Lionel Messi, el jugador tímido que se cansó de serlo y Argentina lo agradece en Qatar 2022
Y un día Lionel Messi exploró un códice perdido en su sangre. Había estado ahí siempre: a la espera, durmiendo, midiendo el tiempo exacto para salir a la luz y deslumbrar al mundo. Nada queda del genio que se cubría la cara durante el himno nacional, como si su personalidad no tuviera el poder de contener un talento descomunal.
Messi es en Qatar 2022 el Messi que la gente siempre quiso ver. Pero eso no importa tanto. Lo verdaderamente trascendente es que Messi está siendo él mismo. Ha adoptado esta personalidad retadora, rebelde, inmune al miedo, por sí mismo y no porque nadie le haya dicho que tenía que comportarse de ese modo. Así son los genios: hacen las cosas cuando quieren y como quieren, sin pedir anuencia alguna.
Escandaliza, en todos los aspectos, verlo insultar y dedicarle un festejo en la cara a van Gaal. Porque Messi era otro. Lo definió el escritor Hernán Casciari la década pasada: "Inhabilitado para decir dos frases seguidas, visiblemente antisocial, incapaz de casi todo lo relacionado con la picaresca humana. Pero con un talento asombroso para mantener en su poder algo redondo e inflado y llevarlo hasta un tejido de red al final de una llanura verde".
Nunca fue solo eso, pero hoy estamos redescubriendo a Messi y cada gesto suyo es una cachetada a las certidumbres que sobre él habíamos construido. No es tan nuevo, en realidad: ya en la Copa América 2019, cuando dijo que el torneo estaba armado para que lo ganara Brasil, muchos dijeron que se había 'Maradonizado', que ese era el Messi que siempre habían querido ver: diferente adentro y afuera. Y lo visto en los Cuartos de Final contra Países Bajos dinamitó el fervor por la penúltima revolución del Nuevo Diez.
Siempre se le exigió un liderazgo concordante con sus facultades, porque parecía que sin los gritos, las exageraciones, las reyertas, Messi estaba incompleto. Y no. Él ya estaba completo tal y como era. Pero entendió que el contexto demandaba algo más de él. Si con su futbol no alcanzaba, había que cambiar de método y de costumbres. El Leo de hoy no reconocería a La Pulga de 2012, 2009, 2005. Por cierto, ¿han notado que ya nadie le dice La Pulga? Porque ese mote no le hacía justicia, porque era infantil, porque tenía mucho de paternalista y condescendiente. Y Messi ya no necesita de la compasión de nadie. Ni de la empatía: le da igual ser o no un ejemplo. Messi ha hecho lo más difícil de la vida: cambiar. Por él. Para él. Porque así lo deseó.
Messi es también una configuración del tiempo. Ahí estaba hace 16 años. Messi es infancia, adolescencia y adultez. O adultez, vejez y muerte. Cuesta recordarlo en esos primeros momentos de su carrera: eléctrico, ultraveloz, con esa larga melena que se movía a la velocidad de sus arranques. Y cuesta recordarlo porque esa época cada vez queda más lejos. Messi estaba ahí cuando tenías veinte y no sabías qué hacer con tu vida y está aquí ahora, que vislumbras los cuarenta y todavía sigues sin saberlo.
Messi estaba en un Mundial cuando tenías diez años y creías que la vida era buena. Y está en un Mundial ahora, que tienes 26 años y solo el futbol te hace olvidar que la vida no es buena. Lionel ya era inmortal antes de todo esto. Objetivamente, y aceptando oposición de opiniones, era el mejor de la historia. Pero llegó esta transformación. Había una última carta de amor de Messi para el futbol. La más agresiva, la más inesperada, pero la que todos los argentinos habían pedido.
Es un Messi diseñado al gusto de Argentina. Pero, en realidad, es el Messi que siempre quiso ser. No sabía cómo. Lo obligaron, lo humillaron, le echaron en cara todo lo que no era, a pesar de todo lo que sí era. Pues ahí tienen: hoy Messi es todo lo que siempre ha sido y también lo que siempre quiso ser.
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