Los huevos Fabergé: el lujo de los Romanov que se quebró con la Revolución Rusa
Las clases dirigentes en los distintos países del mundo suelen gozar de sofisticaciones y placeres de todo tipo. Algunas lo hacen en el mayor de los secretos y solo ventilan detalles en contadas ocasiones. Otras, como los Romanov, hicieron una ostentación descomunal y los huevos de Fabergé fueron una muestra de ello. Pero la cáscara de ese lujo alejado de la realidad del pueblo ruso comenzó a hacer eclosión entre la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa de 1917.
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Pater Carl Fabergé nació el 30 de mayo de 1846 en San Petersburgo, Rusia. Allí creció y se forjó desde joven en el negocio de su padre y con la experiencia adquirida pudo lanzarse a su propia empresa: una joyería distinguida, donde demostró que tenía una habilidad innata, una destreza única.
Diamantes, perlas, piedras preciosas y metales formaban parte de los materiales que Fabergé moldeaba y les agregaba valor. Con el tiempo sus piezas se transformaron en bellas obras de arte y, poco a poco, en íconos de una época. Pero tras la Revolución Rusa muchas de esas piezas terminaron en el mercado negro.
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El prestigio y la plasticidad de sus obras hicieron que Fabergé ganara un concurso en la Exposición Panrusa de Moscú de 1882. A la edad de 36 años fue nombrado joyero de la Corte Imperial rusa.
"Peter Gustav Fabergé comienza el negocio en 1842 y allí trabajaban sus dos hijos. Peter Carl Fabergé hereda el negocio de su padre y le da su propia impronta. Su caso es único ya que después de años de trabajar para la nobleza y aristocracia rusa, lo incorporaron a la corte imperial. Llegó a tener un taller con cuatro plantas, donde los orfebres confeccionaban las piezas que él imaginaba. Y así fue que a partir de 1884 tiene un encargo anual y las mejores piezas se tenían que reservar para la corte", señala Sofía González Calvo, profesora de Historia egresada de la Universidad Católica Argentina (UCA).
Alejandro III le encomendó a Fabergé la confección de un regalo para su esposa María Fiódorovna Romanov (Dagmar de Dinamarca) para Pascua, la mayor festividad de la Iglesia Ortodoxa. El resultado de ese pedido fue un huevo inspirado en la tierra natal de la zarina.
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Tal fue el éxito y el asombro María Fiódorovna que a partir de ese momento Fabergé debió fabricar un huevo nuevo cada año. O más, si suría alguna ocasión especial. "La tradición de los huevos de Pascua ya tenía un antecedente histórico en la corte de Versalles, en Francia. En general siempre las cortes tienen un orfebre o un conjunto de orfebres. Pero lo de los Romanov fue un fenómeno específico ya que solo podían darse ese lujo quienes ostentaran el poder y tuvieran los millonarios fondos para hacerlo", añade González Calvo.
A finales de 1894, el mismo año en el que falleció Peter Gustav Fabergé, murió Alejandro III a la pronta edad de 49 años. Su hijo Nicolás II continuó la tradición de los huevos de Pascua pese a ser un zar más austero que su padre. Pero lo personal no podía alejarlo mucho de una costumbre, casi un mandato imperial: todo lo que rodeaba a la corte tenía que ser pomposo, tenía que demostrar ese poder autocrático.
Nicolás II también le encargó numerosos huevos a Fabergé para homenajear a su madre María Fiódorovna y a la zarina Alejandra Fiódorovna Romanov. "La elección del tema del huevo era libre, pero, en líneas generales, evocan la infancia y la vida de las zarinas. El denominador común debía ser la sorpresa. Incluso en el día de la entrega de cada huevo, los propios miembros de la corte desconocían de qué se trataba hasta de la apertura", precisa González Calvo.
Pero entre julio de 1914 y marzo de 1917 el lujo pomposo y la ostentación de riquezas iban a contramano del pueblo, de las tendencias en otras potencias del mundo. "Hasta la Primera Guerra Mundial la mentalidad era el progreso, ejemplo de ello es el desarrollo del transatlántico del Titanic (1912). Con el estallido de la guerra las sociedades reciben un golpe muy duro, cambia el paradigma y comienzan con el 'disfrutar la vida' de los 1920. A partir de ese momento se comienza a vivir de otra manera, con alegría desmedida y no con tanta formalidad ni pomposidad", diferencia González Calvo.
La Revolución Rusa puso fin a la dinastía de Romanov, que había regido el destino de ese país durante 300 años. María Fiodoróvna, la zarina madre logró exiliarse en París. Pero el resto de la familia no corrió la misma suerte. Su hijo Nicolás II, su esposa Alexandra e hijos quedaron en manos de los bolcheviques, en la génesis de lo que sería la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
El emperador y toda su familia fueron apresados. "Nicolás Romanov, tu vida ha acabado" fue la última frase que escuchó el último zar de Rusia y toda su familia antes de ser ejecutados por el comisario bolchevique en julio de 1918.
Sin sobrevivientes de los Romanov, el destino de las joyas y los huevos de Fabergé fue variopinto. Como ocurrió con la riqueza de los palacios otrora habitados por la nobleza, varios quedaron en Rusia y otros fueron vendidos para generar fondos para el Partido Comunista. "Hay cinco en el Museo de Bellas Artes de Virginia en Estados Unidos, tres que pertenecen a la reina Isabel II de Inglaterra, nueve en el museo Fabergé, 10 en la Armería del Kremlin y muchos en colecciones privadas como la del millonario y coleccionista de arte Malcom Forbes", enumera González Calvo.
Después de la Revolución Rusa, los bolcheviques nacionalizaron la Casa de Fabergé. La familia del orfebre huyó a Suiza. Allí, precisamente en Lausana, Peter Carl falleció el 24 de septiembre de 1920.
¿Por qué nadie continuó la línea artística trazada por Fabergé? "El cambio de época y de corrientes, por un lado: en ese momento estaban vigentes el cubismo, el dadaísmo, el futurismo y un incipiente surrealismo. Además salvo que alguien perteneciera a una clase acomodada, era imposible contar con los recursos necesarios para llevar a cabo obras de tamaña envergadura como las del célebre orfebre", explica González Calvo.