Horacio Marín, el extenista profesional que encara el mayor desafío de su vida al frente de YPF
Cuando Horacio Daniel Marín asumió como presidente y CEO de YPF , el mes pasado, se dirigió a los empleados de la empresa desde la refinería de La Plata, la ciudad en la que nació en mayo de 1963. Allí, marcó una conexión emocional entre lo que significa jugar en el césped británico de Wimbledon, el certamen de tenis más prestigioso del mundo, y asumir semejante rol ejecutivo en la emblemática firma nacional.
“Quise siempre jugar Wimbledon, y cuando lo logré, tuve una adrenalina que no la pude explicar. Cuando empecé en la industria energética, siempre soñé con trabajar en YPF. Era mi Wimbledon. Hoy yo siento algo que nunca sentí”, comunicó Marín a los empleados. Muchos, desorientados, se preguntaron por qué había realizado esa analogía. Pocos sabían que antes de ingresar en 1988 en Tecpetrol, el brazo petrolero de Techint que lo ocupó durante 35 años, Marín se había destacado con una raqueta de tenis como juvenil y había llegado, incluso, a competir en forma profesional.
“Tenía un gran revés, superior al de Gaudio”, coincidieron, ante LA NACION y cotejando el artístico golpe del campeón de Roland Garros 2004, aquellos que conocieron a Marín de pantalón corto. Se vinculó con el tenis desde los 11 años, en el club Universitario de La Plata. Se perfeccionó casi obsesivamente: a sus clases convencionales con profesor, le añadía entre cuatro y cinco horas diarias de frontón. Arrancó ganando torneos regionales y, luego, nacionales. Encabezó los rankings de menores en el país. Empezó a entrenarse en la Ciudad de Buenos Aires, en el club Comercio, donde su entrenador fue Edgardo Topo Schapira, el hermano de Daniel Schapira, el único tenista profesional desaparecido en la última dictadura.
Luego se sumó al Buenos Aires Lawn Tennis Club, para el que llegó a jugar interclubes. Representó a la Argentina en Sudamericanos, compartió el camino, por ejemplo, con Roberto Argüello (más tarde jugador de Copa Davis), y, en 1981, en su última temporada como junior, se dio el gusto de actuar en Roland Garros, Wimbledon y el US Open, tres de los cuatro grandes.
Marín, el elegido por el gobierno de Javier Milei para ponerse al frente de YPF, es ingeniero químico recibido de la Universidad Nacional de La Plata, tiene una maestría en Ingeniería en Petróleo de la Universidad de Texas y realizó un programa ejecutivo en la Universidad de Stanford. En la industria es conocido por haber liderado, en Vaca Muerta, el proyecto gasífero del yacimiento Fortín de Piedra.
Ese mismo hombre de currículum virtuoso con gran responsabilidad en la empresa nacional más simbólica, encarna otra historia poco conocida que entrecruza el deporte y la política (o la función pública). El tenis y el petróleo son las pasiones que movilizan a Marín, que le generan brillo en los ojos. Por ello no resulta ilógico que su primera entrevista como presidente de YPF la brinde desde una dirección distinta a la imaginada, desde sus diapositivas juveniles y lo que el deporte le transmitió, desde la filosofía mental del tenis, la disciplina y los métodos para tratar de superar desafíos. Todo se une.
“Bienvenidos”, saluda Marín, tras una jornada de trabajo, en su oficina del piso 32 de la Torre YPF, en el barrio de Puerto Madero. Sonríe al ver la raqueta vintage de madera modelo Wilson Jimmy Connors (parecida a la Jack Kramer que él utilizaba), aportada por LA NACION para la producción fotográfica.
“Quiero explicar bien lo que dije de Wimbledon. De chiquito empecé contra el frontón y me propuse jugar ese torneo. Cuando lo jugué, finalmente, me temblaron las gambas…, me temblaron. La adrenalina que viví… Por eso cuando iba a Londres me gustaba volver a Wimbledon, la llevaba a mi mujer, Diana, le rompía la paciencia diciéndole: ‘¿Ves? Acá jugué contra…’. Compraba llaveros y todas esas cosas. La adrenalina que genera el deporte es única, te lo puede decir mucha gente. Después empecé a trabajar en Tecpetrol y no me puedo quejar de nada: me mandaron a estudiar más, hice un master en los Estados Unidos, antes de que me pusieran de presidente de Exploración y Producción me enviaron a Stanford a estudiar Negocios... Siempre trabajé a destajo, lo hacía desde las 8 de la mañana hasta las diez de la noche, hicimos el desarrollo de Vaca Muerta más impresionante, llevando una estepa en la que no había nada al 17% de la producción del país, hicimos las obras en menos de un año y medio, que es muy loco. Está bien, todo maravilloso…, pero no es lo mismo. No es lo mismo. Es muy difícil de diferenciar. Ahora, a YPF yo la defino como la argentinidad al palo. Voy a las estaciones de servicio, siempre cargué en YPF en las que están para el Sur, porque soy de La Plata y voy los fines de semana a visitar a mi vieja, a mi hija y a mis nietos. Me gusta bajarme del auto, hablar con los playeros, con la gente… Ahora me reconocen y es impresionante. Ellos me saludan, piden que le pongas garra, que la Argentina tiene que salir. La gente ve a YPF como la Argentina. Supe que, en las encuestas, YPF es la empresa más querida en el país. También, al ser la más grande, empuja a la industria. Todos los logros de YPF son para el país”, narra Marín.
Y sigue profundizando el concepto: “A Wimbledon fui relajado, porque era mi sueño de pibe. En la primera ronda le gané a un japonés que era malo (Toshiyuki Tsuji; 6-3 y 6-1), pero después el australiano Wally Masur me liquidó (6-1 y 6-1) y me rompió tres raquetas: sacaba cercano a los 200 km/h, yo bloqueaba y por el impacto se partían. Pero ahí toqué el cielo con las manos. No puedo decir que trabajaba en Tecpetrol y añoraba YPF, pero sí que sentía que me había preparado para sumarme. Ahora no fue la primera vez que aparecí entre los candidatos, pero es diferente. Tengo 60 años, en el final de la carrera. Vengo por el bronce y para hacer las cosas bien. No por otra cosa. Cuando me lo dijeron, no pregunté nada. Vine porque sé que estoy capacitado para empujar y hacer algo muy bueno. Lo lograré si me ayudan todos, que es lo que estamos haciendo. Y eso comparable con el tenis; muy comparable. Yo no tuve la adrenalina de ganar un Grand Slam, por ejemplo, pero sí sentí una adrenalina al llegar a algo que era inaudito para un tipo que entraba en el club Universitario con una raquetita y que no tenía con quién jugar. Eso fue impresionante. Por eso dije que estar en YPF es como mi Wimbledon profesional. Esto es muy impresionante, es una empresa de miles de personas, la más grande de la Argentina y tenés que ponerle el cuerpo”.
Durante su época como tenista, lo apodaron El Abuelo, porque “era demasiado reflexivo y maduro para su joven edad”, apunta Fernando Rodríguez Canel, reconocido profesor de tenis platense y compañero de ruta de Marín, en el club Estudiantes. Aunque el propio Marín rememora otra razón: “El Toto Cerúndolo (extenista, papá de Francisco y Juan Manuel, dos de los jugadores nacionales más destacados de la actualidad), me lo puso en un partido en el que me faltaba estado físico, creo que contra (Gabriel) Mena en Banco Nación. Le empecé a jugar pelotas altas, con top, le levanté, le levanté... Estaba destruido y gané. Entonces, dijo: ‘Mirá, juega con un abuelo’, y quedó. Después, algunos dicen que yo era muy serio siendo chico”.
Rodríguez Canel añade: “Como jugador era como Nadal en los comienzos: había que matarlo para ganarle un punto. Tenía piernas fuertes, corazón, era inteligente para visualizar la estrategia rival. Podía estar tres horas jugando sin problemas”. Y Argüello, el primer argentino en ganar un título profesional (Venecia 1983) después de Guillermo Vilas y Batata Clerc , recuerda: “Era aguerrido, buen devolvedor. Era mi compañero de dobles; salimos campeones en +16 en Perú. Un tipo amable, de perfil bajo”.
Los comienzos
Marín comenzó a jugar al tenis, de cierta manera, por su papá, que “era bastante flojo en el deporte” y practicaba tenis criollo, con paleta de madera. “En el club Universitario habían hecho unas canchas y yo, que ya era chico, lo acompañaba y le pegaba fuerte -cuenta-. Un día pasó un profesor de tenis del club, me vio con la paleta, se acercó a mi viejo y le dijo: ‘Doy clases de tenis, ¿por qué no lo dejás?’. Tomé una clase y me gustó. En ese momento, Vilas estaba en lo máximo, yo había leído su libro en el que decía que jugaba mucho en el frontón. Entonces empecé a hacerlo; pegaba revés, drive, sacaba, revés, drive. Jugaba solo, porque no había gente. Empecé en enero, en abril salí campeón platense de 14 años y a fin de año perdí una final de un torneo abierto. Tiempo después jugué interclubes para Universitario, llegamos a cuartos de final y nos tocó de local contra Comercio o Deportes Racionales, no recuerdo, pero estaba uno de los hermanos Vande Rusten, que vino a La Plata pensando, seguramente, que nos ganarían caminando. Y le di una paliza infernal. Eso era en menores. Había un dirigente de la Asociación que le dijo a mi vieja: ‘Su hijo juega bien, anótelo en los Metropolitanos’. Mi tío, que trabajaba en Buenos Aires, me empezó a anotar y gané varios Metropolitanos. En los Nacionales gané, pero también perdí, por ejemplo, en Salta con (Horacio) Alderete, que me complicaba seguido. De mi edad también me ganaba Alejandro Olmedo Zumarán”.
Marín rindió libre cuarto y quinto año del secundario. Envalentonado con el tenis, se lo propuso al papá para tener más tiempo de entrenamiento. “Me autorizó, pero siempre y cuando lo rindiera. Eso hice y me dediqué a jugar”, recapitula. Llegó a ensayar junto con Vilas: “Guillermo era especial, a veces te saludaba, a veces no. En eso Clerc era más macanudo. Pero obviamente Guillermo era nuestro referente y practiqué una vez en el Buenos Aires, cuando él era número 3 del mundo y vino Gene Mayer (marzo de 1983). Estuve cerca de entrenar también en un US Open, me llamó varias veces (Juan José) Moro, el periodista, que estaba cerca de Guillermo, pero al final no se dio. Yo no me la creía. A mí el ambiente tipo jet set me incomodaba, incluso hasta hoy”.
-Fue parte de un tenis distinto al actual, más bohemio, en el que los sudamericanos viajaban durante meses a Europa con poca información, tratando de ganar dinero, ¿verdad?
-Siempre digo que la nuestra fue medio una generación perdida porque no conocías como era el juego en Europa, íbamos, comíamos mal e íbamos a torneos muy grandes como para empezar. Yo iba a Francia, donde gané varios torneos y llegué a estar en el ranking nacional. Jugaba en la zona de Toulouse; no iba a la Costa Azul porque allí iban los más importantes. Ganaba entre mil y dos mil dólares a la semana, te pagaban alojamiento y con eso vivías un mes en Europa. Tenía algunos puntos de ATP a los 19 años, pero como me había puesto como objetivo llegar al puesto 100 y no lo logré, largué y me puse a estudiar. Yo era muy profesional, tenía un preparador físico que me llevaba al Cenard, me medía todos los niveles corporales y, en base a eso, me decía cuánto tenía que correr. Después me entrenaba en La Plata con un campeón argentino de 100 metros en atletismo. Eso durante horas y le ponía muchas ganas. Pero en ese tiempo, en el país no ganabas un mango con el tenis.
-¿El tenis le incorporó una disciplina que luego aplicó en sus funciones en la industria petrolera?
-Sí, totalmente. Es un deporte muy mental y debés tener metodología para mejorar. Y no te la inculcan, eh…, la tenés que hacer vos. Entonces, hacer todo eso desde los 12 hasta los 19 años, dando libre los últimos dos años del colegio, me dio un enfoque. En La Plata me levantaba temprano, a las 6 estaba corriendo. En pretemporada corría unos veintipico de kilómetros, después hacía ejercicios, agarraba pesas, me ponía buzos en el cuello para bancarme los cien kilos que levantaba de sentadillas. Era Rocky a la máxima expresión, je.
Marín fue un fenómeno jugando, pero cuando vio que no iba a ser número 1 del mundo se puso a estudiar y fue 10 de promedio en ingeniería química. Me entrenó en Estudiantes de La Plata, él daba clases ahí mientras estudiaba; así se pagaba los estudios. Tenía mejor revés que el de Gaudio
Ignacio Andrada, extenista platense que actuó en Francia
-¿De chico iba a ver la Copa Davis?
-No, no. Cuando se ganó, en 2016, fui a la final en Croacia. De hecho, en el avión de vuelta volví con los jugadores. Voy a ser muy franco: si bien no soy de ir hacia atrás ni de llorar o lamentarme que dejé, porque lo hice convencido, cuando tenía veintipico de años sí me costaba ir a los partidos porque muchos de los que jugaban lo habían hecho conmigo y a varios les ganaba. Yo jugaba al tenis y quería ser el mejor, pero largué porque me di cuenta de que no podía llegar a la cima. Me puse una meta muy alta y, si no la alcanzaba, tenía que decidir rápido mi futuro, porque -sin herir susceptibilidades- no me veía dando clases de tenis hasta los 60 años. Además, no vi al tenis como una salida, como que me podía llevar a ponerme empresas vinculadas o algo así. En el colegio fui abanderado, me iba bien. Entonces, dije: ‘Mientras estudio, voy a dar clases de tenis’. Yo le enseñé a jugar, por ejemplo, a Valeria Strappa (extenista profesional). Di clases de tenis y entrenamiento, trabajaba sábados y domingos completos y quince horas en la semana. Me fui especializando en chicos que jugaban bien. Y después largué. Lo hice para juntar dinero y pagarme los estudios. Cuando me casé, a los 24 años, ya me había podido comprar mi propio departamento. Era muy independiente.
-¿Cuál es su conexión actual con el tenis?
-Lo sigo, lo sigo. Tengo la aplicación de la ATP y la miro todo el tiempo; sigo el ranking en vivo. Estoy afiladísimo. (Carlos) Alcaraz me gusta mucho. Tendría que haber jugado una apuesta, porque en la oficina en Tecpetrol dije que iba a ser número 1 cuando recién había aparecido en el circuito y se reían. Juega muy bien. Creo que ahora le agarraron un poco la mano. Ahora, Djokovic… Desde el principio seguí a Roger (Federer), pero cuando incursionó Djokovic me llamó más la atención. Cuando yo iba al ATP Finals (el torneo de Maestros), en Londres, me compraba las entradas con un año de anticipación y me iba atrás, a la cabecera, para ver los efectos, la expresión corporal...
-Su hermano, Guillermo Marín, fue el empresario que trajo por primera vez a Federer a jugar al país, en 2012, cuando lo hizo en Tigre, bajo la intendencia de Sergio Massa.
-Sí. Cuando Guillermo lo trajo estuve hablando bastante con Roger, en una cena. Me pareció remacanudo, hablamos de cosas en general y de cómo lo había convencido mi hermano. Me dijo que vio un tipo distinto, que lo vio y dijo: ‘Voy’. Después, por supuesto, habrá arreglado la parte monetaria, no tengo ni idea… Luego le dije a Guillermo: ‘Escuchame, ya que lo trajiste, dejame pelotear…’. Yo hacía como diez años que no jugaba. Y pude pelotear y, desde ahí, no jugué nunca más. La última vez que le pegué a una pelota, ¡track! (hace el movimiento del revés), fue con Roger. Tampoco tengo mucho tiempo y me tuve que operar la cadera y no me la quiero lastimar… Correr tanto tiempo sobre cemento con zapatillas que ahora ni te las pondrías, me afectó. Hay dos explicaciones de por qué no jugué más. La primera es que al correrme y al estar en otro tipo de ambiente, no tengo amigos jugadores de tenis. Entonces, cuando iba a jugar, me aburría o era complejo. Cuando vas a jugar con un tipo que es competitivo, si le jugás despacio es como que lo estás gozando; si le ganás fácil, se enoja también. Entonces dije: ‘Basta’. Mi señora quería jugar, la acompañé, pero me aburría. Y después la otra explicación, más competitiva, es que a los seres humanos nos gusta ser cada vez mejores y no peores. E ir a un lugar a jugar, errar pelotas que antes no erraba, es ver la decadencia del cuerpo. Entonces es preferible no jugar. Es como hacer régimen y estar cada vez más gordo, jaja. Tengo las dos explicaciones: tomá la que te guste más.
“La energía, otro campo”
Cuando Marín se graduó en Texas, el director de la universidad se le acercó y, antes de entregarle el título, le preguntó si la señora de la cuarta fila era su madre. “Sí. ¿Cómo se dio cuenta?”, abrió los ojos. “Está muy emocionada”, le respondió el catedrático. “¿Sabe por qué está así? Porque vino de la guerra, pasó mucha hambre de chica y para ella este logro mío es un sueño”, remató el argentino. Luisa, la mamá de Marín, tiene 87 años y llegó a la Argentina en barco desde Italia, tras la Segunda Guerra Mundial. Probó el chocolate a los 20 años y a sus hijos les inculcó una filosofía de austeridad y trabajo.
“Tratar de juzgar a tu abuelo y demás es complicado, porque tenías que estar en esos años, pero mi abuelo y todos sus hermanos estuvieron en la primera línea durante la Primera Guerra Mundial y a él, una granada lo enterró y lo salvaron de casualidad -relata Marín-. Entonces, cuando se produjo la Segunda Guerra Mundial, todos los que eran hombres de la familia de mi vieja, tanto mi abuelo como los cuñados, se vinieron a La Plata desde Italia. Eran del sur, de un pueblo que se llama Francavilla in Sinni [en la Basilicata]. Entonces, mi abuela se la bancó con cuatro hijos durante toda la Segunda Guerra Mundial y les enseñó a trabajar de chiquitos. Mi vieja hacía cosas desde los cinco años para poder subsistir. Se las arreglaban con un terrenito en el campo, criaban animales, sacaban leche de cabra y la cambiaban por otros alimentos. Mi abuela fue muy cercana a mí. Me hablaba en italiano de chico y me inculcaba que sin sacrificio no se llegaba, que había que perseverar, estudiar, hacer las cosas bien y que la meritocracia era lo que te llevaba a mejorar . Me lo inculcó mucho ella. Que no hacían falta los lujos y me lo grabó a fuego. Un poco lo mostré con mi personalidad cuando fui tenista o traté de serlo. El tenis te da una fuerza descomunal: te enseña a ser metódico y te sirve para la vida, para esto… (mueve las manos y hace un recorrido visual en su oficina, en la que se destacan una bandera argentina y otra de YPF)”.
Fue Nicolás Posse, el jefe de Gabinete, quien en su momento le comunicó a Marín que había sido elegido para YPF. Hincha de Gimnasia y Esgrima La Plata, todavía no tuvo contacto con el presidente Milei, aunque sí con su hermana Karina y otros ministros del Gobierno, naturalmente. Pero ante LA NACION, aclara: “Lo que puedo decir es que acá no está metida la política para nada. No hay ningún tipo de directiva; lo que hacemos es para que a YPF le vaya mejor. Insisto: vengo por el bronce. Mi objetivo es que logremos una YPF exportadora y que Argentina también lo sea. Exportar es fácil: agarrás el producto que producís y listo, pero lo estoy diciendo desde el desarrollo bien hecho de Vaca Muerta, bien arriba”.
-A propósito de Vaca Muerta…
(Marín se pone de pie, busca una pequeña muestra de lutita, la roca madre de petróleo y gas natural, y hace una explicación técnica).
-No vas a poder creer de dónde sale el petróleo y el gas. De acá adentro. Es impresionante. Esto está a 30 cuadras de profundidad. Ahí abajo tenés una presión más alta que la explosión de Chernóbil [accidente nuclear ocurrido en la ex Unión Soviética, el 26 de abril de 1986], para que se den una idea. Cuando hacés un pozo, ponés esto [la roca] en comunicación con nosotros y hay tanta diferencia de presión que exuda. No es que hay un mar de petróleo. Algunos piensan que vamos, hacemos un agujero y nos encontramos un lago y sube el petróleo. No: está adentro de las rocas. Fracturamos a tres mil metros, hacemos una especie de calles y avenidas. ¿Qué logramos con eso? Mayor cara contra el cielo, exuda mayor cantidad, lo junta y sale.
-¿Qué representa Vaca Muerta para el país?
-Es gigante. Era un mar, estaba del lado de Chile, tiene como doce mil kilómetros cuadrados. Está en todo Neuquén, un poco en Río Negro, La Pampa y Mendoza. Es tan masivo que desarrollás más de una zona; es gigante en recursos. La cantidad posible de petróleo y gas es tan grande que pueden ser, en gas, 70 años o más del consumo de la Argentina, y en petróleo lo mismo. En Vaca Muerta podés tener picos de producción hasta el año 2047, entonces, posicionás a la Argentina como un exportador de gas y petróleo, y un país que va a tener superávit total, porque no va a necesitar importar nada de hidrocarburos. Esa es la gran posibilidad que tiene Vaca Muerta. Ahora, estamos hablando de inversiones gigantes, recontramillonarias al año. Eso tiene que cambiar, que es lo que está pasando. Tiene que cambiar el país. Precios internos que sean internacionales porque es un commodity; si no, no hay posibilidad de que vengan a invertir extranjeros. Ahora está claro que YPF tiene un rol principal: primero, porque es el que más área tiene, aproximadamente el 50% de la parte activa. Entonces puede ser un gran impulsor hacia un cambio. Siempre digo: si me preguntan en qué puedo contribuir a que haya menos pobres en la Argentina, a hacer el proyecto 4x4, cuadriplicar el valor de la compañía en cuatro años. Si logramos eso, va a haber muchos ingresos en el país. No es fácil, pero está demostrado que es una realidad, no un sueño de verano. Ahora lo que hay que poner es el dinero, tiene que haber otras condiciones. Tienen que poder invertir.
-Un tema importante de la vida cotidiana es el aumento del precio del combustible. ¿Hasta dónde pueden llegar las tarifas?
-El precio del combustible en la Argentina estaba pisado. No estaba a nivel internacional. Y si vos no lo ponés a precio internacional, los costos no alcanzan… Para lograr que se desarrolle Vaca Muerta tiene que ir a precios internacionales, porque, si no, la empresa se va a Guyana en lugar de Argentina. Es así. Nosotros no estamos acostumbrados a que haya baja de precios. Yo trabajo en esto desde hace 35 años y hace 20 años que está pisado el precio. Pero creo que todos estamos acostumbrados a que el precio de la nafta esté regalado. Entonces, cuando hace mucho tiempo que estás acostumbrado a que el gas salga menos que un café, a que llenar el tanque de nafta te salga nada en comparación con la leche, tus precios relativos ya están fijados. Entonces ahora creés que es una locura porque toda la vida te salió regalado. Pero si te vas a los países limítrofes…, fijate que YPF tenía que importar barcos a pérdida porque los extranjeros te venían y te compraban combustible por doquier, porque era regalado. ¿Cómo puede ser que en los países limítrofes se pagara más alto? Generalmente cuando hay una compra exagerada en la frontera es porque uno está en una situación anormal. Hay precios bases internacionales y Argentina debería llegar. ¿Si está lejos? No, cada vez estamos más cerca. Y no se puede hacer de golpe. Pero esto es más político… Para comparar tenés que hacerlo con el precio de salida de refinería. En Estados Unidos no hay impuestos, entonces al final del día te puede parecer más barato allá. Hoy en la Argentina, donde normalmente hay más impuestos, está en el orden del 25%; lo que cargues de nafta, el 25% es en impuestos. Yo no soy el que define los impuestos y hay leyes. Generalmente el precio de la nafta está en un dólar sin impuestos, el de la súper.
-¿Cuáles son los desafíos que se pone por delante?
-Hay dos proyectos fuertes para hacer, independientemente de un montón de cosas, para no entrar en lo técnico. El crecimiento del petróleo, que podés llevar mucho más alto la presión que tiene hoy, por Vaca Muerta. Y la otra es lograr que la Argentina, con la industria, logre el desarrollo de Vaca Muerta y el gas, y que se exporte. Podés lograr un proyecto de exportación en la Argentina, tanto de petróleo como de gas; siendo el que empuja la industria y con el acompañamiento de los demás podés lograr que Argentina consiga, para cuatro o cinco años a partir de hoy, que la energía sea otro campo a nivel de exportaciones . Empujás algo colectivo y va junto con el país. Y la gente lo ve así. Es muy fuerte y me generó una adrenalina impresionante. Cuando me dijeron del cargo, lo primero que hice, por supuesto, fue decírselo al dueño de la empresa en la que trabajaba; era lo que correspondía. Me generó tal adrenalina que me costaba dormir, me levantaba a las 4 de la mañana. El primer día di vueltas en la cama, pero el segundo me levanté, me fui al comedor y empecé a pensar qué hacer en YPF. Yo tengo 35 años trabajando de esto, viví en muchos lugares, pero empecé a armar el proyecto YPF. Y de ahí sale el plan 4x4, dónde hay que enfocarse. Lo empecé a armar ahí, a las 4 de la mañana, pensando cómo sería la estructura. Armamos un equipo que está muy bueno, bien enfocado. Cuando (Carlos) Pagni mencionó mi nombre en LA NACION+, que fue el primero en decirlo, a partir de ahí no pude trabajar más en Tecpetrol. Igual faltaban seis días hábiles para el 30 de noviembre y yo pudiera salir. Gracias a haberme preparado, a que me llamaban sindicatos y gobernadores, me armé bien y pude explicar lo que quería hacer con anticipación.
-YPF siempre fue una empresa vinculada con el deporte, apoyando a instituciones y deportistas, como Messi, por ejemplo. ¿Cómo seguirá ese tema?
-Tenemos un presupuesto y vamos a distribuir lo lógico, que tenga que ver en imagen y producto. No puedo hablar de contratos. Vos tenés que jugar entre la imagen y producto, y sobre la base de eso tenés que buscar la fidelidad de los consumidores, que siga habiendo identidad. No es mi metié, no soy un genio, no me la creo ni pienso que porque me metieron en el puesto más alto sé de todo. Hoy somos un equipo de rugby: somos 15. Está dividido en Negocios y Conocimientos. Y como les digo a todos: a esto no se llega si uno no le pone todo. Somos los 15, más los 20 mil que hay. Y lo que tenemos que lograr es la motivación.
-¿En su momento le costó dar el salto del individualismo del tenis a lo colectivo de una empresa?
-No, creo que no. Es más: no me gustaba. El individualismo de la raqueta te genera que llegues a competir con el mismo tipo con el que viajás. Entonces se generan situaciones extrañas que no son de compañerismo. Eso me molestaba. Pero no es lo mismo que en esta profesión. En el tenis, si decís: ‘Quiero ser número 1′, lo buscás vos. En YPF no lo lográs vos solo; tenés que lograr saber hacia dónde vas, motivar, romper paredes, como lo llamo yo, que eso te lo da el tenis. La mayoría de las cosas tienen statu quo, entonces para modificar e ir bien alto es lo mismo que en el tenis: tenés que correr más, entrenar más horas, esforzarte, seguir luchando si vas perdiendo. Desde el puesto uno, lo que tengo que decir es: vamos para allá, escuchar, ir y motivar. Eso es parecido al deporte. En el grupo de dirección todos tenemos que estar de acuerdo hacia dónde vamos y todos tienen que saber en qué pueden aportar más. Allí hay que encontrar el espíritu del equipo y del deporte en conjunto. La selección de fútbol ahora es un equipo, quizás antes no, quizás había internas, no lo sé. Hay que tener en claro quién es el marcador de punta, quién es el goleador. En una empresa a veces sos el goleador y, a veces, el marcador de punta. Tenés que saber ubicarte. No es que el presidente o el CEO siempre es el goleador. Si lográs eso se consiguen excelentes resultados. Después, depende del mundo, del precio internacional del petróleo y del gas, del crecimiento mundial, de un montón de variables.