Mateo Majdalani y su ilusión en Nacra 17 junto con Eugenia Bosco: “La posibilidad de la medalla es un sueño real”
MARSELLA.- Se alientan literalmente a los gritos por la adrenalina que les provoca una embarcación volando a toda velocidad. El Nacra 17 es puro vértigo sobre el agua y allí arriba ya están subidos Mateo Majdalani y Eugenia Bosco, los sucesores olímpicos de Santiago Lange y Cecilia Carranza. La ilusión se agiganta en la Marina de Marsella para el gran desafío de los Juegos Olímpicos París 2024, que los recibe con buenas chances de lograr una medalla. De hecho, comenzaron muy bien, al terminar segundos luego de las tres primeras regatas en la Marina de Marsella. El bonaerense y la sampedrina quedaron solo detrás de los italianos Rugero Tita y Caterina Banti, el sábado, con tres días de competencia por delante.
Lo bueno de esta pareja es que no elude candidaturas. Cuando se los señaló como favoritos en los Juegos Panamericanos de Santiago 2023, cumplieron con creces y terminaron abrazándose al oro con anticipación. Ahora, la ecuación no cambia: si bien la exigencia es mucho más alta, se sienten capaces de treparse al podio porque conjugan talento y experiencia en grandes dosis. Así lo determinan los últimos resultados en las competencias internacionales, pero también la férrea confianza que bulle desde el corazón. “La posibilidad de la medalla es un sueño real”, asegura a LA NACION Mateo, que a lo largo de la charla hablará también en representación de su compañera sampedrina, con la que mantiene una alianza acuática desde 2017.
-¿Qué les recorrió en el cuerpo durante la espera al debut?
-Son muchísimos años de haber trabajado juntos para llegar a este punto. Los ajustes en estos meses previos me hicieron bien, porque me sacó los nervios y me aisló un poco de todo lo que representan unos Juegos Olímpicos; básicamente me centró en lo que estuvimos haciendo.
-¿Cómo evaluás las condiciones de competencia en Marsella?
-Es en el mar Mediterráneo, en el que competimos muy seguido en todas las clases olímpicas. Entonces, en ese sentido es bastante similar. Pero por otro lado, la bahía de Marsella es muy particular, porque tiene una isla justo enfrente, a unas tres millas de la costa, y eso genera que las condiciones de viento y de las corrientes sean muy particulares. Y también se le suma que te puede tocar todo tipo de vientos: fuertes, medios o que directamente haya muy poco. Y en nuestro deporte, eso cambia muchísimo en cuanto a las técnicas que se requieren y las estrategias. Pero nosotros nos preparamos para todo.
-Se habló de la candidatura que tienen con Eugenia, con chances de reales de subirse al podio. ¿En qué medida es una mochila o un desafío?
-Que nos consideren candidatos es un gran orgullo, porque formamos parte de una delegación repleta de grandes deportistas. Y en segundo lugar, nos suma una responsabilidad. Seguro. Son cosas que, aunque no quieras, nos van llegando. Pero estoy contento en decir que nuestro equipo siempre supo mantenerse muy enfocado a pesar de esas “distracciones”. Tuvimos muchísimos años en los que no éramos el centro ni la pareja candidata de ninguna delegación. Hoy estoy muy orgulloso de asegurar que seguimos trabajando de la misma manera en el día a día, no cambió prácticamente nada. Preparamos estos Juegos igual que en todos estos años.
-¿Pero realmente se sienten candidatos?
-Totalmente. Con mi respuesta anterior no quise decir que no nos sintiéramos candidatos: la posibilidad de la medalla es un sueño real. Tenemos mucha confianza en todo lo que venimos haciendo; en el Mundial fuimos cuartos y el tercer país en las posiciones. O sea: está claro que las condiciones están. Al mismo tiempo, es una flota muy competitiva. Hay muchos barcos extranjeros que tienen posibilidades de podio y sin dudas nos sentimos dentro de esos. Soñamos y peleamos por esa medalla; sabemos que tenemos todo para poder conseguirla.
-¿Qué grado de madurez tiene con Eugenia como equipo?
-Entre los equipos fuertes de París 2024, somos uno de los dos que más tiempo están juntos como pareja. Por otro lado, es verdad que son nuestros primeros Juegos Olímpicos a los que llegamos como deportistas, aunque yo haya vivido la experiencia de Río 2016 desde muy cerca, siendo asistente del equipo de Santiago Lange y Cecilia Carranza. Pero confío muchísimo en nuestra madurez como dupla: tuvimos que pasar por un montón de momentos de presión en los últimos cuatro años y salimos airosos. El nivel en los Panamericanos de Santiago 2023 no era el mismo, pero la expectativa sí era muy alta. Al mismo tiempo, tuvimos un selectivo interno muy, muy duro contra Santiago Lange y Victoria Travascio para quedarse con el cupo correspondiente a Argentina.
-¿Cuál es el contrincante más complicado?
-El equipo más fuerte, que es el gran candidato a ganar el oro, es Italia. Viene de ganar los últimos cuatro mundiales y son un equipo realmente muy, muy sólido. Pero no significa que no se le pueda ganar, ¿eh? Aunque si hablamos de las estadísticas, ellos son los más fuertes. Y después hay un grupo de cinco, seis barcos que se disputan siempre las medallas y están muy parejos: Inglaterra, Suecia, Finlandia, Alemania… Dentro de ese lote, nosotros estamos bastante fuertes. Son equipos que siempre están ahí peleando.
-¿Cómo es la comunicación con Eugenia a todo nivel, entre lo meramente humano y lo deportivo, para que la relación pueda fluir y sea buena?
-En nuestra disciplina pasamos tantos días juntos que es tan importante la comunicación profesional como el trato a nivel personal. Son muchísimos días, un montón de convivencia y es fundamental generar un ambiente en el que cada uno ofrezca lo máximo de sí. Por suerte, con Eugenia se dio siempre una relación muy natural, aunque eso no quiere decir que seamos los mejores amigos o estemos en todo momento matándonos de la risa. Pero siempre hubo muchísimo respeto entre nosotros y tenemos una amistad. Además, sabemos respetar los tiempos del otro. Eso hace que ambos estemos dando nuestra mejor versión; por algo el equipo se mantuvo firme durante tantos años.
-¿Cuál es la función que cumple cada uno dentro de la embarcación?
-Yo soy el timonel, el que vendría a llevar el volante, en este caso el timón. Básicamente dirijo el barco en una dirección y también tengo otras funciones en cuanto al trimado de las velas. Eugenia cumple el rol de tripulante y ella es la que las trima, que significa acomodar las velas de manera óptima, cambiarles la forma y las tensiones para ir lo más rápido posible en todo momento. En el caso de ella, sería como pisar el acelerador del auto y hacer los cambios. Esta coordinación entre las dos partes es fundamental, porque lo que yo hago repercute directamente en cómo Eugenia tiene que ajustar las velas y viceversa.
-¿Cómo es la vida de un regatista?
-Por suerte, creo que los dos somos unos apasionados de esta actividad. Y al final, cuando uno disfruta mucho de lo que está haciendo, piensa menos en lo que está dejando de lado. Aunque esas cosas vengan a la cabeza, es normal. Pero es un deporte que te absorbe muchísimo y es muy difícil saber cuánto tiempo te va a llevar el entrenamiento de cada día. Envidio un poco a un tenista o a los deportes que están bajo una condición controlada, en la que se estipula: “Me entreno de 11 a 13, a las 13.30 estoy comiendo y a las 15 estoy en mi casa”. Nosotros, en cambio, vamos al club y no sabemos si regresaremos a nuestras casas a las cuatro, a las siete o a las ocho. Es porque además somos los mecánicos de nuestro barco; no es que tengamos un equipo que nos los prepare. Y es tan importante que el barco esté bien como nuestra forma física y mental. Demanda mucho tiempo mantenerlo y que esté en óptimas condiciones, probar material y un montón de cuestiones técnicas que hacen que el deporte no sea solamente la parte en el agua, sino también la labor en tierra.
-¿Y cuál fue el punto de inflexión para que te dedicaras al yachting?
-Se fue dando. No hubo un día específico en que dije “Bueno, me meto en esta vida de lleno”. Cuando Santiago y Cecilia me ofrecieron trabajar para ellos para los Juegos Olímpicos de Río 2016, yo estaba estudiando y llevando una vida un poquito más normal, entonces tomé la decisión de aceptar este trabajo. Para mí significaba un honor. Y bueno, dejé de estudiar, empecé a viajar con ellos y… desde ahí no paré.
-¿Cómo vivieron esa “reclusión obligada” del yachting, que casi siempre está en sedes aisladas y con esa imposibilidad de compartir en la Villa Olímpica con otros atletas?
-Estamos muy acostumbrados a eso porque es la realidad de siempre de nuestro deporte. Esto hace que sean unos Juegos Olímpicos bastante diferentes para nosotros y que nos relacionemos menos con las otras deportistas. Es lo que es, lo que nos suele tocar. A mí me encantaría que fuese de otra manera, que se pueda navegar en París y estar ahí. Pero bueno, también somos unos privilegiados de estar donde estamos y lo vamos a disfrutar mucho. En Río 2016 sí estuvimos mucho más en contacto con otros deportes y conservo memorias increíbles, como haber charlado con Manu Ginóbili e ir a ver a la selección de básquet. Fue muy, muy lindo. Ojalá que, después de las competencias, nos diera tiempo o tengamos alguna oportunidad de ver otras disciplinas.
-¿Qué fue lo que más aprendiste de estar al lado asistiendo a Lange?
-La experiencia con Santiago y Cecilia en Río 2016 me dejó un montón de aprendizajes, probablemente más de los que yo me acuerde para esta respuesta, pero recuerdo que cuando empecé a trabajar dije: “¡Uy, que bueno!, ¡Me voy a enterar de un montón de recetas secretas que hacen estos equipos para rendir tan bien!”. Y después me sorprendí al saber que sobre todo hay un sistema, muchísimo trabajo y un método para conseguir las cosas. Esa es la característica principal que Santiago tuvo en todas sus campañas. Una cosa es que te lo digan y otra es vivirlo de cerca y comprobar la pasión que hay por exprimir cada detalle y variable de nuestro deporte, con la idea de intentar sacar lo máximo. Es un trabajo que jamás termina porque siempre se puede navegar un poquito mejor. Esto es lo que intentamos aplicar con Eugenia en nuestra campaña.
-Si tuvieras que elegir alguna frase o algún concepto de los que te dejaron Santiago y Cecilia, ¿cuál elegirías?
-El concepto más importante que aprendí es trabajar con objetivos y entender en qué parte del proceso está uno. Son procesos largos, un ciclo olímpico son cuatro años. En nuestro caso, con Eugenia ya son ocho juntos. Si uno no sabe en qué etapa se encuentra y qué es lo que está buscando en cada entrenamiento, pretemporada o campeonato es fácil perderse, agobiarse o sentir que no se progresa. Muchas veces, ese objetivo no implica obtener un buen resultado, eso puede ser engañoso. Pasa por otro lado: lo más importante es que uno esté consciente de la meta que persigue.
-¿Cómo se vive desde el corazón la representación argentina en el deporte?
-A mí, esa impronta argentina que tenemos los deportistas argentinos y todos los argentinos me encanta. Es una de las grandes razones por la que estoy en el deporte y me fascina representar a nuestro país. Siempre me sorprende la pasión que tenemos para los deportes: cualquier argentino que esté compitiendo en cualquier cosa tendrá al resto de sus compatriotas muy conectado y esperando con muchas ganas que le vaya bien. Me cuesta verlo en otras idiosincrasias, en otros países. Creo que es algo bastante único de la Argentina y lo observo en todo. También en mi grupo de amigos: vas a jugar un partido de fútbol y cada uno deja la vida. Siento que esto se traslada al alto rendimiento y es algo que me engancha mucho.
-¿Cuál es la experiencia más fuerte que vivieron con Eugenia a nivel deportivo?
-Elijo todo el proceso selectivo contra Santiago y Victoria. Imaginate: habiendo trabajado juntos y teniendo una gran relación, de pronto pasamos a enfrentaron el uno contra el otro y debía quedar uno de los dos, con sus intereses. Había mucho en juego y era una situación de muchísima presión que, por suerte, pudimos sacar adelante. Dentro de todo ese proceso, que duró unos seis meses, tuvimos nuestros altibajos, momentos en los que parecía que no salía y después sí, con el gran desafío de llegar a estos Juegos Olímpicos. La carga sentimental y emocional que tuvo aquel selectivo resultó altísima y significó un desahogo enorme saber que fuimos el país argentino clasificado en la primera instancia. A mí esto me encanta…, pero si vas por tu segunda campaña olímpica y no lográs clasificarte, te empieza a pesar mucho más lo que dejaste de lado.
-¿Tienen algún ritual o cábala durante las competencias?
-Somos bastante organizados en la previa de cada regata, pero también tenemos dos cuarzos que van arriba del barco. Mi esposa nos las dio diciendo que tenían buena energía y, por si acaso, no lo pusimos en duda, así que van siempre a bordo. Ya están hace varios años y creo que no nos faltaron en ninguna regata. Así que no queremos probar qué pasa si no llevamos esas dos piedras…
-¿Cómo son los dos de carácter?
-Eugenia es una persona muy, muy detallista y es muy constante en lo que hace. Tiene una memoria increíble y obviamente una gran capacidad como navegante. Y creo que su gran virtud es la constancia. Y en cuanto al temperamento, suele ser bastante tranquila; creo que en eso coincidimos los dos. Somos dos personas bastante calmas… hasta que nos pasamos al otro extremo. A mí me gusta encarar las cosas con bastante frialdad, pero cuando la situación lo requiere, también tenemos nuestra personalidad. Nos hemos gritado mucho entre nosotros y a los rivales. Por suerte, después está todo bien; pero no es que la vamos siempre de calladitos y amables. Es que los barcos transforman a las personas: siempre me sorprendo de la diferencia entre las personalidades de la gente en tierra y cuando está en el agua. Y creo que nosotros no somos la excepción.
-Hablás de gritar, ¿Eso incluye insultos?
-No, no, son gritos de euforia. Nuestro barco de Nacra 17 va muy rápido y tenés situaciones en que las pulsaciones van muy altas. Es como en la Fórmula 1, donde les ponen los micrófonos a los pilotos y salen por radio. Y claro, uno está sentado en su casa tomándose un café viendo la carrera y dice: “¡Uy, mirá qué alterados están!” Pero los tipos están corriendo a 280 kilómetros por hora con un auto a un metro y medio del otro y los modales los deja para otro momento. Eso es lo que también pasa en el barco: es normal que salgan gritos y somos todos así.