Julio Vaccari debutó como director técnico de Independiente y lo hizo con el pie cambiado. No sólo por la derrota, categórica e inapelable por 3 a 1 frente a Instituto en Córdoba, sino y sobre todo, por la paupérrima imagen que sus dirigidos expusieron sobre el césped.

Hay partidos que son jugados en 60 metros de largo, que incluso pueden ser duelos muy bien planteados y ejecutados en lo táctico, ideales para el estudio de los entrenadores, pero que corren el riesgo de caer en el tedio, con las áreas convertidas en territorios lejanos e inexplorados. Son, por desgracia, la inmensa mayoría.

Muy de vez en cuando, sin embargo, surge uno que se desarrolla a contramano de las épocas y los hábitos. En este caso, medio: el primer tiempo entre Instituto e Independiente.

El primer gol de Instituto

Fueron 45 minutos anacrónicos, propios de los tiempos que relatan las viejas crónicas, cuando la abundancia de delanteros y la escasez de marcas severas hacían “desaparecer” esos 60 metros que actualmente la teoría establece como vitales para dominar y ganar los encuentros. Un período inicial jugado en las áreas, mucho más en una que en la otra, y que pudo acabar con un resultado mucho más amplio que el 3-1 con que se llegó al vestuario.

¿Cómo explicar un desarrollo lógico si a los 9 minutos un equipo ya ejecutó cuatro córneres que transformó en dos goles? ¿Cómo analizar una posible reacción si el rival descuenta antes de conseguir tres pases seguidos en campo ajeno? ¿Cómo destripar las ideas de un conjunto que estrena director técnico si cada centro que cae en su área es medio gol?

El segundo gol de Instituto

Independiente aterrizó en Alta Córdoba para repetir una vez más la (mala) costumbre de cambiar de montura a mitad de temporada, y a Vaccari, el nuevo jinete, no le había dado ocasión ni de pestañear cuando los suyos ya estaban 1-0 abajo. El inicio parecía pésimo, aunque quedaban 88 minutos como para demostrar lo contrario. No fue lo que pasó y la continuación fue aun peor.

El gol de Independiente

Cualquier movimiento colectivo que haya practicado el nuevo conductor del Rojo en las semanas que lleva en Villa Dominico pasó inadvertido ante la intensidad desbordante del local, tan propia de los conjuntos diseñados por Diego Dabove. Los volantes de Instituto ganaban cada anticipo y hacían circular la pelota con una velocidad inaccesible para la pasividad de sus pares. Los que iban por fuera desbordaban sin oposición (la actuación de Santiago Salle justifica la búsqueda desesperada de un defensor lateral derecho en la que está embarcado Independiente) y los delanteros disfrutaban de ventajas inauditas en cada mano a mano.

Disfrutaba la Gloria su superioridad impensada, tanto que a veces desatendía las cuestiones defensivas, mientras sumaba errores groseros y carencias evidentes el visitante. No había noticias de Iván Marcone y Federico Mancuello en el medio, tampoco diálogo con los de arriba, con su consecuencia de un juego asociado inexistente, y sólo las patriadas individuales de Santiago López y Alex Luna se rebelaban ante el desastre. Una de ellas permitió el espejismo del descuento en medio de un auténtico desierto futbolístico. Por supuesto, no alcanzó para disimular los profundos agujeros en cada sector de la cancha.

Compacto de Instituto 3 vs. Independiente 1

En el segundo tiempo ya volvió la “normalidad”. Dejaron de acumularse las acciones de peligro en las áreas, se trabó la pelota en el medio. No le hacía falta más a Instituto. No supo cómo modificar su rumbo un Independiente difícil de comprender, que jugó un partido como para derribar toda expectativa en un nuevo ciclo, y al cual espera una terapia de grupo que llega demasiado pronto.

La síntesis

Las posiciones