Lucha libre, yoga, baile: así son los centros de vacunación en Ciudad de México
CIUDAD DE MÉXICO.- Alguien disfrazado de Charlie Brown saluda agitando la mano con entusiasmo. Otro, vestido de mono, juega a sacar fotos con una cámara de juguete. Un hombre mayor al que acaban de darle la segunda dosis de la vacuna de Pfizer agarra un micrófono y empieza a cantar a todo volumen.
“Tengo 78 años, pero me dicen que parezco de 75 y medio”, dice el hombre alegremente, y hace gala de la salud de sus pulmones atacando con desenfreno los primeros compases de una ranchera.
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Para mejorar la atención al cliente, los centros de vacunación de la capital de México ofrecen un abanico de opciones de entretenimiento, como baile, yoga, ópera en vivo, o la oportunidad de presenciar un “match” de lucha libre, un show de enormes luchadores de torso desnudo.
El objetivo es hacer que el proceso de vacunación sea lo más atractivo posible, dice una mujer que ofrece clase de canto y danza a la gente espera ser vacunada en una plaza de armas de Ciudad de México.
“¡Vamos, levanten esas manitos!”, les gritaba cada tanto a los adultos mayores que en ese momento tenía a su cargo.
“Solo lo hago para seguir en movimiento”, dice Flora Goldberg, una señora de 86 años que luego de ser vacunada siguió cumplidamente las instrucciones de la profesora de danza.
La cruzada resulta especialmente importante debido al alarmante rebrote del virus en América Latina y a la intermitencia de la campaña de vacunación en muchos de sus países. En las últimas semanas, esa preocupación se potenció por la rápida propagación de la variante del virus descubierta por primera vez en Brasil.
En el centro de vacunación de Ciudad de México, mujeres vestidas con camisas blancas lideraban a la multitud con poses de yoga que podían hacerse incluso en sillas de rueda. Los hombres se dedicaban masivamente a hacer jueguitos de pie con pelotas de fútbol. Entre ellos circulaba un cantante profesional de ópera que felicitaba a todo el mundo.
“Qué día hermoso para México”, dijo, y la multitud estallóen aplausos. “Estaré por acá toda la semana.”
La pandemia no trató nada bien a México. Aunque el país ocupa el tercer lugar en cantidad de muertos por coronavirus, el gobierno se resistió a imponer cuarentenas estrictas por temor a perjudicar la economía, y no hizo testeos a gran escala, argumentando que es un desperdicio de dinero.
Muchos creen que la única salida de este infierno es la vacunación masiva, pero la campaña venía avanzando con una lentitud pasmosa. Sin embargo, para mediados de abril el ritmo se aceleró en todo el país, y luego de algunos problemas iniciales, la capital logró más eficiencia en el proceso de administración de las dosis.
“Nos dimos cuenta enseguida de que con la estrategia que teníamos, no podíamos atender a los mayores con la calidad de servicio que se merecen”, dice Eduardo Clark, uno de los coordinadores del programa de vacunación de la ciudad.
Al principio, la gente era vacunada en decenas de escuelas y clínicas por toda Ciudad de México. Sin funcionarios de rango superior a cargo, esos centros solían convertirse en un caos. Para ser vacunados, los mayores esperaban cinco horas a pleno sol en la vereda de calles muy transitadas, dice Clark.
Así que el gobierno concentró todas las vacunaciones en algunos sitios de gran tamaño, y pronto las personas que dirigían esos lugares empezaron a competir para ver quién lograba que la experiencia de vacunarse contra el Covid-19 fuera lo más memorable posible.
Clark insiste en que la ciudad no intentaba hacer que su campaña de vacunación se viralizara. “No diría que es una cuestión de publicidad”, dice. Pero cuando las redes sociales en México empezaron a estar inundadas de videos de personas mayores bailando después de ser vacunadas, “sentimos un orgullo enorme, casi me pongo a llorar”, dice Clark.
Es difícil determinar si los shows y la oferta de atracciones están aumentando la cantidad de candidatos a la vacuna, pero a los que asisten a los centros de vacunación parece gustarles todo el entretenimiento que ofrecen, dice Beatriz Esquivel, que coordina los sitios de vacunación en representación de la ciudad.
Las personas mayores temían que la vacuna las enfermara o que el gobierno les inyectara aire.
“La gente estaba muy preocupada y estresada porque pensaba que la vacuna le iba a hacer mal”, dice Esquivel. “Queríamos relajarlos y distraerlos”.
Goldberg, la bailarina, dice que el proceso de vacunación había sido ordenado y eficiente, al contrario del resto de las cosas que su opinión hio el gobierno durante la pandemia.
“Todo es por ese hombre de cuyo nombre no quiero acordarme, que dijo que no había que usar barbijo”, dice Goldberg. No se sabe si se refería al presidente Andrés Manuel López Obrador, o al mentor de su respuesta al coronavirus, Hugo López-Gatell, ambos con una relación ambivalente respecto del uso de barbijo.
“Si hubieran encarado la situación seriamente desde un principio, se habrían evitado miles y miles de muertes”, dice Goldberg en voz baja, antes de que un empleado de la ciudad la saque en silla de ruedas del sector de observación donde permanecen los recién vacunados.
A media de hora de viaje de allí, en el estadio que fue sede de los Juegos Olímpicos de 1968, Maria Silva, a quien acababan de darle la segunda dosis de la vacuna de AstraZeneca, baila con cinco púgiles de lucha libre con coloridos barbijos, llamados Gravedad, Bandido, Guerrero Olímpico, Hijo de Pirata Morgan y Ciclón Ramírez Jr.
“Es un toque de alegría”, grita Silvia mientras acompaña con movimientos de cabeza la música de una banda en vivo, instalada a unos metros de distancia. “Me devuelve la vida.”
Como la pandemia obligó a cerrar los estadios de lucha libre, el gobierno les ofreció a los luchadores una tarea creativa: reforzar el uso de los barbijos simulando abordar agresivamente a las personas y brindar un espectáculo de lucha libre para aquellos que fueron vacunados.
Mientras las personas eran vacunadas y llenaban la zona donde eran observadas por reacciones adversas, los combatientes de lucha libre cantaban: “¡Lo lograste!”.
“Mis hijos me van a preguntar cómo la pasé, así que estoy juntando las pruebas”, dice Luis González, de 68 años, mientras graba el espectáculo con su teléfono celular.
Hace cuatro meses, cuando su esposa contrajo el coronavirus, González se senataba a su lado y la abanicaba con un pedazo de cartón, para que pudiera respirar mejor. Luego de 38 años de matrimonio, la vio morir en su casa, a la espera de una ambulancia.
González vino solo y se queda mirando en primera fila el espectáculo de los luchadores, mucho tiempo después de terminado su lapso de observación.
“El vacío se siente sobre todo a la noche”, dice. “Durante el día me distraigo más fácil.”
Traducción de Jaime Arrambide