empleados de la AFA se distinguía fácilmente entre los turistas que apuraban el desayuno para cruzar la calle y pisar la playa, aunque los 23 grados y las llovizna no fueran la mejor invitación. Los buzos azules con las preciadas tres estrellas sobre el escudo ofrecían la inconfundible marca identitaria de “la avanzada”, como llaman internamente a los integrantes de la delegación en llegar antes a destino: aquí arribarían los campeones del mundo por primera vez como tales. Y smbólicamente al frente de la expedición, cuando el reloj marcó las 22.15, apareció Lionel Messi, que caminó 10 metros desde el bus hasta el ingreso al hotel con la mano derecha extendida, agradeciendo los aullidos que despertaba su paso: alrededor de 120 hinchas se habían acercado para vivir ese instante: dos horas de espera para esos diez segundos. “Que de la mano, de Leo Messi, todos la vuelta vamos a dar”, cantaba el grupo de argentinos, prolijamente colocados detrás de las vallas, mientas dos bombos le daban ritmo a la melodía.
No se trata de una gira de despedida, pero los 69 mil espectadores que colmarán el Maracaná este martes verán al 10 por última vez como capitán de la selección argentina en este templo del fútbol mundial. Será su quinta visita al estadio, y apenas la segunda para enfrentar al Scratch allí. La anterior marcó un quiebre, su liberación: fue la noche del triunfo por 1-0 en la final de la Copa América que rompió la racha de 28 años sin títulos y lo destrabó. Hay un Messi antes y otro después del 10 de julio de 2021, algo que él mismo reconoce. “El hombre más feliz del mundo”, lo definió la prestigiosa revista brasileña Placar en su edición de noviembre con letras gigantes, impresas sobre una imagen perfecta: Messi levanta su octavo Balón de Oro acompañado por sus tres hijos.
La primera vez que Messi jugó con la selección en Brasil, lo hizo en Belo Horizonte, el 18 de junio de 2008. El clásico sudamericano por las eliminatorias para Sudáfrica se saldó sin goles, pero el recuerdo de aquella noche en el estadio Mineirao fue que la Pulga salió ovacionada por los torcedores cuando Coco Basile lo reemplazó en el último minuto por Rodrigo Palacio. Un estadio a sus pies: amado en tierra enemiga antes que en la propia. Desde entonces pasó bastante más que 15 años, cinco meses y tres días, los 5634 días que marcan el calendario entre ese partido y el de hoy: Messi se transformó en en el mejor futbolista de la historia, una corona que tiene más valor todavía cuando se la ostenta en estas tierras, las más pródigas del mundo en generación de futbolistas que marcan épocas.
Aquí y ahora, Messi camina nervioso por el hall del hotel con una obsesión: sacarse una foto con Messi. No es un error de tipeo: se trata de un nene de 9 años que vive en Santos -la casa natal de Pelé, justamente- y lleva el mismo nombre que su ídolo. “Juego de atacante como él. Vinimos para el partido, nunca vi jugar a Messi. !Quiero mi foto con él!”, ruega, entre emocionado, nervioso y expectante. Con trofeo o sin él, el joven aspirante a futbolista será testigo del partido número 16 del Messi original contra el Scratch, tomando en cuenta todas las categorías: juntó siete triunfos, dos empates y seis derrotas. En ellos le marcó siete goles, aunque ninguno en un partido oficial de mayores. Si vale como cuenta pendiente, allí hay una, aunque él repite que los premios colectivos siempre le importaron más que los individuales.
Brasil fue el primer destino de vacaciones de Messi fuera del país cuando era un nene, registraron sus biógrafos. Con sus padres, hermanos y más familiares, pasó unos días en las playas de Florianópolis. De ese viaje quedó una anécdota contada por Maxi Biancucchi, primo de Leo, que también fue futbolista: “Recuerdo que compramos camisetas en la playa, algo muy típico en Brasil. Yo elegí una de Flamengo y él se quedó con una de Palmeiras. De grande jugué en Fla, imaginate lo que hubiera sido él en Palmeiras…”, estiró el recuerdo en una entrevista reciente.
Ya como profesional, Messi enfrentó a Brasil cuatro veces como visitante, lo escrito. Luego de aquella inesperada ovación en el Mineirao en 2008 vinieron dos derrotas en ese mismo estadio: un 0-3 con baile en 2016 con Edgardo Bauza como entrenador, en las Eliminatorias para el Mundial de Rusia, y el 0-2 en las semifinales de la Copa América 2019, que generó el enojo argentino por el arbitraje. Esa noche, en la zona mixta, el capitán sorprendió con un mensaje que hasta entonces no formaba parte de su discurso: “Nos inclinaron mucho la cancha. En esta copa se cansaron de cobrar boludeces: manos, penales pelotudos y acá no fueron a mirar el VAR. No nos cobraron dos penales claros. Para nosotros eran todas tarjetas y para ellos nada. Son jugadas que te van desquiciando y te sacan del partido. El árbitro no fue justo. Ojalá la Conmebol haga algo, aunque no creo que haga nada porque Brasil maneja todo”, disparó, acusatorio como nunca antes. Sus palabras marcaron el inicio de una nueva era: el público argentino, que se dividía entre la idolatría y ciertos reparos hacia él por las finales perdidas y una manera de conducirse alejada de la demagogia, se volcó mayoritariamente a su favor.
La cuarta vez terminó llorando, con el teléfono en la mano, sentado en el césped, compartiendo una videollamada familiar. Había, por fin, ganado el título que estaba dispuesto “a cambiar” por todos los Balones de Oro que ya tenía. No hizo falta: los siguió acumulando. “Lo amamos”, dice simplemente Aisha en la puerta del estadio, a un día del partido. Brasileña como el Messi niño, esta adolescente representa el sentimiento que genera aquí el hombre más feliz del mundo. El Maracaná, aseguran los cariocas, se lo hará saber una vez esta noche. La última vez.