Lionel Messi se aleja de Paris Saint-Germain: dueños enojados, celosos de su autoridad, aunque metan un gol en contra
Es casi imposible no considerar la sanción que Paris Saint Germain le impuso a Lionel Messi como el preámbulo de un distanciamiento definitivo, ya sin margen de maniobra para acordar la renovación del contrato que vencerá en junio próximo. La suspensión por dos semanas para entrenarse y jugar, más el descuento de su contrato durante ese período, equivale a romper las relaciones, a decir “hasta acá llegamos”. No habían pasado dos horas de la medida disciplinaria y los medios franceses ya se hacían eco de otras fuentes del club, que daban cuenta de la decisión de abandonar las negociaciones.
El quiebre se produce después de armar un tsunami dentro de un vaso de agua. De hacer de un asunto menor, un conflicto sin retorno. ¿Habría procedido PSG de esta manera si con Messi se hubiese obtenido alguna de las dos Champions League que disputó? ¿Cuánto pesa más esa decepción que su ausencia a un entrenamiento en el que solo se realizaron movimientos regenerativos, a seis días vista del próximo partido por la Ligue 1? ¿Por qué ahora esta intransigencia, cuando a principios de año se le permitió extender las vacaciones en Rosario?
Del lado de Messi se argumenta que su viaje a Arabia Saudita, donde tiene firmado un contrato como embajador turístico, ya había sido pospuesto en dos ocasiones. Una cancelación había sido en un momento muy sensible para PSG, tras la eliminación ante Bayern Munich por los octavos de final de la Champions. Son compromisos comerciales en los que debe mostrarse sonriente, a componer un personaje que es el reverso del fracaso deportivo que acababa de vivir.
PSG no tuvo con Messi la condescendencia ni la flexibilidad que sí mostró en más de una ocasión con Neymar, cuyos viajes relámpagos a Brasil por los carnavales o cumpleaños familiares alargaban sus estadías. Esta reacción del club solo debería interpretarse en clave futbolística, con el fastidio fresco por la pobrísima imagen del equipo en la derrota del domingo ante Lorient por 3-1. Hasta hace un tiempo cabía especular con una incomodidad que excede a un resultado por la tensa relación entre Arabia Saudita y Qatar, de donde provienen los dueños de PSG. Pero ambos países recompusieron el vínculo con el abrazo del príncipe heredero saudita, Mohamed bin Salman, con el emir de Qatar, el jeque Tamim ben Hamad Al-Thani, propietario de PSG.
Si es que vuelve a jugar (¿habría que extrañarse si da por cerrado su ciclo en Francia?), a Messi le quedarán las últimas tres fechas de la Ligue 1. De acuerdo con los resultados, podría reaparecer ya con PSG siendo campeón, de visitante ante Auxerre, el domingo 21 de mayo. El siguiente partido también será de visitante, contra Racing de Estrasburgo. Y la jornada de cierre será en el Parque de los Príncipes, contra Clermont.
Cuando Messi haga el balance de sus dos temporadas en Francia, su sonrisa más amplia será por la evocación de que fue en la época en que concretó su máximo anhelo: ser campeón del mundo con el seleccionado argentino. Desde su llegada, en agosto de 2021, todo se fue deshilachando. Un romance inicial que, a partir de la caída ante Real Madrid por la Champions, derivó en frialdad y silbidos que Messi castigó con indiferencia, les dio la espalda.
Referentes del fútbol francés, como Arsene Wenger, Thierry Henry y Emmanuel Petit, no podían entender el desatino que los hinchas cometían con Messi, la infravaloración de un crack al que ya nadie necesita explicar. “Cuando escucho los silbidos contra Messi, es un insulto al fútbol. Si tuviera que aconsejar a Messi le diría “¡fuera de este club! ¡El PSG no es un club de fútbol!”, expresó Petit a principios de abril. Con su aire doctoral, Wenger le recordó a PSG: “Lo mejor que le pasó a PSG es que Messi esté jugando allí. Tienen que ser más respetuosos y darse cuenta de que es el mejor jugador de la historia”. Henry fue compañero de Messi en sus primeros años en Barcelona: “Messi tiene que volver al Barcelona por amor al fútbol y porque no se fue como debía de allí. Da vergüenza escuchar los silbidos del Parque de los Príncipes”.
El día de su arribo, Messi consiguió que París, la capital menos futbolera entre las grandes metrópolis del mundo, llenara sus calles de hinchas para darle la bienvenida. Una multitud en caravana acompañó su desembarco desde el aeropuerto hasta el centro de una ciudad que vibra por otras artes, y que tiene al rugby como deporte más tradicional. La transformación fue languideciendo, hoy es una imagen en sepia.
PSG hace tiempo que quiere instalarse como un miembro fijo entre los grandes de Europa, pero no deja de ser un club raro, imprevisible, con arranques de omnipotencia que parecen resguardar más su orgullo que la racionalidad, como este último de tirar por la borda a Messi. Que faltó a un entrenamiento irrelevante, sí, pero que en los 27 partidos disputados por la Ligue 1, sin lesiones que le restaran continuidad, hizo 15 goles, dio 15 asistencias y creó 77 oportunidades (métrica de goles esperados).
El deseo de Messi es seguir jugando un par de temporadas más en el primer nivel europeo. Todo apunta a que deberá buscarse club. Barcelona todavía no sacó del todo la cabeza del ahogo económico que hace dos temporadas lo obligó a decirle que no había dinero para renovarle. Este nuevo cuadro de situación estimulará a los catalanes para afinar los números y poder inscribir el contrato de Messi, que pasaría a ganar menos de una tercera parte de su mejor remuneración en Barcelona.
No bastó que entre Messi y Kylian Mbappé nunca hubiera una guerra de egos, posibilidad que ni siquiera se incrementó con la final del Mundial que los enfrentó. Leo siempre asumió que el proyecto del club se asentaba sobre el N° 7 y se limitó a defender su lugar desde la jerarquía futbolística. Desde los despachos, importó más preservar la autoridad que arriesgarse a meter un gol en contra.